Neurodiversidad: ¿inclusión o condescendencia?
“-¿Así que está mal sentir lástima por este
niño?
-¿Por qué sentir lástima por alguien que no
toma parte de las inútiles y banas formalidades que son absurdas, poco sinceras
y más aún, degradantes? Ese niño no tiene que fingir estar interesado en tu
dolor de espalda, en tus excreciones o en las pompas de tu abuela. ¿Te imaginas
cuán liberador sería tener una vida libre de las abrumadoras sutilezas
sociales? No me apena ese niño, lo envidio.”
Gregory
House, en Líneas en la arena (House 3x04).
En
una entrada anterior sobre el aborto en Colombia, comentaba sobre cómo, para algunas personas, tener
un niño con una discapacidad mental es una opción poco ética. Richard Dawkins comentó una vez al respecto sobre el
síndrome de Down, y eso le ganó la
ira de muchas personas. Para muchos, discutir sobre la condición de un
discapacitado mental es un tema tabú, y se ha llegado incluso al punto de que
otros consideran que ni siquiera se trata de una discapacidad mental, sino de
una forma diferente de funcionalidad: la neurodiversidad.
Bueno,
seguro el lector se preguntará qué es eso de neurodiversidad. Se lo explico: es
un concepto según el cual, la diversidad en las condiciones neurológicas del
ser humano surgen como parte natural de la variación genética de la especie, y
por ello, las llamadas discapacidades mentales no deben ser consideradas como
expresiones patológicas, pues esto es una visión cerrada y discriminatoria. En
un principio, fue acuñado para incluir a los miembros del espectro autista (voy
a asumir que el lector sabe lo que es autismo, aunque con frecuencia debo
explicar de qué se trata), pero con el pasar de los años otras condiciones
mentales se han ido agregando al concepto de neurodiversidad, tales como el
trastorno bipolar, la esquizofrenia, la dislexia, el síndrome de Tourette, los
desórdenes obsesivo-compulsivos e incluso la sociopatía y el mal de Parkinson,
entre otros.
El
término fue acuñado por primera vez por la científica social Judy Singer,
aunque fue publicado por primera vez en 1998 con otro autor. Si bien se usaba
en un principio para rechazar términos como enfermedad mental o discapacidad,
que eran considerados negativos y prejuiciosos, con el tiempo se fue adaptando
para incluir la promoción de sistemas de apoyo a los neurodivergentes, como servicios
de inclusión, desarrollo de tecnologías de comunicación y refuerzos de
preparación para una vida independiente. Todo esto en rechazo ante la inclusión
restrictiva en los parámetros sociales de los llamados neurotípicos. Sí, en
principio, la neurodiversidad tiene mucho de filosofía, pero con un dejo de
posmodernismo.
Pero
no sólo se trata de apoyo social. Dentro de los promotores de la
neurodiversidad, por ejemplo, se encuentra el movimiento por los derechos del
autismo, quienes sostienen que esta condición es una variación funcional y no
una discapacidad mental. Esto es particularmente conflictivo: por un lado, su
postura hace que estén naturalmente en contra de los delirios del movimiento
antivacunas. Sin embargo, hace que también rechacen las terapias tradicionales
para tratar las problemáticas del lenguaje y la conducta en el autismo, pues
las consideran incluso poco éticas. Por ello, son igualmente críticos en contra
de los que buscan los orígenes genéticos del autismo, incluyendo a los que
conciben buscar una posible cura.
En
el fondo, la medida parece bastante noble. Hay un hecho real, y es que las
personas con síndromes mentales han sufrido mucha discriminación a lo largo de
la historia. Muchos, por ejemplo, se mantenían dentro de sus casas, en
ocasiones incluso encerrados o encadenados, y ciertamente no eran mejor
tratados que un animal. Es importante reconocer eso, al igual que debe
reconocerse que aún hoy en día son personas que deben enfrentarse a la
incomprensión y al prejuicio, y en muchas ocasiones incluso a la incompetencia
de los profesionales de la salud.
Es
una lástima que, como suelo decir, la realidad siempre es mucho más complicada
de lo que parece. El concepto de neurodiversidad no está exento de críticas, y
muchas de ellas son válidas, viniendo incluso de individuos con diversas
condiciones mentales. Y si alguien quiere recurrir al típico argumento de “es
que tú no sabes lo que es eso”, más adelante haré unas observaciones al
respecto.
El
primer problema que enfrenta la neurodiversidad es que es un concepto
evidentemente sesgado, pues favorece en particular a individuos altamente
funcionales dentro del espectro autista, como los miembros del síndrome de
Asperger, o personas con casos leves de autismo. Una realidad triste es que
buena parte de las personas que padecen autismo nunca llegan a desenvolverse de
forma exitosa, incluso con terapias, y cerca de un tercio de los pacientes
nunca recuperan su capacidad de comunicarse. Y ya que estas personas no pueden
expresar apropiadamente sus pensamientos y deseos sobre el tema de la
neurodiversidad, no es representativo construir el concepto teniendo en cuenta
principal o únicamente a los miembros funcionales. Y eso sin comentar que, sin
la medicación adecuada, personas que padecen otras enfermedades que se incluyen
frecuentemente dentro de la neurodiversidad, como esquizofrénicos o bipolares,
son en muchos casos incapaces de relacionarse normalmente con otras personas, y
en algunos casos pueden incluso ponerse en riesgo a sí mismo y a la gente que
los rodea.
Otra
falla de los argumentos de la neurodiversidad es que, siendo un movimiento
basado en argumentos principalmente filosóficos, tiene una notable carencia de bases científicas. Se han observado alteraciones claras en la corteza
cerebral que se corresponden con anormalidades que se presentan durante el
desarrollo (información que, por cierto, refuta la hipótesis del mercurio de
los antivacunas). Esto también se ha observado en estudios neurológicos de
otras “condiciones neurodivergentes” como la esquizofrenia. Entonces, por mucho
que se quiera hacer ver que se trata de una variación genómica natural del ser
humano, lo cierto es que la evidencia es clara: son síndromes que pueden, en muchos casos, llegar a ser discapacidades. Esto se
corresponde igualmente con que, en el criterio médico, cualquier condición que
genere no sólo dificultades para relacionarse socialmente, sino también para
las actividades y desempeño diario del individuo, es una condición de salud.
Teniendo
esto en cuenta, la postura anti-cura de los promotores de la neurodiversidad es
sumamente inmoral. Si aceptamos que condiciones como el autismo son
invalidantes para sobrellevar el día a día, no sólo para la persona afectada
sino para los que se encuentran a su alrededor, es una aberración ética
pretender que la búsqueda de un tratamiento y una cura son ideas sobrevaloradas
y nada éticas. Sobrellevar un problema mental puede en muchas ocasiones ser una
carga y un sufrimiento para el paciente, y los familiares también pueden verse
impactados seriamente por ello. Si bien aún no hay cura para por ejemplo el
autismo, hay muchas terapias con las cuales se puede conseguir que un paciente
pueda desenvolverse de forma relativamente normal. Negarles todo eso a un
paciente y a su familia es cruel y vergonzoso.
No
es de extrañar, entonces, que entre los críticos del concepto de
neurodiversidad se encuentren no sólo familias de personas con casos profundos
de autismo, sino en ocasiones los mismos autistas, al menos aquellos que han
encontrado una forma de comunicarse. Uno de los más fuertes críticos es
Jonathan Mitchell, un autor y bloguero que padece de autismo, escribe como
parte de un pasatiempo, y considera que es necesaria una cura para este síndrome. Mitchell se opone a la visión de que el autismo es sólo una
variación natural de la funcionalidad de la mente, puesto que para él no es más
que una válvula de escape tentadora para las personas que odian admitir que se
trata de un problema, que la mayoría de autistas no tienen forma de expresar
sus opiniones al respecto, y que la neurodiversidad carece de una solución
adecuada para tratar a los autistas de baja funcionalidad. Tal como señala, el
autismo sí es una discapacidad, pues involucra no sólo déficits sociales
graves, sino además motrices. Es además crítico de la famosa autora autista
Temple Grandin, puesto que, como una autista de alta funcionalidad, a menudo
ella hace generalizaciones sobre la condición y experiencias de los pacientes del
amplio espectro autista. Como suele pasar con los críticos de movimientos de
inspiración posmoderna, Mitchell ha sido duramente criticado, comparado con los
nazis, e incluso ha recibido amenazas de muerte. ¿No se les hace eso familiar a
las reacciones cada vez más usuales del movimiento animalista?
Dicho
todo esto, pasemos a la experiencia personal. Como los lectores habituales
sabrán, tengo una hermana con Asperger. No parece tan dramático, tratándose de
un síndrome del espectro autista, excepto que ella es un caso
particularmente fuerte. Y se complica más, dado que nuestra familia es extraña.
Por los indicios, mi madre se ha dado cuenta que es muy probable que mi hermano
mayor y yo tengamos lo mismo, o al menos una forma atenuada. Compartimos los
mismos rasgos: dificultad para tener relaciones con otras personas, ausencia de
un acento, lo cual es especialmente notable siendo costeños (con eso y mi color
de piel, tengo que explicarle a alguien todos los años que no soy cachaco), una
forma particular de hablar con la gente, dificultad para comprender las ironías
y dobles sentidos (aunque a mi hermano y a mí nos va mejor con eso), una
personalidad tímida y pasiva (lo que hace que nuestros estallidos de mal humor
sean muy fuertes), y en muchas ocasiones una falta atroz de sentido común y
práctico. De ahí en más, cada uno tiene sus peculiaridades; de hecho, una amiga
me dijo alguna vez que, incluso entre sus amigos raros, yo soy raro, y no le
falta razón.
No
es tan divertido, en realidad. Particularmente para mamá. A ella le tocaba
lidiar con los tres cuando tenía que llevar a mi hermana a terapia de pequeña,
y aún hoy en día le damos muchos problemas (sí, tenemos papá, pero es justo
decir que quien ha sido nuestro mayor apoyo es nuestra madre). La relación con
mi hermana ha sido complicada, y a menudo discuten, lo que ha tenido un impacto
también en el resto de la familia. Además, cuando mi hermano se fue a estudiar
en otra ciudad, pasó una época muy difícil, y ocasionalmente choca con mamá por
eso; para rematar, al irse él yo, siendo el menor, también tuve que ayudar como
si fuera el mayor a controlar los exabruptos de mi hermana, y eso tiene su
huella. En síntesis, entre la personalidad y las crisis de mi hermana, y los
problemas y frustraciones de sus otros dos hijos, mamá ha tenido una carga muy
dura. Y ha sufrido. Y aún sufre. Por estas y otras razones
personales, no son pocas veces las que la hemos visto llorando. Para ser “simplemente
tres hijos” con problemas de interacción social, le hemos dado bastante lidia como
si fuéramos un solo hijo autista.
Ninguno
de nosotros es ajeno a la situación. Sabemos muy bien que las crisis que ha
tenido mamá, y la vida dura que ha tenido, es en buena parte por nosotros. Y
estoy seguro que, de preguntarle a cualquiera de nosotros, preferiríamos ser
personas comunes y corrientes. Cierto, somos inteligentes y enfocados en
algunas cosas, pero eso a veces parece pequeño cuando se le compara con las
dificultades que pasamos, y las que le hemos hecho pasar a ella. Y además, por
la vida de terapia de mi hermana he visto de cerca casos de autistas profundos
y otros síndromes o discapacidades mentales y cognitivas, y su vida y la de sus familias
nunca ha sido fácil, incluso cuando algunas han tenido una mejor posición
económica que nosotros. No hay nada envidiable en eso.
Así
que, en mi opinión, por muy noble que pueda ser el concepto de neurodiversidad,
la nobleza y las buenas intenciones tienen poco que ver con los hechos. Aun sin
tener que incluir mi experiencia personal, los hechos son claros: los
desórdenes del espectro autista, el Tourette, el trastorno bipolar, la esquizofrenia
y otras condiciones que intentan acunarse en la neurodiversidad son
problemas, y en muchos casos difíciles de manejar. Por muy políticamente
correctos que pretendamos ser, el Sol es imposible de tapar con un dedo.
Esto
no es una patente de corso para discriminar a las personas con condiciones
mentales y cognitivas, ni mucho menos para que se les considere menos que el
resto de la población. Pero, la mejor forma de empezar a respetar a estas
personas es dejar de tratarlas de forma condescendiente y zalamera. No necesitan
tu compasión: sólo tu comprensión y, de ser posible, tu ayuda. Yo no puedo
rechazar a una persona que quiera buscar una posible cura para el autismo o el
síndrome de Down, ni mucho menos llamarlo nazi o genocida, porque eso va en
contra de mis principios. Si de verdad lo que buscamos es el bien mayor,
generar el mayor beneficio para la humanidad, entonces la opción más ética es
tratar de reducir lo más posible los cuadros neurológicos, no sólo tratando
de buscar una cura, sino ayudando y guiando a las personas que ya las padecen a
que puedan desenvolverse de forma propia y balanceada entre los demás.
Que bueno encontrar alguien que tenga tanta comprensión general y vivencia particular del mismo
ResponderEliminarno se si es posible dar a conocer tu nombre para que hagamos de esto una herramienta seria que nos ayude a todos especialmente a las familias pues como bien lo reconoces sin el compromiso de ellos la vida seria mucho mas complicada
Muchas gracias por tu comentario. La verdad, por cuestiones personales prefiero de momento no dar mi nombre por aquí, pero si tienes interés en compartir mis opiniones no tengo problema con ello. Saludos.
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