Por la irreverencia cultural
La
semana pasada, nos enteramos que dos mujeres dalit (intocables) de 15 y 23 años
en el estado Uttar Pradesh, en India, fueron condenadas por un consejo local de
ancianos de una casta superior a ser violadas y expuestas desnudas en público. ¿Su crimen (si es que tal castigo puede siquiera
considerarse)? En realidad, ninguno -de hecho los consejos de ancianos en India
no tienen validez jurídica-. Su “castigo” viene porque su hermano tuvo
relaciones con una mujer casada y huyeron del pueblo. En otras palabras, ellas
deben pagar por los actos de su hermano.
Inmediatamente
muchas organizaciones de derechos humanos protestaron en el mundo ante tal
barbaridad. Amnistía Internacional lanzó una campaña para pedirle al Estado de
la India que proteja a las dos mujeres. Lo curioso del asunto es contemplar el
silencio de todos esos relativistas culturales que afirman que cada cultura es
diferente, y que no podemos juzgarlas desde nuestra perspectiva occidental.
Pensar en esto me hace darme cuenta que se necesita algo de irreverencia -no,
no la irreverencia sin cerebro de muchos jóvenes- hacia la cultura y tradición
de otros pueblos, y especialmente hacia las absurdas pretensiones de los
relativistas.
Pido
disculpas de antemano si el presente texto se hace rudo en ocasiones, pero es
casi imposible dirigirse de forma amable hacia defectos de razonamiento tan
patentes como el relativismo y la subjetividad al analizar una situación.
Durante
mucho tiempo hemos vivido engañados bajo un doble rasero que nos permite hacer
distinciones a la hora de emitir juicios sobre una costumbre o acto cultural,
dependiendo del pueblo que la lleve a cabo, incluso aunque son semejantes, sin
percibir que eso tiende a ser condescendencia o discriminación soterrada, o
incluso peor: la justificación de muchas violaciones de derechos humanos. Y eso
debe terminar pronto.
¿Es
realmente comparable la burka con el bikini como instrumento de opresión, siendo que una prenda
siempre es usada por decisión propia, mientras que la otra es generalmente
impuesta? ¿Por qué creemos que los sacerdotes que aseguran que los desastres
naturales ocurren por la homosexualidad de la gente son crueles charlatanes, pero consideramos que los
wiwa de la Sierra son autoridad cuando afirman que un rayo que mató a los suyos
es retribución de la naturaleza? ¿Por qué criticamos a los farsantes que dicen que
pueden interpretar los sueños para conocer nuestro futuro, pero aceptamos que
los wayuu tengan un sistema judicial donde las agresiones en sueños pueden
incluso considerarse una ofensa real? ¿Cómo podemos permitir que en India aún
se discrimine a las personas con base en un sistema de castas, y que dos
mujeres sean condenadas a vejación por un crimen que ni siquiera cometieron?
Y
sobre todo, ¿por qué nos resistimos a insinuar que tales sociedades son menos avanzadas
o mejor dicho, más primitivas que la nuestra?
Sí, exactamente así te ves cuando lo defiendes.
Digamos
que es comprensible nuestra reticencia. Aún cargamos con un sentimiento de
culpa atávica. La Conquista, el colonialismo, llevan a cuestas un pasado brutal
y opresor que es imposible de ignorar -aunque no es que, por ejemplo, los mayas
o aztecas fueran muy diferentes-. La industrialización definitivamente ha tenido
un impacto muy negativo en el medio ambiente, y amenaza a largo plazo nuestra
propia supervivencia. Con tales cosas, no parece sensato enorgullecernos de
nuestra sociedad moderna. Es por todo lo anterior que, de repente, los
relativistas culturales creen que no tenemos ninguna clase de autoridad para
juzgar las expresiones culturales de otros pueblos, por injustas o atroces que
puedan ser.
El
problema es que esta es una enorme falacia. Al razonar de esta manera, estamos
ignorando que nuestros logros culturales, nuestros avances, sobrepasan por
mucho los errores y crímenes que se hayan cometido en el pasado. Logramos
superar la influencia de las supersticiones y la religión a través del uso de
la razón, y gracias a ello nuestra sociedad alcanzó en pocos siglos lo que tal
vez le hubiera tomado muchísimo más tiempo. Logramos crear una declaración de
derechos fundamentales, no con los designios de un creador universal, sino
usando la razón para comprender aquello que debe protegerse en cada ser humano,
aquello que debemos respetar en nuestras interacciones. Derechos que muchas de
esas culturas que neciamente protegemos bajo la premisa del relativismo
cultural violan con bastante frecuencia -si quieren un ejemplo de sociedades
grandes que no tuvieron una Ilustración, basta con voltear a Oriente Medio-.
Las culpas atávicas sólo generan condescendencia y subjetividad cuando se
intenta razonar, y esa es la receta perfecta para un deficiente análisis
crítico de los hechos.
Decir
que nuestras sociedades son más avanzadas por los logros que hemos alcanzado,
sean tecnológicos o culturales, no es cuestión de racismo. El racismo implica
una inferioridad biológica, y no es lo que yo estoy afirmando aquí.
Simplemente, las sociedades europeas presentaron circunstancias históricas,
ambientales, entre otras, que les permitieron desarrollarse hasta un estado
mucho más avanzado que sociedades indígenas o tribus africanas. Puede decirse
que, efectivamente, esas sociedades son más primitivas, pero esto no es
discriminarlas, sino simplemente comprender que se encuentran en un estado de
desarrollo mucho menor al que podrían alcanzar.
Y
no, señores: ni las costumbres ni las
tradiciones culturales merecen respeto. Se respeta que las personas decidan
seguirlas -hasta cierto punto-, pero eso no las hace inmunes de ser
cuestionadas, criticadas o ridiculizadas, especialmente si involucran lesionar
a terceros, si terminan violando sus derechos fundamentales. Pecar de subjetivo
y condescendiente cuando se analiza la conveniencia de mantener las tradiciones
de algunos pueblos es muy peligroso, pues es ignorar e incluso permitir que se
violen derechos humanos. Y lo podemos ver: hombres en muchos países de Asia que
se casan con niñas que ni siquiera alcanzan la pubertad; ablaciones de
clítoris; mujeres condenadas a la lapidación; criminales azotados y torturados;
homosexuales condenados a la horca. Ejemplos hay muchos. Y ninguno merece
reverencia alguna. Sea occidental, africano, indígena, asiático, etc., ninguno
de ellos merece que se respete su cultura si esta implica sufrimiento o
irracionalidad.
En
muchas de estas atrocidades es difícil intervenir, puesto que muchas se
encuentran en países que las tienen claramente establecidas en la ley (por
ejemplo, los países musulmanes). No obstante, en otros países, donde lo que
existe son jurisdicciones especiales, es más sencillo: las leyes del país se aplican a todos sus habitantes. No puede
haber nadie por fuera de ello, por mucho que su pasado haya sido difícil. Los
sentimentalismos no pueden, y no deberían, ser carta blanca para aceptar
tranquilamente cualquier discriminación o violación a los derechos humanos
dentro de una comunidad. Y no, no estoy hablando de imponerse por la fuerza, sino de educar, de integrar adecuadamente a nuestra sociedad a todos esos pueblos a los que tercamente insistimos en mantener aislados, como en una caja de cristal.
La
conclusión en sencilla: si de verdad queremos que casos tan repudiables como el
de las jóvenes en India termine, tenemos que ser honestos y consecuentes con
nuestra intención, y dejar de pensar que no podemos juzgar a otras culturas
desde Occidente. Después de todo, si no se pueden juzgar los actos de otros
desde la lógica relativista, ¿por qué criticar las expansiones colonialistas?
¿Por qué aborrecer a Hitler? ¿Por qué cuestionar la Conquista misma? La premisa
se cae sola por su propio peso.
El
paso fundamental para lograr construir una humanidad más democrática, más
respetuosa, es precisamente ser irrespetuoso a las costumbres que no merecen
respeto. Es un proceso duro, es difícil, pero crear un cuerpo común de valores
y reglas es muy necesario si de verdad se quiere crear una sociedad ideal, a
diferencia de los relativistas culturales, cuyo proteccionismo por el multiculturalismo permite que tantos actos irracionales y crueles sobrevivan
hasta nuestros días.
Gran articulo!
ResponderEliminarMuchas gracias, Gabriel.
EliminarRecibir eso de Gabriel Andrade es un mérito, y tiene razón, es bastante bueno.
Eliminar¡Muchas gracias! Sí, eso le comenté en Facebook. Es cosa de orgullo saber que mis reflexiones llegan a pensadores de ese nivel.
EliminarTendre que seguir el blog del Dr. Andrade parece.
ResponderEliminarUna buena experiencia.
EliminarUna observación: la segunda pregunta del quinto párrafo se lee de manera extraña, como si faltara una parte.
ResponderEliminarCorregido. ¡Muchas gracias!
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