Consideraciones sobre el aborto

Cuando estaba en primer semestre, en una materia de formación general, Competencias Comunicativas, nos pidieron hacer un ensayo sobre la entonces relativamente reciente despenalización parcial del aborto en Colombia. Fue hace tanto tiempo (estamos hablando del 2008), y escrito en un medio tan perecedero como una hoja de cuaderno, que lo perdí. Sin embargo, debido a algunas circunstancias recientes, he decidido rescatar algunas de las ideas originales de ese trabajo, al igual que agregar unos pensamientos adicionales.



Debatir sobre el aborto es complicado, porque es tocar enfoques un tanto abstractos e incómodos como el inicio de una potencial vida, la “santidad” intrínseca de la vida en sí y los límites de los derechos individuales. Incluso podríamos mencionar, como hacen muchos, la ternura que inspira la inocencia de un niño (a pesar de que luego muchos lo hacen bautizar por nacer pecador), pero eso me parece un juego tramposo de sentimentalismo en el que no voy a caer. Sea cual sea la razón, lo cierto es que es necesario siempre discutir este tipo de temas, porque la ignorancia y el silencio al respecto hace que se caricaturicen y satanicen, especialmente por la gente sin escrúpulos.

Primero lo primero: dejemos de lado los argumentos religiosos. En una discusión como esta, que tiene implicaciones legales y políticas, debe recordarse por enésima vez que Colombia es un estado laico, y no se pueden tomar decisiones públicas basadas en creencias personales no comprobables. Siempre es duro escuchar esto, pero el lector creyente debe entender que su visión religiosa no abarca a todas las personas dentro de un Estado, y por ello no se le pueden imponer a los demás. Si le parece que el aborto es un pecado terrible, es cosa suya, pero no pretenda recriminar a los que no comparten su visión.

Aun cuando se acepta el respeto por la vida (que no su santidad), debe tenerse en cuenta que, en el ámbito legal, es difícil hablar de asesinato en un aborto. Un embrión no es lo mismo que un feto: es un estado temprano de desarrollo, una potencial vida nueva altamente susceptible de morir (se estima que uno de cada cinco embarazos termina en un aborto espontáneo en las primeras semanas). Incluso cuando ya es feto, aún hay una probabilidad notable de perder el bebé de forma natural. Es por ello que el aborto, de ser legal en cualquier caso, suele ser permitido sólo durante el primer trimestre; algunas personas, considerando que el desarrollo del sistema nervioso y la recepción de dolor del feto se desarrolla más o menos hacia la semana 26, sugieren que pueda ampliarse hasta el segundo trimestre; y de hecho, no es raro que en otros países se presenten abortos hacia el final del segundo trimestre.

Finalmente, debo señalar que, al menos en Colombia, un ser en gestación no es considerado legalmente persona a menos que pueda sobrevivir por fuera del cuerpo de la madre, cosa que ocurre aproximadamente hacia el séptimo mes. Por tanto, un embrión/feto carece de sustrato legal como persona: técnicamente no tiene derechos. Y en cualquier caso, se encuentra realizando un cambio fisiológico y psicológico en el cuerpo de una mujer, muchas veces con consecuencias fuertes y/o negativas. Es por ello que el derecho de la mujer prima sobre el no-derecho del embrión/feto.

Dicho todo esto, mi postura original sobre el aborto es de apoyo total, aunque haciendo algunas observaciones en los casos despenalizados en Colombia.

Riesgo para la salud física y/o mental de la madre. Probablemente este sea el menos discutido de los tres casos permitidos. Como dije anteriormente, la gestación implica un gasto considerable de energía y unos cambios fisiológicos importantes que generalmente afectan la salud de la madre en mayor o menor medida. Muchos embarazos terminan siendo de alto riesgo. Y es aún peor cuando se trata de un embarazo que pone en peligro la vida de la mujer, como por ejemplo un embarazo ectópico. Si la gestación pone en gran riesgo la salud y vida de la mujer, hay que ser un cretino moral para pretender que se le obligue a continuar con un embarazo que probablemente no sea viable, a costo de su propia vida. Y nuevamente, es muy inmoral creer que una posible vida nueva tiene más derechos que una vida ya formada que además se encuentra en riesgo por esa posibilidad de vida.

Malformación del producto. Aquí las cosas se ponen un poco más complicadas. La sentencia de despenalización del aborto en Colombia deja claro que este segundo caso sólo es legalmente viable si el embrión/feto sufre de una malformación que hace inviable su vida fuera del útero. En otras palabras, si la condición de malformación que sufre el producto aún permite que sobreviva fuera de la madre, el aborto es improcedente. Cuando escribí el ensayo original, señalé que al final, es decisión de los padres si quieren o no dar a luz un hijo con malformaciones, aun si no ponen en riesgo su vida tras el parto, y si están dispuestos a cuidarlo, eso debía ser considerado noble.

No obstante, ha pasado mucho tiempo desde ese ensayo, y he madurado mis pensamientos como para cuestionar esto último. El problema con el segundo caso despenalizado es que no tiene en cuenta que una malformación que no haga inviable la vida del feto fuera de la madre puede, en muchas ocasiones, ser incompatible con su derecho a una vida digna. Hace unos años, Séptimo día presentó un caso de una niña que nació con espina bífida e hidrocefalia. La madre tenía intenciones de poner término a su gestación, pero los médicos le dijeron que no era posible, ya que sus malformaciones no eran incompatibles con la calidad de vida. La madre se vio obligada a dar a luz, pero como resultado la bebé no podía caminar, requería de respiración asistida, y para colmo sus riñones estaban próximos a fallar. No hay nada noble en obligar a una pareja a tener una niña con problemas tan serios, y pensar que vivir en una cama con problemas médicos tan graves es calidad de vida es cosa de imbéciles.

Teniendo en cuenta lo anterior, muchas personas consideran que la opción de aborto por malformación debe ser ampliada para abarcar cualquier alteración o discapacidad que comprometa la capacidad del bebé para desenvolverse de forma independiente en su vida adulta. Después de todo, también es difícil hablar de respetar el bienestar de la persona, cuando se le obliga a vivir una vida en la que va a depender permanentemente del cuidado de sus padres y otros parientes, y puede ser aún peor si termina viviendo más que ellos, tal como tuvo que responder Richard Dawkins a raíz de la polémica ante un descuidado, si bien no malintencionado, mensaje en Twitter. Si se es una persona realmente moral, la elección moral es no tener un bebé con discapacidad. Sé que suena terrible, especialmente cuando se está hablando de una discapacidad mental, pues siempre vemos los casos excepcionales donde estas personas pueden destacarse, pero debe recordarse que, dado que muchas veces estos son, precisamente, casos excepcionales, no pueden ser tomados como norma. Y en muchos casos, las personas con discapacidades mentales son vocales en que, de ser posible, elegirían no sufrir estos problemas (en una próxima entrada ampliaré este tema).

Violación. Para algunas personas que respaldan la despenalización en Colombia, este es un caso que no debería permitirse, pues no implica riesgo de vida para la madre o el producto. Esto es una visión bastante estrecha de lo que implica un embarazo: nuevamente, el embarazo no sólo implica cambios físicos, sino también psicológicos, y estos deben tomarse en cuenta a la hora de analizar el estado de salud de la futura madre.

Como se sabe, las reacciones a un abuso sexual varían de víctima a víctima, e igualmente varían las sensaciones ante un embarazo producto de una violación. Algunas preferirán llevar el embarazo hasta el parto, pues consideran que no es culpa del futuro bebé haber sido producto de un crimen; otras prefieren interrumpirlo, pues ese embarazo es un recordatorio repugnante de la vejación que sufrió, y es una lesión constante de su salud mental. Nuevamente, la decisión de tener o no el bebé pertenece a la madre.

Como con el segundo caso, alguna vez pensé que decidir tener a un bebé a pesar de las circunstancias de su concepción es una señal de fortaleza de la madre. Aún lo creo; sin embargo, no por ello pensaba que la mujer violada no debe tener el derecho de optar por interrumpir su embarazo, y tampoco lo creo ahora. No hay manera no abominable en que se pueda forzar a una mujer a mantener un embarazo que le produce un trauma psicológico, y si ella decide que no puede mantener una posible vida nueva en su vientre a costo de su salud mental, entonces uno no es quien para pretender que es su deber continuar con el embarazo. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que el tercer caso de despenalización contempla casos como el incesto. ¿Usted de verdad cree que una víctima de un crimen tan atroz debe mantener su embarazo hasta el final en contra de su voluntad? ¿Y qué pasa cuando son menores de edad? No son pocos los casos en el continente donde se le ha negado un aborto a una menor de edad abusada, lo que en su caso tiene no sólo consecuencias psicológicas, sino también físicas. ¿Realmente eso sería ético?

Fuera de los tres casos despenalizados en Colombia, ¿creo que el aborto debería ser legal en cualquier circunstancia? Sí, por supuesto. Primero, porque nuevamente, es absurdo obligar a una mujer a mantener un embarazo que puede tener consecuencias físicas, mentales y socioeconómicas en su vida, especialmente cuando es una madre adolescente o soltera, y segundo, porque los miles de casos de muerte durante un procedimiento de aborto se dan casi exclusivamente en sitios ilegales; con la legalización completa, esos centros clandestinos desaparecerían, y las mujeres tendrían la opción de interrumpir su embarazo en una clínica con las condiciones adecuadas.

Claro, probablemente haya personas que dirán: “¡Pero los jóvenes tienen que responder por las consecuencias de sus actos!” Ah, ¿y usted va a obligarlos a eso? Es curioso que la mayoría de las personas que quieren que una madre menor de edad lleve a “feliz término” su embarazo sean las que nunca adoptarían un niño, y que nunca ayudarán a dicha madre. Eso tiene un dejo de venganza cruel que de justicia humana. Hoy en día es muy claro que tener un bebé durante la adolescencia, o sin tener una carrera o profesión, está muy relacionado con la pobreza. Con frecuencia, una madre adolescente nunca podrá superar las condiciones económicas en que se encuentra, y en no pocos casos difícilmente llega a educarse por completo. Pretender forzar a una mujer a una vida con alto índice de fracaso es una bajeza moral.

Finalmente, puede que algunos señalen el supuesto síndrome post-aborto como una razón para rechazar su despenalización. En realidad, la evidencia científica ha dejado en claro que no es más probable que una mujer que se realice un aborto sea más susceptible a problemas psicológicos que aquellas que presentan un embarazo completo, y que de hecho, las probabilidades de sufrir de depresión u otras condiciones relacionadas dependerán de si es un embarazo deseado o no, de sus condiciones sociales, y de las visiones conservadoras que la madre o aquellos a su alrededor tengan. En otras palabras, el problema no sería tanto el aborto en sí, sino las condiciones sociales, económicas y mentales en las que ella se encuentre antes o durante este proceso. Y eso significa, también, que acosar a las mujeres que toman la decisión de adoptar desde una postura religiosa sólo contribuye a crearles verdaderos problemas mentales.

Como siempre, aquellos que estén en desacuerdo con lo expuesto aquí pueden tomarse un momento para reflexionar sobre lo que acaban de leer. En un todo, no es ni a usted ni a mí a los que nos corresponde decidir sobre el cuerpo de una mujer: dicha decisión le pertenece exclusivamente a ella. No podemos confundir la vida de un bebé con la potencial vida de un ser que ni siquiera es capaz de sobrevivir por su cuenta, y mucho menos podemos forzar a una mujer a que lleve su embarazo a costa de su salud física y mental y de su estabilidad económica y emocional. Eso, simplemente, es una inmoralidad.

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