La constante patologización del TEA
Introducción
A inicios de diciembre, un grupo de científicos en España publicó en la revista científica Nature un artículo en el que identificaron un segmento de una proteína específica a las neuronas que parece estar relacionado con más de 200 genes asociados con el trastorno del espectro autista (TEA). Los investigadores esperan que a través de este segmento se puedan desarrollar terapias o medicamentos que puedan revertir los rasgos del autismo.
El
estudio ha sido bastante publicitado, y sin duda resulta bastante interesante.
Sin embargo, ha generado un intenso debate en las redes sociales por parte de
la comunidad autista, quien denuncia limitaciones en el enfoque y metodología
del estudio, y en que en las entrevistas los autores parecen perpetuar la
visión de que el autismo es otra enfermedad que necesita ser erradicada. Y por
desgracia, la conversación en redes se ha visto muy viciada por comentarios de
personas que defienden una concepción bastante patológica y condescendiente del
TEA.
Entender
bien esta discusión requiere no sólo revisar detenidamente el mencionado
estudio, sino también explicar si el alcance de sus resultados es tan amplio
como lo están vendiendo y, sobre todo, cuál es el problema del discurso que ha
brotado a su alrededor. Para esta entrada tendré que ser sincero con varias
cosas, así que podría ser espinoso tanto para los del discurso de la “cura”
como para algunos activistas, pero es importante para dar al menos una
perspectiva desde el punto de una persona autista. Por lo mismo, aunque los
comentarios científicos sí parten de una base objetiva, recuerden que no busco
representar a la comunidad autista en general, sólo ofrecer un contrapunto al
discurso actual.
¿De qué se trata realmente el
estudio?
El artículo, publicado con el nombre “Mis-splicing of a neuronal microexon promotes CPEB4 aggregation in ASD” (Empalme erróneo de una microexona neuronal promueve la agregación de CPEB4 en TEA), fue un esfuerzo de 19 científicos del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona (IRB), capitaneados por el bioquímico Raúl Méndez y el biofísico Xavier Salvatella. El enfoque del estudio fue un segmento del gen de CPEB4, una proteína de unión de ARN que trabaja en el transporte y localización de ARNm, y es importante en división celular y desarrollo neural.
El
equipo reportó previamente que en individuos con TEA y esquizofrenia existe
menos presencia de un segmento de 24 nucleótidos (una microexona) en CPEB4 que
codifican ocho aminoácidos, y que se relaciona con más de 200 genes que se han
asociado en desregulación con el autismo. En presencia de la microexona, las
proteínas de CPEB4 forman condensados que se disuelven tras la despolarización
neuronal, pero lo que el presente estudio encontró, usando un ratón transgénico
como modelo, es que, en ausencia del mencionado segmento, las proteínas forman condensados
sólidos que persisten y se acumulan en el tejido neuronal, tanto en neuronas ex
vivo como en tejido neuronal in vivo de los ratones.
El
hallazgo resulta importante, en palabras de los científicos involucrados, para
encontrar potenciales aplicaciones médicas en el tratamiento del autismo,
puesto que la microexona puede servir como una diana terapéutica para manejar
los muchos genes asociados. De
acuerdo con Méndez, al entender el papel de los ocho aminoácidos
en CPEB4 es posible, en un futuro cercano, desarrollar formas de revertir los
efectos del TEA incluso en personas adultas. Así mismo, según Ana Kostic,
bióloga vinculada al Seaver Autism Center para Investigación y Desarrollo, y quien
no hizo parte del proyecto, la identificación del segmento ausente abre la
puerta para su manipulación genética, de modo que puedan mejorarse los síntomas
asociados con el autismo idiopático.
Las limitaciones y problemas del
estudio
Como señala la científica y autista detrás del blog de Substack Autiblog, el alcance del estudio puede
estar sobredimensionado, pues cuenta con varias limitaciones en la
extrapolación de los datos obtenidos. En primer lugar, porque el enfoque de la
investigación es más bioquímico que genético, por lo que, de
acuerdo con los propios revisores del estudio, la información no
es suficiente para hacer conclusiones alrededor del TEA. Y es que no sólo las
condiciones simuladas en los cultivos in vitro del estudio no se corresponden
con la complejidad neuronal, sino que además los ratones no son modelos muy
representativos del autismo y otras condiciones mentales, ya que es difícil
extrapolar ciertas las diferencias neurofisiológicas y conductuales que
expresar a la gran complejidad fenotípica presente en un caso de TEA, por
ejemplo.
Por otro lado, los autores decidieron enfocarse en el gen de una proteína que no es considerado un típico candidato para el TEA, basados simplemente en que en un previo estudio de 2018, la manipulación experimental del gen alteró el fenotipo de un modelo de ratón. No sólo resulta que la variación más corta de CPEB4 estudiada por el equipo de Barcelona no es realmente exclusiva de personas autistas, sino que además existen genes candidatos que son mejores predictores de la condición, así que llamarlo “crucial en el surgimiento del autismo” es dar mucho por sentado. De acuerdo con Autiblog, es probable que se hayan dedicado a trabajar con CPEB4 por la gran cantidad de genes que controla, por lo que sería mucho más atractivo para un futuro trabajo terapéutico del TEA, pero potencialmente menos preciso si de investigación genética sobre autismo hablamos.
Diagrama de la organización genómica de CPEB4.
Y es que Salvatella ni siquiera se especializa en estudios alrededor del TEA: su enfoque como investigador está más relacionado con el cáncer y otras patologías, desde un enfoque tecnológico y farmacológico. De hecho, como curiosidad –y conflicto de intereses mencionado en el artículo-, es fundador de la empresa Nuage Therapeutics, enfocada en el desarrollo de medicamentos que puedan abordar proteínas desordenadas, como es el caso de CPEB4; otro miembro del estudio es accionista de otra compañía biotecnológica, Peptone. Teniendo en cuenta estos detalles, el estudio parece menos impulsado por comprender mejor la expresión y desarrollo del autismo, y más por desarrollar un fármaco milagroso y bastante atractivo a nivel del mercado financiero, en torno a la promesa de suprimir o incluso curar la condición, usando la proteína como diana farmacéutica. El problema con ello es que se reduce la atención hacia una sola proteína como llave maestra, pero sin analizar y comprender realmente el papel de los genes vinculados a ella en la expresión del TEA, y encima descartando otras proteínas que se consideran de mejor valor predictivo para la condición.
El horrible ambiente en redes sociales
A
pesar de las limitaciones en el alcance e interpretación del estudio
mencionado, ha sido recibido con cierto júbilo tanto en medios periodísticos
como en las redes sociales. Y en estas últimas, como pasa demasiado a menudo
cada vez que surge el tema de las neurodivergencias y otras condiciones
congénitas, se hicieron frecuentes comentarios capacitistas y degradantes
acerca del autismo. Como
es usual también, se trata de una mezcla de ignorancia y
condescendencia que realmente no ayuda mucho a la comunidad autista.
Están, por ejemplo, aquellos que confunden enfermedad, trastorno o condición, y por lo tanto se refieren a toda cuestión de salud de forma indiferenciada. En ese sentido, desconocen que una condición del desarrollo neurológico, por compleja y difícil que pueda ser para el individuo, no es lo mismo que una enfermedad, y por lo tanto el enfoque hacia “curarla” no tiene mucho sentido. Por lo general se trata de personas que conocen pocas o ninguna persona autista, y si acaso no están ceñidos a estereotipos caducos o concepciones erróneas del TEA, de todos modos consideran que una condición autista es una experiencia de vida inherentemente inferior, así que su reducción o eliminación es vista como algo positivo.
Luego
están algunas “madres azules” –término que alude a madres neurotípicas de niños
autistas y que, a menudo, contemplan la condición de forma negativa-, que
parecen bastante emocionadas con la noticia de una posible cura para sus hijos
o, al menos, para futuros niños. No es una reacción extraña, pues algunas de
ellas son bastante vocales en que sus hijos –sobre todo cuando tienen altas
necesidades de apoyo- son un trabajo constante e incluso una carga, y una cura
sería para ellas una forma de reducir su tarea. No pretendo decir que no son
sentimientos comprensibles, ni mucho menos decir que, como madres, deberían
tener un cariño inmediato por los hijos y todos los aspectos de la crianza. La
maternidad no es un asunto sencillo. Pero me temo que eso no deja de ser un
lenguaje incluso deshumanizante para con sus propios hijos.
Y si tenemos quejas al respecto del lenguaje que se está usando hacia el autismo, pues esperen porque ya hay réplica al respecto. En una columna de opinión para 20 Minutos, la redactora en jefe Melisa Tuya asegura que muchos de los autistas que no están interesados en un tratamiento para el autismo –por alguna razón omite mencionar que el artículo no habla sólo de un tratamiento, sino de una cura- son “las personas menos afectadas, las que mejor pueden llevar una vida independiente”, ignorando que los autistas con bajas necesidades de apoyo seguimos enfrentando dificultades que complican nuestra integración en la sociedad, mientras comenta confiada que aquellos con más dificultades agradecerían reducir rasgos como “la rigidez, los problemas conductuales, la falta de comprensión del entorno”, lo que de nuevo deja de lado otros mucho más importantes como las disfunciones ejecutivas (dificultades en habilidades cognitivas, conductuales y emocionales del diario vivir), los perfiles de sensibilidad sensorial o la fatiga crónica.
Tuya no parece entender, o lo omite para efectos de su columna, que
muchos de los problemas del autismo que menciona tienden más a ser percepciones
o efectos de lo poco adecuadas que están las sociedades frente a la
neurodivergencia, algo que comentaré más adelante. Asegura que nadie espera que
haya una pastilla mágica que cure el autismo, pero esto se contradice tanto con
los comentarios que muchos autistas han tenido que leer y enfrentar en redes
como, de nuevo, por los de los propios investigadores del estudio sobre CPEB4 y
las personas externas citadas. Y el comentario acerca de las pruebas genéticas
prenatales para detectar el autismo –algo que ella misma reconoce que es sólo
un hipotético- me hace preguntarme si las existencias que busca que se mejoren
son las de las personas autistas, o más bien y principalmente las de sus
familiares.
Por cierto, no es imposible que se puedan encontrar las causas del TEA.
En eso tiene razón. Lo que sucede es que hasta ahora todo apunta a que, al
menos en términos genéticos, se trata de una condición poligénica, por lo que
la idea de un tratamiento farmacológico no es de momento plausible, y tampoco
sería un proceso sencillo o inmediatamente recomendable. Y la realidad es que,
como hemos visto, no hay mucho en el reciente estudio que vaya a cambiar eso.
¿Necesitamos una “cura” para el autismo?
La
discusión sobre neurodivergencias y otras condiciones innatas nunca es fácil:
algunos ni siquiera las consideran discapacidades. Hubo un debate similar en
Twitter/X hacia finales de octubre en torno a la interrupción voluntaria del
embarazo de niños con síndrome de Down, y en un hilo que
escribí reflexionando sobre el tema identifiqué lo que considero
tres problemas comunes en estas discusiones: se tienden a enfocar demasiado en
la voz de los padres o en personas neurotípicas, no tanto en los propios
discapacitados (y sí, muchos se pueden comunicar aunque no sean vocales); a
menudo se ignora el papel de los contextos socioculturales y económicos en lo
que entendemos como discapacidad, restando el trabajo que deberían tener el
entorno y la sociedad en saber ajustarse a las necesidades particulares; y no
pocas veces se cae en la eugenesia, pues se habla con frecuencia de que somos
una carga para las familias y la sociedad, y siempre es mejor reducir el número
de nacimientos de personas con discapacidad, lo que se traduce a reducir a un
sector de la población por condiciones biológicas innatas que se consideran
“inferiores”. Y hay que ser claro: estos son problemas que corren tanto entre
conservadores como
entre progresistas, así que en
esto no puede achacarse necesariamente a tendencias políticas.
Como he dicho, no me sorprende que a menudo dicha discusión se incline
hacia la curación o el deseo de que haya menos autistas, y sí es cierto que no
es una condición fácil de vida. Nos comunicamos de forma distinta al de la
población neurotípica, y eso dificulta que nos podamos entender, sea de forma
verbal o no verbal. Procesamos más estímulos del entorno, y eso puede volverse
agotador e incluso doloroso, por lo que a menudo requerimos de un tiempo de
“recarga” antes de participar en una actividad importante (dato curioso:
escribo esto el 26 de diciembre, luego de tres días en que no he podido avanzar
nada por agotamiento físico y mental de las fechas en que nos encontramos).
Muchos tenemos también dificultades motrices, lo que puede complicar nuestra
autonomía. Tenemos un ritmo distinto para hacer las cosas, por lo que prosperar
en un ambiente laboral no es fácil. Estos son rasgos que hacen parte de la
forma en la cual interactuamos con el mundo, por lo que sencillamente son
imposibles de eliminar. Y para colmo, tenemos que estar enfrentando
constantemente la discriminación, sea en forma de burla o condescendencia.
Sin embargo, tal como dije en el hilo mencionado, gran parte de lo que
significa la discapacidad es resultado de los contextos socioculturales y
económicos en los cuales nos desarrollamos, por lo que podrían resolverse si
trabajamos a nivel de adecuar el entorno a nuestras capacidades pero, sobre
todo, a nuestras necesidades y requerimientos. De hecho, muchas de esas
historias que vemos sobre padres de generaciones anteriores –y no pocos de las
actuales- y las dificultades y sacrificios que tuvieron que enfrentar para
criar a sus hijos neurodivergentes son el resultado de haber vivido en épocas
donde no se comprendían bien las discapacidades neurológicas, así que no se contaba con los conocimientos ni con las
herramientas para cuidar y ayudar a un discapacitado a desarrollarse, algo que influyó en la autonomía –o mejor dicho, la ausencia de la misma- en muchos de ellos. Pero curiosamente,
cada vez que surgen estos debates en torno al autismo, en vez de buscar formas
de mitigar tales problemáticas, termina dándose un mayor énfasis en la idea de
revertir o incluso “curar” los rasgos del TEA.
Y no es ajena a nosotros la sensación de cansancio y el deseo ocasional de ser neurotípicos. De nuevo, no pretendo hablar por todos, pero sé que puede pasar con cierta frecuencia entre neurodivergentes, y no hay que sentir vergüenza por ello: es una expresión natural de frustración y hartazgo ante las dificultades del diario vivir en un mundo que no está ajustado para reconocernos. Porque la cuestión es que una condición neurológica no es una enfermedad: es una parte integral de nuestro cerebro, de nuestro propio ser, y moldea no sólo el cómo somos, sino también el cómo nos relacionamos con los otros seres humanos, así como el ambiente que nos rodea. Es algo ineludible a nuestra existencia, y como tal, tenemos el derecho de que se nos reconozca un espacio en el que existir y ser felices dentro de la sociedad, sin exigirnos la supresión o el enmascaramiento.
Pero mientras tanto, el discurso de la supresión, de la “cura” del
autismo, es un gesto invalidante, que deja claro que nuestras experiencias de
vida no tienen el mismo valor que las de la gente neurotípica, y que a veces ni
siquiera basta con compartir la misma sangre para que tus padres te consideren
un ser humano completo. Es la noción de que eres poco más que una carga, una
fuente de dificultades para tus familiares y para la sociedad; por eso, no es raro
que la mayoría de personas que esgrimen el argumento de que el TEA debería
curarse son personas neurotípicas, sean madres azules o gente que ni siquiera
ha conocido o entendido en su vida a una persona autista. Es la idea capacitista
de que si no puedes ajustarte al mundo, entonces no puedes participar en él. Es
además una visión un tanto ingenua, pues la condición fuertemente poligénica
del TEA y los muchos rasgos asociados a diferentes variables genéticas y
estructuras neurológicas hacen que una intervención profunda a nivel de terapia
de genes sea más que improbable, incluso si finalmente conociésemos su origen
como tal.
¿Se pueden usar estudios como el presentado aquí para desarrollar
tratamientos que ayuden a la población autista? Por supuesto. Eso no tendría
que ser un tabú. Soy científico: considero que entender el TEA desde sus
orígenes biológicos puede ser algo bastante útil. Pero no desde el enfoque
patologizante de la “curación”, sino con la visión de que, incluso con sus
rasgos particulares, los autistas merecen desarrollarse y hacer parte de la
sociedad. La adecuación de esta población no depende únicamente de fármacos y
psicoterapias, sino también de que la sociedad tenga en cuenta sus necesidades,
que se esfuerce de verdad en su integración. Se requiere abogar por un mayor
esfuerzo en desarrollar mejores herramientas para apoyar el crecimiento de los
niños y jóvenes autistas, en establecer y fortalecer las redes de apoyo para
personas autistas y sus familias, que los padres estén mejor preparados y
educados para afirmar a sus hijos, así como en una mejor implementación de
acomodaciones a nivel social y laboral. Es un espíritu comunitario el que
necesitamos buscar, uno en el que la diversidad de capacidades y desarrollos pueda
ser parte. Es eso en lo que deberíamos esforzarnos en trabajar, no en una cura
fantasiosa e irrespetuosa.
Conclusiones
Reitero
que lo comentado aquí es, sobre todo, mi opinión particular, y no
pretendo hablar por todos los autistas que hay allí afuera, mucho menos por toda
la comunidad neurodivergente. Me interesa manifestar mis inquietudes ante una
serie de actitudes que veo con demasiada frecuencia acerca de la comunidad
neurodivergente en general, y hacia la población autista en general. Creo que
podemos hacerlo mejor como sociedad, y definitivamente necesitamos hacerlo
mejor.
Mientras tanto, tenemos que mantenernos cuidadosos y críticos, tanto
con estudios que manifiestan resultados que van más allá de sus hallazgos, como
de aquellos medios y personajes que los
exageran incluso más. Y por supuesto, exigir también el respeto por nuestras condiciones
y experiencias de vida, que después de todo, son parte de la diversidad del ser
humano. Debemos enfocarnos en integrarnos, no en suprimirnos.
Confío y deseo a todos los lectores un gran fin de año, y que este 2025 venga con muchos éxitos y alegrías para todos.
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