#DíadeDarwin: Razas y otros mitos en torno a la evolución

 

"Los debates sobre la realidad biológica de las razas humanas siempre han sido menos sobre la biología, y más sobre qué significados sociales, expectativas y acciones atribuimos a la raza."

-Kaplan & Winther, Realism, Antirealism and Conventionalism about Race (2014).

Recomendación personal: si gusta de escuchar música mientras lee, sugiero el álbum Endless Forms Most Beautiful, de la banda de metal sinfónico Nightwish, y dedicado a la obra de Darwin. Puede encontrar el playlist en este enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=OLAK5uy_nH3q5oTMDlwERj-5lm5QcGz8EJhScjxSU

Introducción

Una particularidad sobre conceptos populares es que, al serlo, a menudo son o subestimados o poco comprendidos por la gente no especializada en los campos asociados a ellos, de modo que pueden ser utilizados por otras personas para presentar prejuicios de forma racionalizada, como si fueran un hecho verídico. Así, parte del trabajo que debe tener un divulgador es dejar bien claros los conceptos que está abordando a la hora de cuestionar ciertos prejuicios, de modo que, si el público general vuelve a encontrarse con afirmaciones prejuiciosas del mismo estilo, puedan empezar a hacer el trabajo, por sí mismos, de cuestionarlo antes de pasar a mejores fuentes de información.

El párrafo anterior, que entiendo puede ser confuso, nace por dos publicaciones que vi en Twitter durante diciembre, ambas relacionadas con el mismo tema: la supuesta veracidad científica de la existencia de “razas” humanas a nivel biológico y evolutivo. Parece increíble que después de varios siglos aún estemos discutiendo esto, pero el desarrollo de múltiples campos dentro de la biología ha dado lugar a diferentes fuentes de información, la cual puede ser manipulada y descontextualizada por muchas personas para pintar un cuadro “interesante” sobre las razas en Homo sapiens. Y si bien son alegatos que no soportan un análisis crítico serio, sí pueden parecer objetivos y convincentes a primera vista para el ciudadano de a pie, que suele tener unas nociones apenas básicas de lo que es evolución.

Por lo tanto, para poder abordar de forma adecuada estos planteamientos racistas, además de comprender adecuadamente la diversidad genotípica en nuestra especie, y cómo podemos evidenciarla, es necesario dejar muy en claro qué es la evolución biológica, cómo ocurre, por qué afirmamos que existe, por qué seguimos usando el término “razas” en otras especies no humanas, y cómo abordar adecuadamente el término a la hora de criticar la discriminación social que aún impera hoy en día.

Evolución: más allá de Darwin

Hay grandeza en esta visión de que la vida, con todos sus varios poderes, fue insuflada originalmente en unas pocas formas o en una sola y que, mientras este planeta ha ido girando según la ley fija de la gravedad, a partir de un inicio tan simple, han evolucionado y evolucionan una infinidad de formas de lo más bellas y maravillosas.

-Charles Darwin, El origen de las especies (1859)

Lo que entendemos como evolución biológica es la serie de cambios fenotípicos de poblaciones de organismos a través de sucesivas generaciones en un marco de tiempo, y que ha dado lugar a la diversidad presente de seres vivos en la superficie de la Tierra. A pesar de que es un concepto que hoy en día asociamos de inmediato con Darwin, lo cierto es que ya otros filósofos y naturalistas en épocas previctorianas, que van desde Empédocles y eruditos musulmanes del Medievo hasta el conde de Buffon, habían manifestado la observación de que algunas especies podrían haberse transformarse en otras a través del tiempo, así que el pensamiento evolutivo sobre la vida en la Tierra es muy anterior al británico, aunque nadie se había ocupado de formular hipótesis alguna, menos desde un punto de vista científico.

Si recuerdan las clases de biología, a inicios del siglo XIX Lamarck fue el primero en consolidar un marco evolutivo cohesivo con su teoría de dos factores (uso y desuso + herencia de caracteres adquiridos), que hoy conocemos como lamarckismo, y que a menudo es simplificada -de forma no muy justa, todo hay que decirlo- con la ilustración de las jirafas. Pero fue Charles Darwin (en simultáneo al precursor de la biogeografía, Arthur Wallace) quien dio lugar a una teoría sólida sobre el origen de las especies: la evolución por selección natural. Esto es, que la diversidad actual de especies es el resultado de la supervivencia diferencial de organismos antecesores con variedad fenotípica ante el ambiente, donde los organismos con rasgos mejor adaptados al ambiente tenderán a sobrevivir y reproducirse, siempre que dichos rasgos sean heredables, es decir, transmisibles de una generación a la siguiente. Es una explicación algo reducida, pero funcional para lo siguiente.

Debe entenderse, antes de continuar, que la evolución tal como se entiende hoy en ciencias biológicas es mucho más robusta y compleja que la teoría original postulada por Darwin, a la que me referiré en adelante como darwinismo. Por lo mismo, y salvando las diferencias y la validez, pretender desacreditar el actual marco de trabajo de la biología evolutiva atacando sólo las ideas expuestas en El origen de las especies es tan fatuo como tratar de derrumbar el marxismo como marco de análisis socioeconómico enfocado únicamente en la obra de Marx y Engels.

Si bien el darwinismo era una teoría con argumentos bastante sólidos, al carecer de información sobre herencia y genética (aún no se había descubierto el trabajo de Mendel) tenía una limitación importante que podía considerarse una contradicción interna: si la selección natural actúa sobre la variabilidad fenotípica de los organismos, con el tiempo eliminaría la variabilidad en sí, por lo cual las poblaciones dejarán, en algún momento, de evolucionar. En cierto modo, no sorprende entonces que el filósofo austríaco Karl Popper considerase la evolución por selección natural como una tautología infalsable, uno de los errores más notables del creador del criterio de falsabilidad (aunque el mismo Popper se retractó años después de su gazapo). ¿Cómo podría entonces la selección natural explicar por sí sola la diversidad observada?

Ejemplo de herencia mezclada, resultado hipotético de la selección natural bajo el darwinismo clásico.

Bien, tras el denominado eclipse del darwinismo en 1880, cuando otros científicos señalaron las falencias en la teoría de Darwin, el redescubrimiento de las leyes de herencia mendeliana y el descubrimiento de ocurrencia de mutaciones en el ADN permitieron desarrollar a inicios del siglo XX un marco de trabajo mucho más sólido para la evolución en la síntesis moderna, un modelo que integra la teoría darwiniana de selección natural, la genética de Mendel, la mutación y la genética de poblaciones (otros elementos de la síntesis moderna incluyen conceptos como la selección estabilizadora, el paisaje adaptativo y la alopatría, pero por cuestiones de tiempo y complejidad no las mencionaré aquí).

Los principios de la síntesis moderna se basan en que la mutación (cambios en la estructura de un gen por errores aleatorios en la replicación del ADN) y la recombinación genética (mezcla de cromosomas durante la meiosis) son las fuentes de variabilidad entre los individuos de una especie. Así, la evolución se da por cambios en la frecuencia alélica de las poblaciones a través de las generaciones, siendo el resultado de la deriva genética (cambios aleatorios en la composición genética poblacional), el flujo génico (transferencia de genes entre diferentes poblaciones) y la selección natural, dentro de la cual se incluye la selección sexual. De tal manera, se garantiza que siempre habrá variabilidad sujeta a las distintas fuerzas evolutivas, que una o más de dichas fuerzas estará actuando sobre una población, y que la acumulación de los cambios graduales dará lugar a la formación de nuevas especies. Se trata de un resumen ultracondensado, pero es bajo este marco que se han dado grandes avances y evidencias de la evolución, y los mecanismos detrás de la formación de especies.

Esquema del modelo de síntesis moderna

Y ojo, que la síntesis moderna no se ha quedado estática desde los años 40. No sólo se han sumado diferentes aportes a través de las décadas posteriores, como el fitness inclusivo de Hamilton (1964), la visión de la evolución centrada en genes de Williams (1966) y la biología del desarrollo evolutivo (evo-devo) de Lewis (1978), sino que también se han propuesto nuevos enfoques del marco de trabajo, como la síntesis extendida de Pigliucci (2007), que incluye elementos como la selección de nicho y la selección multinivel, o el enfoque ‘postmoderno’ de Koonin (2009), que sugiere una síntesis reforzada con la revolución en biología molecular y la genómica. Pero todos estos son modelos para abarcar la evolución desde diferentes áreas y herramientas. El punto central es que la evolución es un hecho científico, así que comprendiendo bien de qué se trata la teoría en la actualidad, podemos desmenuzar mejor ciertos comentarios sobre lo que supuestamente es o muestra la evolución.

No, la evolución no es “optimización”

Árbol de la vida en la Tierra

Ya que estamos hablando de malinterpretaciones sobre la evolución biológica, ignoremos por completo los argumentos religiosos en contra de la misma o el discurso creacionista del diseño inteligente en esta ocasión. Tengo una entrada de hace tiempo comentando al respecto, y el pensamiento religioso no es la única forma evidente de acomodar la teoría de evolución a un discurso retrógrado y discriminatorio, así que vayamos con errores más generales sobre cómo funciona el concepto, y así reconoceremos alegatos más “sutiles”. Me basaré en este artículo de la Universidad de California sobre ideas falsas acerca de la evolución para desgranar algunas de las más comunes.

Uno de los errores más comunes es entender la evolución como un concepto lineal, como si fuera una vía recta a través de la cual vamos pasando por diferentes formas, de las más simples a las complejas, hasta llegar a un organismo “perfecto”: el ser humano. Esto es lo que ha generado la idea de que la evolución tiende hacia el progreso, hacia formas más óptimas, complejas y perfectas, lo que por supuesto es un error. Lo que los procesos evolutivos hacen es dar lugar a rasgos y habilidades “aptos” para ayudar a que las especies sobrevivan; dado que las presiones ambientales cambian, el conjunto de rasgos que te permiten sobrevivir en un escenario no será tan próspero en el siguiente (es justo el problema que afrontan especies árticas como el oso polar, por ejemplo, ante el contexto del cambio climático); y hay organismos que han cambiado poco sus rasgos generales a lo largo de su historia evolutiva. Además, otras fuerzas evolutivas como la deriva genética y la migración pueden generar cambios que no necesariamente son adaptativos (por ejemplo, poblaciones pequeñas con alta propensión a ciertas enfermedades genéticas).

Por ello es más recomendable ver la evolución como una amplia ramificación de diferentes conjuntos de rasgos, no como un camino progresivo del mono al humano –de ahí que la clásica pregunta “si el ser humano desciende del mono, ¿por qué todavía hay monos?” sea improcedente-. Y por supuesto, no como un escenario donde algunas “razas” “progresan” a un mayor nivel intelectual innato, como algunos aseguran. Esto lo abordaré mejor en el siguiente apartado, pero lo que ocurre entre sociedades es, más bien, la presencia de diferentes condiciones ambientales que facilitan o dificultan la ocurrencia de diferentes respuestas a nivel cultural e inventivo. Nada de esto se correlaciona ni conecta de forma causal con una diferenciación genética marcada o un progreso biológico diferenciado entre “razas”, como lo que algunos entusiastas del racismo científico pregonan incluso hoy en día.

Esta ilustración responde la respuesta con lo ya explicado: los simios actuales y extintos representan diferentes vías evolutivas que comparten un ancestro en común

Otro error es entender la evolución como aleatoria, una de las críticas favoritas de los creacionistas. No: la mutación es aleatoria, pero las otras fuerzas evolutivas (migración, deriva génica, selección) no lo son. Los procesos adaptativos no ocurren por mera casualidad, sino por efecto de las fuerzas evolutivas que terminan favoreciendo a aquellos rasgos que le permitan prosperar a los seres vivos en determinadas condiciones. Por ello, si bien la mutación puede dar lugar de forma aleatoria a rasgos que pueden ser ventajosos, es la selección la que permite que ese rasgo tenga un resultado adaptativo.

Y ya que mencionamos la aleatoriedad, descartemos la confusión de que la evolución es una teoría sobre el origen de la vida. En realidad, se trata de una teoría sobre el origen de la diversidad de la vida, no el origen de la vida en sí: explica cómo se ha transformado y ramificado desde su origen. Puede tener en cuenta el cómo surgió la vida, pero esto no es el foco de los estudios de evolución: de la principal teoría dedicada a ello, la abiogénesis, podemos hablar en otra ocasión. De ahí que para muchos no sea difícil racionalizar sus creencias teístas con la teoría de evolución.

Un error más es ver la evolución actuando en términos individuales: es decir, esa caricatura extraña que tienen algunos sobre que un día dos lobos dieron a luz a un perro, o peor, que un día un lobo se convierte en un perro. No, los individuos no evolucionan; lo hacen las poblaciones. Recordemos que la evolución se da por el cambio en las frecuencias alélicas a nivel de poblaciones, y tales cambios acumulados a través de las generaciones son los que dan lugar progresivamente a la formación de nuevas especies. Hablar del punto en que una especie se convierte o da lugar a otras nuevas es todo un debate de nivel más filosófico, pero que la evolución ocurre a nivel poblacional está también respaldado gracias a muchos estudios de genética poblacional en una amplia diversidad de especies.

Finalmente, una duda que quizás surja con todo lo anterior: ¿los seres humanos seguimos evolucionando? Por supuesto que sí. Las poblaciones humanas siguen enfrentándose a presiones ambientales como enfermedades endémicas, pandemias en zonas de alta densidad poblacional, o condiciones fuertes como grandes altitudes. Todos estos factores pueden influir en la selección de rasgos genéticos que confieran alguna ventaja adaptativa (por ejemplo, la resistencia a las infecciones por malaria en poblaciones del África subsahariana). Podemos modificar nuestro ambiente a través de la urbanización y la tecnología, pero seguimos encontrándonos con retos a la supervivencia y la reproducción.

¿Son reales las “razas humanas”?

Cuando tiempo atrás, los dioses crearon la Tierra;

A imagen y semejanza de Júpiter al incipiente Hombre moldeaban.

Para tareas menores las bestias fueron creadas;

Aunque de la especie humana muy alejadas estaban.

Para llenar el vacío y unirlas al resto de la Humanidad,

Los anfitriones del Olimpo ingeniaron un astuto plan.

Una bestia forjarían, una figura semihumana,

Colmada de vicios, y «negro», fue llamada.

-Howard Phillips Lovecraft, On the Creation of Niggers (1912)

Y ahora entramos a la presa del platillo, la razón por la que me senté a escribir este tema. Me topé en diciembre con un hilo en Twitter, de una cuenta supuestamente evolucionista, donde reciclaban una serie de argumentos “científicos” para defender la existencia de las razas como una realidad biológica en el ser humano, incluyendo por supuesto las diferencias en coeficiente intelectual que tanto se señalan como dispares entre países del Primer Mundo y países del Tercero. Si esto le suena familiar y además viejo, es porque por supuesto lo es.

La cuenta desempolva con curioso entusiasmo el terrible trabajo de Hans Eysenck, uno de los psicólogos más referenciados en la segunda década del siglo XX, pero a la vez uno de los más cuestionados a nivel científico. En particular, sus tesis de que las diferencias intelectuales entre los grupos que social e históricamente se han distinguido como “razas humanas” se debían principalmente a rasgos genéticos, con poca influencia ambiental, razón por la que (por supuesto) las poblaciones negras tienen un menor IQ en promedio al compararse con las blancas. En el hilo en particular, citó además al politólogo Charles Murray, coautor del infame The Bell Curve -otro trabajo desacreditado por la comunidad científica-, y la diferenciación humana a tres niveles: macrorrazas (por ejemplo, caucásicos y amerindios), razas locales (como los inuits o los pigmeos) y microrrazas. Y todo esto desde una serie de trinos non sequitur, como una colcha de retazos que no cohesionan bien las “evidencias” ni permiten llegar a la conclusión de que, efectivamente, existen las razas humanas y que negarlo “denota ignorancia”.

Nótese que empieza con un tono supuestamente racional, alejándose de las tesis de The Bell Curve, aunque tomando como autoridad a Murray (quien, recordemos, no es genetista ni biólogo).
¿Notan que habla de diferencias evidentes, pero sin mostrar evidencia alguna de lo que está comentando o concluyendo?

Pero para desmenuzar lo racista de este enfoque, primero debemos definir qué se supone que entendemos como raza. El concepto de dividir a la población humana de acuerdo a fenotipos visibles como el tono de la piel o los rasgos faciales no es nuevo, pues desde tiempos antiguos algunas culturas consideraban que los seres humanos tenían diferentes ancestros, y tras la Ilustración este concepto se formalizó como poligenismo (en oposición al monogenismo, la hipótesis de que todas las poblaciones humanas compartían un ancestro común). Durante los siglos XVIII y XIX, el trabajo del naturalista francés Georges Cuvier, considerado padre de la paleontología de vertebrados y el concepto de extinción, desarrolló la hipótesis de que existían tres razas humanas con diferencias discretas (es decir, rasgos distintos y claramente separados): los caucásicos (blancos), los mongoloides (amarillos) y los etíopes (negros).

La tesis de Cuvier fue recogida y desarrollada por la naciente antropología física del siglo XIX, donde estudiosos como el médico Pieter Camper y el antropólogo Samuel Morton aplicaron técnicas de craneometría para determinar la capacidad intelectual promedio entre las poblaciones de acuerdo a su capacidad craneana y rasgos faciales, y de este modo desarrollaron jerarquías “biológicas” de base racista que indicaban, por supuesto, que los caucásicos eran en general la raza superior, y de ahí el mayor progreso de sus civilizaciones, en un concepto lineal estricto de la evolución social. En otras palabras, muchos de estos científicos emplearon mal o distorsionaron conceptos y evidencias para “probar” que había razas superiores a otras, lo que se usaría para justificar segregación en naciones conquistadas, mantener la esclavitud sobre los africanos en Estados Unidos, y mucho del colonialismo europeo decimonónico, incluso en formas menos violentas como “la carga del hombre blanco”.

¿Dónde entra el darwinismo en todo esto? Bueno, la selección natural fue uno de los argumentos distorsionados para sostener el racismo científico, ya fuese para hablar de la base biológica de las diferencias observadas entre las tres razas, o para proponer incluso que venían de especies diferentes. Y claro, tenemos la burda hipótesis de que nuestras sociedades son un espacio de competencia constante, donde la “supervivencia del más apto” y la selección natural aplican a nivel económico, político, social y hasta cultural, el cuerpo pseudocientífico que conocemos como darwinismo social. De aquí se han agarrado algunos antievolucionistas y conservadores cristianos para desacreditar la teoría completa, diciendo que fue lo que desembocó en políticas racistas como la segregación en Estados Unidos y la doctrina racial de la Alemania nazi, haciendo cómplices a Darwin y Ernst Haeckel de la eugenesia hitleriana.

Replicar a esto requiere matizar y contextualizar las creencias y obras de ambos autores. Es cierto que Darwin sí manejaba la idea de que había grupos humanos superiores e inferiores, pero al mismo tiempo consideraba que las diferencias observadas entre poblaciones no permitían una clasificación racial verdadera, abogaba por un origen monogenista de nuestra especie, y tampoco creía que, de existir diferencias biológicas, eso justificara el trato que recibían los grupos “inferiores” (de hecho, era un abolicionista). Con Haeckel la cosa es más compleja, pues sin duda era un poligenista y clasificaba a los seres humanos en hasta diez razas diferentes; por otro lado, en sus viajes por el Indopacífico se relacionó estrechamente con poblaciones consideradas inferiores por sus contemporáneos, era pacifista y criticaba el nacionalismo y el antisemitismo, al punto que fue un autor prohibido en las guías de propaganda nazi desde 1935. Como bien explica Robert Richards en un capítulo de Galileo Goes to Jail and Other Myths About Science and Religion –citado en la entrada anterior-, había resonancia con la descontextualizada idea de la “lucha por la supervivencia”, pero las raíces pseudocientíficas de la política racial nazi estaban amplias y complejas, en un todo menos materialistas que la teoría darwiniana y menos cristianas que el monismo haeckeliano.

Todo muy bonito, pero técnicamente aún no respondo a la pregunta de esta sección. ¿Son reales las razas humanas? Biológicamente hablando, la respuesta es rotundamente negativa. Con el avance de la genética de poblaciones y la biología molecular, hoy sabemos que las poblaciones humanas son en general bastante similares a nivel genético, y que variaciones como el tono de la piel, el color de los ojos y la textura del cabello corresponden a los mismos grupos de genes, razón por la cual poblaciones con cierta distancia genética como gente de las Polinesias y africanos subsaharianos son similares en el tono de la piel.

Esto ocurre porque la diversidad genética de nuestra especie cambia a medida que nos alejamos histórica y geográficamente. Las poblaciones poseen una mayor diversidad genética en África, y a medida que nos alejamos se va reduciendo como resultado del efecto fundador, donde una población ancestral relativamente pequeña, con una composición genética particular, es la que da origen a la diversidad genética de la distribución que tenemos hoy. Dicho de otra forma: la especie humana se compone de grupos enormes de genomas poblacionales con básicamente la misma composición de genes, pero que difieren en sus frecuencias y combinaciones alélicas a nivel geográfico, como resultado de interactuar con diferentes presiones ambientales locales. Es esto lo que da lugar a las diferencias o similitudes que observamos en nuestras características morfológicas y fisiológicas.

Mapa de la diversidad genética humana a nivel mundial. Puede notarse un patrón de dispersión a partir de África, donde la variabilidad genética se reduce a través de mayor distancia.

Ninguna de las diferentes frecuencias genéticas se relaciona con una mayor capacidad física, cultural o intelectual que permita separar en tres o diez razas a nuestra especie, por lo que un origen poligenista o siquiera una distinción como subespecies (ya llegaremos a ello) no es posible en Homo sapiens. Y es que al final, el término “raza” no es más que una categoría social en la cual distinguíamos a nuestros congéneres cuando no teníamos las herramientas para comprender de dónde surgían las diferencias observables.

“Un momento, Pensador”, me preguntarán algunos, “pero ¿no solemos hablar de ‘razas’ al referirnos de especies domésticas? ¿No serían esas algo como las subespecies? ¿Por qué eso aplica con otras especies, y no con el ser humano? Después de todo, somos animales también.” Bien, vamos paso a paso, porque aquí no existe una contradicción.

Cuando critiqué en Twitter aquel hilo sobre las “razas”, alguien me comentó algo similar, señalando desde una perspectiva esencialista que las diferencias observadas del ser humano podrían asemejarse a lo observado en aquellas especies en las que hablamos de razas y subespecies. Pero aquí hay confusiones conceptuales, y me temo que la filosofía queda un poco coja si no tiene en cuenta la definición en ciencia de cada cosa.

Empecemos con las razas domésticas. En ellas, es más un término operacional para distinguir animales domésticos con una apariencia y conducta homogéneas que lo distinguen entre otros miembros de su misma especie. Pero no es equivalente a subespecies, pues son producto de una crianza selectiva que genera aislamiento de determinadas variaciones genéticas que dan como resultado las razas domésticas; las subespecies, por su parte, son poblaciones de una misma especie que habitan en diferentes áreas y pueden diferir en tamaño, coloración u otras características morfológicas, debido al aislamiento genético, pero que aún pueden reproducirse entre sí. Cada raza doméstica tiene una menor diversidad genética en comparación con sus parientes salvajes, lo que además da lugar a una tendencia a que algunas desarrollen problemas de salud, y muchas ni siquiera pueden prosperar en el medio silvestre sin el apoyo humano. Entonces, un concepto así no es aplicable al ser humano. De hecho, bajo el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica actual, nuestros animales domésticos son subespecies: por ejemplo, el perro doméstico es una subespecie del lobo, Canis lupus, por lo cual se le llama Canis lupus familiaris.

Si bien es cierto que algunos biólogos usan el término “raza” como una categoría inferior a la de subespecie, es un uso más informal, por fuera de los códigos de nomenclatura; no es muy fácil de definir, dependiendo de si el enfoque es geográfico, fisiológico o cromosómico (de ahí que en inglés se use el término breed para distinguir las razas domésticas), y es usado más con plantas que con animales, así que no es un término muy ocupado en general, y tampoco aplicable para la especie humana.

“¿Qué hay de ‘etnia’ o ‘grupo étnico’? ¿Esos términos serían más adecuados?” Bueno, no exactamente. Una etnia es un grupo poblacional que comparte una misma identidad basados en aspectos sociales como ascendencia, lenguaje, tradiciones, religiones, etc. Si bien es cierto que muchos grupos étnicos sí comparten una ascendencia genética común, en otros su herencia es más mixta, pues al final un grupo étnico es un aspecto socialmente construido, sea por herencia o imposición. O sea, puede indicar diferencias genéticas, pero en todo es un término antropológico más asociado a lo sociocultural que a la biología, que es lo que suele pretender el uso de “raza”, así que es más adecuado no considerarlos equivalentes.

Mapa de los grupos etnolingüísticos en China.

Y ahora que entramos al tema social, antes de pasar a la última parte de esta entrada, hay que señalar que, por supuesto, el racismo no sólo sigue muy vigente hoy en día, a nivel individual y estructural, sino que el racismo científico aún intenta resguardarse como gusano en algunos rincones, saliendo de vez en cuando entre prejuicios discriminadores posando como argumentos objetivos. Ya sea desde la visión reduccionista de James Watson, codescubridor de la molécula de ADN, o con la nefasta obra del psicólogo James Rushton, lo cual destapó el año pasado un aspecto criticable en el legado de Edward O. Wilson, padre de la ecología y la conservación: su cercanía con las hipótesis racistas y pseudocientíficas de Rushton, que iba más allá de un simple espaldarazo a que siguiera trabajando en su fallida teoría diferencial K.

No olvidemos tampoco que, más allá de sus ventajas y desaciertos, la teoría racial crítica (CRT) es uno de los enfoques más importantes y debatidos en Estados Unidos en la última década, por lo que, siendo aún una construcción social, la raza no deja de ser un concepto fundamental, y cuya realidad va más allá de temas biológicos y genéticos. Y es que, si la filosofía sin ciencia es insuficiente para definir la realidad racial, la ciencia tambalea a su vez sin una base filosófica a la hora de abordar el alcance social del concepto. ¿Podemos, entonces, encontrar un balance conceptual?

¿Cómo dirigir las críticas a la idea social de raza?

La respuesta que damos a la pregunta “¿son las razas biológicamente reales?” probablemente nos dice más sobre nuestras propias creencias (sobre qué significa la pregunta, qué utilidad se supone que tiene la respuesta) que sobre la naturaleza biológica de las poblaciones.

-Kaplan & Winther (2014)

La discusión sobre la relación entre las evidencias biológicas y su impacto en el tratamiento social del tema racial no es nueva, pues los fundadores y contribuyentes a la Síntesis Moderna reconocían las ventajas y limitaciones de ello. Recuerden que, sobre todo, las ciencias biológicas y la evolución son descriptivas en cuanto al mundo, pero no son prescriptivas por sí mismas en sus resultados, a no ser que se integren con enfoques sociales y políticos. Es decir, si bien podríamos encontrar en la biología evolutiva evidencias potenciales sobre el origen de la fabricación y uso de armas, sería absurdo concluir sólo por ello que “la biología está a favor de la libre posesión de armas”.

Pero, entonces, ¿cómo discutir de forma adecuada sobre el realismo racial? Una propuesta filosófica muy interesante al respecto fue formulada por los autores Jonathan Kaplan y Rasmus G. Winther en 2014, en un artículo llamado Realism, Antirealism and Conventionalism about Race (Realismo, antirrealismo y convencionalismo sobre la raza). Los autores distinguen primero tres tipos de realismo racial: realismo de razas/clústers biogenómicos (estructura genómica a nivel poblacional), realismo racial biológico (que las razas sociales pueden distinguirse a nivel genómico, lo que explica y justifica algunas inequidades) y realismo racial social (grupos humanos distintos a nivel de interacción y prosperidad social, con base en diferencias fenotípicas superficiales). A partir de allí, recuentan tres discusiones científicas históricas que son relevantes para reflexionar sobre el peso ontológico del tema racial en las decisiones políticas.

El primer debate es entre el antropólogo Frank Livingstone y el biólogo Theodore Dobzhansky, una discusión sobre el realismo/antirrealismo racial. En un intercambio académico, Livingstone argumentaba que podíamos entender la variabilidad genética en las poblaciones humanas como clinas (es decir, cambio gradual de rasgos de una especie a través de su distribución por parámetros medioambientales), a fin de entender cómo actúan las fuerzas evolutivas en algunas poblaciones, y que el término “raza” sólo obscurecía tal enfoque, ante la ausencia de ancestrías comunes entre las poblaciones discretas tradicionalmente definidas como tales. Dobzhansky, por su parte, defendía que ciertas poblaciones cumplen con el parámetro de diferencias en la frecuencia de una o más variables genéticas para ser consideradas razas, y que podían nombrarse como tales de forma más clara, teniendo en cuenta la correlación de caracteres variables con la presencia/ausencia de intercambio genético entre clinas.

El segundo debate es un análisis realizado por el genetista y biólogo evolutivo Anthony W.F. Edwards, en un artículo del 2003, de un trabajo de 1972 de Richard Lewontin, biólogo evolutivo que contribuyó con la base matemática en la genética de poblaciones. Lewontin argumentaba que, dado que sólo un bajo porcentaje de la variación genética humana total puede asignarse a las razas como las definimos tradicionalmente (6,3% del total de loci típicos), son categorías sin importancia genética ni taxonómica, de modo que las justificaciones “científicas” usadas dentro y fuera de la ciencia para defender el realismo biológico racial son sesgos ideológicos. Edwards no disputa esto en su análisis, pero señala que la alta información que se tiene sobre diferencias genéticas entre grupos poblacionales hace arriesgado trazar la equidad moral basada en sus similitudes, pues entonces las mencionadas diferencias podrían ser usadas como argumentos políticos, por lo que consideraba que Lewontin no separó adecuadamente sus principios políticos de sus argumentos científicos.

Finalmente, el último debate es más contemporáneo y grupal. Algunos expertos intentan aplicar los estándares que se usan para identificar subpoblaciones en otras especies, y así definir supuestamente las razas biológicas reales en el ser humano, pero alejándose de los conceptos tradicionales y las implicaciones sociales. Otros argumentan que tales subdivisiones en las poblaciones humanas no serían reconocidas como “razas” en especies no humanas; entonces, ¿por qué asumiríamos que serían razas biológicas reales en nuestra especie? La discusión existe hasta hoy, y si bien aún hay científicos que intentan justificar no sólo que las razas sociales son también biológicamente reales, y con ello la idea de unas razas “superiores” a otras, virtualmente el consenso profesional está asentando con firmeza en que en nuestra especie no se pueden definir ni razas ni subespecies: como pueden notar, los desacuerdos son otros.

Y es que, como notar Kaplan y Winther a lo largo de estos debates, uno de los principales conflictos en el tema racial dentro de ciencias es que se discute desde diferentes conceptos reales, pues unos (Livingstone, Lewontin) argumentan desde el realismo biológico, mientras que otros (Dobzhansky, Edwards) señalan el caso desde la definición realista biogenómica. Por otro lado, sea que podamos identificar o no los clusters biogenómicos como razas, eso no nos dice nada en cuanto a las categorías sociales de raza y su importancia en general, así que intentar resolver si las razas son algo real o no desde la biología es casi pretencioso, pues los supuestos y prácticas que ya existen en otras disciplinas y en la sociedad enturbian de forma inseparable las preguntas que podamos formular como científicos. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo responder a tal incógnita al final?

Los autores parten desde una propuesta constructivista objetiva de Charles Mills para hacer una distinción sensible entre las tres definiciones y la “realidad” de cada una. Así, podemos definir la ontología de las razas como socialmente realistas, biológicamente antirrealistas y biogenómicamente convencionalistas. Es decir: las razas sociales son reales al ser construidas socialmente y ser reforzadas de forma contingente por prácticas sociales; las características atribuidas a las razas biológicas con los grupos sociales no se corresponden con los hechos biológicos, por lo cual son antirrealistas; y finalmente, la especie humana puede dividirse en subpoblaciones de acuerdo a información biogenómica, dependiendo de los propósitos y metodología aplicada, por lo que debemos tomar los clusters biogenómicos como constructos convencionalistas.

Obviamente, esta no es una respuesta final, y Kaplan y Winther son enfáticos en que un futuro postracial (es decir, donde las razas sociales dejen de estar asociadas con un acceso diferencial a distintos bienes y servicios), no sólo es posible sino deseable. Pero dado el análisis, concluyen que por ahora la mejor forma de describir las prácticas y expectativas vistas en muchas sociedades actuales es con las razas como realidad social, señalando también que posturas realistas o antirrealistas sobre las razas biológicas tienden a estar asociadas a tendencias políticas, pero no vinculadas de forma particular, pues aunque las razas biológicas son entendidas como realistas desde la derecha conservadoras, algunas propuestas progresistas de orgullo racial también tienden a caer en esta perspectiva. En todo caso, el artículo nos sirve para tener en cuenta el contexto en que abordamos el tema racial en un debate a futuro, aclararlo y así ir analizando el tema para llegar a una respuesta adecuada.

Conclusiones

Siempre que hablo de ciencia, es difícil quitarme la sensación de que no he podido explicar lo suficiente, o con la claridad necesaria. He hecho un esfuerzo consciente por mencionar lo básico y a la vez fundamental para entender las bases de la teoría evolutiva, desde su concepción en manos de Darwin hasta la revolución genética que consolidó la síntesis moderna, así como dejar claro que se trata de un marco teórico dinámico, con constantes debates y adiciones Confío que esto permita tener más claridad sobre todo lo que he expuesto en torno al tema de las razas, y las debilidades argumentativas de quienes aún pregonan una supuesta realidad biológica en una clasificación que apenas ha cambiado desde tiempos de Cuvier y Morton.

Recordemos que la ciencia es una empresa humana: racional, objetiva y argumentativa, pero humana en todo caso, así que nunca descansa en un único legado, sino que se construye y modifica a través del tiempo. Es por ello que reconocer la importancia de la obra de Charles Darwin es comprender no sólo sus alcances, sino también sus limitaciones, y cómo a partir de ellas desarrollamos sus teorías hasta un estado más robusto, desterrando mitos y ofreciendo argumentos para notar el peligro de sesgos deterministas por dentro y fuera del ámbito científico. El progreso social no puede ser íntegro sin una base en argumentos científicos, y el aporte científico no puede ser útil si no se integra su significado e importancia en un contexto social. Creo que ese es el homenaje más claro que podemos ofrecerle a un pensador humanista de la talla de Darwin.

Para saber más:

-Barbujani, G. & Pigliucci, M. 2013. Human races. Current Biology, 23: 185-187.

-Kaplan, J. & Winther, R.G. 2014. Realism, Antirealism and Conventionalism about Race. Philosophy of Science, 81(5): 1039-1052. doi:10.1086/678314

-Recomiendo también el resumen que hace Massimo Pigliucci en Footnotes to Plato sobre el artículo de Kaplan & Winther, donde además explica con ejemplos en qué consisten el realismo, el antirrealismo y el convencionalismo. Enlace: https://platofootnote.wordpress.com/2015/12/23/are-races-real/

-Evolution, entrada en la Encyclopedia Britannica.

Comentarios

  1. Voy a dejar un comentario como promesa de que volveré este fin de semana a leer como corresponde este y otros artículos que has publicado. Me interesan mucho :)

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  2. Excelente artículo :)
    Hace años leí un libro de Ernst Mayr, biólogo evolutivo, que aclaró muchas de mis concepciones. En él afirmaba que cualquier persona que pretenda considerarse "culta", debería tener nociones mínimas de evolución. Y estoy muy de acuerdo.
    El otro punto que me hace pensar es el papel de la ciencia. Ciertamente, su objetivo principal es describir, no le corresponde decidir cómo utilizar el conocimiento que produce. Por eso, siempre está atada al ámbito político y social, con todo lo bueno y malo que conlleva.

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