Sobre la racionalización de malas ideas

 

Dadme un prejuicio y moveré el mundo.

-Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada.

 

"Tengo calzas de metal en los dientes. Los imanes de mi nevera me siguen arrastrando hacia la cocina. ¡Por eso es que no puedo perder peso!"

Sí, he regresado. Han sido largos meses de ausencia, por los que siento que debo disculparme. Se juntaron muchas cosas de golpe: deberes estudiantiles, incertidumbre económica y los ocasionales quebrantos de salud, lo que en conjunto me ha tenido con un bloqueo creativo impresionante. No creo haber salido del todo de ello, pero siento que en estos momentos fluyen mejor las palabras tras haber terminado una porción importante de los análisis de mi proyecto de tesis. Además, han surgido varias polémicas absurdas en este tiempo que ameritan un análisis detallado sobre uno de los mayores problemas que se tienen dentro del activismo hoy en día, especialmente en redes, y es la racionalización de prejuicios y sesgos particulares para mantener una visión negativa de algún grupo particular de personas.

La parte amena de esta entrada es que puedo usarla para recomendar la obra de la que quiero hablar: Totsukuni no Shojo, conocida en nuestro idioma como La pequeña forastera, un shonen de fantasía escrito e ilustrado por Nagabe, un autor caracterizado por presentar elementos fantásticos y criaturas antropomórficas en diferentes vínculos. En particular, La pequeña forastera nos relata la historia de Shiva, una pequeña niña abandonada en un peligroso bosque, y que termina al cuidado del Doctor, un ser misterioso humanoide que busca protegerla de los otros seres misteriosos que habitan en el bosque, y que pueden transmitir maldiciones. Es una historia hermosa y bastante fuerte y triste a la vez, con toques de misterio y fantasía, y debates sobre la segregación y el poder, que cautivan a lo largo de sus once volúmenes, y que recibió una adaptación audiovisual en formato OVA en 2019, con un próximo segundo metraje.

Si son gente que conoce del mundillo del manga/anime, y ciertos tropos y estereotipos comunes, quizás algunos vean la interacción entre una figura adulta y una menor de edad con cierta suspicacia, pero no se preocupen: la historia no es de romance, ni tiene mucho menos esos tintes problemáticos de relaciones con diferencias de edad abusivas. No obstante, parece que, para algunas personas, el sólo juntar a dos figuras tan obviamente distintas en edad y madurez ya es suficiente para lanzar acusaciones bastante peligrosas, y encima justificarse con argumentos pobres disfrazados de racionalidad.

Entra aquí una usuaria de Twitter, de la cual no voy a poner su nombre porque, por desgracia, de las críticas que recibió se llegó al desafortunado doxxeo (es decir, revelar su ubicación y datos personales). En un corto hilo, comentó que tenía en físico el primer tomo de La pequeña forastera, pero le sorprendió que fuese una historia shonen (es decir, destinada a varones adolescentes) y escrita por un hombre, así que tuvo la impresión de que su contenido sería probablemente pedófilo, porque “ya se conoce el panorama” en la demografía, a pesar de que admitió no haber leído nada del manga. Por supuesto no tardaron en señalarle lo problemático de sugerir tales acusaciones sobre una historia sólo por pertenecer a una demografía masculina, y aún más sin haberla leído realmente, o ver siquiera el OVA, así que la usuaria contraatacó de otra forma. Primero, después de admitir que La pequeña forastera no tenía nada al respecto, por lo que pudo leer rebuscando reseñas de esta y otras obras de Nagabe, dio con un manga de historias cortas llamado Amores insólitos, donde dos de las historias presentan relaciones entre criaturas fantásticas y menores que sí pueden encontrarse reprochables, de acuerdo con la interpretación.



Con esto, se apoyó para mantenerse en que Nagabe es, sí o sí, un pedófilo, y no sólo eso, sino que además acusó a quienes la criticaban y le pedían evidencia directa de sus acusaciones, de defensores de pedófilos o directamente de pedofilia. Entre esos, irónicamente, a dos creadoras de contenido de YouTube a quienes sí conozco muy bien, y que entre otras cosas han criticado con argumentos serios a autores con comprobados delitos así, como Nobuhiro Watsuki, creador de Rurouni Kenshin, o el reciente caso de Tatsuya Matsuki, escritor de Act Age, así como obras que presentan relaciones románticas abusivas de forma poco crítica, sea por la época en que se escribieron, o simplemente porque el autor es pésimo al retratar estas problemáticas.


Lo desafortunado es que esto llegó a ojos del mismo Nagabe en Twitter, por lo cual manifestó en su cuenta sentirse abatido por las acusaciones tan graves que estaba recibiendo. Lo bueno es que recibió bastante apoyo de gente que conoce su trabajo, y además este percance también ha alentado a otros más en redes a darle una oportunidad a La pequeña forastera. En cuando a la usuaria, restringió su cuenta unos pocos días por la avalancha de críticas, y luego generó otro hilo enfocado en Amores insólitos para mantener su postura de que ella tenía la razón, que tiene experiencia en el tema, y es una víctima de las “grandes cuentas” sin comprensión lectora de sus argumentos. Algo bastante irónico e hipócrita de su parte -si bien el episodio de doxxeo es digno de lamentar y criticar-, pero ya llegaremos a ello.

Antes de entrar a la crítica principal: ¿la historia que se comenta de Amores insólitos es inquietante? Bueno, en concreto, las historias cortas El hombre lobo y la lobezna humana y El rey blanco tienen situaciones que podrían interpretarse como grooming (es decir, un adulto intentando ganarse la confianza y conexión emocional con un menor de edad, a menudo con intenciones sexuales), así que entiendo que sean muy incómodas para algunos lectores. Pero son sólo dos de seis relatos en uno de varios trabajos de Nagabe, así que usar ese único ejemplo para vender la idea que el autor es un pedófilo es más que debatible y deshonesto, sobre todo cuando hace menos de una semana no sabías ni siquiera que era un varón; pretender, como hizo la usuaria posteriormente, que había leído suficiente de su obra para mantener su argumento, no es más que pintar un espejismo ante los demás.

Por otro lado, lo que puede debatirse es el tratamiento que le da Nagabe a la relación mencionada, y si la presenta de un tono más romántico de lo esperado. Eso es perfectamente válido, pero de ahí a generar acusaciones tan fuertes como una parafilia, y señalar a los críticos como defensores de la misma, el trecho es muy largo. Y eso fue lo que realmente pasó, por más que ella y la gente que le ha comprado el argumento insistan en lo contrario, o que sus críticos son misóginos o “pro-pedofilia”, como señalaron torpemente otras cuentas.

Más allá de lo absurdo de la polémica, todo este debate dejó en evidencia dos grandes problemas que se tienen en algunos sectores del activismo en redes sociales, tanto desde el progresismo como los reaccionarios: la forma en que se empobrece el debate en sí a través de calificativos veloces, graves, pero que comprenden problemáticas mucho más complejas que no se benefician de la degradación de su significado; y sobre todo, la forma en que nuestras posturas se convierten en poco más que racionalizaciones descaradas y pobremente construidas, aunque engañosamente sólidas, de prejuicios particulares.

Lo primero ya sabemos que es de lo más común, aunque eso no lo hace menos reprochable. En los últimos años se ha abaratado mucho el uso de calificativos severos a la hora de discutir con alguien opuesto a nuestras creencias y posturas. Fascista, racista, enfermo, pederasta, tibio… Muchos insultos empleados de forma tan alegre que poco a poco han ido cayendo en la bastardización, pues no sólo se vuelven un recurso perezoso para esquivar un debate más profundo, sino que además le quitan fuerza a todo lo que significan e implican, de modo que dificulta reconocer a quienes de verdad esgrimen estas posturas, sea de forma directa o más sutil -como el sujeto que dijo que “científicamente hablando”, la Sirenita debería ser translúcida y aterradora por vivir en el fondo del mar-, y por lo tanto criticarlas de forma adecuada.

Y no estoy diciendo que no sea lícito usar esos calificativos, pero debes contar con argumentos sólidos de antemano. No es fácil porque, como dije, hoy en día muchos buscan ser más sutiles en transmitir ideas discriminadoras, pero tampoco se trata de que, si alguien te pide evidencia de las fijaciones sexuales anómalas de un autor al que estás acusando por meros prejuicios, entonces señales a tus críticos como defensores de tal fijación. Analiza lo que te pregunta y presenta tu respuesta de forma argumentada, en vez de escurrirte del debate con sentencias perezosas. De otro modo, sólo estás contribuyendo a debilitar la crítica general a esta clase de temas, y aunque no es la principal causa, se convierte en el cuento del pastorcito mentiroso: cuando aparecen los verdaderos discriminadores en el poder, mucha gente terminará ignorando al que sí los reconoció con tiempo.

El segundo problema es mucho más severo, porque no sólo es algo habitual en nuestra mente humana, dada a comprimir y simplificar la información que nos llega para actuar con rapidez, sino que además se hace de forma constante para mantener la unión en la comunidad a través de compartir creencias y posturas. Somos seres dotados de razón, eso es verdad, pero también lo es que a menudo es menos lo que razonamos que aquello que racionalizamos. Es decir, más que construir ideas o posturas concretas a partir de la información que analizamos con nuestra mente, tomamos ideas preconcebidas y buscamos información para justificarlas; en otras palabras, racionalizar es como construir un puente, y después salir a buscar el río. No es intrínsecamente negativo, pero cuando empleamos la racionalización de forma consciente, y encima es nuestra base para acusar a aquellos con los que no estamos de acuerdo, entonces sí que es un problema serio.


Volvamos al ejemplo de Nagabe y La pequeña forastera. Toda la polémica surgió porque la autora del hilo tenía una imagen prejuiciosa del shonen, de los autores masculinos, y de la presencia de niñas pequeñas junto a figuras masculinas adultas en una ilustración, por lo cual tuvo la sensación de que sería un manga turbio. Como no lo leyó, y las críticas que leyó en Internet no le daban crédito a su preconcepción, buscó entonces otras obras del autor, y encontró una que supuestamente sí que incluía escenas pederastas, para mantener su visión original y acusar a Nagabe de ser un degenerado. Todo eso requirió de antemano: 1) el preconcepto de que el shonen está lleno de ese tipo de relaciones pedófilas (hay no pocas en otras demografías masculinas y femeninas, y mucho más explícitas); 2) el preconcepto de que los mangakas masculinos son enfermos o tienden más a estar envueltos en delitos sexuales (sí que ha habido casos, pero no es lo mismo decir que muchos pedófilos son hombres a que muchos hombres son pedófilos); y el más problemático y debatible, 3) el preconcepto de que representar un tema controversial en una historia es de alguna forma ser apologista del mismo. En suma, un ejercicio clásico de lo que como falacia se llama post hoc o, menos formal, correlación coincidente.

Ese tercer preconcepto es algo que quiero abordar con más detalle en otro momento, pero por ahora baste decir que asociar el escribir sobre un tema con una justificación del mismo es una falla muy básica de comprensión lectora. Y no soy ajeno a ese tipo de análisis: yo mismo, cuando escribí sobre García Márquez hace unos años, mencioné lo mucho que me molesta la frecuencia de relaciones dispares en edad y poder en su obra. Pero no es como que intentase decir que Gabo era un pederasta o a lo sumo un pedófilo/efebófilo, pues en varios de estos casos reflejaba realidades que eran bastante comunes en otros años en la región, y aún ocurren. El problema, y que es fundamental a la hora de analizar mensajes y temas fuertes en una obra de ficción, no debe ser el qué, sino el cómo se manejan. Gabo muchas veces fue demasiado romántico a la hora de plasmar dichas relaciones; eso sí es legítimamente debatible, pero de ello no puedo asumir que era parcial a ciertas parafilias, como tampoco podría concluir que Anthony Burgess era un amante de la violencia extrema por ser autor de La naranja mecánica. Eso sería una mala racionalización de impresiones superficiales, es dejar de tener en cuenta contextos dentro y fuera de la obra misma.

Lo más absurdo de todo es que, como sospechaba, los relatos en Amores insólitos no son idilios pedófilos. No es difícil (o no debería serlo) captar que se trata de alegorías, donde a través de figuras monstruosas y jóvenes humanos se exploran las diferentes formas en que surgen los vínculos afectivos, en cómo nos transforman y exaltan. Un ave gigante que visita a una niña enferma, cuya salud y ánimo mejoran con la experiencia; un vampiro receloso de su aspecto y su propia identidad, bailando todas las noches con una humana; un quebrantahuesos humanoide que cría una niña abandonada como una comida de emergencia; una niña ciega encerrada en una cabaña, que finge no reconocer al monstruo que aparentemente le impide escapar… A través del escaso diálogo y el fantástico arte, Nagabe nos construye relatos hermosos, que transmiten con fuerza los sentimientos de los personajes presentados.

Aun con los mencionados cuentos de El hombre lobo y la lobezna humana y El rey blanco, la naturaleza alegórica de Amores insólitos ayuda a ver un poco más allá de lo superficial, y entender el fondo de las relaciones en ambas historias. Una nos muestra cómo el amor puede surgir a través de la intención de apoyar a una persona, al haber vivido en carne propia el ser distinto a los demás, a la vez que nos presenta la dicotomía de un animal viviendo como ser humano, y una humana comportándose como animal; en la otra, dos personas solitarias, una fuerte y orgullosa, y otra tierna e ingenua, conviven juntos en el rechazo que sus diferencias físicas generan por parte de sus semejantes, y llegan a quererse sin siquiera entender sus propias emociones. De hecho, yo podría interpretar esta última como una metáfora de una relación entre “neurodivergentes”, y no tuve que quedarme en la parte superficial para hacer acusaciones severas contra Nagabe.

No estoy diciendo que no puedan interpretarse dichos relatos con implicaciones sexuales problemáticas, pero la verdad es que se requiere de un preconcepto negativo o, mejor dicho, un prejuicio, para tomar esa interpretación de forma oficial y asumir que las dos historias son una apología a la pedofilia. Ni digamos considerarlo una evidencia del estado psicológico del autor y su sexualidad, y encima porque recién te enteraste que era un varón en una demografía masculina: eso ya es una crasa equivocación basada en tales prejuicios. Y la supuesta experticia en temas relacionados con abuso infantil y pedofilia no exime de caer en prejuicios mal fundamentados para atacar a otras personas, así que no es tampoco un argumento que pueda justificar una racionalización tan pobre como la que he estado presentando aquí.

El problema a la larga de estos razonamientos equivocados es que las etiquetas de racismo, fascismo, radicalismo, pedofilia y similares, que son palabras con un significado concreto y una importancia tangible a nivel social e incluso judicial, se van desvirtuando poco a poco hasta convertirse, al menos a los ojos de aquellos que no cuentan con las herramientas para analizar un mensaje de forma crítica, en simples “prejuicios” sin sustento. Y esto banaliza y empobrece el debate, pues se convierten en las armas que utilizan diferentes movimientos fanáticos y discriminadores, tan dispares como la alt-right o el feminismo radical, para desviar las críticas sensatas a sus peligrosas posturas y argumentos ideológicos con meros recursos semánticos (como el ya clásico “los nazis son de izquierda”) y contraargumentos superficiales. Es imperativo cortar de forma tajante con este vicio en redes y discursos públicos de recurrir a acusaciones gratuitas, para tenerlas mejor argumentadas en el momento que realmente las necesitemos para denunciar a los verdaderos transgresores.

¿Estoy yo exento de tener algún sesgo o idea preconcebida? Claro que no: todos tenemos, en mayor o menor medida, ideas preconcebidas y prejuicios que pueden influir en la búsqueda y recepción de otras ideas y posturas. Pero nuestra tarea es esa, saber reconocerlas y procurar minimizar, con aplicación del sentido crítico, su influencia en las decisiones que tomamos y las opiniones que expresamos. Ese es el fallo principal que vemos tan a menudo en discusiones en redes sociales, sea sobre un manga de fantasía o una propuesta de conservación de la biodiversidad.

Por supuesto, si encuentran discrepancias con lo expresado aquí, se puede conversar en comentarios, siempre que sea con respecto y con una previa reflexión. Para concluir, los dejo con la recomendación de leer los diferentes relatos que componen Amores insólitos, un trabajo que me parece perfecto para iniciar en la obra de Nagabe. No estoy seguro de qué tan consistente seré en los próximos meses, pero me alegra haber regresado al blog, y recuperar un poco la chispa que estaba necesitando para escribir.

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