Nacionalismo inútil (XXVI): la tierra del olvido


Ha pasado mucho tiempo, ¿cierto? Más de un año desde la última entrega de esta sección. Ni siquiera estoy del todo seguro en cuanto al por qué incluir esta entrada en la serie Nacionalismo inútil, pero creo que un par de reacciones relacionadas al respecto me bastarán. Y porque claro, otro problema que he notado a partir de lo ocurrido es la maldita indiferencia y frialdad de muchos costeños, de esos que aplauden cuando un ladrón es molido a palos, pero que siguen votando por los que “roban, pero hacen”.

Entremos en materia. Ayer, en la vía Ciénaga-Barranquilla, en el Caribe colombiano, se volcó a horas de la mañana un camión cisterna a alturas del corregimiento de Tasajera, parte del municipio de Pueblo Viejo. Como es costumbre –y ya llegaré a eso-, muchos pobladores de la zona se acercaron con pimpinas para saquear el combustible que se derramaba, ante la mirada impávida de la Policía, pero al parecer dos de los ladrones intentaron sacar la batería, lo cual generó chispas y dio lugar a un incendio explosivo que calcinó al instante a siete personas y quemó gravemente a más de 50. Debido al grave estado de varios de los heridos y la incapacidad del centro de salud de Pueblo Viejo, muchos debieron ser trasladados a hospitales de Santa Marta, Ciénaga y Barranquilla, pero debido a la falta de pabellones especializados de quemados en el Magdalena, 10 de los afectados tuvieron que ser trasladadas por vía aérea a Bogotá; mientras tanto, dos personas más fallecieron durante la noche, y otras dos más hace poco, con lo que el número de víctimas asciende a once.


Aquí han salido muchas discusiones: que es culpa de los que estaban robando, que si ha habido o no abandono estatal, que fue culpa de los gobiernos anteriores, que la pobreza no justifica los medios… Muchas opiniones surgidas por el calor del momento, pero pocas que contextualicen cómo han podido surgir las circunstancias que llevaron a esas personas no sólo a desdeñar la conciencia social de auxiliar al conductor (quien por fortuna salió ileso), sino además a ponerse en el riesgo tan irresponsable de robar la gasolina de un vehículo volcado que podría de un momento a otro quemarse. ¿Qué puede llevar a las personas a actuar de una forma tan estúpida? ¿De verdad eso tiene que ver con que sean “costeños”, como han dicho muchos en las redes a modo de burla? ¿Acaso es falta de Dios en su corazón, como dijo una conocida?

De entrada, salvo el chofer del camión, que dijo haber esquivado un caimán y por ello perdió el control del vehículo, aquí no hay nadie inocente. Son responsables los policías que se desentendieron del riesgo, son culpables los saqueadores que se pusieron en peligro, y son perpetradores todos los que propiciaron las condiciones locales que han llevado a la degradación moral de buena parte de la población de Tasajera.

En cuanto ocurrió la tragedia, llegaron 11 policías a tratar de acordonar la zona del accidente, pero por los videos se puede observar que no sólo no impidieron que la gente se acercara a saquear, sino que incluso se mantuvieron a buena distancia del camión, intuyendo lo que podría pasar. Que cierto, estaban en desventaja numérica, y considerando el poco respeto que inspira de por sí la institución, seguro no quisieron actuar de forma más agresiva para apartar a la población. Y considerando que no es la primera vez que ocurre este comportamiento de rapiña en el sector, y dadas las visibles condiciones paupérrimas de Tasajera, no es improbable que más de uno incluso comprendiera las razones de la gente y por ello reculara, a pesar del inmenso riesgo que ofrecía la situación.

El problema es que, como dije, no es la primera vez que ocurre, y por lo tanto a estas alturas ya debería haber un protocolo de acción por parte de la Policía para evitar estos saqueos y minimizar el daño a la población y a los conductores, lo cual por supuesto incluye mayor personal. Esto no es pedir demasiado: hay una estación de Policía bastante cerca, a nivel del peaje, donde podrían tener bien desarrollada esa metodología. Y como comenté antes en el caso de Ecuador, si tenían que recurrir a disparos al aire o al suelo, pues lo siento pero tendrían que haber procedido igual. Son mucho menos culpables de la tragedia de lo que sus críticos pretenden, pero tampoco son tan inocentes como sus defensores señalan.

 Por cierto, esta imagen que han compartido muchos para señalar que los policías también estaban robando, está descontextualizada. Si se amplía un poco la imagen y detallamos la postura, es evidente que el sujeto de atrás es quien lleva el galón.

Vamos con los pobladores. Sin entrar a detallar el nivel de vida patético al que parece haber sido condenado el corregimiento, que eso es más importante para contextualizar la responsabilidad estatal, el hecho es que el saqueo y la rapiña son injustificables en cualquier circunstancia. El comprender las circunstancias de desidia y abandono por parte de las autoridades no es equivalente a apoyar ni justificar el delito, y mucho menos arriesgar la vida de forma tan estúpida. Y a diferencia de varios a los que les gusta decir que por mucha hambre que se tenga uno no roba, yo he tenido que pasar por momentos difíciles en la vida, incluso en años muy recientes, donde sólo podíamos tener una comida al día, y no era siquiera lo que uno podría llamar una comida completa ni abundante. Y aun así, no alcanzo ni a imaginarme lo que han tenido que padecer por décadas familias que no cuentan ni con los servicios básicos completos, y cuya principal fuente de ingresos se ve cada vez más amenazada por la contaminación y el cambio climático.

Pero el hecho es que, por horribles que sean las circunstancias en las que se viven, ese saqueo sigue siendo un acto ilícito contra un chofer que ni siquiera es responsable por la miseria en la que se encuentra la gente. Y puede alguien más intentar estirar una justificación pobre diciendo que quizás el combustible pertenecía a alguna de las empresas de extracción que tanto han deteriorado el medio ambiente en la región, pero eso no hará menos criminal el accionar de la gente, lo cual es algo que incluso personas de Tasajera, que no participaron en el pillaje y por tanto escaparon de la tragedia, saben reconocer: de hecho esa zona de la vía es tristemente célebre por los saqueos ocasionales a camiones de comida que se vuelcan en el camino, y hay frecuentes denuncias de robo a vehículos que parquean por poco tiempo en el sector. Delito es delito, sea que lo cometa Juancha Pedra o el Fiscal Barbosa. Así que las cosas como son: la gente que murió y los que están heridos son también responsables en parte de su estado actual debido a sus propias decisiones irresponsables.


Ahora, la pregunta que nos cabe responder es qué llevó a decenas de personas a jugarse -literal y figurativamente- el pellejo y la vida para rapiñar un vehículo volcado de forma tanto criminal como irresponsable. Decir que hay personas ladronas o asesinas por pura maldad es un cuento atractivo, pero es irreal e insuficiente para contextualizar los problemas reales que rodean a Tasajera. La tragedia del lunes no es más que la consecuencia de décadas de miseria absoluta causada por la irresponsabilidad de grandes proyectos locales de infraestructura que nunca tuvieron en cuenta a la población ni el medio ambiente.

Tasajera es un pueblo de pescadores a orillas del Caribe, justo a la entrada de la Ciénaga Grande de Santa Marta y frente a la Vía Parque Isla de Salamanca, así que por mucho tiempo vivieron de la pesca e incluso exportaban sus productos. Las décadas de los sesenta y setenta fueron increíblemente prósperas. Por desgracia, como relató la doctora Sandra Vilardy, bióloga marina y directora de la iniciativa Parques Cómo Vamos, y que ha trabajado con varias comunidades de pescadores de la zona, cuando se inició la construcción de la Troncal del Caribe y la Vía Ciénaga-Barranquilla, la cual culminó en los ochenta, no se tenía ni conciencia ambiental ni la consideración de consultar a las poblaciones que dependían de la Ciénaga. La construcción de las carreteras quebró las conexiones de la Ciénaga con el mar y el río Magdalena, su principal afluente, lo cual no sólo provocó la gran mortandad de manglares que todos los que viajamos entre Santa Marta y Barranquilla desde niños conocemos (el mangle necesita agua salobre), deteriorando el ambiente, sino que además alteró la migración y reproducción de muchas especies de peces que utilizan la Ciénaga como hábitats nodriza para su ciclo de desarrollo, modificando por completo la estructura de las comunidades del ecosistema. Esto provocó un descenso brutal en la producción pesquera del corregimiento (en 20 años, pasaron de 27.000 toneladas anuales de pesca a menos de mil en 1987).

Por otro lado, cuando se crearon los planes de rehabilitación para corregir el problema, los pasos abiertos para permitir la circulación de agua generaron una acumulación de sedimentos que hicieron desaparecer en los noventa la ostra del Caribe, un recurso económico importante, y de paso también afectó a la mojarra, que se alimenta principalmente de este molusco; además, la desviación de caudales a sembradíos de palma de aceite, arroz y banano en los últimos años han reducido el aporte de agua dulce a la composición fisicoquímica de la Ciénaga, generando nuevas mortandades de peces y miles de hectáreas de manglar. Todos estos cambios drásticos han herido de forma agonizante el sistema económico de Tasajera, y aunque los mayores siguen conservando la cultura pesquera, las nuevas generaciones se han tenido que dedicar a otras actividades como la venta de refrescos y pasabocas en los peajes o el servicio de mototaxis. Y aun así, es muy frecuente que haya días en los que el trabajo en la Troncal del Caribe o con las mallas de pesca no arroje ni siquiera un mínimo (no el mínimo, un mínimo) para llegar al final de la semana o si acaso para acostarse con algo en el estómago.

Para colmo, a pesar de que la Ciénaga Grande fue clasificada hace más de veinte años como un territorio Ramsar –es decir, un humedal de importancia internacional-, el Estado colombiano jamás se ha dedicado a elaborar un Plan de Manejo Ambiental que garantice por su protección, en parte por la fuerte presencia paramilitar en la zona durante los noventa e inicios del nuevo milenio, y en parte porque la construcción de la Doble Calzada, suspendida desde hace tiempo, requeriría el reasentamiento de las miles de personas de Tasajera, lo cual no es algo fácil. Y aun si no se reanuda el proyecto de la Doble Calzada, la creciente subida del nivel del mar y la consecuente erosión de la costa debido al calentamiento global, la cual ha generado la construcción de diques con basura para minimizar la entrada del agua a las casas, y que explica los desechos acumulados que seguro muchos que hayan leído sobre la noticia habrán visto y se han preguntado por qué están ahí, implica que de todos modos el traslado de la población en algún momento será un trabajo imperativo.

Fotografía de @elcarlosjuan

Considerando todo lo anterior, las condiciones ya no de pobreza sino de miseria en las cuales vive la población, ¿es de sorprenderse que haya muchos dispuestos a poner en riesgo su vida con tal de llevar comida a la mesa? ¿Cómo se espera que ante la desesperación por un presente jodido y un futuro nebuloso, todas las personas puedan conservar su moral volitiva, mantener una “cultura social”, si sus instintos de supervivencia, alimentación y protección de los suyos están pateando de forma constante en su interior? ¿De verdad estamos como la canción de Shakira ante las condiciones en las que muchos pueblos en el Caribe y el resto de Colombia malviven, como para pensar que cualquier día alguien se levanta y dice: “Hoy me provoca salir a robar un camión volteado” nada más por pura maldad? ¿No hemos aprendido nada del legado que dejó Pablo Escobar, de cómo la cultura criminal puede brotar y subsistir ante la desigualdad social y la incompetencia estatal? ¿Qué Dios y ley pueden importar para el hambriento?

No, yo no siento mucha empatía ni busco justificar a ningún delincuente, aunque en general soy empático con pocas personas puntuales, más que nada con mi círculo cercano; con ellos puedo ser comprensivo y hasta dulce como el arequipe. Lo que sí siento, y animo a todos los lectores a sentirlo, es empatía por las condiciones paupérrimas en las que una comunidad intenta sobrevivir, buscar comprender las condiciones a las que la desigualdad las mantiene encadenadas y que, sin una ayuda externa que pueda facilitar el romperlas, seguirán perpetuando ese ciclo de egoísmo delincuencia. No hay una justicia intrínseca en el mundo, ni basta con la mera fuerza de voluntad para salir de la miseria: si las condiciones en las que creces no son las adecuadas para cultivar tus talentos, por más que un niño en Tasajera tenga un coeficiente de 280 estará condenado a subsistir de cualquier forma al alcance de la mano, y los métodos poco éticos para conseguir lo mínimo le serán cada vez más seductores si al final del día no puede ni procurarse una mogolla con gaseosa.


Por ahora, la tragedia ha hecho despertar –tarde- a algunas de las autoridades. El gobernador del Magdalena, Carlos Caicedo, resaltó lo ocurrido como un ejemplo del abandono y la corrupción de los clanes que por décadas desangraron el departamento, y apenas ahora va a enfocarse en construir el pabellón de quemados que Rosa Cotes prometió y no cumplió en el período anterior (y que desde la tragedia de Fundación en 2014 se ha estado esperando). Apoyo como cualquiera la iniciativa, pero cuestiono el constante enfoque en “fue culpa del gobierno anterior” que mantiene después de seis meses, lamento que haya esperado a una tragedia para acelerar la idea del pabellón, y espero que muestre al menos alguna iniciativa seria para iniciar el cambio de la situación de Pueblo Viejo y en especial Tasajera. Dicho sea de paso, no es que “muchos lo llamen imprudencia”, gobernador: es que fue una imprudencia, por mucho que nos duela aceptarlo y tratemos de comprender las raíces de las conductas de subsistencia que llevaron a la tragedia.

Y por cierto, a quienes han hecho esto en Twitter: dejen de comparar lo ocurrido con Tahuelilpan. Esto no es una competencia de subdesarrollo entre países a ver quién está más jodido. No sean enanos mentales.

Creo que es todo lo que puedo decir al respecto. Es emocionalmente agotador escribir sobre un tema tan complicado, pero espero que quede claro que lo ocurrido no se trata de ninguna idiosincrasia regional ni obedece a una causa única e intrínseca de los habitantes de Tasajera, sino a una serie de factores históricos, económicos y sociales que han interactuando entre sí para corroer la perspectiva ética y el respeto al bienestar propio y ajeno de una población atropellada. Saludos, y mucha fuerza a todos.

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