Sobre el “arboricidio” en Santa Marta
Desde
inicios de año, se viene dando en Santa Marta un trabajo de lo que podría
llamarse deforestación, aunque de forma mucho menor a lo que esta palabra
implica. La Alcaldía de Santa Marta dio la orden de talar cientos de árboles
plantados en medio de las principales avenidas de la ciudad, con motivo de la
restauración de los separadores en las calles y la instalación de nuevas
luminarias. Aunque el alcalde Carlos Caicedo ha prometido que la pérdida de los
árboles será compensada con la plantación de otros 2300, como parte de su plan
de desarrollo para la ciudad, gran parte de la población samaria y algunos
investigadores científicos han manifestado su disgusto por un proceso que
podría desestabilizar el clima de la ciudad, quizás incluso su ecología. Para
completar, hace poco se ordenó desde la Gobernación del departamento la
restauración de la vía a Minca, lo que implica talar unos 617 árboles más.
El
tema ha sido muy polémico, pues de un lado se encuentran las autoridades
ambientales distritales y departamentales, junto con la Alcaldía y la
Gobernación, las cuales defienden el proyecto como necesario para el desarrollo
de Santa Marta, y sostienen que varios de los árboles talados estaban enfermos,
y otros empezaban a dañar la infraestructura de las calles. Del otro lado se
encuentran ambientalistas, ecólogos y muchas personas del común que se
mantienen críticas de la tala, unos por preocupación ambiental, otros por
sospechar de corrupción, y otros por un cierto romanticismo tradicional, pues
muchos de los árboles talados eran antiguos, y otros demasiado jóvenes como
para sufrir enfermedades graves.
Trataré
de exponer mi opinión acerca de las preocupaciones y argumentos de cada uno de
los lados de esta controversia. El lector al final puede formar su propia conclusión.
Si
hay algo en lo que la Alcaldía y el DADMA tienen la razón es que hay mucha
desinformación sobre el proyecto de restauración. Especialmente de su parte,
puesto que pasó cerca de mes y medio antes de que todos los samarios pudieran
enterarse de las razones tras la tala de los árboles. Y ciertamente, cortarlos
de anoche no ayuda nada a su postura; antes quedaron con la imagen de cobardes
y corruptos que hacían algo ilegal. Es quizás un poco comprensible esta
actitud, debido a la férrea oposición de la población, pero no por ello
justificable que no pudieran ser capaces de socializar desde el principio lo
que buscaba el proyecto.
Por
otro lado, que haya personas que critiquen ferozmente el concepto de “desarrollo”
a raíz de este suceso es algo que yo no comparto. ¿Se necesitaba instalar un
mejor sistema de iluminación en la ciudad? Sí, y no sólo por razones de
seguridad para los automovilistas, sino también para la seguridad de los
transeúntes, dada la poca visibilidad en zonas de algunas avenidas (visibilidad
que en algunos casos también disminuían los propios árboles, cabe aceptar),
convertidas en focos de delincuencia. ¿Es necesaria la restauración de la vía
hacia Minca? Claro que sí, pues se encuentra ciertamente deteriorada en gran
parte, y es incluso pequeña.
En
cuanto a la antigüedad y “tradición” que manejan algunos en su rechazo a la tala
de árboles, no creo que sea un argumento muy sólido para oponerse. Es por eso
que no uso el término de “arboricidio” para referirme a esta polémica:
considero que es más emocional que racional, y se necesita ser un poco más
objetivo.
Aun
así, no todo es color de rosa, y también comprendo que hay otras objeciones al
proceso de tala. Es cierto que con tantos árboles talados, el efecto de las
brisas y vientos fuertes y los cambios de temperatura serán más acusados en la
ciudad. Y la propuesta de “reforestación”, tristemente, no es una solución tan
buena como aparenta, puesto que el reemplazo de los árboles en las avenidas no
será equitativo. En otras palabras, si por ejemplo se quitaron 250 árboles,
serán menos los que se colocarán para compensar; al parecer, los restantes
serán reemplazados por los cactus y trinitarias que hemos visto en la Avenida
del Libertador, los cuales encendieron aún más la indignación de los samarios
(y me cuento entre ellos). Y aunque la cantidad de árboles nuevos en general
será mayor, no es lo mismo tener la mayor parte de esos 2300 árboles apiñados
en unas cuantas zonas (ni siquiera está del todo claro dónde), y un puñado
restante compartiendo la calle con un cactus. La diferencia ecológica con el
estado anterior es tremenda.
Es
por eso que comprendo y apoyo hasta cierto punto las críticas de profesionales
como Brigitte Baptiste y Sandra Vilardy: lo que se ha hecho hasta ahora se ha
hecho mal. No es tanto por el trabajo realizado, sino por la forma en que está
planteado y se está realizando.
Por
último, no son pocos los que ven con cierta desconfianza el hecho de que la
administración de Carlos Caicedo presente no sólo este, sino otros proyectos de
desarrollo, justo cuando está terminando su mandato. El alegato de que
enfrentaba oposición fuerte ya no convence a nadie, y todo ha quedado, a los
ojos de muchos, como una fórmula populista para futuras elecciones. Otra cosa
que hace pensar a muchos es que se destruyeran y rediseñaran completamente, por
ejemplo, los separadores de la Avenida del Libertador, los cuales estaban en un
buen estado de conservación en gran parte de su tramo (especialmente los
sardineles) y sólo requerían un trabajo menor. Todo este proceso hace sospechar
de favores políticos que están siendo pagados con la concesión del proyecto. Nada
de esto sería raro en nuestra ciudad famosa por sus niveles de corrupción, por
supuesto, pero de momento todo esto son sólo conjeturas.
Aquí culmina este pequeño análisis. Como comenté
al principio, el lector sabrá formar sus propias conclusiones. Por mi parte,
encuentro todo el proceso un tanto confuso. Soy partícipe de los planes de
desarrollo, siempre que se den dentro de una perspectiva sostenible. Y siento
que a este proyecto aún le falta de eso, sin mencionar la evidente falta de
seguridad y confianza que poseen los gobernantes de la población samaria.
Comentarios
Publicar un comentario