¿Por qué ‘Orgullo’ LGBT+?

 

Por si no lo han notado por las banderitas arcoíris, estamos en el Mes del Orgullo LGBT+. Un mes en el que la comunidad de minorías sexuales e identitarias recuerdan y celebran las luchas que han enfrentado por décadas para ser reconocidos como seres humanos. Un mes que busca seguir haciendo ruido y poniendo sobre la mesa los derechos de las minorías sexuales, que puedan tener un espacio verdadero en la sociedad.

En esta época, no son extrañas las críticas a la comunidad LGBT+, y entre ellas una recurrente sobre el uso del término “orgullo”. Los argumentos suelen venir de parte de gente religiosa y homofóbicos de derecha, quienes acusan que el orgullo es un pecado, o que no hay por qué sentir orgullo de acciones pecaminosas y antinaturales; en los casos más tenues, que si naces así pues no es motivo de enorgullecerse. Lo peculiar este año es que también he visto a algunos en la izquierda afirmando que “orgullo” es un término de connotaciones negativas, y que debería ser reemplazado por una palabra más positiva.

Ambas líneas argumentativas me parecen equivocadas, por motivos a veces diferentes y muchas veces superpuestos. De hecho, sería fácil recurrir a la polisemia del término “orgullo” para deshacernos de la mayoría de las críticas. Pero para que esta entrada sea un poco más didáctica, tenemos que explicar con detalle cada uno de los argumentos en contra de este término.

Por supuesto, el argumento de la derecha religiosa es quizá el más simple: el orgullo es, en palabras de Ken Ham, “el pecado humano por excelencia”. Nos creemos superiores a Dios, y por ello vagamos entre vicios y perversiones. Bajo una clara posición negativa y patologizante, este tipo de personas encuadran la diversidad sexual como una serie de pecados elegidos, fruto de la arrogancia y la ignorancia sobre Dios. Por lo tanto, el Mes del Orgullo no sería más que la celebración del pecado.

Detalle de la Mesa de los siete pecados capitales, de El Bosco, representando la soberbia.

Relacionado con lo anterior, personajes como Jordan Peterson han expresado que la diversidad sexual no es más que puro hedonismo, pues al fin y al cabo se trata de relaciones que no conducen a la reproducción –imagino que no consideran mucho a las parejas bisexuales y trans-. No son explícitos en que se trate de un pecado, pero sí consideran que se trata de acciones egoístas, y por lo tanto el Mes del Orgullo es una celebración del egoísmo.

Otro argumento en apariencia menos grosero es lo que lo llamaría, a usanza de George Carlin, el “accidente genético”. En este argumento, si naces como una persona homosexual, pues en realidad no tienes nada de qué enorgullecerte, ya que no es algo que dependa de ti, ni surge a partir de logros o acciones de tu parte, como lo sería en contraste ganar una carrera deportiva o graduarte de tu profesión. Es un argumento de todos modos irrespetuoso, pero a diferencia de los anteriores, al menos llega a reconocer que la orientación sexual y la identidad son algo de nacimiento.

Reunidos los argumentos conservadores contra el “Orgullo LGBT+”, hay que hablar de los que vienen desde la izquierda progresista. Uno en particular critica el concepto por considerarlo un enfoque individualista. Puesto que el orgullo está, después de todo, relacionado con la valoración del propio individuo, se puede convertir en una sobrestimación de las propias capacidades de la persona, y esto se convierte en una expresión del pensamiento individualista que tantos estragos ha generado en el tejido social de varios países, al dar prioridad a los intereses individuales antes que al bienestar colectivo.

Otro en contra del orgullo lo hace porque considera que da un excesivo énfasis a la identidad. Esta no es una crítica exclusiva hacia la comunidad LGBT+: es algo que también se hace con movimientos racializados, activismos de discapacitados, entre otros. En el caso que nos ocupa, se cuestiona que el énfasis en identidades específicas dentro de la comunidad genera conflictos internos sobre las características que lo componen, de tal modo que se aísla o ve con desconfianza a quienes no se consideran suficientemente disidentes a nivel de sexualidad: una obsesión por la pureza identitaria, el orgullo por la propia identidad antes que por la integración colectiva. De ahí que, por ejemplo, muchas lesbianas –sobre todo políticas- cuestionen las elecciones de las mujeres bisexuales, que algunos LGB rechacen la presencia de las personas transgénero, o que a los asexuales se les mire como absurdos.

Una vez enumeradas las objeciones, hablemos entonces del orgullo en concreto, y cómo lo entendemos. Es un poco gracioso que la mayoría de los ataque se centren directamente en las connotaciones negativas del orgullo, cuando tanto en español como en inglés tiene varios significados, entre ellos de “Sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida” (español) o “una autoestima razonable: confianza y satisfacción en uno mismo” (inglés). Y sé que a algunos podría molestarle que cite definiciones de diccionario, pero recordemos que estos recogen el uso que le damos a las palabras. Y somos lo bastante maduros para saber que cuando alguien dice “Me siento orgullosa de ti, hijo” o “Me enorgullece haber alcanzado esta meta”, no lo está haciendo desde una posición de arrogancia.

Podrían decirme que existen otras palabras para definir esos sentimientos, como autoestima o dignidad. ¿Pues qué creen? Podría decirse lo mismo del orgullo en el que piensan. ¿Por qué no reemplazarla por su sinónimo, soberbia, que resulta siendo mucho menos ambiguo? Una objeción sería que orgullo es un término que ha tenido por mucho tiempo un significado concreto de advertencia acerca de nuestra conducta, y debería por lo tanto mantenerse así, con su connotación negativa. Eso sería rechazar de forma tajante que el lenguaje evoluciona, el uso que le damos a las palabras cambia y se adapta a los requerimientos de sus hablantes; es como jugar a la falacia etimológica, al creer que las palabras tienen un solo significado y uso, inalterado e inalterable.

Y no es como que esto se trate simplemente de interpretaciones modernas. Aristóteles ya distinguía entre ser magnánimo (“un extremo con respecto a la grandeza, pero es un medio en relación con lo que es debido, porque sus pretensiones son conformes a sus méritos” – Ética para Nicómaco) y ser vanidoso. Los estoicos hablaban de sentir orgullo sólo por aquellas cualidades inequívocamente tuyas: pensamientos, impresiones, acciones, en lugar de bienes o atributos ajenos. Son conceptos muy cercanos a los que en psicología se distinguen como orgullo verdadero (logros específicos y esfuerzos dedicados hacia ellos) y orgullo hubrístico (autoevaluación del ser), ambos con distintas tendencias de conducta y objetivos: el orgullo verdadero se relaciona con logros, alcances, confianza y un sentido de valor y respeto propios, mientras que el hubrístico está más relacionado con dominancia jerárquica y validación social, es decir, lo que entenderíamos como soberbia.

¿De qué hablamos entonces cuando decimos “Orgullo LGBT+”? De la reivindicación, de la dignidad. Hablamos de décadas de discriminación, de persecución, de ser señalados como enfermos y aberrados. Hablamos de reconocer que las sexualidades diversas son una parte natural del ser humano. Pero sobre todo, de que cada individuo en la comunidad pueda reconocer y aceptar una parte de sí mismo, sin que se le empuje a sentir vergüenza, asco o desprecio por quien es. Que no tiene por qué esconderse, permanecer diluido en los rincones de la sociedad.

El orgullo LGBT es la experiencia común de aquellos que han sido históricamente perseguidos y rechazados: es aferrarte a tu propia dignidad, a aceptar que vales como ser humano, y que mereces salir con la cabeza en alto, sin humillaciones ni temor. Es el reconocimiento a aquellos que lucharon contra las autoridades, que se negaron a ocultarse, y a quienes siguen haciéndolo en el presente. No hay arrogancia en reconocer esto. Tampoco se trata de un rasgo exclusivo de las minorías sexuales: el orgullo como dignidad y reivindicación es también parte del activismo de otros grupos históricamente rechazados, y ha dado lugar a movimientos culturalmente importantes como el Nuevo Ateísmo y el paradigma de la neurodiversidad.

¿Puede surgir arrogancia en la comunidad? ¡Por supuesto! En este blog he hablado de las divisiones que han surgido dentro de los movimientos LGBT+, por parte de gente que quiere primar su identidad por encima de otras, o rechazar y negar estas últimas. Pero rechazar el concepto de orgullo en sí no sólo es rechazar su propia historia de combate y disidencia, sino también ignorar la motivación más importante: el respeto propio, la dignidad y el amor por una parte de ti que históricamente ha sido motivo de repudio y oprobio. Ese sentimiento común es lo que debería ayudarnos a seguir fortaleciendo los vínculos entre todos los actores de la comunidad LGBT+.

¿Quizás podríamos reemplazar “orgullo” por otra palabra similar de significado exclusivamente positivo, como “dignidad”? Podría ser. Pero la verdad es que la insistencia en asociar el término a su significado más negativo posible tiende a indicar más los sesgos particulares de la persona que argumentos realmente fundamentados. Aunque no me cerraría del todo a la posibilidad, dado el significado polisémico y lo que ya he explicado a través de esta entrada sobre el valor del término para la historia y el activismo LGBT+, tanto pasado como presente, no encuentro ni probable ni necesario que ese reemplazo ocurra en poco tiempo.

Puede que a algunos no les parezca necesaria esta conversación. De mi parte, como suelo decir, considero que siempre vale la pena hablar de cosas que damos por bien entendidas, para que más gente pueda llegar a comprenderlas. Esta fue precisamente una oportunidad para explicar bien el uso de un término que para algunos puede resultar controvertido, pero que para muchas es fundamental para explicar la aceptación y reconocimiento de su identidad y experiencia.

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