Creo que todos son inmorales, menos yo

 

Es cada vez más frecuente que en medios y redes sociales, las personas que interactúan se vuelquen en una avalancha para condenar a alguien en particular, sea por declaraciones de creencias discriminadoras, por acciones cuestionables, o simplemente porque no les gustó algo de lo que dijo. Esto último es quizás el escenario más debatible para llevarlo a niveles de ataques e incluso censura, pero tristemente es uno de los más prevalentes en redes. Y no es como que se trate sólo de cuestionar si, por ejemplo, que alguien afirme que se debe hacer énfasis en el sexo biológico a la hora de tomar decisiones en temas de género y derechos sea excluyente o no. Si uno mira con lupa, lo cierto es que son más frecuentes ataques y persecuciones a cuestiones personales como elegir estar o no soltero, o banalidades como que esta serie súper famosa no es de tu agrado.

De un momento a otro, alguien ya no puede decir que prefiere el frío antes que el calor, porque de repente aparece una tropa justiciera a condenarte por “clasista”, porque los pobres no podemos procurarnos un entorno más refrescante. No, esto último no es broma. En entradas recientes habrán visto ejemplos similares: desde aquel “filósofo” que buscaba debates para presentarse como un superior, hasta la gente que atacó un hilo donde se explicaba cómo ayudar a un cetáceo varado.

Y si bien es cierto que el anonimato relativo y la distancia que ofrecen las redes sociales ayudan a exacerbar respuestas poco mesuradas de la gente, todos estos comportamientos nacen de una conducta quizás asociada a tiempos en donde pertenecer e identificarse como miembro de una comunidad era esencial para la supervivencia: el exhibicionismo moral.

Este es un tema que ha sido abordado en amplitud por otros autores más dedicados al tema, como los filósofos Justin Tosi y Brandon Warmke, quienes escribieron un artículo bastante detallado sobre las características y consecuencias del exhibicionismo moral, y que pueden encontrar traducido aquí por Proyecto Karnayna. De manera similar, el psiquiatra Pablo Malo, enfocado en psicología evolucionista, publicó este año un libro titulado Los peligros de la moralidad, en el cual amplía sobre la problemática de los discursos moralistas en el ambiente público de los últimos años, y que sufren mucho de ese exhibicionismo. Lo que quiero hacer aquí es tratar de presentar una explicación sucinta de este tema así que, si buscan más detalles después, pueden consultar las fuentes mencionadas.

Comprendamos primero lo que significa el término. Cuando hablamos de exhibicionismo moral, nos referimos a un tipo de discurso moral que puede definirse con dos características: 1) un deseo de ser reconocido por los demás como alguien moral en un tema de interés; y 2) su exhibición es guiada por el deseo de ser reconocido como una persona moralmente respetable. Suenan similares entre sí, ¿cierto? Digamos que se trata de un discurso moral donde el deseo de reconocimiento es lo que prima: quieres que te reconozcan como una persona moral, y los temas de interés moral que ocupas van en línea de favorecerte con ello. En otras palabras, generas un argumento moral para incrementar tu estatus social (moralmente hablando, por supuesto).

Tomemos uno de los ejemplos que mencionaba al inicio para que lo contextualicen: el tema de los cetáceos varados, que pueden ver en esta entrada. Este sí es un tema de interés moral, ya que se trata de ayudar a otras especies. El problema es que cuando la Dra. Castelblanco hizo una exposición de lo que no se debe hacer al ayudar a un cetáceo, muchos tomaron una postura incluso agresiva, sintiéndose atacados. Y es porque el manifestar el interés de ayudar al animal se convirtió para muchos en su tema de interés para guiar su exhibición de cualidades morales, pero eso llevó a que desconocieran por completo la opinión profesional de cómo se debe proceder al ayudar a un animal varado, por lo cual su reacción al ver confrontada esta visión fue incluso antagónica. Supongo que ya empiezan a ver el inconveniente en todo el asunto, ¿cierto?

Quizás el ejemplo anterior sea un poco cuestionable, puesto que, después de todo, es innegable que la intención de ayudar a otro ser vivo sí que tiene un componente moral, aunque no sea estrictamente un deber. ¿Nos fijamos en la preferencia “clasista” por el frío? Un tema que en realidad es inocuo, y que parece lejano de cualquier presunción de moralidad (preferencia en clima/sensación térmica), de repente es convertido en un argumento moral (lo que esa preferencia “dice” de tu posición social y poder de adquisición) que puede ser explotado por otras personas para el reconocimiento de su propia estatura moral (criticar el clasismo). Lo que encuentro gracioso es que el argumento es tan torpe que yo, viniendo de una ciudad calurosa y con recursos económicos más bien irregulares, podría invertir la argumentación y afirmar que preferir el calor es clasista, porque la gente de escasos recursos no tiene cómo procurarse un aire acondicionado, ventiladores de buena calidad, o siquiera vivir en una zona con buenas redes eléctricas. Y no podría replicar a quien considere que estoy haciendo una conclusión irrelevante y absurda, tan sólo por exhibir una supuesta cualidad moral de mi parte.

Continuando con la exposición, el exhibicionismo moral va de la mano con un comportamiento asociado, que es la señalización de la virtud. Tal como en otros animales existen señales que indican aptitudes o cualidades deseables para una potencial compañera sexual (la cola del pavo real sería el ejemplo más clásico), los seres humanos también contamos con señales que transmiten nuestras cualidades morales a otras personas. La señalización de la virtud es un concepto importante en ciencias cognitivas de la religión, puesto que es parte importante del discurso moral: los reglamentos y restricciones presentes en diferentes credos religiosos, como la abstinencia sexual o la prohibición de ciertos alimentos, funcionan como señales de compromiso que facilitan la cooperación entre miembros de una comunidad. Y por supuesto, en tiempos más seculares como los actuales, gran parte del discurso moral público que vemos en redes sociales también se basa en esta señalización de virtudes.

¿Pero por qué tiende a ser más cuestionable el exhibicionismo que la señalización? ¿Cómo pasamos de discursos morales sobre temas trascendentales como los derechos humanos o la empatía hacia otras especies a llamar “lesbofobia” a juntar personajes ficticios en parejas por fuera de su orientación canónica? Después de todo, ambos comportamientos nacen de una intención de fortalecer los vínculos entre los miembros de una comunidad a través de señales que los otros pueden percibir. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos factores importantes: 1) las señales también pueden ser fingidas para engañar a los individuos; y 2) a menudo es más importante para nosotros mantener el vínculo con una identidad grupal que comprobar la veracidad de las señales de virtud del grupo.

No son detalles difíciles de comprender. Usemos un ejemplo escolar con el primer factor. ¿Han leído sobre animales que imitan la coloración, la morfología e incluso los hábitos de especies con defensas naturales, como por ejemplo moscas que son similares a avispas, o las populares falsas corales? Se le conoce en biología como mimetismo batesiano, y es una habilidad estratégica de supervivencia. Pues bien, tratemos de visualizar las características del exhibicionismo moral dentro de esta habilidad, y para ello voy a usar un ejemplo reciente y un tanto denso.

Como ejemplo de mimetismo batesiano, esta "avispa" gordita es en realidad un sírfido, de una familia de moscas que imitan himenópteros mientras se alimentan de néctar o polen.

Una persona quiere transmitir una imagen de talante progresista y moral en cuestiones de sexualidad e identidad de género, pero no tiene las herramientas para presentar un discurso robusto. ¿Cómo puede entonces exhibir que tiene las mismas cualidades morales (es decir, sus “defensas naturales”) que otros dentro de su grupo? Toma un tema más bien inocuo, que es cuando los seguidores de una obra de ficción imaginan a dos personajes de la misma en una relación afectiva/sexual que no necesariamente coincide con lo establecido en la obra (el popular shipping), y de repente lo restringe como un asunto moral al afirmar que darle una relación heterosexual a un personaje canónicamente homosexual es lesbofobia (y no, tampoco me estoy inventado esto). Una afirmación dura y con una carga moral evidente pero bastante superficial, que sirve para transmitir un carácter moral en una situación que en realidad no debería generar ningún conflicto moral: es decir, es una señal engañosa de virtud. Podríamos, pues, referirnos a los exhibicionistas morales como moralistas batesianos.

Reitero que no me invento ninguno de los ejemplos que menciono.

Esta facilidad de generar señales engañosas a partir de temas que no son necesariamente parte del discurso moral público, a menudo ni siquiera del privado, es una buena razón por la que encontramos con tanta frecuencia polémicas y discusiones en redes sociales centradas en cuestiones baladíes. El diseño de un personaje de ficción, la preferencia por un clima, el gusto por una película o un libro… De repente cualquier opinión, idea o interés puede ser convertido por un moralista batesiano en una lámpara de moralidad para proyectar la luz de sus supuestas virtudes ante los demás. Algo que, por desgracia, no hace más que fomentar el cinismo en las redes sociales con respecto a los discursos morales públicos, incluso sobre temas genuinos, pues si ocho de cada diez avispas que ves no son más que moscas con colores bonitos, con el tiempo irás perdiendo el respeto a las señales genuinas. Y eso es negativo para los debates legítimos.

Eso nos lleva al segundo factor. Los humanos somos criaturas sociales, y como tal siempre ha sido importante mantener los vínculos intragrupales, sea en pequeña o mayor escala. Por ello, tal como Pablo Malo y otros psicólogos evolucionistas han postulado, aprender a reconocer los rasgos conductuales de nuestros congéneres debió ser fundamental no sólo para facilitar la cohesión y la identidad grupal, sino también para distinguir a potenciales clanes/grupos tribales adversarios. Las herramientas cognitivas necesarias para ello permanecieron en nuestra especie aún después del sedentarismo y el surgimiento de las civilizaciones, y grandes, y en cierta forma contribuyeron a la formación de reglamentos morales en las religiones. Es decir, que no seríamos morales por ser religiosos, sino que somos religiosos por ser morales –mantengan esto en mente, que será importante luego-.

El problema aquí, por supuesto, es que la defensa de la identidad de grupo no sólo se convierte en un eje importante del discurso moral de muchas personas, sino que además es frecuente que nos conduzca a sesgos que favorecen las acciones y argumentos de nuestros compañeros de grupo, aunque las acciones sean lejos de nuestros ideales morales y los argumentos sean falaces. Así, por ejemplo, como describe Malo tras su experiencia de juventud analizando las acciones de ETA, “No matarás” se convierte en un “No matarás a los miembros de tu propio grupo”, facilitando el empleo de acciones extremas contra otras personas. Y de manera similar, a la hora de destacar nuestro porte moral a los otros miembros del grupo, otros recurren a argumentos pasionales, pero muy superficiales, donde se despoja al contrario de cualidades positivas. Después de todo, establecer un “Ellos” vs “Nosotros” es mucho más fácil cuando minimizas cualquier posible rasgo positivo de los que se encuentran por fuera de tu grupo, aunque sea con algo tan simple y ridículo como preferir el frío sobre el calor.

¿Y qué pasa cuando las herramientas de reconocimiento de identidad dejan de estar encauzados no sólo por las religiones, sino por las creencias mismas en dioses? Bueno, en un mundo actual que tiende a la secularización, son posturas sociopolíticas las que han venido ocupando ese espacio de codificar las señales de virtud, y por consiguiente guían buena parte del discurso moral público a niveles que rayan mucho en el exhibicionismo y la hipermoralización con temas que deberían ser del ámbito privado. Es quizás por ello que la izquierda posmoderna, más desprendida de las grandes instituciones religiosas y enfocada en cambios sociales profundos y la reivindicación de las identidades, ha salido peor librada del exhibicionismo moral. Que no significa, por supuesto, que esto no ocurra tampoco en la derecha, sobre todo la conservadora, como ocurre a menudo en temas como el aborto y los derechos de las minorías sexuales.

¿Hay alguna forma de solucionar esto? ¿Retomamos las instituciones religiosas, para que se encarguen de mantener en orden las herramientas cognitivas que los movimientos sociales secularizados han sometido? No realmente. ¿Regulamos las redes sociales, para reducir al mínimo la polarización y los ataques exhibicionistas? Tampoco: más que generar polarización, las redes las han exacerbado, pues el tribalismo y la exclusión grupal son consecuencia de las herramientas cognitivas que ya traemos, y mucha gente ya cae en esos sesgos antes y fuera de las redes.

Lo que es necesario, en palabras de Malo, sería empezar por “convertirnos en ateos de la moralidad”, es decir, sacar la moral del debate público. No en el sentido de ignorar el peso moral de las decisiones políticas, sino entender que los debates sobre las decisiones de carácter político y social no deben basarse en las identidades morales privadas, sino en argumentos lógicos y evidencias científicas. Fue lo que pasó con los derechos de las minorías sexuales, al comprender que los argumentos religiosos no pueden atar las leyes para que afecten a quienes no los interpretan de igual forma o ni siquiera tienen religión; y es lo que se intenta hacer desde hace décadas con el tema del aborto, cuando se presentan argumentos médicos, embriológicos e incluso bioéticos sobre el desarrollo embrionario y la interrupción del embarazo.

Y es algo que tenemos que hacer con muchos de los problemas sociales: comprender que las diferencias entre los seres humanos y sus conductas e ideas no pueden reducirse simplemente en “esto es moral, esto es inmoral, y si lo haces/defiendes eres una persona despreciable”. Eso no significa que tengamos que aliarnos con los defensores de cualquier idea, sino que incluso entre diferentes podemos trabajar y establecer puentes comunes para lograr aquellos objetivos que tenemos en común, en lugar de seguir alimentando la exclusión grupal y la estigmatización con un “si no apoyas lo que yo, eres un uribista/mamerto/tibio hp/neocomunista”. La negación a reconocer nuestros propios sesgos, a menudo inconscientes, a la hora de convertir las posiciones ideológicas en diferencias morales irrestrictas, sólo conduce a una mayor división y al fracaso, y por inconscientes que sean nunca debemos olvidar que están presentes, y pueden llevarnos a actuar de forma irracional.

¿Es fácil? Ni de cerca. Pero vale la pena intentarlo. De hecho, como se comenta en este análisis del libro El enigma de la razón, de Mercier y Sperber, ya que individualmente tendemos a identificar mejor los sesgos cognitivos y los malos argumentos en otros que los sesgos propios, una iniciativa de procesos colectivos podría dar lugar a resultados socialmente benéficos, minimizando el riesgo de caer en exhibicionismo y fanatismos morales a la hora de cuestionar los argumentos de otros, y aprovechando entonces de forma positiva estas herramientas del raciocinio que a veces se vuelven en contra de nosotros.

Así que, la próxima vez que veas un tema enmarcado como un gusto personal o privado, antes de gritar indignación trata de enfriarte un poco, sé honesto contigo y hazte algunas preguntas. ¿Este tema realmente requiere que reaccione así? ¿Estoy reaccionando por mis convicciones morales, o estoy mimetizándome con lo que creo que se espera de mí a nivel moral? Si es lo segundo, ¿habría reaccionado igual si no creyera que eso me ayuda a encajar entre los demás? ¿De verdad ese tema requiere analizarse desde un ángulo de moralidad? ¿Es necesario siquiera estar alerta a nivel de moralidad ante cualquier tema que no encaje conmigo?

Ha sido un año bastante irregular, y los últimos meses no han venido fáciles para mí, pero agradezco a quienes han seguido acompañando este espacio. Feliz Año Nuevo.

Comentarios

Entradas populares