Uribe, nuestro Enrique II
Falta
poco más de dos semanas para que el nuevo Presidente de Colombia, Iván Duque,
se posesione, y en este poco tiempo las cosas han estado aterradoras. Los
asesinatos de líderes sociales se han incrementado de forma espantosa, y se les
han sumado además directores regionales de la campaña presidencial de Gustavo
Petro (tan sólo la primera semana de este mes, al menos diez fueron ejecutados,
sin contar la masacre en Argelia, Cauca). Las acciones violentas del ELN están
volviendo. Y por si eso fuera poco, lo que Duque nos ha revelado hasta ahora de
su gabinete de “renovación” es mayormente una burla, entregando cargos
ministeriales a empresarios bien lucrados, uribistas de pura cepa que y
corruptos que van desde salpicados por el caso de los Panama Papers hasta desfalcadores
de los planes de alimentación escolar.
Tan sólo ayer el futuro Ministro de Defensa, Guillermo Botero, afirmó
estúpidamente que debe
existir una regulación de las protestas sociales en el país para que
representen “los intereses de todos los
colombianos.” Como bien señaló Juan David Laverde en Twitter, el Congreso
del último presidente de la Hegemonía Conservadora, Miguel Abadía Méndez,
también terminó regulando en 1928 la protesta al punto de prohibirla por
completo, y en la Costa Caribe estamos muy conscientes de lo
que ocurrió después, aunque una estólida sin remedio como María
Fernanda Cabal insista en que no es más que un mito comunista. Que no se diga
que no se advirtió.
En
cuanto a Duque, su visita a territorio español dejó en risible evidencia su
incapacidad, su poca preparación protocolaria, su inexperiencia diplomática y
el cómo es poco más que una “formulita” preparada para complacer a Uribe. Su
patético mensaje de saludos de parte de Uribe y Pastrana al rey Felipe VI, y el
demoledor comentario sarcástico del ex futbolista español Butragueño al ver sus
actos de foca amaestrada fueron una fuente tanto de carcajadas como de
celebración al mostrar el poco sentido del ridículo del querido Tocineto. Y los
ridículos mensajes de Uribe en Twitter tratando de resaltar su “evidencia”
fueron como ver a una madre enorgulleciéndose de que su bebé camine solito. Un
desastre completo.
Pero
no es de las garrapatas que quiero hablar ahora, sino de la mula. Como es bien
sabido, el Gran Colombiano tiene por pérfida afición usar las redes sociales
para calumniar
a sus detractores y apuntar con el dedo a quienes lo critican, las
cuales son acciones graves si recordamos que es un político con –siendo muy
delicados- relaciones muy turbias con el
crimen, y con una tropa de seguidores donde abunda la propensión a las amenazas
criminales al que no piensa como ellos. Pues bien, Uribe lo hizo otra vez. Ayer
en Twitter, cómo no, colgó el siguiente mensaje:
Por cierto, ¿recuerdan su pretensión de “resistencia
civil” contra la paz de Santos?
Nadie
tiene por qué atacar la cátedra de un docente mientras se mantenga en el ámbito
de lo legal, ni siquiera Uribe, y un profesor de Economía tiene muchas razones
para cuestionar el gobierno que viene con Duque desde el ámbito de su materia,
como la elección del detestado Carrasquilla como Ministro de Hacienda y la
vagabunda solicitud de las empresas para reducirles impuestos. Mientras lo leía,
al igual que las reacciones indignadas ante el ataque de Uribe, y teniendo en
cuenta la forma en que siempre se comporta y declara sobre sus enemigos o
quienes han tenido que padecer por culpa suya, como las madres de Soacha, no
pude evitar pensar en un caso que leí hace muchos años en la enciclopedia El mundo de los niños, y que ya mayor
pude comprender sus ramificaciones al punto de compararlo con esta forma de
actuar: la historia de Thomas Becket, conocido por los católicos como Santo
Tomás de Canterbury.
Esta historia es de finales del siglo XII. Becket venía de una familia
acomodada proveniente de Francia, y estudió teología en París y Bolonia,
regresando a Inglaterra a servir como archidiácono del arzobispo de Canterbury,
el obispado más antiguo del país, haciéndose además amigo del príncipe Enrique,
quien en 1154 sería coronado rey con el nombre de Enrique II, siendo además el
primer monarca inglés de la Casa Plantagenet -aquella de la que nacieron las
dinastías Lancaster, York, cuyo conflicto inspiró a George R.R. Martin para
escribir la saga Canción de hielo y fuego-.
Aquí nace un conflicto político, pues el rey quería retirar los privilegios
judiciales y políticos que el clero había adquirido. En concreto, buscaba
someter al clero a la jurisdicción civil y nombrar directamente a su heredero
al trono, ya que era costumbre que el arzobispado influyera en la decisión. Por
supuesto Teobaldo de Bec, el arzobispo en aquel entonces –y quien en 1156 apoyó
que el caso de un clérigo acusado de envenenar al arzobispo de York pasara a un
juicio eclesiástico, lo cual le valió fricciones con el rey-, jamás permitiría
que la corona inglesa convirtiera a la iglesia en sus sirvientes. Sin embargo,
a su muerte, en 1163, Enrique II nombró arzobispo de Canterbury a Becket,
esperando tener en su amigo un apoyo que le permitiera hacer las
transformaciones deseadas al poder del clero.
Sin
embargo, pronto Becket tomó medidas muy diferentes a las que el rey deseaba. Se
convirtió en un asceta, y se enfrentó a las Constituciones de Clarendon, una
serie de medidas legislativas proclamadas por Enrique II para restringir los
privilegios eclesiásticos y la autoridad del Papa en Inglaterra. En especial,
Becket se resistía a dos cláusulas sobre los crímenes del clero. Aunque al
final mostró disposición a las Constituciones, se negó a firmarlas, y el rey lo
llamó a juicio en Northampton a finales de 1164, así que Becket huyó con su
familia al exilio. Esto generó un conflicto diplomático entre ambas partes y el
rey francés Luis VII, quien ofreció asilo al arzobispo, hasta la intervención
del papa Alejandro III en 1170, lo cual permitió que Becket regresara al país.
Sin embargo, en junio de ese mismo año el arzobispo de York y los obispos de
Londres y Salisbury coronaron al heredero de Enrique II, su hijo mayor Enrique
(conocido posteriormente como el Joven), privilegio que pertenecía al arzobispado
de Canterbury, y al sentir afrentada su autoridad, Becket excomulgó a los tres.
En este punto el rey se lamenta furioso en voz alta por lo ocurrido, y sus
palabras terminarían costándole la vida a Becket.
Aquí hay un cierto debate sobre las palabras de Enrique II. Si bien
tradicionalmente se cree que el rey dijo: “¿No
habrá nadie que me libre de este cura turbulento?”, los estudiosos
consideran que es más probable la versión de un cronista contemporáneo (y quien
además sería herido en el asesinato): “¿Cómo
es posible que, entre todos los vagos y traidores a los que he cargado de
riquezas, ninguno sea capaz de evitar que un clérigo de baja cuna se burle de
mí?”. En cualquier caso, cuatro caballeros de la corte interpretaron las
palabras del rey como una petición formal, y el 29 de diciembre, en el atrio de
la catedral de Canterbury y a golpes de espada, dieron muerte a Becket de una
forma bastante cruenta (de acuerdo con los historiadores de la época, y si me
permiten resumirlo con rudeza, literalmente le saltaron la tapa de los sesos).
Enrique II lamentó amargamente la muerte de su viejo amigo, e hizo acto de
penitencia ante su tumba pocos años después. Hoy, Thomas Becket es venerado
como santo tanto por la Iglesia Católica como por la Anglicana.
Grabado medieval que detalla la muerte de Becket
Si
les cuento esta historia, es porque al ver las acciones de Uribe no me cabe
duda que cada vez que denuncia o denigra con falsedades a sus críticos está
actuando exactamente como lo hizo Enrique II cuando pronunció la frase maldita
durante un arrebato de cólera. La Picota social y digital siempre está ávida de
castigar a quienes creen culpables, y acciones tan sucias como las de Uribe de
llamar cómplice de la guerrilla a un juez, o tildar de violador de niños a
Daniel Samper Ospina, son declaraciones que su ignorante corte puede
interpretar muy a su manera como una solicitud de ataque, y con ello recurrir a
la violencia, incluso mortal, contra las víctimas de su ira. Es por eso que el
dar nombre y sitio de trabajo de un docente que decide cuestionar a su sucesor
por indignación es una acción temeraria y muy peligrosa de parte suya.
Sin
embargo, las similitudes con Enrique II terminan ahí. A diferencia del rey,
Uribe no ignora las potenciales consecuencias de este tipo de mensajes que
emite. Él sabe muy bien que cuando acusa a una persona de ser pro-FARC o
pederasta, está poniendo su cabeza en una diana a la que sus seguidores
extremistas podrían disparar. También debe saber muy bien que al decir que un
profesor apoya la marcha “petrista” (ignoro si el docente lo es), como si los
únicos que quisieran marchar contra Duque fueran los seguidores de Petro, y en
medio de asesinatos sistemáticos de líderes sociales y miembros de su pasada
campaña, lo está poniendo en un riesgo importante. Pero no le importa. Álvaro
Uribe carece de vergüenza, empatía y una disposición a aprender de sus errores
o saber medir sus palabras: ya ha tenido que retractarse de calumnias bastante
serias, y aun así prefiere recurrir a las mismas tácticas una y otra vez.
Después de todo, si no está llamando directamente a que agredan o incluso den
muerte a un opositor suyo, ¿por qué habría de perder el sueño?
En
esta historia no hay exactamente un Becket. O al menos uno solo, pues los que
repudiamos públicamente la influencia siniestra de Uribe y vemos con
escepticismo el gobierno de su juguete Duque somos muchos. Ciertamente tenemos motivos más objetivos que Becket para oponernos al poder del Gran Colombiano. Y obviamente no vamos
a morir por hacerlo (espero). Pero ya es momento de frenar la arrogancia
irresponsable del senador y ex presidente, que cada vez que abre la boca o toma
su celular para escribir algún mensaje confía en que su intocable condición le
da derecho a pisotear la honra e incluso la integridad física de sus
opositores.
Ah,
sí, y feliz grito de Independencia para todos los que votaron por un caudillo
que les hiciera la labor de pensar por ellos.
Adenda: ayer se presentó un penoso incidente en el programa
de Vicky Dávila en La W, donde el
abogado Abelardo De la Espriella y el analista Ariel Ávila discutieron sobre la
presencia de las FARC en el Congreso que hoy se posesiona. El debate escaló a
tal punto, debido a la conocida postura de De la Espriella sobre las AUC y el
paramilitarismo, que Dávila, incapaz de mostrar carácter para moderar (vaya
sorpresa), se vio obligada a concluir el programa mientras tras bastidores la
cosa casi escala a golpes, con muchas amenazas y agresiones del abogado. De un
desechable que alguna vez dijo que “la ética no tiene nada que ver con el
derecho”, y que asegura que la lucha de Mancuso debió haber sido por parte de todos
los cordobeses, ¿qué otra reacción se podía esperar?
A propósito, me parece increile (aunque no me sorprende) que justifiquen el que Duque no haya querido asisitir a los debates con varios pretextos burdos, cada uno más patético y rebuscado que el anterior (por ejemplo, que Duque no se ia a "rebajar ni hacer el ridículo" con alguien que cambia de discurso y promueve el "odio de clases", como si Duque no hubiera cambiado de disurso y su campaña tampoco hubiese promovido el "odio de clases"). Y a propósito del debate entre Ávila y De la Espriella (que el que atacó fue De la Espriella, Ávila logró mantener los estribos a pesar de lo belicoso y desagradable que es ese tipo), viendo todo los comentarios aquí escritos https://twitter.com/ArielAnaliza/status/1020287848874987520 Si bien hay muestras de apoyo y solidaridad, hay justificaciones y defensa de las afirmaciones y atarbanería de De la Espriella con pretextos y justificaciones cada uno más burdo, pendenciero, cretino y rebuscado que el anterior (que Ávila "lo provocó", que Ávila es "testaferro y propagandista de terroristas", que "sólo le estaba dando sopa y seco, y papita criolla", que "lo peinó", que Ávila es enmermelado de "FarcSantos", etc., etc., etc.)
ResponderEliminarLa verdad esas excusas que ponía Uribe en Twitter cada vez que el porcino no acudía a un debate eran patéticas. En verdad parece un acudiente justificando a un hijo mal estudiante. Lo mismo pasó con el viaje a España. Llega a un punto en que más que risa, da pena ajena.
EliminarY sí, creo que estoy más aterrado con la gente que justifica y celebra el comportamiento de ese cavernario (y caray, yo sé que el que atacó fue él y no Ávila; eso no hace falta ni decirlo) que con la pelea en sí.