¿Por qué seguimos con esta vieja discusión?
En
las últimas semanas han ocurrido hechos que han puesto a reflexionar a muchos
sobre la libertad de expresión. Lo curioso es que muchos no parecen tener claro
lo que esto significa, y mientras algunos creen que en espacios públicos y
privados la libertad de expresión vale igual, otros creen que decir las cosas
de forma grosera es algo libre de ser criticado, y unos pocos no distinguen que
el humor y la sátira no son de ninguna forma equivalentes a la calumnia. ¿En
serio hay que seguir explicando lo mismo una y otra vez?
El
mes pasado hubo cientos de marchas en todo el mundo con motivo del Orgullo Gay,
y en algunos países para enfocarse en leyes a favor de la diversidad sexual y
la identidad de género. Como es usual, los grupos cristianos salieron a
cuestionar las exhibiciones bastante “libertinas” que suelen verse en muchas
marchas, la presencia de niños y las parodias cristianas que algunos hacen. En
particular, algunos señalaron la hipocresía de considerar eso libertad de
expresión, mientras que en Chile, por ejemplo, al infame pastor Soto (no tiene
nada que ver con el “doctor” Soto, pero muy diferentes no son) se le impidió hacer una entrevista en un programa.
Para
los que no viven en Chile o no supieron del asunto, se los explico. Hace un
mes, el pastor Soto, conocido dentro y fuera de Chile por sus fuertes posturas
homofóbicas y declaraciones absurdas al respecto (como que los terremotos en
Chile son causados por la tolerancia a la homosexualidad) fue invitado al
programa El interruptor. Al iniciar
la entrevista, Soto empezó con una corta oración, y después puso en el suelo un
“trapo de inmundicia”: una supuesta
bandera LGBTI (no tardaron en señalar muchos que en realidad era la bandera del Cuzco; además de homofóbico, Soto fue ignorante) adornada
con los nombres de candidatos presidenciales a favor de la diversidad sexual
(Soto es aliado político de José Antonio Kast). El presentador José Miguel
Villouta, al ser homosexual, lo consideró falta de respeto y le pidió
amablemente, varias veces, que retirara la bandera para empezar la entrevista.
Ante la reiterada negativa de Soto, la directora de contenidos del canal llegó
al set para solicitar lo mismo al pastor, y al seguir defendiéndose dio por
terminada la entrevista, a la vez que agradeció a Villouta (quien renunció a
fin de mes al programa) por su paciencia.
Para
completar la percepción errónea del problema, la terrible campaña del “Bus de
la Libertad” (de la que ya hemos
hablado aquí)
llegó a Chile, y no fue precisamente bien recibido. En apoyo a la comunidad
LGBTI, un activista desplegó la bandera en el Congreso chileno (aunque esto
generó problemas a dos diputadas), y en Valparaíso el paso del bus terminó en
medio de incidentes por los manifestantes, mientras que Soto, haciendo acto de
presencia, fue detenido por carabineros al intentar alborotar más las cosas con
su incendiario discurso. Para muchos, como siempre, esto marca la hipocresía
del movimiento pro derechos LGBTI, que quieren ser escuchados, pero que tratan
de oprimir a quienes no comparten su visión del mundo (y que, aclaremos, “no
son homofóbicos”).
Aquí
tenemos un problema, y es que en primer lugar creemos que hay ideas a prueba de
crítica o burla, y en segundo lugar confundimos espacio público con espacio
privado. Y es que la libertad de expresión no es igual en ambos escenarios, y
ese es tanto el error de Soto como de los manifestantes a favor del “Bus de la
Libertad”. Lo sucedido en El interruptor
se explica por un hecho simple: si estás
dentro de un espacio privado y quieres expresarte, puedes hacerlo, pero debes respetar las reglas de dicho espacio.
Sí, yo tengo la libertad de cagarme en Dios si quisiera cuando voy a visitar a
un amigo cristiano (y siendo colombiano y costeño, son la mayoría), pero eso
sería una falta absoluta de respeto, porque estoy en su casa y debo atenerme a las reglas de su casa. Puedo
conversar tranquilo con él, incluso cuestionar sus creencias dentro de su
propio hogar, pero siempre en el marco del respeto a su persona, sin gestos ni
acciones innecesarios y estúpidos que echen al traste la conversación. Soto
hizo justamente todo lo contrario, y ante esa situación, Villouta y la
directora de contenido de Vía X tuvieron todo el derecho y poder de terminar la
entrevista.
La
comparación con los desfiles del orgullo LGBTI y las sátiras cristianas que
hacen a veces en estas marchas es un asunto espinoso. Yo no soy tampoco muy
amante de las parodias de la Crucifixión en esos espacios, pero no por razones
de creencia o respeto a la misma (les escribe alguien que le gustan imágenes de
la Última Cena con un Cristo devorado por zombies, o una graciosa donde un
Jesús sonriente reparte literalmente su cuerpo entre sus discípulos), sino
porque creo que alienan a los cristianos que respetan a la comunidad LGBTI, e
incluso no ven problema en que se casen y adopten niños (los hay, y no son
pocos). Sin embargo, dentro del marco de la libertad de expresión, esto está
perfectamente permitido, especialmente si hablamos de países laicos (al menos
en el papel) como Estados Unidos o Colombia. Por otro lado, hay mucha doble
moral al respecto, pues quienes critican estas cosas suelen ser los mismos que
llaman a los homosexuales “aberraciones”, que creen que deben seguir siendo
ciudadanos de segunda clase, y que no reconocen que las iglesias de muchas
religiones los condenan como pecadores, e incluso algunos líderes alientan a
discriminarlos y no en pocos casos a penalizarlos. ¿De repente se ponen
hipersensibles porque apareció un Cristo gay crucificado? Vamos, que ninguna idea
está por encima de la crítica y la sátira, y así como ustedes los pueden llamar
aberrados tranquilamente en sus casas y púlpitos, ellos están en la misma
libertad de burlarse de su fundamentalismo absurdo.
Con
los ataques de pintura al “Bus de la Libertad” en Bogotá no estuve de acuerdo,
y no empezaré con el de Chile. Diré, eso sí, lo mismo que digo cada vez que
alguien pretende ponerse en
una posición de víctima que realmente no le corresponde: cuando divulgas
ideas crueles o discriminadoras, no todos tus críticos van a ser santas
palomas, y el
hecho de que te ataquen no significa que tus ideas son las correctas: eso
es autocomplaciente y estúpido.
Saltando a mi terruño, nos encontramos con la revuelta de opinión de los últimos días. A raíz en parte de una columna satírica de Daniel Samper Ospina en la
que comentaba con ironía sobre el nombre de la hija de la senadora del -dizque-
Centro Democrático Paloma Valencia (Amapola) y la política sobre las drogas, el
senador Álvaro Uribe Vélez publicó un tuit donde lo llamó “violador de niños”. El columnista no se amedrentó, y en un video
dejó claro que recurrirá a acciones legales ante lo que es un acto de calumnia.
Al mismo tiempo, decenas de figuras públicas de la política y el periodismo
-incluyendo, de hecho, a muchos uribistas- criticaron fuertemente a Uribe por
recurrir a semejante acusación sin evidencia alguna, y una carta pública firmada por decenas de periodistas pidió al expresidente terminar con sus ataques a la prensa y los
periodistas.
Pero
como al tirano nunca le faltará gente que lo apoye, no han sido pocos los que
defienden a Uribe, llamando a Daniel Samper pedófilo, hipócrita por atacar
reiteradamente en sus columnas al senador, y a los medios por sus continuas
críticas al “Centro Democrático”. Uribe tampoco se ha retractado: insistió en
sus descalificaciones y culpó a los periodistas. Y su partido, cómo no -con
excepción de Iván Duque, el menos indecente del partido, lo que no es un gran
logro en sí mismo- cerró filas a la sombra de su jefe para defender sus
patanerías, usando descaradamente a la hija de Paloma Valencia como ejemplo.
Podría
hablar mucho al respecto, pero creo que la última entrada de mi amigo David Osorio lo resume
muy bien. ¿Qué más podemos decir
sobre la podredumbre moral que representan Álvaro Uribe Vélez y los que lo
siguen y defienden? ¿Cómo confiar en quienes usan a una bebé de pocos meses
como herramienta política porque fue objeto de una corta broma en una columna
satírica (irrespetuosa, sí, pero es humor al final, y para el humor no hay nada
sagrado)? ¿Por qué escuchar a quienes llamar violador de niños a un periodista
por publicar un reportaje sobre la pederastia en la Iglesia en SoHo, cuando los
niños de las fotos realmente contaban con el permiso de sus padres? ¿Cómo caer
a la bajeza de defender la canallada de Uribe diciendo que quien “viola la fe” puede violar cualquier cosa? ¿Por qué creer que el uribismo es un ejemplo de
rectitud, de salvación política, cuando es evidentemente un cúmulo de corruptos
morales que comparar sátiras políticas, críticas religiosas o trabajos
fotográficos con atacar sexualmente a los menores de edad? En serio,
colombianos, ¿esa gente es por la que pretenden votar?
Y
sobre todo, ¿por qué seguimos discutiendo una y otra vez sobre la libertad de
expresión, cuando una y otra vez se presentan claros los argumentos? Siempre
que no se levante una calumnia contra terceros (justamente como hizo Uribe, y
por fuera de cualquier contexto satírico, como son las columnas de Samper) y no
se instigue a dañar a la gente, las opiniones expresadas no se pueden censurar.
El pastor Soto y los homofóbicos del “Bus de la Libertad” tienen tanta libertad
de pasear su asquerosa ideología en cuatro ruedas como la tiene Daniel Samper
de ironizar y burlarse de Uribe y sus seguidores, de Santos, de Maduro y de
cualquier político de los que conforman nuestro sainete regional. Con los
primeros, eso ayuda a conocer lo desinformados y manipuladores que son, y dan
las herramientas para refutar su visión estrecha de la sexualidad con
argumentos sólidos. Con el segundo, podemos reír a carcajadas de aspectos
horrorosos de nuestra política, y lo ridículos que pueden llegar a ser quienes
nos gobiernan.
Cualquiera
de los dos puede ser criticado por tal y cual cosa: quizás no todos los que
apoyan el dichoso bus en Chile son tan ignorantes como Soto, ni Samper está
exento de fallas como persona y periodista. Pero cubrir con pintura a los
primeros es una mala forma de hacer lucha por la diversidad. Atacar la honra de
una persona acusándola de un delito atroz sin una sola evidencia real es una
ruindad propia de trogloditas. Es irónico que los detractores de ambos estén en
los mayores extremos ideológicos posibles.
Ahora,
y de nuevo, la libertad de expresión no se iguala con inmunidad a la crítica,
pues en el momento en que cualquier opinión se puede expresar, es axiomático
que no toda opinión es válida ni aceptable a nivel moral y social. Soto y sus
seguidores representan la ignorancia, el fundamentalismo radical y la opresión
religiosa que quiere imponer sus creencias a quien no las comparte. Uribe y sus
lacayos representan lo peor de la política: la calumnia, la bancarrota moral,
el “todo vale” y el asqueroso juego de la “pos-verdad”. Encuentro deprimente y
peligroso, aunque nada inesperado, que haya muchas personas dispuestas a apoyar
ideologías tan retorcidas como estas. Es curioso que los primeros se sientan
víctimas porque hay quienes, no con las mejores herramientas, dan a conocer que
están abogando por mantener a una minoría como ciudadanos de segunda clase,
mientras que los segundos criminalizan el humor y la sátira mientras usan
argumentos atroces que en un país más sensato incluso habrían llevado a su
autor a la cárcel.
Tristemente,
así es la política. Un juego de sucios y tramposos, donde el fin justifica los
medios, donde los cafres quieren elevarse al poder y limitar las ideas y la
libertad de los demás a cuestionar lo que no les gusta. No sé qué pueda
resultar de todo esto: el “Bus de la Libertad” sigue su recorrido, aunque como
dije eso ayuda a ver lo poco que sus defensores saben de biología y sexualidad.
De Uribe no espero una pronta rectificación: si costó años de un proceso legal
para que se tragara sus palabras contra las madres de Soacha, el caso de Samper
no terminará pronto.
Así
nos va.
Comentarios
Publicar un comentario