March Of The Pigs

No había intención de rebeldía o desobediencia en su mente. Ella sabía que, aun tal y como se presentaban las cosas, estaban mucho mejor que en los días de Jones y que, ante todo, era necesario evitar el regreso de los seres humanos. Sucediera lo que sucediera permanecería leal, trabajaría duro cumpliría las órdenes que le dieran y aceptaría las directrices de Napoleón. Pero aun así, no era eso lo que ella y los demás animales anhelaran y para lo que trabajaran tanto. No fue por eso por lo que construyeron el molino, e hicieron frente a las balas de Jones. Tales eran sus pensamientos, aunque le faltaban palabras para expresarlos.
George Orwell, Rebelión en la granja (1945). Capítulo VII.

Creo que para quienes me han leído por años no será una sorpresa el que yo admita que nunca había leído Rebelión en la granja, del gran George Orwell, seguramente más conocido por su obra distópica 1984. Por la razón básica de que nunca he sido muy asiduo de la literatura política (o de la política en general, para qué engañarse); además, por condiciones económicas no era un libro que pudiera uno procurarse, y en mis tiempos de adolescente ni teníamos computador ni sabíamos mucho de descargar libros en Internet.



Por otro lado, mi hermano mayor, que entró a una universidad con bastante movimiento político justo cuando yo empezaba bachillerato, tuvo la oportunidad de leer los trabajos de Orwell, y siempre me explicaba un poco de la mencionada Rebelión. Además yo ya estaba consciente de la influencia de este trabajo en la cultura popular, en particular del álbum Animals de Pink Floyd. Así que en estos días, en parte para darme un descanso tras terminar una saga con libros bastante gordos (no diré cual), y en parte para curarme de la ignorancia sobre este trabajo, decidí aprovechar medio día para darle una leída a conciencia. Voy a asumir que el lector promedio ha sido mucho más juicioso y afortunado que yo, y que ya conoce esta novela. Por si acaso, spoilers adelante.

Rebelión en la granja es una demoledora sátira política escrita como una fábula animal que critica la degradación y corrupción del régimen soviético bajo el mando de José Stalin. Orwell, socialista democrático, tuvo una fuerte experiencia durante la Guerra Civil Española, y lo vivido le permitió ver lo que consideraba una traición y perversión del espíritu e ideales originales del socialismo a manos del gobierno de la URSS, lo cual plasmó a través de una historia sobre cómo un grupo de animales de granja, explotados de forma inmisericorde, e inspirados por las enseñanzas de un viejo verraco, expulsan a la fuerza al dueño de la granja y a sus empleados, tomando el lugar para sí mismos. Los cerdos se proclaman líderes por su inteligencia, pero poco a poco el lector es testigo de cómo el triunfo de la revolución se convierte en un gobierno despótico que explota a unos y engorda, literalmente, a otros, a través del miedo y la represión.


El británico vuelca su decepción e ira en la obra al mostrar cómo las buenas intenciones de los ideales del Viejo Mayor (representación de Lenin y Marx), el cerdo que antes de morir alentara a los animales a defender su vida y sus derechos, van siendo corrompidos por los cerdos, encabezados por Napoleón (una evidente alegoría a Stalin), quienes van tomando poco a poco las mismas costumbres y vicios de los humanos, cortando las raciones de alimento de los demás animales, convirtiendo a viejos rivales políticos en monstruos traidores (como la expulsión de Trotsky y la supresión de su nombre e imagen), e incluso ejecutando sistemáticamente a los que protestan, todo en nombre de la supuesta libertad que ahora gozan, al no depender de los humanos para regir sus destinos. Aunque usa alegorías animales, Orwell no es nada sutil en sus representaciones, en especial para las personas que conocen la historia del socialismo soviético: el régimen zarista explotador y despreocupado por el pueblo (el granjero Jones), los estalinistas corruptos (los cerdos), la policía secreta que inspira terror en la población (los perros), la prensa manipulada por el Estado (las ovejas), la burguesía que añora sus privilegios perdidos (la yegua Mollie), la Iglesia Ortodoxa en fraternidad con el régimen que supuestamente la desprecia (el cuervo Moses)…

Nuevamente los animales se sintieron presos de una vaga inquietud. «Nunca tener trato alguno con los humanos, nunca dedicarse a comerciar, nunca usar dinero», ¿no fueron ésas las primeras resoluciones adoptadas en aquella reunión triunfal, después de haberse expulsado a Jones? Todos los animales recordaron haber aprobado tales resoluciones o, por lo menos, creían recordarlo.
Capítulo VI.

Pero si Orwell es despiadado en sus críticas mordaces contra los miembros del poder, tampoco es indulgente con los sometidos. Así, el caballo Boxer es una clara sátira del proletariado (inspirado especialmente en un minero, Alekséi Stajánov), especialmente del godínez (como los llama Ego) que cree que sólo con trabajar más duro puede cambiar todo, y que nunca protesta contra los abusos del régimen. A su vez, el burro Benjamín, el único animal de la granja con el mismo nivel de inteligencia que los cerdos (y en el cual algunos ven una alusión al mismo Orwell), es un cínico que siempre está en descontento con el régimen de Napoleón, pero que nunca protesta contra él, pues en su visión, las cosas en el mundo siempre andan mal, y a largo plazo una revolución no hace ninguna diferencia, a similitud de los intelectuales rusos que no hicieron nada para oponerse al estalinismo.

La verdad es que leer la novela corta es sentir también la misma frustración del autor, al ver cómo los animales se dejan manipular una y otra vez por Napoleón y su gobierno de cerdos, quienes van cambiando a escondidas los Siete Mandamientos, las reglas que habían creado para evitar cometer los errores de los humanos, con el fin de seguir regodeándose en los vicios que tanto habían criticado, aprovechándose de la estupidez e indiferencia de los demás seres vivos en la granja. La ejecución de supuestos conspiradores, las injustas penurias en la granja, el triste destino de Boxer… Todo eso culmina en el desfile de los cerdos a dos patas, vestidos y armados con látigo, e invitando a cenar a los dueños de granjas vecinas, mientras que en el granero queda reposando un único mandamiento, “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, y la triste contemplación de la celebración entre cerdos y hombres, con el mazazo final que muestra cómo las revoluciones frecuentemente terminan convirtiéndose en las mismas tiranías a las que alguna vez se enfrentaron.

Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.
Capítulo X.

En un prólogo escrito por Orwell como un ensayo titulado La libertad de prensa, el cual no fue incluido en la primera edición del libro, y que suele ser omitido en las ediciones actuales, el autor cuestiona, a partir de una experiencia que tuvo con una editorial que rechazó su manuscrito por motivos políticos (Rebelión en la granja fue rechazado por cuatro editoriales antes de ser publicado en 1945), la autocensura a la que se veían sometidos editoriales y periódicos por la alianza entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS, al evitar cuestionar los abusos del estalinismo a pesar de que no eran diferentes de otros regímenes europeos de la época (“la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general”), al igual que critica fuertemente la hipocresía y pasividad de los intelectuales liberales de su país ante el mismo problema, en una descripción que se me antoja muy similar a la actitud de muchos pensadores de la actualidad, reticentes a cuestionar la religión islámica so pena de incurrir en la ira de los fundamentalistas y los justicieros sociales, o a aquellos que son felices señalando los excesos de gobiernos en países contrarios a su ideología política, pero callan sobre los abusos de los que dirigen naciones con su misma visión.

Conozco muy bien las razones por las que los intelectuales de nuestro país demuestran su pusilanimidad y su deshonestidad; conozco por experiencia los argumentos con los que pretenden justificarse a sí mismos. Pero, por eso mismo, sería mejor que cesaran en sus desatinos intentando defender la libertad contra el fascismo. Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír.
George Orwell, La libertad de prensa. Prólogo de Rebelión en la granja.


Para mí es claro, como mencioné al principio de la entrada, que un libro del calibre de Rebelión en la granja debería ser una lectura importante en el bachillerato (de hecho, en algunos países incluso se presenta como literatura infantil, a pesar de su contenido), no sólo por su dura reflexión sobre un período sociopolítico importante en la Historia, sino también porque una de las mayores virtudes de este libro es que su alegoría trasciende como algo atemporal y sin geografía, que puede extrapolarse a cualquier gobierno opresivo o totalitario. Y esa virtud, ese poder de mostrar cómo el poder puede corromper dentro de cualquier ideología política, por nobles que puedan ser sus intenciones, es una lección muy necesaria en tiempos en que me preocupa que la gente parece ser incapaz de distinguir a políticos nefastos a cualquier lado del espectro.

Me preocupa que se elijan demagogos con discursos peligrosos sólo porque van en contra de la “política tradicional”. Me preocupa que aún haya personas que justifiquen la lucha armada de las FARC, con masacres y todo. Me preocupa que haya gente añorando la Alemania nazi, que defiende el fascismo de Mussolini, la dictadura militar de Pinochet, la dictadura socialista de los Castro, la dictadura irracional en Corea del Norte, sólo porque “salvaron al país de los comunistas”, o porque “se enfrentan al imperialismo yanqui”. Me preocupa que señalen el conservadurismo ultraderechista de Trump, pero callen ante la opresión chavista. Me preocupa que en Colombia quieran votar por un mesiánico con delirio de persecución como Gustavo Petro, que es prácticamente una imagen especular de Uribe. Me preocupa que después de ocho años de corrupción, persecución política, ejecuciones extrajudiciales y descaro religioso, muchos añoren la mano dura de Uribe. Me preocupa que después de años de crisis económica, social y judicial a un nivel absurdo, probablemente muchos estén tan decepcionados que elijan al próximo candidato del PRI. Me preocupa que esperen que un candidato cuestionado como Piñera arregle el país. Me preocupa que muchos quieran votar por retrógradas como Alejandro Ordóñez, como José Antonio Kast, porque ven con suspicacia, desdén o incluso asco el progresismo y los derechos de las minorías, porque no se sienten satisfechos con su pretendida virtud hasta someter las de los demás a su propia cosmovisión.

Y me preocupa que, como Benjamín, no esté haciendo nada para cambiar ese tétrico panorama. Claro, trato de señalar estos y otros problemas a través de mi blog, pero a veces tengo la sensación de que esto no es suficiente. Espero, por supuesto, que al menos pueda hacer reflexionar lo suficiente a los que lo lean, y que no sólo se queden con lo que comento aquí. Que busquen información por sí mismos, que se esfuercen en averiguarlo, que sientan curiosidad por los hechos. Y si tengo la oportunidad de recomendar una obra literaria que ayude a la gente a comprender la complejidad de la política, el poder y la lucha social, como lo es Rebelión en la granja, es imperativo hacerlo.

Habrán notado los melómanos que tomé el título para esta entrada de una canción de Nine Inch Nails, March Of The Pigs (la mencioné brevemente al analizar el significado de otra canción suya, Heresy). Hay una diferencia clara con el libro de Orwell: en la canción, los cerdos somos nosotros, que estamos contentos con la basura que nos presentan los medios de comunicación. Yo uso ese título porque, en estos años de elecciones en muchos países, son los corruptos, los retrógradas, los hipócritas, los que están marchando fuera de las porquerizas a presumir de una limpieza que no tienen para que los elijamos como nuestros gobernantes. Tomemos conciencia. No les permitamos hacerlo. Y si por desgracia ya están al mando, entonces no los dejemos gobernar en paz. Señalemos sus errores, cuestionemos sus malas decisiones, denunciemos sus crímenes.

Es así como podemos evitar los desmanes dentro de nuestra granja.

P.D. No, no voy a hablar ni a recomendar las adaptaciones fílmicas de Rebelión en la granja. La película animada del 1954 estuvo financiada y pervertida por la CIA para tener un final feliz (el libro fue muy usado en escuelas gringas como propaganda anticomunista durante esos años). El live action de 1999 es un poco más agridulce, pero no deja de ser una adaptación débil.

Adenda: el Papa Francisco I estuvo de visita en Colombia, llamada descaradamente como “misión pastoral” por el presidente Santos. Aun a pesar de las claras intenciones evangelizadoras y el poco respeto por el carácter laico de toda la situación, discrepo con los que señalan que no se trató también de una visita política. ¿Qué creen que son los llamados en cintura a los obispos que expresaron preferencias políticas, o todo el apoyo al proceso de paz o, en general, a la visita a un país mayormente católico en tiempos de elecciones? Darle indicaciones a un rebaño de los logros de un gobierno sigue siendo política. Teocrática, claro, pero aun así política.

Comentarios

  1. Revisa en la parte de las alegorías lo de la policía secreta, ya que a esta la representan los perros.

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