¿Por qué persiste la pseudociencia racista?


 Introducción

Con el progreso que hemos tenido en las ciencias biológicas en décadas recientes, uno pensaría que hay temas que definitivamente están zanjados en la academia, que poco o nada se puede hacer para controvertir la evidencia disponible. Así, por ejemplo, sabemos que la evolución biológica es un hecho comprobado. Se discuten sobre ella cuestiones como los niveles a los que trabaja, qué tan comunes son los procesos que dan lugar a la formación de especies, o la importancia de determinadas fuerzas evolutivas, pero que los seres vivos evolucionan es incontrovertible a estas alturas.

No obstante, existen otros temas que, ya sea porque las evidencias que los respaldan o desmienten son relativamente recientes, porque mucho del conocimiento necesario para comprenderlos es menos común de lo que se cree, o porque terminan envueltos en los esfuerzos por hacerlos parte de las nuevas “guerras culturales”, siguen teniendo cierta defensa en ámbitos académicos, aun cuando la evidencia y el consenso científico al respecto es clara y contundente. Uno de esos temas, del que ya he hablado en otras ocasiones dentro del blog, es la existencia biológica de las razas humanas.

Si me han leído con anterioridad al respecto, sabrán lo que nos dicen en estos momentos la biología y la evolución: no existen evidencias a nivel biológico, filogenético o sistemático que respalden la estructuración de las poblaciones humanas en lo que se puedan considerar razas o mucho menos subespecies. Nunca lo sabrían si se encuentran redes sociales como Twitter/X, pues en ellas abundan personajes que, usando argumentos falaces y datos malinterpretados, sugieren que las razas como las conocemos tradicionalmente son biológicamente reales, y que somos idiotas por negarlo, o que los científicos que rechazan esta idea están ideológicamente sesgados. O que las instituciones científicas están controladas por los judíos, si se sienten valientes para admitir su rampante nazismo.

Ahora, sin pretender negar que el lenguaje del ciudadano común siendo racista científico ya es algo malo, es bastante grave cuando es dentro de la propia academia donde estos discursos se resisten a morir. Recuerden que les comenté no hace mucho del caso de Jordan Lasker –el popular Crémieux- y su intento de promover pseudociencia racista en artículos científicos. Y señalaré de nuevo que hace apenas un par de años el biólogo evolutivo Jerry Coyne fue coautor de un texto donde puso ejemplos de la supuesta subversión ideológica en la biología, entre ellos el afirmar que las razas son un constructo social, coqueteando peligrosamente con el racismo científico.

Pero si la evidencia científica en general no respalda la existencia biológica de las razas, ¿por qué sobreviven estas visiones dentro de la propia academia? ¿Por qué es tan difícil eliminarlas? Un artículo científico publicado en julio de este año en la revista Evolutionary Human Sciences, escrito por cuatro profesionales en biología, psicología y neurociencias, intenta responder estas preguntas. El artículo, llamado “Impediments to countering racist pseudoscience” (Impedimentos para contrarrestar la pseudociencia racista), busca identificar los muros que nos topamos a la hora de rebatir estos discursos prejuiciosos, y cuáles son las posibles soluciones para poder desterrarlos con éxito.

Una historia de ciencias y ‘razas’

Los autores dan inicio al artículo recordando que la relación entre la ciencia y el racismo es compleja, pues muchos científicos de renombre propusieron clasificaciones racistas para la especie humana o promovieron ideas racistas, pero al mismo tiempo, la ciencia contemporánea ha trabajado con esfuerzo para desmentir tales ideas, un papel en el que las ciencias evolutivas humanas están particularmente capacitadas no sólo para rechazar estas visiones prejuiciosas e inexactas, sino también para comprender cómo han llegado a penetrar en las propias ciencias.

A pesar de que prácticamente existe consenso académico en que la raza es un constructo social, existen muchas personas que siguen viéndolo como un concepto biológico válido, o que reconocen el racismo sólo como una actitud prejuiciosa, pero desconocen su dimensión estructural o institucional. Peor aún, existen científicos que en la actualidad han dado crédito a ideas racistas, incluso pretendiendo dar fundamentos científicos a las divisiones populares de razas humanas. Y como he mencionado en este blog en otras ocasiones, el pleno racismo científico, la idea de que existen evidencias biológicas o genéticas empíricas que respaldan la discriminación racial, o que existen razas superiores e inferiores, ha resurgido en tiempos recientes, en ocasiones siendo acogida sin proponérselo en investigaciones serias. Piensen por ejemplo en las décadas que han sido relevante las bases de datos nacionales de coeficiente intelectual de Richard Lynn, un confeso ‘realista racial’, y cuantos intentan vender aún que el libro The Bell Curve es un trabajo provocativo, o que Charles Murray ha sido señalado de forma injusta por sus posturas sobre raza, genética e intelectualidad –te veo, Sam Harris-.

Algunos campos dentro de las ciencias evolutivas humanas han tomado enfoques distintos sobre estas controversias raciales. La psicología evolucionista enfatizó que existe variación conductual en respuesta a información ambiental o interna, pero que es generada por estructuras cerebrales universalmente compartidas, enfatizando que los seres humanos tenemos mecanismos psicológicos universales que trascienden las razas percibidas. Por su parte, la ecología conductual humana se enfocó en si las estrategias conductuales son adaptativas en diferentes condiciones ecológicas y sociales, de modo que la variación genética poblacional no es considerada un factor importante en la diversidad conductual entre sociedades. Finalmente, la evolución cultural sí trató el tema racial directamente, cuestionando trabajos racistas de la época a través de herramientas que tenían en cuenta la transmisión cultural; dentro de este campo, la coevolución gen-cultura contrarresta la idea de las divisiones en razas a través de examinar la interacción entre actividades culturales y variación genética.

Por supuesto, esto no ha impedido que diferentes afirmaciones y trabajos racistas que intentan presentarse con un matiz científico hayan surgido en tiempos recientes, a veces alcanzando revistas académicas, y a pesar del esfuerzo de varios investigadores para refutar sus hallazgos, siguen siendo ideas atractivas para muchos, y no todos han logrado reconocer la presencia de ese racismo científico. Y es que, cuando se observan diferencias fenotípicas entre grupos racializados en aspectos como incidencia de ciertas enfermedades, desempeño deportivo o pruebas de CI, es fácil hacer inferencias de que representan diferencias genéticas significativas, algo que se ha denunciado como una falacia del argumento intuitivo. ¿Por qué resulta tan difícil contrarrestar estas confusiones e interpretaciones apresuradas?

Factores en la academia

El artículo identifica en concreto cinco impedimentos que afectan la comunicación de ciencia precisa en torno al tema de las razas y el racismo, y que por lo tanto terminan promoviendo una pseudociencia racista. No se trata de factores directamente racistas, pero sí pueden llevar a desarrollar visiones racistas, y terminan socavando o frenando por completo el combatirlas. Los autores mencionan una solución potencial al final de cada impedimento, pero las mencionaré en una sección aparte.

Determinismo genético. Esto se refiere a la idea de que los rasgos fenotípicos son causados exclusiva o predominantemente por genotipos. Es posiblemente uno de los errores más difundidos en torno a genética y ciencia, y uno que los propios científicos pueden cometer cuando se encuentra una variación genética y la destacan como un descubrimiento de potenciales aplicaciones médicas o biotecnológicas, mientras se ignoran otros factores importantes, como ocurrió el año pasado con una proteína asociada al autismo, tema del que hablé en el blog. Este error tiende a ser exacerbado por la comunicación imprecisa en medios informativos, que obvian los detalles finos dentro de los estudios que reseñan y se centran en que los genes afectan a cierto rasgo, tema del que también hablé en el blog hace unos años.

Esta visión determinista puede dar lugar a actitudes intolerantes, pues se simplifica la realidad para dar lugar a estereotipos que pueden llevar a discriminación. Por desgracia, la educación que se imparte no siempre ayuda a combatir el determinismo genético, y una educación básica en genética no es suficiente, puesto que modelos simples enfocados en herencia mendeliana pueden llevar sin querer al determinismo y al esencialismo genético, ya que no ayudan a comprender la interacción compleja entre genes y ambientes detrás de la expresión fenotípica o que los individuos difieren entre sí dentro de un continuo cuantitativo. Y no basta sólo con presentarles a los estudiantes detalles complejos como la causación multifactorial: necesitamos primero que los estudiantes entiendan que el desarrollo humano es complejo.

Concepciones excesivamente simplistas de herencia biológica. Con este factor, los autores se refieren a entender la herencia biológica como herencia de rasgos y sus diferencias a los genes y la variación genética. Es cierto que es fundamental en genética y evolución, pero lo cierto es que existen otros tipos de herencia extragenética que también contribuyen a la similitud entre parentales y descendientes, como la epigenética, las hormonas, los nutrientes, el conocimiento cultural, entre otros, que también aplican y son conocidos en humanos; se sabe que la herencia epigenética contribuye en rasgos como enfermedades o peso corporal, y que los bebés humanos heredan parte de la microbiota materna a través del parto y la leche materna. En el tema racial, si bien es cierto que los genes pueden explicar en parte las diferencias fenotípicas observadas entre poblaciones, la mayoría de los rasgos que supuestamente difieren entre grupos racializados son más complejos en su herencia.

Los autores señalan un ejemplo de cómo la simplificación puede llevar a visiones racistas, la disparidad en los niveles promedio de logros escolares entre grupos racializados en países como Estados Unidos, que muchos atribuyen a transmisión genética, ignorando el papel de factores como diferentes experiencias de vida, la acumulación heredada de riqueza y poder e incluso normas e instituciones heredadas. También denuncian el intento de algunos estudios en asociar las variables culturales y el estatus social a determinación genética, dando a entender que las inequidades sociales y económicas son naturales e inevitables. El artículo destaca la importancia de profundizar en estudios de herencia extragenética y coevolución gen-cultura.

Creencia en la falacia naturalista y la naturalización asociada de variación no biológica entre grupos racializados. “Lo natural es bueno”. Esta suposición es la base de la falacia naturalista, y para el contexto que nos ocupa, implica que aquellos rasgos de la conducta humana que se considera surgieron a partir de la evolución son siempre deseables o inevitables. Bajo esta visión, se ha propuesto no pocas veces que la riqueza y el poder económico e industrial de las naciones occidentales son reflejo de diferencias innatas en la psicología y capacidades de los grupos raciales, mientras que el poco desarrollo económico de países como los africanos sería producto de sus limitaciones psicológicas e intelectuales, dejando de lado factores históricos como el colonialismo, la esclavitud y la discriminación.

Mapa que contrasta el promedio de coeficiente intelectual (IQ) nacional de la base de datos del supremacista Richard Lynn con el producto interno bruto per capita por región o nación.

Los autores señalan la importancia de que los expertos en ciencias humanas evolutivas reporten su investigación de forma responsable, evitando reforzar visiones jerárquicas de la conducta o la cultura. Por ejemplo, ciertas inferencias sobre el fitness estimado de rasgos a nivel individual o de grupo pueden ser confusos cuando se habla de la conducta, la cognición o la cultura, ya que se puede llegar a asumir que aquellos rasgos que se propagan más (los “aptos”) son intrínsecamente meritorios (es decir, “buenos” rasgos). También es común que se caiga en evaluar la complejidad tecnológica como un rasgo superior o más evolucionado. Es decir, la visión simplista de estas asociaciones atribuye juicios de valor a rasgos evolucionados, cuando eso no es un atributo de la evolución en sí.

Un fallo de las disciplinas científicas relevantes en asumir la responsabilidad de enseñar la ciencia de la raza y el racismo. Este factor es importante, e incluye un necesario jalón de orejas a muchos dentro de la profesión de biología. El texto menciona que una educación en genética, aunque no evita que pueda surgir el determinismo genético, sí puede reducir sus niveles y el prejuicio racial; también resalta que muchos de los científicos que formularon la síntesis evolutiva moderna eran también intelectuales públicos que denunciaron el racismo científico y las implicaciones deterministas de las categorías raciales en su momento. Sin embargo, también destaca que hoy en día, y en contraste con antropología, psicología y varias ciencias sociales, muchos cursos de biología en pregrado no abordan los temas relacionados con las categorías raciales y el racismo, ni preparan adecuadamente a los estudiantes para evitar el esencialismo biológico, o les enseñan que es una visión desacreditada en la actualidad. Eso hace difícil combatir la influencia de argumentos pseudocientíficos promovidos por grupos supremacistas y racistas científicos que cuentan con recursos para difundirlos.

La autopromoción de campos académicos, y la apología hacia fundadores y líderes racistas. Un aspecto incómodo para muchos campos científicos es que grandes figuras fundamentales para su desarrollo, como Georges Cuvier, Thomas Huxley e incluso el mismo Linneo, crearon, promovieron y defendieron clasificaciones racistas, con lo cual dieron lugar a que se formaran sistemas desiguales basados en una supuesta realidad biológica de las razas. Algunas de estas figuras también fueron proponentes de la eugenesia, y su forma de interpretar la ciencia fue acuñada por varias naciones, lo que llevaría a políticas de discriminación y horrores en siglos posteriores.

Georges Cuvier.

El problema es que, quizás para distanciarse de estas historias, muchos expertos prefieren no comentar o siquiera reconocerlas al hablar de su campo académico. Algunos incluso se ponen a la defensiva e intentan excusar las posturas racistas de algunas de estas figuras, llegando al punto de negar que el propio Darwin, a pesar de ser progresista en ciertos aspectos sobre los grupos racializados y la esclavitud, seguía aceptando ideas que clasifican como racismo. Y esto es lamentable, porque se pierde la oportunidad de analizar dichas ideas en su contexto histórico y científico, que se comprenda por qué científicos tan importantes llegaron a defenderlas, y por qué eso no significa que se trate de visiones con mérito.

¿Cómo combatir estos impedimentos?

Decía antes que los autores sí enumeran una serie de soluciones para cada uno de los impedimentos mencionados, de modo que desde las aulas y los cursos de biología de pregrado se pueda trabajar en reducir los prejuicios raciales y hacer a los futuros profesionales mucho más escépticos en cuanto a afirmaciones pseudocientíficas sobre la realidad biológica de las razas. Por desgracia el artículo no profundiza realmente en estrategias para implementar dichas soluciones, y es una crítica que podría hacerse al texto en general, pero están lo bastante definidas para entender lo que se puede hacer, y al hablar de cada impedimento mencionan instancias en las cuales se les ha enfrentado.

Para combatir el determinismo genético, el artículo propone: “En niveles de secundaria y universidad, a los estudiantes se les debe presentar las complejidades del desarrollo humano. Los científicos debería añadir matices a las explicaciones para el desarrollo de rasgos humanos explicando las interacciones gen-ambiente y la complejidad subyacente a la causación”. Si bien los autores reconocen que no es una tarea fácil, destacan la importancia de familiarizar a los estudiantes no sólo con las causaciones multifactoriales, sino también con el conocimiento genómico actual, lo cual les ofrecería una mejor perspectiva de lo compleja que es la genética y el desarrollo fenotípico, más allá de un simple modelo de herencia mendeliana.

En el caso de las concepciones simplistas de herencia genética, la solución es la siguiente: “En niveles de secundaria y universidad, los estudiantes se beneficiarían de ser introducidos a las complejidades de la herencia biológica y de otros tipos, y las dificultades involucradas en la inferencia de la causación de rasgos humanos”. Para esto, es necesario entonces hablar a los estudiantes sobre herencia epigenética, el papel de las hormonas y la influencia cultural en rasgos evolutivos fijados, entre otros tipos de herencia aparte de la genética. Así mismo, es importante que aprendan que no se puede simplemente “genetificar” la cultura y tener en cuenta otros factores detrás de las diferencias culturales, sociales y económicas que vemos entre grupos racializados.

Para contrarrestar la falacia naturalista, presentan la siguiente propuesta: “Los investigadores evolutivos deberían ser más explícitos en evitar la falacia naturalista y destacar que la variación entre grupos racializados en rasgos conductuales y culturales no es causada por diferencias genéticas”. Creo que esta no necesita mucha explicación, pero debo señalar lo importante que es terminar de desterrar materiales prejuiciosos como la base de datos de Lynn, tener en cuenta la evolución cultural y evitar los juicios de valor en torno a valores e instituciones culturales. Esto no es decir que no haya aspectos culturales que se puedan cuestionar, pero el hecho de que existan no significa que una cultura sea biológica y genéticamente inferior o menos evolucionada por presentarlos. De nuevo, la evolución no otorga juicios de valor a los rasgos, sean físicos, conductuales o cognitivos.

Para la falta de enseñanza sobre el tema racial y el racismo en los campos académicos, el artículo es claro: “El conocimiento relevante que exponga que las afirmaciones racistas son falsas necesita ser incorporado en los currículos de ciencia, y los enfoques interdisciplinarios que enseñen sobre ‘raza’ y ‘racismo’ ser animados”. En este sentido, es necesario ir más allá de hacer que los estudiantes presenten artículos que hablen, por ejemplo, de diferencias en la prevalencia de determinadas enfermedades entre grupos raciales -algo que he visto de primera mano, por cierto-, y ampliar sobre la serie de evidencias no sólo genéticas, sino también históricas y antropológicas, que desacreditan la visión de las poblaciones humanas como divididas en razas biológicas, así como contextualizar adecuadamente el conocimiento de aspectos como esa supuesta diferencia marcada de prevalencias. Tenemos que ser consistentes y contundentes en dejar claro que esta idea coloquial y aún popular sobre los grupos racializados no se sostiene a la luz de la evidencia actual.

Finalmente, la solución a la reticencia de reconocer y hablar sobre elementos racistas en la historia de campos académicos como la biología es simple: “El antecedente histórico de los campos académicos, incluyendo historias racistas, debería ser abiertamente reconocido y apropiadamente contextualizado”. Obviamente no se trata de decir que ciencias como la evolución sean inherentemente racistas, o que fueron construidas con el racismo como base u objetivo, sino simplemente reconocer y explicar que el racismo científico fue una parte desafortunada, pero real, de su historia. La negación y la apología no benefician a la madurez de la ciencia, ni las separan del efecto nocivo de la pseudociencia racista, al contrario que una discusión madura y contextualizada de esos aspectos incómodos de su historia. Como dije, comprender de dónde surgió la defensa de ideas racistas por parte de instituciones y figuras importantes de la ciencia contribuye a identificar mejor las falencias en argumentos supremacistas y racistas. Y en tiempos en que discursos eugenistas y tendencias racistas científicas resurgen, es más necesario que nunca.

Apuntes finales

Edward O. Wilson

El artículo se toma también el tiempo para hacer un comentario importante sobre el papel del determinismo genético en impedir la lucha contra el sexismo, mencionando que a pesar de la evidencia existente de la interacción de procesos fisiológicos y de socialización en las diferencias y similitudes de género, y la variabilidad en los procesos de desarrollo sexual humano, todavía se enfatiza demasiado en atribuir estos rasgos a los genes, lo que tiende a reforzar prejuicios y visiones sexistas. Critica también la visión de que la división de labores entre los sexos sea natural o inevitable, algo importante a tener en cuenta considerando que la revista supremacista y promotora de racismo científico Aporia sacó hace poco un artículo sobre la base “biológica” de los roles de género (escrito por un profesor de geología, nada menos) que no parece cuestionar si esos roles son fijos o no, y el pensamiento esencialista en torno a las categorías de “hombre” y “mujer”. Afirma, entonces, que una educación que reduzca el determinismo y esencialismo genético también puede contribuir potencialmente a reducir la discriminación de género.

Los autores concluyen el artículo reconociendo que una serie de recomendaciones no bastan por sí solas para generar el cambio, y que combatir la pseudociencia racista requiere que las clases de biología en secundaria y pregrado las incluyan como objetivos de aprendizaje en sus currículos. Así mismo, recomienda que los expertos en ciencias evolutivas humanas apoyen de forma activa la implementación de dichos objetivos. Entonces, ¿qué tan factible es un escenario así?

El artículo menciona ciertos conflictos, sobre todo en el tema de reconocer la presencia de visiones e ideas racistas en la historia de la biología y la evolución. Diferentes profesionales han saltado a la defensa de figuras como Darwin y Fisher en tiempos recientes por comentarios hacia su obra, rechazando que fuesen racistas o llamándolos “hombres de su tiempo”, lo que, se quiera o no, evita un análisis a conciencia del tema. En cuanto al papel de las ciencias en enseñar sobre raza y racismo, no faltan quienes consideran que se trata de un asunto politizado, y que el papel de un científico debe alejarse de tendencias ideológicas –a no ser, por supuesto, que sea desde su propia ideología, que casos se ven-, o que algunos de quienes fueron críticos del racismo científico y tendencias pseudocientíficas como la sociobiología no siempre fueron cuidadosos en separar sus posturas políticas de sus argumentos científicos.

Aquí hay que ser justos, y reconocer que hay sectores que tienden a exagerar sobre esta cuestión. Existen relativistas para quienes la forma en que el colonialismo y el racismo sistémico tomaron justificaciones científicas en su imposición significa que la ciencia en sí es una ideología más, y una que tiende hacia la discriminación de otras formas de cultura y conocimiento. Otros, sobre todo creacionistas conservadores, acusan a la teoría de la evolución de ser una construcción intrínsecamente racista por el hecho de que Darwin esbozara ideas racistas durante su vida. Estas son observaciones injustas y que desconocen mucho del contexto histórico y científico de la época, y deben rechazarse. En ese sentido, comprendo que muchos expertos en evolución sean reticentes a adoptar como objetivos la discusión sobre evolución y temas raciales, porque es un terreno que se presta mucho a correlaciones espurias y falacias argumentativas.

Por otro lado, también es cierto que algunos de estos expertos son demasiado veloces en reducir cualquier petición a señalar y discutir estos aspectos menos glamorosos en la historia de las ciencias a “ideología woke”. Esto tiende a ser una simplificación del debate que se quiere presentar, por un lado, y por el otro es una irónica suposición de corte más político que científico por parte de profesionales que muchas veces dicen no querer mezclar ciencia y política. Tampoco se trata entonces de apreciaciones justas, pues sí que hay un hecho en lo que varios saben señalar: que es importante hablar de la presencia de ideas racistas en la historia de la biología y la evolución, pues eso es parte de lo que puede permitirnos precisamente identificar los problemas de estos discursos y atajarlos si empiezan a surgir en nuestro gremio. Y eso implica reconocer que algunas figuras importantes sostuvieron ideas que podemos identificar como racistas.

Nada de esto significa que no se reconozca el lugar de estos grandes científicos. El trabajo de Darwin en la teoría de evolución nunca podría menospreciarse, siendo un pilar fundamental en las ciencias biológicas y la biología evolutiva. Las ecuaciones desarrolladas por Ronald Fisher resucitaron la teoría darwiniana a principios del siglo pasado, y su trabajo en genética cuantitativa contribuyó al desarrollo de la síntesis moderna. Y Edward O. Wilson fue un pionero en la ciencia de la biodiversidad y la biogeografía de islas, además de desarrollar la hipótesis de la biofilia sobre nuestra relación como seres humanos con la naturaleza.

Ronald Fisher

Pero no dejan de ser seres humanos, que fueron receptivos o al pensamiento prejuicioso de su época o a interpretaciones imprecisas de lo que podía lograrse con la biología evolutiva. Hablar sobre sus falencias y errores es necesario no sólo como ejercicio de humildad, sino porque sus historias nos pueden mostrar la racionalización de prejuicios y las formas en que argumentos pseudocientíficos pueden ser esgrimidos, justificados y presentados a través de un matiz de respeto y confianza en su solidez.

Y por supuesto, hablar sobre el tema de los grupos racializados y la evidencia en contra de la existencia de razas biológicas no es ninguna ideologización. Tal como escribí hace unos meses, ser cuidadoso con lo que nos dice la ciencia acerca de las supuestas diferencias genéticas tras la prevalencia de enfermedades y condiciones simplemente es robustecer nuestra propia capacidad de analizar e interpretar los datos. Evitar las simplificaciones al hablar de herencia genética es un sinónimo de hacer buena ciencia, y si eso nos lleva a cuestionar y replantear la forma en que se tiende a enseñar sobre la genética y evolución humana, tanto mejor. No veo por qué deberíamos temer esto.

Conclusiones

Hablar sobre estos temas siempre se torna complicado, en parte porque, efectivamente, tiende a ser muy politizado sobre todo en redes sociales, sobre todo por el crecimiento de la extrema derecha y la difusión en mensajes racistas en los últimos años. Pero es precisamente por la presencia de estos mensajes que es más importante que nunca ser activo y constante en despejar los argumentos que presentan. En ese sentido, una serie de propuestas para introducir desde la educación una comprensión sólida de la complejidad del desarrollo humano, la genética y la evolución puede ser un método fuerte de combatirlos, y me parece que debe ser imperativo que seamos los profesionales en estas ciencias quienes llevemos la batuta en este trabajo.

De mi parte, seguir usando este espacio para comunicar e intentar explicar lo que se entiende y reconoce sobre el tema de las poblaciones humanas, su genética y ancestría, y lo que realmente dice eso sobre supuestas divisiones raciales, es uno de los objetivos que me he propuesto. De tal modo, esperen que a futuro vuelva a hablar sobre estos temas cada vez que surjan propuestas interesantes, o necesitemos desmentir discursos falaces e ideas prejuiciosas.

 

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