El pez de Einstein (II): hikikomoris y políticos


Introducción

Sin proponérmelo siquiera, una de las entradas más leídas del blog fue una donde analicé el mal enfoque que muchos suelen darle a una supuesta frase del físico Albert Einstein. Me llovieron varios comentarios y críticas al respecto, pero también apoyo de muchos que comprendieron qué era lo que yo intentaba transmitir, más allá de las exaltadas oraciones de ese texto: no está mal enfocarnos en nuestras mejores aptitudes y talentos, pero saber al menos lo esencial en otras áreas del conocimiento es importante en igual manera si queremos no sólo ejercer mejores juicios racionales, sino también desenvolvernos con éxito en la vida.

A casi cuatro años de escribirla, es necesario hacer unos comentarios adicionales al respecto, no sólo para definir mejor algunas situaciones particulares que quedaron mal entendidas, sino también para seguir explorando los alcances de la gratificación de la mediocridad en estos tiempos tan aciagos para nosotros, donde a menudo buscamos a alguien que actúe con rapidez, y no siempre fijándonos en que actúe con certeza. Pero ya lo iremos definiendo.

Y ya verán que hay más verdad biológica en esta caricatura que en la dichosa frase.

Había visto por ahí una imagen de un cartel que hablaba de que los niños que quieren ser músicos no necesitan matemáticas, o algo así, de esos que intentan generar un apoyo a los talentos particulares de una persona mientras que desestiman un conocimiento básico, pero por desgracia no la he vuelto a encontrar. Eso sí, me fijé en que no soy el único que encuentra peligroso ese mensaje. Es que en serio, está muy bien cultivar en los estudiantes sus mejores aptitudes, sea en el deporte, la música, la química, la pintura, o cualquier campo X. Sin embargo, la educación contiene un núcleo de áreas del conocimiento por una razón: son áreas importantes para desarrollar un pensamiento racional general y el conocimiento suficiente para, al menos, cuestionar afirmaciones de los charlatanes, como la MMS o la irradiación interna con rayos ultravioleta (sí, tocaré de nuevo a Trump, y ahora con más solidez), que no necesitan un doctorado en ciencias, sino al menos una instrucción básica para ponerse en duda.

Aterrizando las ideas

De las críticas más frecuentes con respecto a mi análisis, la principal fue que yo estaba ignorando el trasfondo de la cita, que es no menospreciar a una persona por tener deficiencias en un área que no domina bien, y permitírsele desarrollar sus fortalezas. Eso no es del todo cierto, pues tal como lo dije en esa misma entrada, “tiene cierto grado de verdad, aunque no el que le suelen dar algunas personas”. Quizás fue necesario profundizar un poco más al respecto, pero en general sí: está mal menospreciar a alguien por una deficiencia en un tema que no domina o limitar sus aptitudes, a menos que esa persona no sólo tenga una posición notable, sino que además se empeñe en popularizar su ignorancia (digamos, por ejemplo, el caso de María Fernanda Cabal que recién analicé, o el de Trump que mencionaré ahora): en esos casos, es requerida una crítica fuerte a dichas personas.

Jamás he dicho que uno no deba explotar sus fortalezas, y si acaso lo di a entender en aquella entrada lo lamento: de hecho, es de las mejores cosas que uno puede hacer en pos de su paz mental o su realización personal; por eso me dediqué a la biología, y por mucho tiempo estuve trabajando en taxonomía de tardígrados. Lo que sí creo, y he visto mucho, es que en estos tiempos hay personas que miran mal el que, por ejemplo, un chico talentoso con el balón tenga malas calificaciones en historia o matemáticas, porque ese no es su fuerte, y no debería presionársele con tales materias. Y ahí yo entro en desacuerdo como en un 70%: no es mentira que el sistema educativo actual de una vasta cantidad de países es deficiente en su forma de evaluación, y ha provocado que los alumnos se enfoquen más en memorizar de forma metódica y sacar buenas notas que en comprender la información y aplicar lo aprendido. Sin embargo, eso no justifica dejar de lado la búsqueda de un conocimiento mínimo o básico en diferentes áreas, porque esto es importante si se busca un éxito pleno en la vida, o por lo menos ser algo más que esa especialidad en la que buscas enfocarte. ¿Hay en verdad una felicidad plena en tener cinco Balones de Oro o ser un actor y comediante reconocido, cuando crees que las vacunas causan autismo, o que la literatura es una pérdida de tiempo? No sé, yo lo veo muy lejos de un ideal serio de vida.

Sí, Jim Carrey es un ejemplo tristemente célebre de esto.

Un ejemplo personal: mi enfoque siempre ha sido la zoología, y en el pregrado me dediqué de lleno a la taxonomía de tardígrados. Sin embargo, desde que estoy en Chile, por cuestiones de guía académica y disposición de trabajo, me he tenido que dedicar no sólo a un grupo animal alejado de los tardígrados, sino además en un medio acuático, algo muy lejano de mi énfasis en la carrera de biología; eso implica que he tenido que profundizar en temas de genética de poblaciones, corrientes oceánicas y efectos de la dinámica intermareal en determinadas adaptaciones de los organismos de ese sistema, algo que no estaba en mis principales aficiones y ni siquiera es mi campo de especialidad. No ha sido un trabajo fácil, pero entiendo que si uno quiere graduarse con un determinado título, a menudo debes combinar tu afición con otras áreas del conocimiento que pueden no interesarte, pero que son fundamentales para un proyecto robusto de investigación; y si quiero además poder dedicarme a futuro a las cosas que me gustan, tengo que tener una disposición más amplia de trabajo. ¿Debería entonces limitar mis aspiraciones por el temor a no poder trepar esas nuevas ramas?

El drama asiático

Explorando un enfoque negativo de mi planteamiento sobre los peces y la mediocridad, uno de los ejemplos más duros de presionar a los jóvenes al éxito en cada campo del saber es el caso de los hikikomoris de Japón. Este es un fenómeno un poco difícil de comprender para nosotros, y a menudo se le puede confundir con los llamados “ninis” o “NEETs” (bueno, técnicamente un hikikomori es un nini, pero un nini no suele ser un hikikomori), pero si bien no es exclusivo del país nipón, es más prevalente allí que en otro país. Un hikikomori es un adolescente o adulto que se aísla de forma extrema del mundo exterior, recluyéndose en su habitación por más de seis meses; a menudo, pueden pasar años sin salir de casa, y se ha sabido de casos donde la familia incluso debe construirles una cocina adjunta. Tienen pocos o ningún amigo, y la mayor parte del tiempo la pasan durmiendo o jugando. A menudo se les estereotipa también con los otakus, debido a que tienden a desarrollar actividades obsesivas como la acumulación de productos de manga y anime, y por razones puntuales a la historia reciente de Japón no suelen ser representados de forma positiva en los medios.


No hay un acuerdo general sobre las causas de la prevalencia del comportamiento hikikomori en el país de los cerezos. Algunos asocian sus rasgos conductuales a condiciones neurológicas que son parte del trastorno del espectro autista, y debido a los estigmas sociales sobre los problemas mentales, la fortaleza masculina y la abnegación femenina, la mayoría de hikikomoris y sus familias evitan buscar ayuda profesional. Por otro lado, hay una fuerte influencia de factores socioculturales que no sólo facilitan el que una persona se convierta en hikikomori, sino que también se han identificado como fuertes raíces para la prevalencia de este fenómeno. Es lo que voy a explorar a continuación, y aunque tal vez les parezca que me salgo de la cuestión de esta entrada, es de hecho para concederles la razón en cuanto a un posible extremismo de mi planteamiento.

Una importante tesis con respecto al fenómeno hikikomori es el paternalismo y fuerte tradición de cuidar a los parientes, que puede devenir en muchos casos en una indulgencia dañina. Los especialistas en nihonjinron (estudio de cuestiones sobre la identidad y cultura japonesa) han identificado relaciones causales bastante fuertes con el estilo de crianza en Japón, relacionado a los conceptos de hon’ne (“sonido real”, los deseos y sentimientos personales) y tatemae (“fachada”, el comportamiento en público), cuya división es importante para comprender la cultura japonesa. Lo que se ha sugerido es que las condiciones sociales del moderno país nipón, y un enfoque de la paternidad un tanto restrictivo y codependiente, han provocado falencias en la transición gradual de los jóvenes hacia las responsabilidades y expectativas de la adultez, por lo cual los más susceptibles no logran amoldarse un hon’ne y una tatemae sanos, ni conciliarlos entre sí de forma que les permita lidiar con la presión de la vida social adulta.



De aquí hay que entender también que la sociedad japonesa aboga por la rígida posición del individuo como engranaje de la sociedad en pos de mantener la armonía y el status quo, debido en parte a la influencia histórica en Asia Oriental de las doctrinas confucianistas, que enfatizan la armonía social como resultado de que cada persona conozca su lugar en el “orden natural”, y una estricta meritocracia; es decir, se enfatiza un colectivismo que favorece el desarrollo de la tatemae antes que la consolidación del hon’ne. Tal filosofía podría ser un factor importante que ha influido en la alta prevalencia de hikikomoris en dicha región, en especial en Japón, donde la afluencia de la clase media (que permite que los padres puedan apoyar económicamente a los hijos en casa), la alta competitividad educacional para aspirar a una posición laboral más bien endeble (lo cual desalienta a muchos jóvenes), y la actual difusión de tecnologías de comunicación, redes sociales y juegos (que permiten la interacción no física con otras personas), facilitan que la tendencia a desarrollar hikikomoris sea tan notable en el país.

Otro factor importante para comprender el fenómeno, y que motiva a que lo mencione en relación con todo este asunto del pez de Einstein, es el sistema educativo de Asia Oriental, donde hay una presión impresionante sobre la juventud en la competencia y el éxito, al punto de favorecer la memorización de diferentes hechos y conceptos para realizar durísimos exámenes de ingreso a universidades prestigiosas. Esto va muy relacionado con los estereotipos de la kyōiku mama (“mamá educativa”) en Japón y la Madre Tigre de China y países de esa región; es decir, madres que presionan de forma incesante sobre la educación de sus hijos a costa de su salud física y emocional. A pesar de ser un tanto exagerados, como todo estereotipo llevan profundas raíces en comportamientos reales de su cultura, los cuales se ven facultados por ese sistema educativo, la visión de los padres a nivel social (recuerden de nuevo el énfasis colectivista asiático y la preocupación del qué dirán) y los cambios en las estructuras familiares post-guerra. Tales presiones constantes no son fáciles de soportar para muchos jóvenes en países como Japón, el cual además pasó por una fuerte recesión económica seria a finales del siglo pasado (aquí pueden encontrar un pequeño análisis de mi parte al respecto), y si bien es a este estilo de educación al que se deben la disciplina y productividad de su cultura, también influye mucho en las tasas de suicidio juvenil –a pesar de su reducción, el suicidio es la mayor causa de muerte entre los 15 y 19 años en Japón, con un alarmante 39,6% en 2017, y es el único país del G7 donde esta es la principal causa de muerte entre los 15-34 años-, la prevalencia de jóvenes que evitan el mundo laboral, y fenómenos culturalmente vinculados como el temido karoshi (muerte por exceso de trabajo).

Curiosamente, en la sitcom Fresh Off the Boat, basada en las memorias del chef estadounidense de origen chino-tailandés Eddie Huang, las personalidades de sus padres fueron bastante suavizadas; en particular, como apunta TV Tropes, si su madre Jessica hubiera sido retratada tal como era en la vida real, “el show probablemente habría sido atacado por perpetuar el estereotipo de la Madre Tigre asiática”.

Si se preguntan por qué he incluido toda esta parrafada sobre el fenómeno de los hikikomoris es por una razón: yo no estoy animando a que haya una presión educacional sobre los hijos. Todos tenemos más o menos la misma capacidad, tal como sugiere la primera parte de la frase, y aun así al mismo tiempo hay cosas en las que destacamos más que en otras. Lo que yo sugiero es que no se descuide un manejo básico de otras áreas del saber mientras se permite y se alienta a cada uno a fortalecer aquellos talentos que mejor se nos dan. Sin embargo, a su vez debe evitarse la tozudez que de las personas deben manejar cada tema como si fueran expertos en ello. No es que yo crea que cada uno deba ser un polímata como Da Vinci, y de hecho a nadie le recomendaría ser como Da Vinci –que era un genio incomparable en muchos saberes y artes, ¡pero metódico y parsimonioso hasta la procrastinación!-; lo que sostengo, y sigo defendiendo, es que aunque está bien desarrollar nuestras mejores aptitudes, se puede seguir cumpliendo en tener un cierto dominio en otros conocimientos, todo en sanas proporciones.

Cuando nos gobiernan los peces

Por otro lado, cuando pedimos talentos específicos de determinadas personas en cargos importantes, nos arriesgamos a que tomen decisiones irracionales en temas que no sólo no son parte de sus capacidades, sino que además no tienen ni una base de información general como para al menos direccionarlas de forma objetiva. Creo que Maik Civeira lo retrató a la perfección mostrando ciertos errores cometidos durante la presidencia de Felipe Calderón, y es que es con los mandatarios, quienes a menudo son elegidos más por cuestiones caudillistas, afinidad partidista o cualidades específicas que por el ejercicio racional y tangible de su proyecto político como un todo, con quienes podemos explorar mejor las falencias de este patrón educativo. No me gusta tener que ponerme político con un tema más bien sociocultural y psicológico, pero si hay algo que la pandemia actual ha sabido retratar son las limitaciones de diferentes líderes políticos a la hora de tomar decisiones cruciales o arriesgadas para el bienestar de su sociedad. Y ya he explicado con ejemplos históricos por qué estos errores cuestan caro.

Si por ejemplo nos fijamos en Duque, que fue elegido en mayor medida por ser “el que dijo Uribe”, y porque Petro generaba más miedo que confianza a medida que subía en las encuestas, su enfoque político deja claro que experiencia sobre ciencia, pues no tiene mucha. Y aunque hay que reconocer que ha tomado medidas racionales sobre el aislamiento, a pesar de la presión de los grupos económicos y su propio enfoque neoliberal (eso sí, no es verdad que Colombia sea el país más organizado del continente en prevención del COVID), tanto él como su gabinete han dado traspiés al respecto. La escalada de contagios en el Amazonas y su respuesta militar antes que médica lo dejan claro, pero un ejemplo más triste es cuando el Ministerio de Salud, básicamente, se dejó estafar comprando miles de pruebas rápidas de detección de COVID a un proveedor no reconocido por los equipos chinos, las cuales resultaron ser de mala calidad, y retrasaron al menos una semana el ritmo de confirmación de diagnósticos, los cuales, como se sabe, ya corresponden de por sí a reflejar patrones de unas dos semanas anteriores antes que un escenario a tiempo real.

Pero si de torpezas a nivel científico se trata, nada asemeja a la mayúscula irresponsabilidad de Donald Trump, cuando a finales de abril durante una rueda de prensa manifestó la posibilidad de aplicar tratamientos como inyecciones de desinfectantes y bombardeo interno con radiación ultravioleta, al tiempo que preguntaba con total seriedad a la Coordinadora de Respuesta al Coronavirus en la Casa Blanca, la Dra. Deborah Birx (quien se podía notar además incómoda con las tamañas imbecilidades del POTUS), si tenía conocimiento sobre ensayos al respecto. Ninguna de las sugerencias de Trump encuentra asidero dentro de la realidad de un tratamiento médico, y cuando el presidente que en el mejor de los casos fue elegido por su percibido éxito como hombre de negocios se dio cuenta que había metido la pata, optó por decir que había respondido de forma “sarcástica” y luego culpó a los medios por enturbiar su imagen.

Por supuesto, ante la obvia evidencia audiovisual de la entrevista –y siendo Asperger, hasta yo pude notar que no había una sola señal de sarcasmo en su respuesta- nadie creyó en su defensa, que en todo caso la haría peor, pues no es un momento en el cual el líder de la nación más poderosa de la Tierra deba estar bromeando con la salud. Como resultado, hubo un repunte de llamadas a Emergencias en Estados Unidos por intoxicaciones con desinfectantes tras las declaraciones irresponsables del primer ciudadano de la Nación (hay que reconocer que ya a principios de la pandemia hubo un incremento de tales casos). Y eso sin entrar en el espinoso hecho de que Trump estuvo minimizando durante semanas los alcances de la pandemia hasta que fue demasiado tarde para que el gobierno pudiera contenerla de forma exitosa.

¡Pero esperen, que hay alguien peor! El Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha sido no sólo uno de los mayores opositores a tomar medidas serias para contener los contagios en su país (en estos momentos, Brasil es el país latino con mayor número de casos reportados de SARS-CoV-2), al punto de llamar “excrementos” a los alcaldes y gobernadores que contravienen su postura para imponer cuarentenas y medidas de aislamiento entre la población, sino que además insiste en promover, al igual que Trump, el uso de la hidroxicloroquina (un medicamento antipalúdico) como tratamiento para la enfermedad, algo que no sólo ya está demostrado que no es efectivo, y que incluso podría agravar la salud de los pacientes, sino que además está privando de la medicina a personas que sí la necesitan. Es tal su desconexión con la realidad en estos momentos que dos de sus Ministros de Salud decidieron renunciar en menos de un mes por diferencias con el mandatario con respecto al manejo de la crisis.

En un magnífico trolleo, el periódico Folha de Sao Paulo publicó hoy la siguiente portada, El mayor Presidente de la historia de Brasil, con el mensaje: “En reunión, Bolsonaro afirmó que quien fuese elogiado por la Folha o por O Globo, perdería su cargo. Así que estamos probando un negocio aquí”.

De nuevo me preguntarán: ¿qué tiene que ver todo esto con el pez de Einstein? La respuesta es: no es necesario tener un doctorado en bioquímica para comprender que irradiar los órganos con UV es una pésima idea, o sospechar al menos que un medicamento para tratar una enfermedad de origen protista podría no ser muy útil para una infección viral, ni tampoco especializarte en biología molecular y biotecnología para saber buscar un proveedor confiable de pruebas de detección (peor aún: el Minsalud de Colombia es médico y tiene máster en Economía y estudios en salud pública, así que ¡no tiene excusa!). Un conocimiento al menos básico de biología, química y áreas relacionadas podría al menos prender las alarmas cuando se está tomando una decisión que podría costar tiempo y vidas humanas. Pero es muy improbable que estos y otros presidentes a lo largo del globo tengan un poco de ello: después de todo, la mayoría tienen una educación más enfocada en dominar áreas particulares que en enriquecer una base racional. Vamos, que seguro a ninguno de los mencionados aquí los eligieron por ser duchos en materia de salud: después de todo, pocos tenían en sus cálculos el surgimiento de la actual pandemia.

Pero ahí está el detalle: no se trata sólo de manejar un conocimiento mínimo de diferentes temas, sino también de saber reconocer nuestras propias limitaciones, y por tanto asignar a la gente competente en los puestos necesarios. Pero si no sólo eres deficiente en temas de ciencia con los que, repito, un conocimiento básico podría darte las herramientas para al menos poner en duda tus decisiones, sino que además te enfrentas directamente con aquellos que sí conocen del tema, entonces el problema no se limita a que no puedas trepar a los árboles, sino que además le estás cortando las aletas a los que sí están dispuestos a hacerlo. No se trata de ser un intelectual: se trata de ser racional, y por desgracia eso es algo que en la política se echa mucho en falta, respaldado además por una masa votante que busca más “hombres que actúen” o sean los menos peores en vez de hombres que piensen. Queremos peces que naden de la forma que queremos o creemos necesitar, pero cuando no pueden trepar o no dejan que los que sí saben lo hagan, entonces nos indignamos de que sólo puedan nadar.

Estoy consciente de que quizás estoy forzando un poco el análisis de la frase, y de nuevo comprendo su origen e intención: humanizar a una figura histórica reconocida por su intelecto al bajarlo a nuestro pedestal es algo natural. Queremos sentirnos identificados con un planteamiento más optimista en cuanto a nuestros talentos y aptitudes, y poner en boca de una de las mentes más brillantes de la historia ese mensaje es alentador. Pero ningún planteamiento puede ser llevado hasta el extremo, y cuando se empieza a compartir la idea de que aquellos dotados con un talento especial no requieren de algunos aspectos básicos de enseñanza… oye, pues me preocupo. Eso es mediocridad: dominarás a la perfección tus mejores capacidades, pero en lo demás ni destacas ni te hundes. Y ese tipo de razonamiento da espacio para cometer muchos errores.

Cuando la Naturaleza te calla

Si hay algo gracioso es que a menudo hay ejemplos en la Naturaleza que contextualizan de forma positiva o negativa las metáforas que usamos. Por ejemplo, la frase “loco como una liebre de marzo”, que conocemos en el mundo hispanófono gracias a Alicia en el país de las maravillas, hace alusión a la frenética y violenta actividad de las liebres cuando empezaba la primavera, y con ella la época de apareamiento, ya que se creía que los machos peleaban entre sí por ese derecho; hoy sabemos que son las hembras las que apartan a coces a machos demasiado amistosos. La llamada mentalidad del cangrejo, esa que hace referencia al comportamiento grupal donde un miembro tratará de reducir la confianza del otro en pos de alcanzar una meta, se basa en el comportamiento de los crustáceos pescados en una cubeta, donde cualquiera podría escapar, pero como unos siempre trepan sobre otros hasta derribarlos, pues todos quedan en el fondo del barril. Hay muchas metáforas animales que, como pueden ser, tienen raíces en observaciones, muchas reales, aunque otras un poco exageradas o ya de plano falsas (como la de la rana en la olla hirviendo).

Y algo bastante irónico es que, con respecto a la frase de Einstein, ¡pues hay muchos peces que no serían “estúpidos”! Imagino que será una sorpresa para muchos lectores, pero la realidad es que hay varios géneros de peces anfibios, que además de vivir en el agua pueden respirar oxígeno del aire por largos períodos, e incluso desplazarse de forma limitada por fuera del agua. Esto se debe a adaptaciones a ambientes bastante dinámicos, como estuarios, manglares y ríos pobres en oxígeno, que van desde una fuerte vascularización en la mucosidad de la boca y la garganta hasta la presencia de órganos especializados para la respiración aérea, pasando por supuesto por aletas modificadas para “caminar” en la tierra hasta encontrar ambientes propicia. Ampliaría un poco más sobre las modificaciones respiratorias, pero nos interesa que se muevan en tierra, ¿cierto?

Y así hay varias especies. Está por ejemplo el rivulín de manglar (Kryptolebias marmoratus), que es capaz de saltar en tierra arqueando su cuerpo hacia su cola, y puede vivir hasta dos meses fuera del agua dentro de troncos caídos; el bagre andarín (Clarias batrachus), que usa sus aletas pectorales para afirmarse mientras se menea como culebra para buscar pantanos y corrientes con poco flujo –por cierto, es además un invasor exitoso en Estados Unidos y un dolor de cabeza para la acuicultura-; la perca trepadora (Anabas testudineus), parte de la familia de gouramis trepadores, que pueden vivir horas fuera del agua al tomar aire con un órgano especializado y “caminar” por la tierra usando sus aletas como palas y agarres; y los saltarines del fango (subfamilia Oxudercinae), los más especializados de todos, con unos curiosos ojos en la parte superior de la cabeza que les dan aspecto de sapo, y unas aletas pectorales laterales y robustas que le permiten saltar distancias de 60 cm en terrenos lodosos y trepar árboles y rocas en los ambientes estuarinos en los que vive. Y por supuesto, también pueden respirar oxígeno del aire por horas.


¿Eso haría mediocres a las otras especies de peces por no saber trepar o respirar aire? ¡Por supuesto que no! Sin embargo, dándole un giro a la metáfora detrás de la frase, todos estos peces compartirían “conocimientos básicos”: nadan, son acuáticos, necesitan del agua para vivir de forma totalmente funcional, y se reproducen fertilizando de forma externa. Todas estas son cosas necesarias para su vida; y es por ello que, del mismo modo, hay conocimientos que una persona necesita tener al menos en un sentido general para tener mejor éxito en la vida, aunque no por ello descuidando o desaprovechando sus habilidades especiales, y mucho menos menospreciarlos por tener dificultades en saberes básicos o que no son de su interés. Así que dejemos de usar a los peces como excusas flojas para la educación.

Espero que con estas adendas, quede más claro mi punto sobre por qué me preocupa tanto que muchas personas tomen una frase de intención alentadora y la conviertan en un testamento para la pasividad del intelecto y la sed de conocimiento. Podemos fortalecer nuestras mayores habilidades, pero nunca está de más complementarlas con otras herramientas que nos permitirán avanzar hacia un futuro más brillante. Saludos.

Adenda: esta semana se estrenó el primer episodio de la serie web Matarife, escrita por el periodista y abogado Daniel Mendoza, basada en investigaciones sobre las denuncias a lo largo de las décadas sobre las relaciones de Álvaro Uribe Vélez con el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción sistemática en Colombia. Al margen de la discusión generada sobre el balance del debate político en torno y los límites de la libertad de expresión, entiendo la desazón que generó en muchas personas el episodio, y discrepo tanto de los que en redes sociales, y esto lo digo con nombres, hacen argumentos intelectualoides de “entonces vayan a ver Netflix o Padres e Hijos” (Físico Impuro) como de los que los reducen a clasistas “tibios” (Levy Rincón).

Como pasa a menudo con las estrategias de promoción, Matarife fue un poco víctima de su propio hype: la introducción que ofrece como abrebocas es comprensible y esperable, pero de momento no ofrece algo muy novedoso para varias personas (aunque, por ejemplo, yo conocía de los vínculos de Marta Lucía Ramírez con la élite de El Nogal, pero no los tratos ilícitos que sugiere Mendoza se daban en el club). Por otro lado, muchos no comprenden que al tratarse de una serie web destinada a redes de mensajería como WhatsApp o Telegram, Matarife debe constar de episodios cortos, de no más de cinco o seis minutos, por lo cual es natural que quedaran un poco decepcionados. Considero que es prudente ir evaluando los próximos episodios para ofrecer una opinión más balanceada al respecto.

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