Linternas de Jack: el legado histórico del pánico satánico

 


Ya que estamos en el “Mes de las Brujas”, y eso siempre me motiva a hablar de cosas un poco más tenebrosas, una noticia que leí a principios de este octubre me hizo recordar experiencias de infancia. Y tal como con otras entradas donde narro episodios pasados en mi vida, me ayuda a establecer el contexto de un tema a debatir, que en este caso es el origen de uno de los terrores infundados más persistentes de nuestras sociedades modernas, y cómo ha permeado en culturas como la latinoamericana.

Como muchos lectores habituales sabrán, soy un niño de los noventa. Crecí en una década de transición en Colombia, estrenando una Constitución más pluralista, que permitió el florecimiento de cultos y denominaciones religiosas otrora vetados e incluso perseguidos. Esto abrió la influencia cultural de otros países, sus costumbres y festividades, y al mismo tiempo sus obsesiones y temores. Y si son niños de los noventa como yo, entonces quizás recordarán también las historias perturbadoras sobre sectas satánicas, sacrificios de gatos, bebés asesinados y mujeres usadas como altares en rituales profanos.

Y no eran sólo cuchicheos de barrio, números de ¡Despertad! contra el Halloween o historias que nos contábamos al final del colegio, como las muñecas del Vivero. Los periódicos contaban los riesgos a los que se exponían los niños en octubre, los noticieros replicaban medidas de seguridad para evitar las sectas satánicas, los rockeros y metaleros eran vistos como heraldos del mal. Incluso recuerdo una historia de dos partes en Tentaciones, una serie cómica de la época, donde una de las plagas de Bogotá dentro de un juego al estilo Jumanji, era “Servidor del demonio”, con todos los clichés del pánico de la época ante las muy mencionadas y mal descritas “sectas satánicas”.

Lo que quizás muchos desconocemos en Latinoamérica es cuándo y cómo nació este pavor constante que incluso hoy en día resucita cual zombie cada 1° de octubre. ¿De dónde surgieron estas ideas de las “sectas satánicas”? ¿Tienen alguna base en la realidad? ¿Cómo se relacionan con el satanismo propiamente dicho? ¿Quién se beneficia de la impermeabilidad de este pánico a los argumentos sensatos? Vamos a tratar de explorarlo aquí, porque resulta que este mito tiene no sólo ingredientes religiosos y morales, sino además políticos.

Si bien la cacería de brujas y las inquisiciones provienen de siglos anteriores, no hace falta retroceder tanto en el tiempo para encontrar el germen del pánico satánico. Como muchos conceptos provenientes de la cultura estadounidense, sus raíces excavan hasta finales de la década de los sesenta, aquella que vio nacer la liberación sexual y varios movimientos contraculturales. En concreto, dos sucesos ocurridos en 1969 fueron clave para modelar este terror: la masacre Tate en el 10050 Cielo Drive, perpetrada por “La Familia” de Charles Manson y realizada con un carácter ritualista; y la publicación de La Biblia satánica, compendio filosófico y espiritual del ocultista Anton Szándor LaVey, quien tres años antes había fundado la Iglesia de Satán, una de las principales organizaciones de satanismo religioso (en este caso, no-teísta) a nivel mundial, y quien se convertiría en una figura controversial y suerte de ícono pop New Age en diferentes espacios periodísticos.

(Entre paréntesis: para efectos prácticos, a lo largo de esta entrada me referiré como satanistas a aquellos que profesan realmente el satanismo, sea a nivel filosófico o religioso, mientras que a los personajes de las teorías y mitos creados en torno al pánico los llamaré exclusivamente satánicos. Cierro paréntesis)

Los setenta también aportaron su abono a la formación del pánico. A inicios de la década fue publicado El exorcista, novela que en 1973 fue adaptada a una de las películas más emblemáticas del cine de terror. La música metal también se consolidaba con exponentes como Black Sabbath, que bebían del ocultismo y la imagen del Diablo para sus letras y música. Y por desgracia fue en esta década donde también surgieron muchos de los famosos asesinos seriales que sacudieron las mentes de miles de estadounidenses, como el asesino del Zodiaco, Ted Bundy y John Wayne Gacy; así como la conciencia y el temor ante los alcances del cultismo, cuando en 1978 ocurrió la masacre de Jonestown, la comunidad creada por el infame Jim Jones. Fue una exposición constante en medios de tales atrocidades y temas desconocidos para la gente, generando un temor a nivel público.

Todo esto permitió el ascenso de diferentes figuras, supuestos ex satánicos que intentaban alertar a la población estadounidense sobre la cabal de cultos oscuros que conspiraban para controlar el mundo desde las sombras. La derecha cristiana fundamentalista de EEUU, de la cual surgieron estos “cazadores de sectas”, se fortalecería en la difusión del pánico satánico gracias a otros dos hechos clave de los ochenta: el crecimiento económico de la era Reagan, donde el incremento de la urbanización y el aumento de servicios de guardería y cuidado infantil debido al cada vez mayor modelo familiar de doble ingreso generó mucha ansiedad en cuanto al riesgo de los peligros de aquella década; y los psicoterapeutas charlatanes que, recurriendo a análisis freudianos, capitalizaron toda la atención y temor del satanismo setentero para proponer “evidencia” que diera respaldo a los mitos sobre los cultos satánicos, dando lugar a la encarnación más infame de aquel pánico moral: el abuso ritual satánico.

Esta acusación tuvo sus bases en un libro de memorias publicado en 1980, Michelle Remembers, escrito por el psicólogo Lawrence Pazder y su esposa Michelle Smith, quien había sido paciente psiquiátrica del primero. A través de más de 600 horas de sesiones con regresiones hipnóticas, Smith descubrió “recuerdos reprimidos” de haber sufrido constante abuso sexual en su niñez a manos de la Iglesia de Satán, siendo obligada a participar en diversos rituales. El libro no pasó siquiera de ese mismo año antes de ser desacreditado por el trabajo periodístico de Paul Grescoe, pero por desgracia pasó muy inadvertido en aquel entonces, con lo que Pazder y Smith consiguieron mucho respaldo en los medios sensacionalistas (Smith incluso fue entrevistada por Oprah Winfrey en 1989), y la narrativa de Michelle Remembers sobre el abuso ritual satánico se convirtió en un material referente para profesionales legales durante la década de los ochenta.

El furor ante el miedo y la preocupación por los hijos en riesgo ante los cultos satánicos y su abuso ritual alcanzó escalas gigantescas en Estados Unidos. De repente surgieron decenas de víctimas asegurando que terapias de regresión les habían hecho descubrir infancias llenas de abuso a manos de grupos satánicos. Cientos de figuras religiosas, presentadores y autoridades judiciales se prestaron para difundir las acusaciones que, en honor a la verdad, carecían de fundamento. Se vigilaban con desconfianza los cómics y la música metal, las guarderías se convirtieron en el blanco de la histeria colectiva, y hasta el vecino más cercano podía ser miembro de una secta satánica, esperando el momento justo para llevarse a tus hijos y ofrecer su cuerpo al Señor de las Tinieblas. Y desafortunadamente, algunos delincuentes encontraron inspiración en tales acusaciones para darle un matiz más macabro a sus crímenes.

El impacto de las hipótesis sobre abuso ritual satánico se sentiría durante más de una década, y generó no menos de una veintena de condenas injustas a prisión entre 1984 y 1986. El mayor emblema del pánico moral de aquellos años fue el sonado juicio del preescolar McMartin, una familia que operaba una guardería preescolar, y que en 1983 recibió cientos de acusaciones de abuso sexual infantil en rituales satánicos. Se sucedieron una serie de arrestos entre 1984 y 1987, y los juicios se efectuaron hasta 1990, cuando todos los cargos fueron retirados al no encontrar una sola evidencia de las acusaciones. Fue justo poco después de aquellos años cuando, en parte porque se descubrió la insustancialidad en las teorías sobre rituales y el concepto de recuerdos reprimidos y terapias de regresión, en parte por otras preocupaciones surgidas en los noventa, y quizás también por el escandaloso gasto en el juicio McMartin ($15 millones de USD, el proceso legal más costoso en la historia de Estados Unidos) que el temor a las sectas satánicas se apagó lentamente. Pero nunca se extinguió.

En primer lugar, con cambios políticos como la caída de la Unión Soviética, el declive de varios regímenes autoritarios en la región, y el surgimiento de nuevas constituciones más pluralistas, Latinoamérica se abrió en los noventa a la expansión del cristianismo evangélico. Este, influenciado por la derecha fundamentalista estadounidense, replicó el pánico moral de las sectas satánicas, hecho que se vio inadvertidamente fortalecido por la llegada de diferentes series como Dragon Ball Z y Pokémon. De repente los padres veían satanismo en cualquier serie japonesa, y empezaron a preocuparse de que el Diablo tomara diferentes formas para arrastrar a sus hijos por el mal camino, o en el peor de los casos, que acabaran sacrificados en horribles rituales. Ya conté en inicios de este blog mi amarga experiencia con tal situación, y sé que no soy el único que vio su niñez oprimida por estos absurdos.

En segundo lugar, como escuchamos al final de la serie animada de Legión de Súper Héroes, el mal no muere, sino que evoluciona, y los moralistas represores de la derecha cristiana se readaptaron a tiempos modernos para enfilar acusaciones hacia un nuevo adversario: los demócratas. Con raíces en el Pizzagate, una teoría de conspiración surgida durante la elección presidencial de 2016 que involucraba supuestos casos de tráfico sexual infantil, un sector de la extrema derecha estadounidense recogió estas y las banderas del pánico satánico ochentero, y construyó la idea de que existe un círculo de cultistas satánicos, caníbales, traficantes infantiles y pederastas (es en serio) al que el entonces presidente Donald Trump se enfrentó en secreto durante su mandato. QAnon, como se conoce a estos teóricos de la conspiración, fue respaldado por personas cercanas al círculo político del gobierno de Trump y estuvieron involucrados en varios intentos de desconocer los resultados de las elecciones de 2020, incluyendo el ataque al Capitolio en enero de 2021.


Incluso algunos políticos y figuras republicanas que no siempre apoyan de forma tan explícita a QAnon mantienen posturas que vinculan rivales demócratas y visiones progresistas en tema de derechos con el satanismo. Por ejemplo, la representante Marjorie Taylor Green aseguró que era el Diablo quien susurraba a los oídos de las mujeres que optaban por interrumpir su embarazo; el irrespetuoso presentador de Fox News, Tucker Carlson, aseguró que era “satánico” decir que se puede cambiar el género de una persona; y otros se enfrentaron al uso mandatorio de máscaras sanitarias durante la pandemia de COVID-19 asegurando que se usan en rituales satánicos.

Nada de esto debería generar mucha sorpresa, pues en el fondo, el pánico satánico no es más que otra de las amplias expresiones del macartismo y la paranoia de la cultura política estadounidense de los años cincuenta, donde se acusa a aquellos de lo que se discrepa, se repudia o incluso se desconoce, de los peores delitos posibles y sin un atisbo de evidencia real. Es la polarización extrema, la satanización, en este caso tanto figurativa como literal, del adversario ideológico.

¿Por qué hablar justo ahora del tema, después de tanto tiempo? Bueno, aparte de querer encender otra linterna de Jack tras regresar al blog en pleno mes de Halloween, la inspiración surgió por el caso de once personas acusadas en Glasgow (Escocia) de abuso ritual. Tal como comentó en Skeptical Inquirer J.D. Sword, satanista miembro de la Iglesia de Satán, los acusados fueron señalados de hacer parte de un anillo de tráfico sexual infantil y haber violado a tres menores de edad entre 2010 y 2020, además de forzarlos a participar en ritos satánicos.

Por supuesto, a pesar de que se alegó que los acusados habían grabado los actos infames con los menores, y que los habían obligado a sacrificar animales, no se ha mencionado la existencia de material que corrobore ambos alegatos. Sword intentó solicitar una copia de la acusación a los fiscales del caso, sin mucho éxito, y por desgracia tampoco pudo contactar con los seis acusados que aún se encuentran con vida, por lo que, si bien no descarta que pueda haber certeza en los señalamientos, la nula evidencia global a favor de abusos rituales satánicos en la forma usualmente descrita por quienes usan dicha teoría vuelve nebulosas las conclusiones.

Y tristemente, mientras escribía esta entrada, y la aplazaba para redactar la anterior sobre asexualidad, se descubrió en Colombia el cuerpo de un niño de apenas seis años que había desaparecido en septiembre en Antioquia. Sus padres, una abuela y otras tres personas están detenidas ahora mismo bajo denuncias de que el pequeño podría haber sido asesinado en un ritual satánico. El caso es un poco extraño, porque a pesar del tema de supuestas fuerzas malignas, lo que se alega es que se intentaba limpiar al niño de un “espíritu maligno”, así que, si bien no descarto que en efecto haya temas sectarios y ocultistas aquí, me temo que es algo más circunstancial que una evidencia para el pánico satánico que se suele tener en Colombia, especialmente por estos meses.

Y por supuesto, igual que Sword, no es que pretenda yo decir en general que no haya sectas metidas en un tipo de satanismo ritualístico que pueda hacer daño a otras personas. Ser escéptico es estar abierto a que esto sea algo que pueda ocurrir, pero también tener en cuenta que, hasta ahora, las evidencias que apuntan ya no a grandes conspiraciones de adoradores del diablo, sino a meros intentos de pandillas diabólicas, y en especial enfocadas al abuso y homicidio de menores de edad, han sido consistentemente pobres a través de las décadas. Tampoco es que me interese respaldar o condenar el satanismo, sea el filosófico o el teísta tradicional, aunque hay que admitir que saben retar lo que muchos son capaces de comprender o aceptar como organizaciones religiosas (y el Templo Satánico hace un muy buen activismo político). Es sólo comprender cómo este temor que tanto ha permeado por décadas en nuestras sociedades tiene una historia mucho más alejada de la complejidad del satanismo real, y todas las implicaciones a nivel sociopolítico que entraña, así como la vacuidad en gran parte de los argumentos de este pánico moral.

Por ahora, creo que he terminado con la entrada de hoy, y la verdad justo a tiempo. ¡Feliz Samhain, y Feliz Halloween para todos!

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