El dilema de Abraham
Recientemente vi compartida en el muro de un
amigo una curiosa imagen que hace una comparación entre dos casos de madres que
asesinaron a sus hijos, y la historia de Abraham y el intento de sacrificio de
Isaac. Los tres casos comparten una misma característica, y es que las personas
actuaron porque Dios así se los ordenó. Y como suele pasar, mientras las dos
mujeres fueron declaradas como enfermas mentales y condenadas como sus
crímenes, Abraham es en cambio ensalzado como un ejemplo de fe y obediencia.
El llamado dilema de Abraham ha hecho correr ríos de
tinta a filósofos, teólogos y escépticos. Sería difícil encontrar una persona
en este lado del globo que no conozca ese pasaje de Génesis. Aun así, hagamos
el resumen: Dios habla en una ocasión a Abraham y le dice que ofrezca en
holocausto a su hijo Isaac (según los judíos y cristianos; para los musulmanes,
es Ismael el hijo a ofrendar), en un cerro de la región de Moriah. El anciano,
fiel a su creador, lleva a Isaac hasta el sitio señalado, pero cuando está a
punto de sacrificar a su hijo, un ángel de Dios le ordena que no dañe al
muchacho, pues ya ha probado su fe, al estar dispuesto a sacrificar a su hijo.
Simple y llanamente, esa es la historia.
Para la mayoría de los cristianos y musulmanes,
Abraham es el ejemplo máximo de fe abnegada y obediencia inflexible. En cambio,
para los escépticos y no creyentes hay mucho que analizar con respecto a este
dilema. El primer problema, y el más obvio para un escéptico, es el evidente doble
rasero que usan los creyentes. Siempre es curioso ver cómo son rápidos en
llamar enfermos mentales a las personas que alegan haber cometido crímenes por
una petición divina, pero mantienen a Abraham incólume. Y a su favor, es
cierto. Por lo general, muchos de estos asesinos sufren de problemas
psicológicos que les hace creer escuchar las voces de otros en su cabeza. O,
también muy frecuentemente, son simplemente pretextos egomaníacos para hacerse
ver como inocentes a sí mismos, y de alguna forma ennoblecerse o simplemente
magnificar sus actos, como es probablemente el caso del Luis Alfredo Garavito.
Pero, entonces, ¿por qué Abraham es diferente al resto? Y siguiendo el mismo
espíritu crítico, ¿por qué creer entonces que los líderes religiosos, como
pastores protestantes o sacerdotes católicos, realmente se comunican con Dios?
En la publicación que observé, alguien dio una
respuesta que puede describirse así: el caso de las mujeres es diferente porque
sus hijos murieron. En cambio, Isaac vivió, y eso es prueba de que realmente
era Dios quien había pedido el sacrificio a Abraham, siendo sólo una prueba de
obediencia. Loable, pero insuficiente. Es decir, ¿qué se diría entonces si el
niño hubiera sido sacrificado? ¿Que Abraham había actuado de acuerdo a la
petición de Dios, y su fe y obediencia estaban por encima del afecto terrenal
que debía sentir por su hijo? ¿Cómo diferenciaríamos eso de las mujeres que
mataron a sus hijos? ¿Acaso ellas también serían reivindicadas como ejemplos de
fe, o por el contrario las consideraríamos asesinas de todos modos? ¿Bajo qué
pautas podríamos diferenciar estos casos? ¿Y cómo podemos asegurar que muchos
de los ruidosos y efusivos líderes religiosos de la actualidad no son más que
trepidantes orates? Surgen, entonces, muchas preguntas en torno a una respuesta
tan débil.
Las implicaciones médicas y
psiquiátricas de un evento hipotético como el dilema de Abraham (porque hasta
ahora no se ha demostrado que realmente existió tal personaje) son un punto
fuerte, pero la discusión es mucho más rica y compleja que eso. En este caso,
el problema es más ético, pues se refleja en actos posteriores de los
movimientos religiosos. Una pregunta clara. ¿Actuó Abraham de forma ética al
tratar de sacrificar a Isaac?
Un análisis de este punto fue hecho por
el filósofo Søren Kierkegaard en su obra Temor
y temblor. Para él, considerado el primer filósofo existencialista, y
cristiano devoto, es evidente que un sacrificio humano es un acto atroz y
carente de toda ética, y plantea que es fácil considerar los actos de Abraham
como los de un asesino: aclara, sin embargo, que Abraham obra “en virtud del absurdo”, es decir,
teniendo presente siempre la esperanza de que en algún momento Dios detendría o
compensaría el holocausto, ya fuera dándole otro hijo, resucitando a Isaac, o
deteniendo su mano, siendo absurdo, para Kierkegaard, que Dios cambiara de parecer
en el momento crítico. El filósofo también trata de comprender la tensión que
sufrió Abraham, y para él el relato indica que, efectivamente, el hombre
confiaba en que ocurriría algo que salvara a su hijo:
“Es
evidente que si Abraham, en el momento de alzar la pierna para encaramarse en
su asno, se hubiese dicho: puesto que Isaac está perdido puedo muy bien
sacrificarlo aquí mismo, en casa, y así me evito el largo viaje hasta el monte
Moriah, yo no habría tenido nunca necesidad del patriarca, mientras que ahora
me inclino siete veces ante su nombre y setenta ante su acción. Que tal idea no
le pasó ni siquiera por la mente lo demuestra la alegría que conoció al
recuperar el hijo; se llenó de goce interno y no necesitó de preámbulos ni
tiempo alguno para mudar su opinión acerca de lo finito y sus delicias”.
Kierkegaard termina diciendo que, siendo
un salto de fe, el dilema de Abraham es difícil de analizar desde un punto de
vista ético, puesto que los actos de fe se encuentran por encima de estos
cuestionamientos. En su opinión, evidentemente, el acto de Abraham fue
correcto. Claro, puede objetarse que la percepción del filósofo danés era
sesgada debido a su devoción cristiana (lo que no evitó, por cierto, que
cuestionara la corrupción de la Iglesia danesa), pero esto no necesariamente le
quita fuerza a su análisis.
No obstante, ¿es realmente tan fácil y
aceptable la conclusión de Kierkegaard? Me temo que no es tan simple, y más de
un filósofo lo vio así. Por ejemplo, Jean-Paul Sartre coincide en que Abraham
era preso de una angustia ante el acto que iba a realizar, pero duda que
realmente fuera Dios o un ángel el que se comunicara con él. Es decir, es la objeción
clásica al dilema: se debe ser muy insensato o muy loco para estar dispuesto a
sacrificar a un niño porque una voz así lo ordena, sin las pruebas de que dicha
voz proviene efectivamente de un ser superior. Para Emmanuel Levinas, por otra
parte, si Abraham hubiera actuado realmente como un religioso, con un salto de
fe, habría sacrificado a Isaac a pesar de las palabras del ángel (¿quizás
viéndolo como una última prueba a su fe, como una tentación?). Es claro, pues,
que la fe no puede estar por encima de la ética, pues una vez que se abandona
un análisis racional y ético de un salto de fe de esa naturaleza, se da vía
libre para justificar actos semejantes, como los actos criminales de
fundamentalistas religiosos, o los asesinatos cometidos por las mujeres que
mencionaba al principio. Es decir, ellos también actuaban supuestamente por fe.
¿Y cómo podríamos indicar que obraron de forma incorrecta, si cumplieron con lo
que una voz les ordenó?
Para mí, uno de los análisis más
interesantes que he leído es el que hace el escritor Dan Simmons a través de
sus obras Hyperion y La caída de Hyperion, los dos primeros
libros de la tetralogía Los Cantos de
Hyperion, y los cuales recomiendo efusivamente. Simmons utiliza un universo
futurista de ciencia ficción enmarcado en el estilo de las epopeyas griegas
para describir el viaje de siete peregrinos al planeta Hyperion, en busca de
una expiación a sus experiencias y acciones. Cada personaje es analizado de
forma muy filosófica y profunda. Entre estos, destaco al profesor Sol
Weintraub, judío, cuya hija sufre de una extraña enfermedad que la hace rejuvenecer
progresivamente, siendo un bebé de pocos días al llegar a su destino. Sol ha
escuchado en sueños una voz que le pide que sacrifique a su hija, pero el
hombre se opone, estando en desacuerdo con la idea de ofrecer a un hijo en
sacrificio por mandato de Dios, y viaja a Hyperion con el fin de sacrificarse a
sí mismo en lugar de la pequeña.
No obstante, en los últimos momentos de
vida de su hija, Sol finalmente acepta ofrecerla al Alcaudón (entidad que actúa
como el enlace de las historias de los peregrinos), dándose cuenta que la voz
que escuchaba en sus sueños no era otra que la de su propia hija. En ese
momento crucial, el profesor comprende que el acto de Abraham no fue
obediencia, ya que no era él quien estaba siendo probado: era él quien probaba
a Dios:
“Al
impedir el sacrificio en el último momento, al detener el cuchillo, Dios se
había ganado el derecho —a ojos de Abraham y sus descendientes— de
transformarse en el Dios de Abraham[…].La
Deidad tenía que conocer la determinación de Abraham, tenía que sentir el dolor y el compromiso de destruir lo que
para Abraham era lo más valioso del universo. Abraham no procuraba sacrificar,
sino averiguar definitivamente si ese Dios merecía confianza y obediencia.
Ninguna otra prueba serviría”.
Al final, Sol recibe su expiación, y la
niña es efectivamente curada. Simmons responde el dilema de Abraham invirtiendo
el peso del deber: si Dios era realmente tan justo y benévolo como pretendía,
era su responsabilidad detener la mano de Abraham, pues habría impedido que se
cometiera un acto que era atroz dentro de un planteamiento ético, e igualmente
desde el religioso. Un Dios que pedía a un hombre sacrificar a su propio hijo
no merecería la devoción de nadie si dejaba que una sola gota de sangre se
derramara del muchacho, pues alguien así no guarda el menor respeto para sus propias
criaturas. Nacen, entonces, otras preguntas. ¿Por qué considerar un Dios de
amor a aquel que pide a un hombre anciano sacrificar a su hijo, simplemente
para probar su devoción? ¿Por qué guardar respeto alguno por dicha entidad, si
el sólo acto de solicitar un sacrificio es ya atroz? ¿Por qué, entonces,
molestarse en rendirle culto, si el detener la mano del anciano no evita
razonar que su prueba era a todas luces irracional?
La razón por la que esta interpretación
del dilema resulta tan llamativa es porque nos remite a una crítica hacia la fe
y la obediencia ciega, y es el punto en el cual los límites entre nuestras
buenas acciones y los actos sin ética se desdibujan por un imperativo divino.
¿Cómo es posible que encontremos lícito quitar una vida en nombre de Dios,
cuando él mismo ordena no matar, y cuando la razón, la ética y la ley nos
enseñan toda la vida que esto es un grave crimen? ¿Por qué discriminar de forma
activa a aquellos que no comparten nuestras mismas creencias, si se supone que
debemos tratar al prójimo como a nosotros mismos? Y este tipo de laxitud ética
no se limita a la religión, sino a cualquier sistema de obediencia a una figura
de liderazgo o una ideología. ¿Es aceptable que exista gente de izquierda que
aún hoy considere incuestionable el asesinato a sangre fría de desertores y
opositores de un régimen o una revolución porque “la ética no tiene lugar en la
política”? ¿Cómo aceptar las directrices de una persona que justifica la interceptación
ilegal de comunicaciones entre líderes opositores o críticos, en una clara
violación a la privacidad del individuo?
Es evidente, al final, que el dilema de
Abraham es fuente de un gran número de cuestionamientos de índole ética y
religiosa. Al final, Kierkegaard seguramente tenía la razón al asegurar que el
patriarca hebreo llevaba gran tensión por el acto de sacrificar a su propio
hijo, y esperaba que Dios obrara de alguna forma para evitarlo; consta en la
Biblia que miente a Isaac cuando este pregunta por el cordero para el
holocausto, asegurando que Dios lo proveerá. No es descabellado suponer que,
efectivamente, Abraham confiaba en que el Señor detendría su mano, o haría
alguna otra cosa para resolver tan complejo dilema. Pero esto no condona el
acto en sí mismo: la petición de un ser superior de que sacrificara a su propio
hijo es atroz y cuestionable en sí misma, desde la religión y desde la fe.
Que Abraham
estuviera dispuesto a sacrificar a Isaac, aun si esperaba que Dios detuviera su
mano, es a todas luces una inmoralidad y un crimen. No es tan diferente a las
mujeres asesinas que vimos, pues los tres estuvieron dispuestos a usar el
cuchillo. Para el lector cristiano que haya tenido la paciencia y el interés de
leer este ensayo hasta el final, no me queda más que hacerle una pregunta
final. Si un día escuchara una voz asegurando que es Dios, y le pidiera
sacrificar a sus hijos, ¿qué tan dispuesto estaría usted a bajar el cuchillo? Siendo
una persona respetuosa de la vida, consciente de la ética, ¿estaría usted
dispuesto a enfrentarse a esa voz divina? ¿Estaría usted dispuesto a
enfrentarse a Dios?
Me pareció muy interesante el artículo.
ResponderEliminarMe pregunto, ¿cuál es la necesidad de qué un dios omnisciente le pida algo así a Abraham si ya sabía lo que iba a pasar?
Integrar el concepto de omnisciencia divina con el de libre albedrío siempre ha sido problemático para las religiones abrahámicas. Saludos.
EliminarCreo que el caso de Abraham no es un dilema. Finalmente, nunca se dice que el lo dudara. Fue más dilema el de Jesús en la Cruz..."si es posible, aparta de mí éste cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya. No es Dilema trágico porque no hay contradicción ni una verdadera disyunción, Abraham tenía seguridades. si mato a este es porque Dios me va a dar mil hijos más, voy a ser el padre de todos los pueblos (eso es lo que significa Abraham) Abraham no tenía dilemas porque no tenía incertidumbres.
ResponderEliminarYo no dije que Abraham tuviera un dilema: es así como se le llama en filosofía a la escena. Habría tenido más mérito si Abraham en algún momento mostrara dudas, como Jesús, pero veo que estás conforme con la virtud del absurdo de Kierkegaard y dejarlo que mate a un niño porque habría podido tener muchos hijos más. Vaya razonamiento.
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