Niños del hombre y su cercana realidad
A
más de un año de mi última traducción de un artículo o nota interesante, este servidor encontró un corto artículo en la BBC
con una interesante reflexión. Una de las cosas más divertidas -y a veces,
también las más deprimentes- que uno puede hacer con los trabajos de ciencia
ficción es compararlos con la obra real. Puede uno maravillarse al darse cuenta
de lo visionario que fue Julio Verne, o lo imaginativo que podía ser H.G.
Wells. A menudo, nos damos cuenta que algunos aspectos negativos de los
trabajos de ficción, especialmente aquellos con contenido político y social como
1984 o Un mundo feliz, parecen cobrar vida en el convulso y superpoblado
mundo de hoy.
Como
aficionado de la cultura pop, y sobre todo de trabajos de ficción, encuentro
con curiosidad que el trabajo analizado en la presente entrada es Niños del hombre. Basado en un trabajo
de P.D. James del mismo nombre, es una película de 2006 dirigida por Alfonso
Cuarón, y protagonizada por Clive Owen y Julianne Moore, siendo para muchos uno
de esos raros casos en que la película supera al libro en calidad. Con un
estilo sobrio, Niños del hombre nos
presenta una Londres desolada y sucia en 2027, 18 años después de que la
humanidad se volviera infértil, lo cual ha derrumbado la sociedad. Es
justamente la sencillez y contundencia de la película lo que hace que, a una
década de su estreno, se esté haciendo peligrosamente real en muchos aspectos.
Como
siempre, hay un enlace al artículo original en el título. Las imágenes en la
entrada provienen de dicho texto.
Por qué Niños del hombre nunca ha sido tan impactante como ahora
Por: Nicholas Barber
Año: 2016
Título original: Why
Children of Men has never been as shocking as it is now
El thriller distópico de Alfonso
Cuarón es una de las películas más aclamadas del siglo 21 –y su versión del
futuro es ahora perturbadoramente familiar. Nicholas Barber vuelve la cabeza.
Nada
queda anticuado más rápidamente que las películas basadas en el futuro. Las
visiones del mañana en la gran pantalla siempre reflejan la era en la cual
fueron hechas –de ahí los trajes disco de Flash Gordon. Muy pronto se
convierten en pintorescas reliquias más que en extrañas profecías de la forma
de las cosas por venir. Pero entonces, por otro lado, está Niños del hombre. El febril thriller distópico de persecución de
Alfonso Cuarón se ubica en una década en el tiempo, 2027, pero también salió
hace una década. Ahora, deberíamos estar riéndonos entre dientes de cuán
lejanas y desubicadas fueron sus predicciones, en su cuadro general y su
minucioso trasfondo. En vez de eso, es tentador preguntarse si Cuarón tuvo
acceso a una bola de cristal.
Niños del hombre es una de las películas más aclamadas de tiempos
recientes: la encuesta de críticos internacionales de BBC Culture la
ubicó como la 13ª mejor película del siglo 21. En parte, eso es por el estilo
impactante e inmersivo de sus secuencias de acción brillantemente
coreografiadas, las cuales fueron grabadas en largas tomas ininterrumpidas.
También es por cuán creíble fue su representación de un futuro cercano
desordenado y mugriento, pero si Niños
del hombre parecía precisa hace diez años, parece mucho más precisa hoy.
La explosión que abre Niños del hombre es horriblemente creíble –fue grabada en una
localidad en Londres (Créditos: Alamy/Universal Pictures)
Basado
muy vagamente en una novela de 1992 por la gran autora de crimen, P.D. James,
el filme narra la historia de Theo (Clive Owen), un servidor público que solía
ser un activista político, pero que ahora anda penosamente por la vida en un
estupor alcohólico. Su espíritu radical es reavivado cuando es contactado o más
bien secuestrado por su amor perdido hace tiempo, Julian (Julianne Moore), la
líder de un movimiento de resistencia contra el gobierno. Ella le pide una
serie de “papeles de tránsito”, enviándolo de esta forma en un camino que lo
conducirá a su redención, o a su muerte –o ambas.
Si
la trama remite a dos clásicos de ficción de los años 1940, Casablanca y 1984, el escenario es asombrosamente contemporáneo. Cuarón no usa
títulos o discursos para explicar lo que ha pasado con la civilización, pero, a
juzgar por los viejos periódicos que atisbamos, la sociedad ha sido sacudida
por el cambio climático, la polución, los accidentes nucleares, la división
social, y los bombardeos terroristas. Sin embargo, todos los problemas en Gran
Bretaña han sido atribuidos a los solicitantes de asilo, quienes son encerrados
en jaulas, y después transportados en autobuses a infernales barriales de
miseria. “Pobres refugiados”, dice el
amigo hippy de Theo, Jasper (Michael Caine). “Después de escapar de las peores atrocidades, y de hacer todo el camino
hasta Inglaterra, nuestro gobierno los persigue como cucarachas”.
El juego de la culpa
¿Les
suena de algo? La migración masiva fue un gran problema en 2006, así que no es
sorpresa que fuera central para Niños del
hombre. Pero, hace una década, nadie había predicho la crisis de refugiados
sirios, o que el presidente electo de los Estados Unidos propondría registrar a
los musulmanes, o que el Reino Unido votaría para abandonar la Unión Europea
después de una campaña que se enfocara en el número de inmigrantes. Hoy, es
difícil ver los encabezados de las noticias televisivas en Niños del hombre sin jadear ante su presciencia: "La comunidad
musulmana exige un alto a la ocupación militar de las mezquitas.” “El proyecto
de ley de seguridad nacional es ratificado. Después de ocho años, las fronteras
británicas permanecerán cerradas. La deportación de inmigrantes ilegales
continuará.” En 2006, todo esto parecía suficientemente plausible, pero quizás
un poco estridente, un poco exagerado.
Alfonso Cuarón quería crear la “anti-Blade Runner”: su distopía está llena de
escenarios que las audiencias encontrarían familiares (Créditos: Warner Bros.)
Dejando
la política aparte, la razón por la cual Niños
del hombre apenas ha envejecido en 10 años es que Cuarón no puso a sus
personajes en un paisaje extravagantemente artificial, sino en uno esencialmente
familiar. “La regla uno en la película es reconocimiento”, explicó Cuarón en un
documental making-of. “No queríamos
hacer Blade Runner. De hecho, hablamos
de ser la anti-Blade Runner en el
sentido de cómo nos estuvimos acercando a la realidad. Eso fue difícil para el
departamento de arte porque yo decía, ‘No quiero ingenio, quiero referencias a
la vida real.’”
El
comentario “anti-Blade Runner” es
ligeramente duro, en que la metrópolis multicultural, bañada por la lluvia, de
la película de Ridley Scott, la cual transcurre en 2019, se mantiene mejor que
la mayoría de las ciudades futuras. Pero pueden ver lo que Cuarón quiere decir.
Niños del hombre no tiene androides o
naves espaciales. Los escasos embellecimientos futuristas, tales como las
carteleras de video, ya están pasando de ciencia ficción a hecho científico.
Los
carros abollados de la película pueden ser diferentes de los nuestros, pero no
flotan sobre el camino, y no tienen las luces de neón o el zumbador ruido de
máquinas que son materia prima de ciencia ficción. La vestimenta en Niños del hombre es casi igual a la de
ahora, también. En lo que a la mayoría respecta, el mundo de la película recuerda
los mundos de 2006 y 2016, sólo que más lamentables. Mi detalle favorito propio
es el desteñido suéter de Theo de los Olímpicos de Londres 2012, incluso si el
logo creado por los diseñadores de vestuario del filme tiene más clase que la
atrocidad que fue usada para los Juegos reales de 2012.
De vuelta a la realidad
Entre
los detalles puntuales, la única desviación evidente de la realidad funciona a
favor de la película: en Niños del hombre,
nadie usa celulares o navega en Internet. Es imposible creer que eso será
verdad en 2027, pero debido a que la tecnología smartphone avanza tan rápido, cualquier teléfono que aparezca en
una película de ciencia ficción siempre son distractoramente no muy correctos.
Fallando en eso en conjunto, el filme parece menos anticuado, no más.
La premisa central del filme, una pandemia de
fertilidad donde no ha nacido ningún niño en 18 años, es un concepto que no es
familiar (Créditos: Alamy/Universal Pictures)
Pero
la decisión más efectiva de Cuarón fue grabar tantas escenas en las calles de
Londres, sin añadir gran cosa excepto graffitis, basura y miseria en general (y,
hablando como londinense, no he notado que la capital se haya puesto más limpia
en la pasada década). Esta decisión paga dividendos en la estremecedora
secuencia de la explosión por bomba que abre la película. La escena fue grabada
en Fleet Street en el centro de Londres, con la Catedral de San Pablo visible
en la distancia. En 2006, era un asombroso logro logístico. Si la misma
secuencia se grabara hoy, probablemente sería conjurada en su lugar en un
computador. Pero mientras que los fondos digitales tienden a parecer
artificiales con unos cuantos años de retrospectiva, la explosión al comienzo
de Niños del hombre aún es
sorprendentemente creíble.
El
único aspecto del filme que no parece hacerse real es su premisa central. La
idea es que no han nacido seres humanos en los últimos 18 años, así que cuando
Theo conoce a Kee, una mujer africana que milagrosamente está embarazada, tiene
que protegerla de los muchos grupos que quieren explotar su condición.
Obviamente, sabemos que esta pandemia de infertilidad no ha pasado: en Niños de hombre, la persona más joven
del planeta había nacido en 2009. Pero incluso como concepto, este en particular
no resuena con nuestras actuales ansiedades, porque la sobrepoblación es más
preocupante que la disminución de la población.
Deliberadamente
vago sobre cómo el embarazo de Kee puede cambiar el destino de la raza humana, Cuarón
la presenta como un confuso símbolo de esperanza más que como un individuo que
podría tener un efecto significativo en geopolítica. Si la película se trata de
ella, entonces, deja de ser un vívido mensaje del futuro inminente, y empieza a
ser una parábola mística de ciencia ficción. Pero quizás sea para mejor. El
resto de Niños del hombre es tan
incómodamente cercana a la realidad que su único destello de fantasía resulta
siendo como un alivio.
Si bien la sobrepoblación puede ser un problema de consideración, sin embargo, como ya se está viendo en algunos lugares del mundo, el problema es opuesto, es decir, que se están quedando sin población y el envejecimiento. Eso se está viendo en Europa (por eso es que estos paises tienen licencias de maternidad amplias y ayudas a familias con hijos), aunque el caso más grave (y podría decir triste) es en Japón, en donde ya el sentido de la familia y el vinculo social se está quebrando de manera aterradora https://www.nytimes.com/es/2017/12/22/una-muerte-solitaria-japon/ incluso hay lugares donde los menos viejos (60 - 70 años) cuidan de los más viejos (>80 años). En China incluso han tenido que abolir, sino relajar la "Política del hijo único" www.wsj.com/articles/china-abandons-one-child-policy-1446116462 y es que esa generó muchos abusos y tasas de aborto desproporcionadas, en especial hacia las niñas.
ResponderEliminarLo ideal sería tratar de buscar un equilibrio de manera tal que pueda mantenerse el "nivel de reemplazo" (2 hijos/mujer) y que puedan darse las condiciones para formar y mantener familias. Aunque el tener o no tener hijos en cualquiera de los dos casos es respetable.
En general, la tendencia en gran parte de los países desarrollados es justamente el envejecimiento de la sociedad. En países como el nuestro sigue aumentando la población a pesar de todo, en no poca parte por la falta de acceso a una educación sexual robusta, y aunque cada vez hay más personas decididas a no tener hijos, la tendencia sigue siendo la de formar familia.
EliminarSí, conocía el caso de China. La política del hijo único produjo una gran cantidad de maltrato y generaciones con complejo de príncipe. El impacto social de ese tipo de restricciones es interesante como caso de estudio sobre las medidas para frenar la sobrepoblación.