Díptico antropomorfizado
Si
hay algo enervante que uno ve como biólogo es la constante humanización de los
animales. No me refiero a que no se les pueda dar un tratamiento humanitario,
sino más bien a la costumbre ya enfermiza de dotarlos de rasgos y cualidades
muy humanas a nivel psicológico y ético que al menos, hasta ahora, no sabemos
que puedan ejercer o siquiera tener. Es natural a nuestra especie asignar
cualidades humanas no sólo a otros seres vivos, sino también a conceptos
abstractos o fenómenos naturales: es de ahí que nacen las ideas de espíritus y
dioses. Pero usar a tu perro como un reemplazo para la interacción social,
decir que está feliz porque está mostrándote los dientes, o echarle comida
“vegana” porque se te olvida que él no es
un ser humano y no puede comer lo
mismo que tú, ya eso está mal.
Ya
he comentado
un poco al respecto en
una entrada del año pasado, pero hoy quiero centrarme en un par de
noticias que he visto en estas semanas. Una ya tiene algún tiempo, pero pone en
evidencia el problema de combinar
una intención de justicia con una percepción errónea de la conducta animal. La
otra es, cuando menos, curiosa y un poco más científica y compleja de analizar.
Pasemos a verlas.
1.
A finales de agosto, se hizo revuelo en Internet por un video compartido por un
grupo feminista español dueño de un santuario animal llamado
“Almas Veganas”. En el video, dos
mujeres aparecen estrellando huevos contra el piso mientras afirman
que “los huevos son de las gallinas” (¿?), y que tuvieron que apartar a los gallos para que “no las violaran”, aunque fuera parte
de su naturaleza (¿¿??). Dado que las gallinas ponedoras, como es usual, ponen
huevos sin necesidad de fecundación, y sin una dieta rica en nutrientes eso
tiene efectos en su salud, las dueñas del santuario aseguraron además que, si
las gallinas seguían poniendo, las “implantarían” para que dejen de hacerlo. En
otro
video respondiendo al respecto, continuaban con el tema, defendiendo
además con el tema del lenguaje inclusivo (se comunican con la “e”) porque “sabemos que el género es un constructo
social”, y que no están buscando la reproducción de sus “gallines”. “O eres vegane o apoyas la esclavitud animal”.
“Comer animales es fascista”… los
lemas habituales del activismo animalista.
Empecemos por lo básico: ignoraré el uso de esa pesadilla gramatical del
lenguaje inclusivo (que curiosamente, no todas de las mujeres del santuario
parecen usar, como se ve en el segundo video), porque si son feministas
radicales o no, me importa más bien poco. De momento también haré a un lado la
discusión del género como construcción social, que también comenté un poco en mi
entrada anterior sobre sexualidad, porque nuestra especie es binaria de por sí, y porque eso va más en línea con
la segunda noticia. Y tengo que decir que hay que ser cretino para atacarlas
por su aspecto físico y su estética.
Por
otro lado, sí es importante el tema que ponen en la mesa sobre la industria
cárnica, que como sabemos en muchos aspectos no es muy humanitaria con los
animales que se explotan, y que es en buena parte responsable de los índices de
deforestación en muchos países. Pero de ahí a llamar fascista a quien se come
una carne en bistec al almuerzo o sale a pescar de madrugada para mantener a su
familia el trecho está largo. Ponerse a sí mismo en un pedestal de absolutismo
moral te hace ciego a menudo sobre las minucias y complejidades que entraman
una problemática como la alimentación de nuestra especie, y en un todo no es
muy diferente de las prédicas del sacerdote que reprocha a un embolador de
calzado por no poder contribuir con el diezmo.
Por
otro lado, la realidad es que si hablamos de cambio climático,
la
mayor contribución es el abuso de combustibles fósiles y la agricultura en sí,
tanto la animal como la nuestra, y si
bien la FAO destaca con datos la contribución de las vacas a las emisiones de
metano, tiene menos que ver con las vacas en sí y más con la dieta que en
muchos países se les da (por cierto, la FAO también resalta que
sólo el
4% de la soja que se cultiva a nivel mundial es destinada a la dieta del ganado
en general), siendo las emisiones
directas del ganado responsables apenas de un 5%. Hay muchísima tela
por cortar al respecto, en especial cuando la reciente tragedia en el Amazonas
de Brasil puso sobre la mesa el tema de la deforestación agropecuaria, pero no podemos sólo saltar a llamar criminales a
todos los que son omnívoros. No es objetivo ni serio si queremos de verdad
cambiar los paradigmas de la industria.
Vamos al tema que nos reúne aquí: los gallos “violadores”. El
apareamiento coercitivo, que sería el término científico correcto para esta
conducta animal, no es exclusiva de aves de corral. Se ha observado en otras
especies, como grandes simios y delfines. Se dice que podría comprender hasta
la mitad de los encuentros de apareamiento en orangutanes; en El maravilloso mundo de los arácnidos
Anita Hoffmann describe, refiriéndose a los solífugos (un grupo de arácnidos no
venenosos conocidos como arañas camello), que en ocasiones el macho rechazado
por la hembra la somete y abre por la fuerza su orificio genital para
introducir en él el espermatóforo, y de hecho se refiere a ello como “una violación, en términos antropológicos”;
y en las tortugas de Galápagos el macho, valiéndose de su mayor tamaño y
fuerza, inmoviliza a la hembra que se encuentre con sus patas delanteras para
montarla. Puede que nos parezca un poco escandaloso, pero a menudo en el reino
animal no existe un cortejo como tal para el apareamiento, y esto es parte de
estrategias reproductivas alternativas en muchos casos. Y no significa que el abuso sexual en nuestra especie esté justificado
en ninguna situación.
Aunque parezca lo contrario, este solífugo macho
(izquierda) no se está comiendo a la hembra, sino que la sostiene con sus
quelíceros para llevarla hasta su espermatóforo, como es parte de su danza de
cortejo (que tampoco involucra por lo general coerción). En realidad, tras ser
rechazado es más frecuente que el macho se vaya en vez de forzar el
apareamiento, porque corre el riesgo de ser devorado por su potencial
compañera.
Que
en el apareamiento los gallos lesiones a las gallinas con sus espuelas tampoco
es tan inesperado. En el reino animal, la selección sexual involucra
competencia tanto a nivel intrasexual (es decir, entre miembros del mismo sexo,
en específico machos) como intersexual (elección por parte de la hembra) por la
reproducción, lo cual da lugar al desarrollo de estrategias tanto
precopulatorias como postcopulatorias (es decir, antes o después del
apareamiento, respectivamente) que aseguren la fecundación exitosa. De
artrópodos a mamíferos, hay varias especies donde estas estrategias involucran
conductas lesivas, como mordiscos o arañazos a la hembra, así como órganos
reproductivos con estructuras que lesionan el aparato reproductivo, como
las espinas en el pene de felinos o muchos insectos; ambas estrategias son
disuasorias, pues impiden que la hembra vuelva a aparearse y por ende aseguran
el éxito reproductivo de los machos, pues su inversión energética en la
reproducción se desperdiciaría si otro macho las fecundase (aunque en algunos
casos, incluso
estimulan la fertilidad de la hembra).
De modo que los golpes con las espuelas de los gallos a las gallinas son parte
de su estrategia reproductiva, aunque a nuestros ojos parezca una abominación.
Como ejemplo, contemplen en su gloria el pene de un
escarabajo del fríjol, Callosobruchus
analis. Auch.
Almas
Veganas (¿no deberían llamarse “Almes Veganes”?) asegura que por la
modificación genética producto de la selección artificial en los gallos no
puede decirse que eso sea una “conducta natural”. Es plausible, hay que
admitir, que los cruces para generar razas hayan producido algunas donde su
comportamiento reproductivo sea más agresivo, así como en perros las razas
“peligrosas” fueron seleccionadas para manifestar un comportamiento más violento
que los hiciera útiles para cacería o peleas de entretenimiento. Sin embargo, esa es la selección de rasgos específicos que son parte del rango conductual de una especie; por lo tanto, serían naturales. Y así como un bull terrier no es un asesino innato y si se le da una crianza adecuada
es un animal muy cariñoso, un gallo no tendría por qué ser violento en exceso
con las gallinas; de hecho, no sería una buena adaptación reproductiva si las
dejara “graves de salud”, como aseguran las activistas. Considerando el efecto
del estrés en animales domésticos, es más probable que si los gallos en verdad
son más violentos de lo usual, sería por el estrés de sus anteriores
condiciones o por el estrés generado por las condiciones del mismo santuario,
cosa que no creo mejore si los mantienen apartados de las gallinas, así que tal
vez sería conveniente que analicen la salud conductual de los animales que
están cuidando.
Más
allá de todo esto, hay un problema fundamental al proyectar nuestro sistema de
moralidad a las conductas de otras especies, en especial siendo que en muchas
su rango de “emociones” y “personalidad” se basaría más en patrones constantes
de respuesta a determinados estímulos que a una consciencia propia con albedrío.
Aun si aceptáramos que la mayoría de los animales en verdad poseen una moral
volitiva, sería apresurado y, oh ironía, bastante especista creer que se ajusta
a nuestra definición universal de moralidad (digo universal para no entrar en
las discusiones sobre diferencias culturales de moral). ¿Entonces los delfines
que se aparean a la fuerza con hembras son unos monstruos morales? ¿Llamaríamos
asesinos desalmados a los leones que, tras tomar el lugar de macho dominante,
masacran a las crías del anterior para que las hembras se apareen con él? ¿Los
cucos serían unos negligentes desgraciados por no sólo dejar a su cría en el
nido de otras especies, sino además que esta expulse los huevos o polluelos de
sus “padrastros”, eliminando así a sus potenciales competidores? ¿Dónde
deberíamos trazar la línea en cuanto a lo que en verdad es antropocentrismo, si
ya de entrada le estamos asignando juicios muy humanos a las conductas de otras
especies?
2.
En el acuario Sea Life de Londres, se hizo pública la noticia de que una pareja
residente de pingüinos papúa hembras, Rocky y Marama, adoptarán
un polluelo que no será “caracterizado” como macho o hembra, convirtiéndose
en la primera cría de pingüino sin un género asignado. El administrador
general del centro, Graham McGrath, comentó que aunque esto puede parecer
polémico, “es completamente natural para
los pingüinos desarrollar identidades sin género mientras se convierten en
adultos maduros”. Mientras tanto, el polluelo recibió una banda púrpura en
el ala para ser identificado durante su desarrollo.
En principio, destaquemos
por enésima vez que el comportamiento homosexual es muy frecuente en animales,
y de hecho existen actualmente varias parejas de pingüinos del mismo sexo entre
diferentes especies en varios zoológicos y acuarios. Es cierto que no es tan
frecuente que se trate de individuos homosexuales estrictos, sino de individuos con comportamiento homosexual,
aunque esto no significa que no pueda ocurrir, como sucede en el caso ya
mencionado de los carneros. Y por la información presente, parece que Rocky y
Marama sí serían “pingüinos gay”.
Por otro lado, entre los
pingüinos hay poco dimorfismo sexual, y como explicó en entrevista con la CNN,
la Dra. Gemma Clucas, del Laboratorio Cornell de Ornitología, tanto el macho
como la hembra de todas las especies se encargan del cuidado parental, así que
aparte de diferencias muy específicas, son indistinguibles a simple vista. No
es sorprendente, pues, que un par de hembras puedan formar pareja, o que un
polluelo mantenga una conducta “neutral” antes de la madurez. Los pingüinos no
son lo que yo llamaría mi fuerte, pero por lo que conozco de selección sexual y
estrategias reproductivas, es comprensible.
Ahora, la forma en que se
está enfocando el caso sí está mal. Por ejemplo, en este
artículo del Huffington Post
relaciona los beneficios de criar a los niños sin género o sin estereotipos de
género con el pingüinito de Londres y se pregunta si son “la especie más ‘woke’ de todas”; este es un término político
afroamericano de los 60 que alude a una conciencia de la justicia social y
racial, y que en el nuevo milenio es usada de forma más genérica dentro del
progresismo. Es decir, la autora propone que este caso del pingüino sin caracterización de género podría servir como un ejemplo para nuestra propia especie.
Por otro lado, las
declaraciones del mismo acuario sobre la caracterización son un tanto similares al reciente anuncio del músico Sam
Smith. Smith, quien salió del clóset en 2014 y en 2017 se identificó como
no-binario (es decir, que no se identifica a sí mismo como exclusivamente masculino
o femenino), pidió a sus
admiradores que se refieran a su persona como “they” (que puede ser
usado en forma singular en inglés), en lugar de “he/him” (él), dado que en sus
palabras “no soy
‘male’ o ‘female’, creo que fluyo en algún lugar en medio”. Uso los
términos en inglés tal como los pronunció para resaltar la cuestión a analizar,
porque no es lo mismo hablar de “man” (hombre) o “woman” (mujer) que de “male”
(macho) o “female” (hembra).
Primero: independiente de
la conducta neutra del polluelo en Londres, la realidad es que sí puede ser
caracterizado como macho o hembra, al menos en términos biológicos. La mayoría de las aves no tienen genitales
externos, a excepción de los paleognatos
(tinamúes y ratites) y los anátidos (patos,
gansos y cisnes), por lo cual es difícil identificar su sexo -uso aquí “sexo”
como equivalente a “género”, porque en especies no humanas no existe la
distinción conceptual que le damos nosotros-, en especial en aquellas sin
dimorfismo como los pingüinos, pero un análisis de sangre sí permite hacerlo a
través de sus cromosomas. Las aves poseen un
sistema de determinación sexual ZW que define el sexo en la progenie y que
es inverso al humano, por lo cual aquí el sexo heterogamético es la hembra, ZW,
y es el óvulo y no el espermatozoide el que determina el sexo de la cría,
mientras que el macho es homogamético, ZZ. Es decir, el acuario sí tiene forma
de asignarle un género a la cría, sólo que al parecer, por propósitos
experimentales, eligieron no hacerlo esta vez.
Eso me lleva al punto de
Sam Smith, y es que utiliza en inglés términos con un significado biológico, no sociocultural como ocurre con “hombre” o “mujer”, que van ligados
no sólo con la identidad de género sino también a construcciones como la
asignación de roles sociales y conductuales. Decir que no es “macho” ni
“hembra” es confundir ambas cosas, porque estos son términos biológicos con un significado tangible, a los que ni
siquiera la identidad de género puede dejar de lado. Ya lo dije en la entrada
anterior: yo apoyo la transexualidad, e igual el concepto de género no binario,
pero siempre que se entienda en términos de identidad
de género, no de sexo biológico,
porque lo segundo es distinguible como
binario en nuestra especie. En términos de sexo biológico Smith es un macho, y en palabras de
Colin Wright, que use los términos de “macho” y “hembra” para rechazarlos sería
“una completa negación de la realidad
material”. Si de identidad de género hablamos, sería más adecuado que Smith
se refiriera a sí mismo como no siendo “hombre” ni “mujer”, porque ya estos
términos van más de la mano con todas las concepciones socioculturales en
cuanto a su significado, que es con seguridad a lo que se refiere en realidad.
Resumiendo, la idea de un
polluelo sin género es al menos un tanto innecesaria, tanto por la realidad
biológica como porque si en efecto los pingüinos no desarrollan una conducta de
género hasta la madurez, entonces no hay mucho extraordinario en la cría de
Londres, más allá de ser criada por dos hembras. Es decir, si en la mayoría de
las especies de pingüinos no hay mucha diferencia conductual entre los sexos,
¿por qué sería arriesgado asignarle un sexo al polluelo? Lo que entiendo, por
las mismas descripciones de los encargados en Sea Life, es que dado el éxito de
la adopción de Rocky y Marama, quieren hacer un seguimiento de la crianza del
polluelo y ver la evolución de su comportamiento. Puede ser un hallazgo
interesante, pero dado todo lo anterior no parece imprescindible que lo
hicieran sin una asignación de sexo, aunque tampoco afecta mucho el no hacerlo.
Segundo: a diferencia de
lo que afirman en la nota del Huffpost, los pingüinos no son una especie
“woke”, porque ni son una única especie ni tienen, hasta donde sabemos, una
consciencia que les permita discernir sobre cuestiones de identidad de género. Los
pingüinos no crían a sus polluelos con o sin “estereotipos de género” porque
ellos no tienen encima una construcción sociocultural que dé lugar a una visión
generalizada de la conducta de cada sexo, como ocurre con los humanos. Es
cierto que hay muchas ventajas en criar a los hijos sin la creencia forzada de
que “los niños visten de azul y las niñas de rosa”, y más chorradas
relacionadas, pero eso no tiene nada que ver con una pareja de pingüinos hembra
adoptando un polluelo.
No es inusual, por
supuesto, que en varias especies no se manifiesten diferencias conductuales
entre sexos sino hasta la madurez o la época reproductiva, e incluso en esta
última pueden tener el mismo comportamiento. Esto último no es equivalente al
concepto sociopolítico de “neutralidad de género” al que no pocos abogan en
estos días, sino más bien a lo que se llama en ciencia monomorfismo sexual; es decir, aquellas especies sin diferencias
entre los sexos más allá de sus órganos reproductivos, ya sea en caracteres
sexuales secundarios o en conducta. Que en la mayoría de las aves también haya
un cuidado biparental no le dice nada tampoco a nuestra especie sobre roles de
género; es una distribución equitativa de la inversión parental sobre la
progenie que asegura un mayor éxito reproductivo, en especial en aquellas
especies donde la selección sexual no es tan fuerte o el radio de sexo
macho:hembra entre adultos presenta poco sesgo a un sexo o al otro. En muchos
otros animales, incluyendo la mayoría de mamíferos y los primates más cercanos
a nosotros, es mucho más usual el cuidado materno. Y de manera similar, que por
ejemplo en un chimpancé sea la hembra la que se encargue de criar a los
juveniles no significa que los humanos tengamos que mantener ese imperativo
biológico. Intentar extrapolar de forma simplista todas estas complejidades a
la actual discusión sobre los roles de género y la discriminación entre sexos no
es más que otro intento fastidioso de humanizar de más a los animales.
En síntesis: el polluelo “sin
género” del Sea Life es, cuando menos, un experimento interesante para observar
el desempeño de la crianza de una pareja de pingüinos del mismo sexo, y cómo
podría influir eso en el desarrollo de la conducta del juvenil. Y eso es todo. No
hay que tomarlo como un ejemplo para evaluar la problemática de los roles y
estereotipos de género en nuestra sociedad, ni tampoco es un argumento a favor
de equiparar sexo biológico e identidad de género para nuestra especie.
-O-
Espero que se entienda
todo el punto a través de esta entrada. Yo no voy con intenciones de atacar con
sevicia a ninguno de los grupos presentados ni sus propuestas. Lo que busco es
tratar de comprender y explicar por qué algunas de esas propuestas nacen más de
nuestras propias limitaciones cognitivas y la necesidad de imprimirle nuestra
identidad a otros seres que no tienen por qué compartirla. Creo que hay
intenciones llamativas detrás de cada uno de los casos, pero están siendo
enfocadas de forma incorrecta, y hay que dejarlo claro.
Más allá de eso, invito
como siempre a reflexionar un poco. Los animales, sea como compañía o como
sustento, son criaturas complejísimas, y cada una con características
particulares. Algunos muy similares a nosotros, es cierto, y por eso llegamos a
quererlos tanto. Pero debemos recordar que ellos tienen sus propios
requerimientos y comportamientos, que no pueden ni deben ser forzados a
amoldarse a los nuestros. Hay que respetarlos por lo que son, no por lo que
queremos que sean.
Hablando de antropomorfización. ¿Conoces la película "Animals are beautiful people" (algo dificil de conseguir)? Es del mismo director de Los dioses deben estar locos.
ResponderEliminarNo, no me suena. Aunque con ese, parece que empezamos mal.
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