Buscando un eje

 

Hola. No esperaba hacer una entrada tan personal en estos días, menos con las ocupaciones que he tenido, pero hace poco hubo un debate bastante complejo sobre el derecho a morir dignamente y el suicidio asistido, debido a un hilo que -por respeto a la persona implicada- no voy a compartir aquí, pues es alguien a quien respeto e incluso he llegado a admirar. Esta persona se abrió de forma bastante descarnada sobre su situación y, como es comprensible, algunos se escandalizaron bastante, otros manifestaron cierto respeto pese a que no compartían su visión, y no faltaron aquellos que malinterpretaron el asunto y lo llevaron a extremos criticables, como… *suspiro* sugerir que no debía internarse en centros psiquiátricos a quienes intentan quitarse la vida.

En principio es un tema delicado, así que, si son personas sensibles a temas como el suicidio y la muerte, les aconsejo retirarse de esta entrada. Para los demás, aquí va.

Si de por sí es complejo hablar del derecho a morir dignamente cuando se carga con una enfermedad terminal, incompatible con una vida digna, lo es aún más cuando hablamos de cargas mentales y sufrimiento emocional, pues el consentimiento hacia continuar o terminar con tu propia vida puede verse afectado por pensamientos intrusivos y creencias erróneas, muy asociadas a la condición psicológica de la persona, y por lo tanto tener una autopercepción errónea de tu estado, por lo que el nivel de autonomía se hace debatible. Es por eso que, en casos de depresión o trastornos semejantes, es más que seguro, comprensible, y necesario, hacer que la persona busque ayuda profesional a nivel psicológico y/o psiquiátrico.

Por otro lado, las experiencias individuales son eso, individuales, y cuando expresas temas tan fuertes desde una perspectiva personal y muy focalizada (pues, queramos o no, el suicidio abarca enfoques más allá del psicológico y la salud), debes tener cuidado con la forma en que estructuras tus pensamientos al escribir, porque no todos van a comprender el punto, y fue justo lo que ocurrió aquí. En ese sentido, si bien no reprocharía a la persona, sí que debo sugerirle que hay mejores formas de abordar el tema de una muerte digna a edad temprana, o al menos en un contexto menos ambiguo, y siempre indicando que es tu postura personal, y no tienen que estar de acuerdo contigo. Claro que sé que esta persona está consciente de ello, y además es su espacio personal, pero repito, los contextos al expresarse son importantes y debes ser responsable con lo que comunicas, sobre todo si, bien o mal, cuentas con cierto nivel de audiencia.

Pero bueno, toda esta parrafada está bastante ambigua y nefelibata. ¿Cuál es el punto de esta entrada? ¿Por qué, si ya digo que no reprocho a la persona, aunque no comparta su perspectiva, necesito más de treinta líneas para trazar ideas? Bueno, porque como alguien que en cierta forma ha pasado por lo mismo, he llegado a diferentes perspectivas sobre lo que quiero para mi vida, o la forma en que veo mi futuro. Y me parece que es necesario balancear lo ocurrido expresando en parte mi enfoque como persona. No es como que pretenda ponerme la gorra del “coach de vida” o el escritor de autoayuda (no, por Tiamat, no): sólo siento que a alguien más puede servirle lo que escribo, quizás a esa persona, quizás a otros más en la misma ruta.

Como muchos de los que me leen hace tiempo ya saben, soy una persona con autismo. No sólo eso, sino que también soy paciente de depresión desde los once, y hace un par de años tuve una crisis muy fuerte, de la que apenas me estaba estabilizando cuando ocurrió la crisis mundial con la pandemia de COVID-19. Dos años después, y gracias a la psicoterapia, un poco de lectura y reflexiones desde el estoicismo, y a mucho contenido de ficción y personas en las redes que hablan y comentan al respecto, estoy en un estado de mejora mucho más avanzado que en aquel entonces, aun si periódicamente tengo algunos episodios de ansiedad o bajones emocionales. No son enteramente inevitables, todo sea dicho, pero incluso cuando pasan, cuento ahora con herramientas y tácticas para reducir el impacto de los sucesos que disparan dichos episodios, así que es poco probable que vuelva a caer en un cuadro tan fuerte como el de aquellos años.

Por supuesto, no lo supe sino hasta hace poco, y no fue sino hasta ese par de años que pasé unos meses infernales. Aun hoy, cuando estoy pasando por un proceso de reorientación en mi vocación personal y mi autoestima, tengo episodios emocionales, hay días en que me ha costado incluso levantarme de la cama. Y fue en esos meses horribles, en los momentos más duros, donde a tus ojos la vida se hace insoportable. Quieres dejar de sentirte agobiado, parar la ansiedad, la sensación de estar todo el tiempo al borde del llanto, la abulia tóxica que no te deja ni siquiera intentar disfrutar de las cosas que te apasionan. Y aunque, como les dije hace dos años, nunca pasó por mi cabeza –y soy enteramente honesto con ello- la idea de quitarme la vida, sí que fue inevitable el querer morir.

Aquí es particular mi relación en general con la muerte. Es interesante y hermosa para mí, desde un punto de vista estético (porque, ya saben, gótico) y biológico (pues, al final del día, somos factores bióticos de la biosfera, y al morir seguimos siendo parte del flujo de energía). Pero como buen ser humano que soy, la idea de mi deceso no es una que suela atesorar, pues, por mi visión personal sobre la vida y el mundo (ya llegaré a eso), es como estar viendo una película en el cine y tener que irte a mitad de la trama. No es fácil aceptar esa idea, en mi caso porque terminas lamentando no saber qué más ocurrirá con el mundo: hasta dónde llegará el ingenio y la malicia del ser humano, cuánto arte más crearemos, cuántas historias más contaremos, cuántas especies más podremos salvar… Ni siquiera tengo dioses a los cuales aferrarme, así que por más que me siente a reflexionar y me inquiete, pues la muerte es un hecho, y nada nos asegura que tendremos otro lado al cual ir, así que no nos queda más que aceptarla tarde o temprano como un hecho, tal como propone el ideal estoico a través de su memento mori. Hasta donde podemos saber y confirmar a través de nuestros sentidos, esta es nuestra única instancia en la Tierra.

Transi de René de Chalon, de Ligier Richier. Iglesia de Saint-Étienne, Francia.

Supongo que, con lo anterior, comprenderán un poco por qué el suicidio no es algo que haya pasado jamás por mi cabeza. Por otro lado, también dejará claro lo mal que estuve durante aquellos meses si tenía tantas ganas de morir y dejar de sentir todo ese agobio físico y mental. Y es el punto cuando tienes trastornos psicológicos y pasas por momentos de crisis: tu percepción de las cosas se hace amargo, y ves todo a través de los lentes del dolor y el hastío. Puede que las cosas que pasen a tu alrededor no sean tan malas, pero en ese estado todo te parece molesto, insoportable, frustrante. Por ello, es difícil reconocer si estás hablando tú, o si son esos pensamientos profundos y viciados los que te llevan a dar ese matiz tan desolador a las cosas que experimentas. Y por supuesto, si de por sí tu visión de la vida no es muy optimista, podrías terminar potenciando ese marco tan oscuro.

No se confundan con lo último: no es como que intente decir “¡Piensa positivo! ¡Tienes mucho por qué vivir!” porque, con todo respeto, esas frases cliché de aliento que algunos ofrecen a quienes sufren de depresión son poco más que cenizas en el viento. No llegan porque, como dije, nuestra percepción se enturbia debido a nuestro estado mental, así que realmente no ayudan a nadie. Pero, por lo mismo, tampoco puedo aceptar la visión de que el suicidio sea la solución inmediata a los problemas, porque no es una solución que uno como afectado contemple siempre de forma racional; a menudo, es más bien racionalizada, y es fácil para el ser humano racionalizar ideas y creencias que en realidad no son muy lógicas. No intento reprochar a quien lo vea como una muerte digna, pero en casos de salud mental, y aquí soy muy directo, jamás debería ser la primera opción.

“Sí, sí”, dirán algunos, “muy bonito todo. Ya nos dijiste que no te interesa suicidarte. ¿Pero de qué nos sirve eso, si no has pasado por lo mismo?”. Bueno, porque, en primer lugar, he pasado por la base de esos mismos pensamientos, que es querer morir; y además comprendo bien que es un estado en el cual no estamos pensando ni reconociendo las cosas de forma lógica. No se trata de pedir que dejen de pensar así, sino ilustrar cómo puede llegar uno a pensar así. Así que vamos al punto. ¿Cómo es que sigo aquí? Sí, he tenido terapia y me ha servido pero, en honor a la verdad, sigo pasando por episodios fuertes. Los más cínicos preguntarían: ¿Por qué seguir? ¿Cómo sigues adelante? ¿Por qué sigues adelante?

Lo primero y más importante: busqué ayuda profesional. Sí, sé que hay muchos que han estado por años con profesionales, y no les ha servido la gran cosa, pero es que en psicología y psiquiatría hay que ser muy cuidadosos con la ayuda que buscamos. A mí me tocaron dos psiquiatras incompetentes y poco profesionales en la adolescencia, como bien sabrán, así que sé lo frecuente que son esas malas experiencias que enturbian la búsqueda de ayuda en salud mental, y eso sin mencionar que aún hay un fuerte estigma sobre la salud mental en general. Pero no hay que rendirse por ello. Yo tuve que tomar conciencia de que, confianza o no, no podía con ese infierno con mi cuenta, así que acudí por ayuda, y hoy en día le agradezco mucho a mi psicóloga por todo el apoyo y la ayuda que me ha brindado. Poner de uno mismo para superar un problema es fundamental, pero es necesaria una guía apropiada para empezar a hacerlo.

Por otro lado, si hay algo que me ha ayudado bastante es aceptar la naturaleza de mi ser humano, en el sentido de reconocer que, como un animal prosocial que hace parte de un vasto sistema de seres vivos, en un Universo indiferente y amoral, y además con condiciones neurológicas que escapan al común denominador, hay cosas que están bajo mi control y otras que no. El mundo, la existencia, la vida misma, no son inherentemente malos o buenos: esas no son más que nuestras percepciones y decisiones, por lo cual es justo a nosotros a quienes les corresponde aceptar lo que es real, separar nuestra visión personal de una especie de justicia o injusticia universal que no es tal, y darnos a nosotros mismos las metas y propósitos. Conociendo entonces mis limitaciones, y aquello que escapa de mis manos, lo que me queda es saber lo que puedo hacer con las cosas que puedo controlar. En muchas formas, es lo que me ayuda a paliar mejor los episodios emocionales: tengo ahora las herramientas para evitar caer en la mayoría de ellos, y si a pesar de todo surge un bajón emocional, puedo sobrellevarlo de forma que no se convierta en otra crisis.

Finalmente, y esto ya es mucho más personal, trato siempre de mantenerme en mi centro, en mi eje espiritual. Con “espiritual” no me refiero a una adhesión religiosa o alguna búsqueda de mi esencia inmaterial, sino a cultivar mi crecimiento personal, pero sobre todo a encontrar y fortalecer aquello que me motiva como ser, aquello con lo que doy valor a mi vida, y por lo que sigo aquí, en este pequeño instante en el Cosmos. Y sí, se puede decir que la idea de contribuir y apoyar a los demás con las reflexiones y otras cosas de este blog va en línea con ello, como corresponde a la naturaleza prosocial del ser humano. Pero, para mí lo primordial, aquello que me mueve, me enfoca, es simple y sencillamente el asombro.

¿Recuerdan la película El origen de los Guardianes? Es una producción de Dreamworks algo infravalorada puesto que no tenía tanto contenido para audiencias mayores y, a pesar de sus buenas críticas, no logró destacar lo suficiente para convertirse en una franquicia (no ayudó que, aun duplicando su presupuesto en taquilla, generó una pérdida de 83 millones de dólares en distribución y marketing). En una escena, mientras los Guardianes intentan convencer a Jack Frost que se convierta en uno de ellos, Santa lo lleva a su taller personal, donde a través de una matrioshka le enseña a Jack que cada uno de los Guardianes tiene un centro, algo que los define, aquello que llevan al mundo y que protegen en los niños. En su caso, en particular, el Asombro: el contemplar con ojos maravillados todo cuanto existe y surge a su alrededor.

Pueden ver el fragmento en cuestión aquí.

Es una escena que me encanta porque, como digo, es el eje a través del cual podría definir lo que vale vivir para mí. Llevo apenas tres décadas entre miles de millones de personas, en uno de seis continentes de un pequeño punto azul en el Universo, y no imaginan lo mucho que me asombra ser parte de este instante, de buscar con mis sentidos y percibir todo aquello a mi alrededor, mientras dure. Me gusta contemplar telarañas con rocío, porque llevan como una fuerza etérea para mi mente. Leo, consulto, veo tantas obras de ficción como puedo, y aun si jamás podría cubrir toda la ficción que hemos creado a lo largo de los siglos, no puedo sino maravillarme de poder acercarme, a través de esas obras, a tantas mentes, al potencial creativo de nuestra especie, de ese simio erguido que trascendió de las sabanas africanas, y poco a poco ha forjado su propia dirección en la existencia, más allá de las limitaciones de los ecosistemas. Busco con mis ojos los seres vivos a mi alrededor: acerco dedos a las arañas que a veces cuelgan de las ramas, me sorprendo con los colores rojizos de los árboles, escucho los rugidos de los lobos marinos, incluso puedo cruzar palabras, escritas o pronunciadas, con muchas personas a mi alrededor. En cierta forma, mi propia condición como autista me ayuda a buscar el asombro, porque mi mente hiperactiva, aunque silenciosa, siempre está buscando estímulos emocionales e intelectuales. Percibiendo el mundo.

¿Es fácil mantener constantemente el asombro para mí? No, claro que no. Aún estoy en proceso de solucionar muchas de las cosas que me afectan emocionalmente, algunas que trascienden décadas atrás, así que sigo siendo susceptible a episodios emocionales. Y por supuesto, aún duele, aunque mucho menos de lo que probablemente haría si no hubiera tomado la decisión de acudir por ayuda. Pero el asombro y la curiosidad siguen manteniéndome en un punto donde, a pesar de todo, puedo sentir valiosa mi experiencia. Cuando apenas empezaba a caer en ese pozo hace dos años, tardé un poco en derrumbarme porque, a pesar de la forma en que terminó, viajar a Chiloé me permitió percibir y experimentar con maravilla cosas que jamás pensé encontrar. Cuando estaba en mi punto más bajo, fue el asombro por la historia de un hermano que intenta restaurar la vida de su única hermana lo que me ayudó a mantenerme en pie. Cuando tuve que pasar meses encerrado en casa, y apenas intentaba recuperar el ritmo de mi salud mental, fue el contenido de una mujer golondrina lo que me ayudó a mantenerme en el asombro y la sorpresa, y me abrió a consultar historias a las que quizás nunca habría prestado atención.

Así que, sí, el asombro es mi eje, mi búsqueda espiritual, por decirlo de alguna forma. Es lo que me impulsa a seguir aquí, a despertar día a día en este mundo, por muchas dificultades que se me presenten. Mi historia terminará en algún futuro, pero ya que no soy clarividente, no me queda más que aprovechar los momentos que pueda en maravillarme, conocer y percibir todo lo que hay a mi alrededor. ¿Por qué apresurarme en bajar el telón?

No pretendo, por supuesto, que mi experiencia individual sea la que defina las de otras personas que sufren o han sufrido de depresión. Todos hemos pasado por diferentes cosas y tenemos diferentes mentes –vaya, recuerden que ni siquiera soy lo que llaman “neurotípico”-, así que sería condescendiente de mi parte sugerir que son cobardes por rendirse pronto, o que es súper fácil alcanzar una dirección o una motivación para seguir viviendo. Y, como comentó hace poco el psiquiatra Pablo Malo, por más que los profesionales de la salud mental se esfuercen, hay personas a las que jamás podrán llegar con palabras y terapias para ayudarlos con su sufrimiento. En algún momento, tendremos que reconocer que, quizás, en tales casos es mejor ayudarlos a irse sin dolor.

Pero esos son debates para otro momento. Como dije al principio, quería compartir mi historia para ofrecer una perspectiva diferente. Parte de nuestro problema para alcanzar una plena tranquilidad radica en que tratamos de asignarles categorías morales a la experiencia misma de la vida, con todo lo que implica, cuando en realidad carecer de cualquier rasgo moral intrínseco. No digo que no nos pasan cosas malas o difíciles, pero el punto es no caer en el error de considerar que de eso consiste la vida, porque al final el nivel en que nos afecten de modo negativo depende mucho de nuestras percepciones, y el primer paso para saber cómo manejar todas estas situaciones es reconocerlo, y aprender a actuar dentro de lo que corresponde a nuestra potestad, y de acuerdo con nuestro eje de vida. Así que, reitero, el primer paso si están en una circunstancia similar es buscar ayuda profesional.

Así que cierro con una pregunta. Para ustedes, ¿qué es aquello que los motiva a levantarse, el eje sobre el cual dan sentido y dirección a su vida? ¿Cuál es su centro?

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