Díptico de absurdos II
Hace
más de un año que no recurro a los Dípticos. Curiosamente, el último que
escribí fue uno donde cuestionaba unas posturas ridículas sobre sexualidad, esgrimidas por el ya prácticamente ex Procurador
(¡qué alegría decirlo!) Alejandro Ordóñez y un miembro del repugnante mal
llamado Centro Democrático. Este partido vuelve en el díptico de hoy, y
haciendo trampa un poco, puesto que son tres sucesos relacionados los que los
traen de vuelta al ruedo, pero por ser de un mismo partido los junto aquí. El
otro es algo no tan absurdo, más interesante para reflexionar, pero no por ello
deja de ser un poco insensato.
1.
Ya sabrán muchos que la próxima princesa de Disney es Moana. Se ha comentado mucho desde hace meses: que es una princesa
de piel oscura, que no va a tener un “príncipe azul”, bla, bla, bla… Ya saben,
todas esas cosas que muestran que la compañía del ratón ñato se hace cada vez
más “incluyente” y “progresista”. Ok, en todo caso la propuesta es muy
llamativa e interesante, ya que se basa en la cultura de las islas del
Pacífico. ¿Cuál es el gran problema ahora? Que al parecer, los polinesios están molestos con el “saqueo cultural”
y el irrespeto de la próxima cinta.
Las
críticas se centran principalmente en la representación de Maui, un semidiós de
las culturas polinesias que aún es reverenciado como un ancestro. La figura de
un hombre enorme y lleno de tatuajes es considerado por los polinesios como un
insulto, debido al problema de salud pública que representa la obesidad y el
significado de los tatuajes en su cultura. Además, ven el intento de Disney de
lucrarse con una figura tan venerada es irrespetuoso, y algunos han llegado a
compararlo con el maquillaje blackface
(averígüenlo; Google es su amigo) de épocas racistas. Como resultado, Disney
retiró un disfraz infantil de Maui que ya estaban comercializando, y se
disculparon por el incidente.
(Suspiro…)
Es problemático cuando se representan de forma comercial (como Disney) o
satírica (como Charlie Hebdo)
elementos culturales de una población que mantiene cierto grado de
primitivismo. Lo hemos visto con las airadas reacciones de los países
musulmanes ante las ilustraciones de Mahoma (dado que muchos de estos países
aún se mantienen en una cultura teocrática semejante a la Edad Media), lo vimos
con las quejas de los arhuacos de la Sierra Nevada (quienes aún conservan gran
parte de sus costumbres originales) con la novela de Diomedes Díaz, y lo vemos
ahora con los polinesios, donde lo mitológico aún tiene un papel importante en
su cultura. Esto no es con motivo de ofender, sino para que se comprenda el
contexto.
Recuerdo
haber leído parte de la historia de Maui cuando era niño en un cuento, Los pájaros que nadie podía ver. Leí un
poco más de su leyenda cuando fui adolescente, y me pareció muy interesante. Vamos,
las historias de cualquier semidiós siempre son más entretenidas que cualquier
pasaje del carpintero de Nazaret. En todo caso, es comprensible el malestar de
los pueblos polinesios, aunque no por ello deja de ser desacertado.
Primero
lo primero: no existe el derecho a no
ser ofendido. Es cierto que se trata de un personaje ancestral, pero esa
visión no necesariamente debe ser compartida por los creadores de Moana. Tengan en cuenta que una película
tiene la misión de entretener, y por tanto no está obligada a mantener
inalterada la historia o leyenda en la que está basada. Eso sí, debe indicarse
que los creadores de hecho sí se tomaron el trabajo de investigar sobre la
cultura del Pacífico.
La
inconformidad de los polinesios es complicada de manejar, aunque debe decirse
que no es un argumento para modificar la película. Primero porque no está
destinada únicamente a ellos, y segundo porque la visión que ellos tienen de
Maui no es compartida por el resto del mundo. No suena justo, pero es la
realidad. Es lo mismo que les tratamos de explicar a los musulmanes cuando se
dibuja a Mahoma, o a los cristianos cuando se satiriza o se burla a Jesucristo.
¿Por qué habría de ser diferente con los polinesios, más aún cuando no se busca
ser satírico ni ofensivo? Disney se ha arriesgado representando otras culturas
y creencias en películas como Mulan, La princesa y el sapo y la muy sosa Pocahontas.
No es novedad, y ciertamente no es un motivo de polémica tan grande como se
quiere pretender. Llamar saqueo cultural a una adaptación animada parcial de un personaje mitológico
(recordemos que Maui no es el
protagonista) es una exageración.
Hay
que admitir, claro, que algunos detalles tal vez debieron pensarse dos veces.
En particular el físico de Maui quizás no fue una elección muy adecuada. Si
bien los polinesios tienen predisposición al aumento de peso como adaptación a
una posible escasez, la obesidad se ha disparado en los últimos años debido al
cambio de una dieta más “tradicional” al estilo “occidental”; por ello, es
comprensible que la imagen de Maui tal vez no sea la más adecuada o respetuosa.
No obstante, hay que tener en cuenta que es obvio por las imágenes que el gran
volumen de Maui es en su mayor parte puro músculo, lo cual es más bien una
señal de su poder, y más importante, ¡se trata de una caricatura! No es usual
que una caricatura tenga rasgos muy proporcionados, pues se supone que
precisamente es caricatura al exagerar
rasgos físicos; es decir, no creo que todas las polinesias sean tan ojonas
como Moana, pero eso al parecer se ignora. Finalmente, la voz de Maui es de
Dwayne Johnson, un hombre de ascendencia samoana y muy voluminoso en sí mismo; es muy probable que el físico de Maui
se inspirara un poco en él. Decir que es una representación racista sin tener
en cuenta todo esto es juego sucio.
Siempre
son complicadas las representaciones comerciales de una cultura, pero el
consejo que podría dar es que se relajen un poco. Es sólo eso: una
representación. No se trata de un retrato fiel de una cultura, si bien puede
mantener un poco de coherencia, y no está mal pedir un poco de apego siempre y
cuando no se pretenda alegar “racismo” cada vez que algo no nos gusta. Sólo
tómenlo como eso. Eso sí, ya que Disney ha tenido polémicas como la de querer registrar el Día de Muertos a su nombre, no sería descabellado echarles uno que otro vistazo.
2.
El segundo absurdo son cosas de carcajear. El mal llamado Centro Democrático ha
sido esta semana objeto de burlas una y otra vez por las declaraciones de sus
miembros y por las acciones de otros. ¿Comenzamos?
Bien, primero está el asunto de la polémica valla de Timochenko
presidente en el Rodadero. A pesar de que la semana pasada fue retirada, esta
semana a aparecer en otro sector, y era custodiada por el senador Honorio (un
poco irónico, ¿no?) Henríquez, quien asegura que se trata de una campaña legal
y que evidencia un problema real. Finalmente, el CNE ordenó retirar la valla de nuevo, argumentando que se trata de un mensaje desinformador y que no hace
ninguna pedagogía sobre el plebiscito.
Después,
tenemos las polémicas palabras de la controvertida representante
María Fernanda Cabal. Durante un foro
en Medellín, Cabal declaró que “el
ejército no está hecho para ser damas rosadas, el ejército es una fuerza letal
de combate que sale a matar, no entra a preguntar: perdón, levante las manos,
no señor”, insinuó que a los generales del ejército les están pagando “una prima de silencio”, los llamó
vendidos y en general habló en un tono que parece desvirtuar los casos de
falsos positivos. Tal como señaló el columnista Joaquín Robles Zabala, es como
escuchar a Carlos Castaño.
Finalmente,
está la senadora Paloma Valencia, de quien ya he hablado con anterioridad. Haciendo gala de lo que, siendo amables, sólo puede
llamarse ignorancia, la senadora publicó el siguiente tuit: “Los q(sic) prefieren ver a las Farc en la
política q(sic) matando; ¿también hubieran preferido ver a Pablo Escobar en la
política y no matando?”. En un soplo, decenas de personas, quizás miles, le
recordaron con tuits que Escobar fue congresista mientras se encontraba delinquiendo, y unos cuantos
más le recriminaron que su tuit parece más una apología a la violencia que de
alguien con sentido común. Para rematar, en un debate con la senadora Claudia López, ni siquiera se molestó en usar las palabras adecuadas,
diciendo que le sorprendía la postura de la senadora del Partido Verde por el
sí cuando ella fue “la que promovió la
parapolítica”, en lugar de “denunciar”,
como prestamente le señaló López.
Los
tres episodios no son más que absurdos que demuestran el nivel ideológico
promedio de los miembros de ese monstruo que pretenden llamar “Centro
Democrático”. Para ser Uribe una persona calculadora, la verdad no se rodea de
gente muy sabia. Empezando por lo de la valla, que la verdad no es más que un
abuso del ejercicio del derecho a campaña del No para colocar un mensaje que
confunde deliberadamente al votante con lo que a todas luces es una irrealidad.
No se confunda: las posibilidades de que alguien como Timochenko llegue a
presidencia por voto popular (porque no hay otra forma de que ocurra), son en
realidad muy pocas: incluso con el respaldo de todo el cuerpo de desmovilizados
de las FARC y algunos cretinos de izquierda que justifican todo, no es algo
probable. Decir de inmediato que con el plebiscito viene la guerrilla al
Ejecutivo y el país será entregado al castrochavismo es tan absurdo como creer
que el cese de armas de las FARC es la paz definitiva, y hay que ser un imbécil
redomado para creer que eso es
pedagogía sobre el tema.
El
caso de María Fernanda Cabal es el menos gracioso de los tres. Esta mujer es la
viva encarnación de todo lo repugnante que hay en el uribismo. Altanera, soez y
beligerante, cada vez que abre la boca lo que sale no es tampoco un chorro de
pétalos de rosa precisamente, sino algo tal vez un poco más marrón y
maloliente. Con declaraciones similarmente patanes sobre los atentados en París
o la muerte de García Márquez, Cabal demuestra que, o no sabe lo que dice y
está enajenada en su defensa a la razón, o lo sabe muy bien y pretende
desinformar y cree que así va a conseguir adeptos para su jefe. A la
representante se le olvida que, por mucho que la libertad de expresión es un
derecho, cuando se es un servidor público hay cosas que ya no se pueden decir con la misma
libertad, al menos no sin
consecuencias. Es notable que apenas ahora Uribe se haya decidido a jalarle las orejas (claro, en medio de la campaña por el No, comentarios
así no le convienen), pero lo hizo de una forma tan patética que parece que el
enajenado es él. A nadie sorprende, pues, que la representante asegure no tener
nada de qué disculparse.
En
cuanto a Paloma Valencia, como dirían Les Luthiers, qué podemos decir… Qué
podemos decir… ¡¿Qué podemos decir?! La verdad, después de declaraciones como
la de separar el Cauca en dos departamentos, o el polémico tuit del oso, la
senadora no ha hecho más que confirmar que el puesto le queda grande, y la
inteligencia, o al menos la sensatez, no es una palabra de su vocabulario.
Maján Muñoz, la artista que pintó el polémico cuadro del Uribe del Sagrado
Corazón, se lamentó de que se haya convertido a Valencia en una caricatura.
¡Qué pena! Eso no ha sido labor de los medios ni de los críticos del uribismo:
ella misma se ha encargado sola de crear esa imagen de burlas. Concuerdo por lo
expresado por un columnista en El
Espectador, por mucho que suene a adulación: Cabal y Valencia deben ser un motivo de vergüenza para
las mujeres luchadoras del país.
Con esto termino. Ha sido interesante volver a exponer este tipo de
cosas. Es probable que algunas personas estén en desacuerdo con lo expresado
aquí, pero como siempre les pido que reflexionen un poco. No toda
representación artística de una cultura o una religión es discriminación ni
explotación cultural, ni la libertad de estar en diferentes posturas políticas
significa que todo lo que digas es cierto o mucho menos válido. Piensen en
ello.
Más humor para cortar un poco la malasangre.
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