De cetáceos varados y la moral autocomplaciente
Un rasgo natural en los seres humanos es la empatía, nuestra capacidad de ponernos en las situaciones y realidades de otros, no sólo humanos sino incluso otras especies animales. Aun yo, siendo un autista introvertido, puedo resonar con tales situaciones, a pesar de que me cueste exteriorizarlo. Es normal, pues, que si encontramos a un animal en estado de indefensión, digamos una tortuga boca arriba, nuestra reacción primaria sea tratar de ayudarlo y sacarlo de su aprieto. Es una cualidad muy bonita, y no creo que haya discusiones al respecto.
El problema cuando tratamos con otros seres vivos es que, dado que solemos desconocer mucho de su fisiología y hábitos, terminamos trasladando nuestros juicios morales hacia una cierta antropomorfización del animal: es decir, actuamos no tanto por saber lo que sería lo más adecuado para el animal, sino porque es como esperaríamos que actuara otro humano si estuviéramos en la misma situación. Y así, aunque estemos motivados por un impulso de empatía, nuestras acciones podrían causar más daño al animal en situaciones muy específicas por lo cual, aunque nuestro juicio moral nos diga que debemos ayudarlo en la medida de lo posible, un juicio más racional sería buscar ayuda profesional para tales situaciones. ¿Consideran que esto podría ser una actitud antiética?
Hago la pregunta porque recientemente he visto muchos ataques imprecisos al respecto en Twitter, por causa de un video donde un joven se acerca a un delfín varado en una playa y lo regresa rodando al mar. Esto, resulta, es algo que nunca se debe hacer con un cetáceo varado (ya iremos al por qué), y por lo mismo la doctora Nataly Castelblanco, ecóloga y especialista en mamíferos marinos, quien además hizo parte del comentado estudio de este año sobre la potencial expansión futura de la población de hipopótamos invasores en Colombia, creó un hilo en Twitter explicando a la gente lo que debe hacerse en caso de toparnos con una situación así.
Vaya pecado el que cometió al parecer. Si bien muchos le agradecieron por hacer una explicación didáctica sobre cómo proceder en tales casos, hubo no pocos que no sólo la criticaron porque supuestamente estaba atacando al joven del vídeo, desviando el punto con el argumento de que “si yo hubiera estado allí hubiera hecho lo mismo”, sino que encima la atacaron y acusaron de falta de empatía y humanidad con él y con el pobre delfín. Y por supuesto estuvieron los que acusan de “arrogancia” por hablar desde el campo profesional sobre el tema, uno incluso afirmando que aún después de leer el hilo, igual devolvería al delfín al agua.
Primero que nada, ¿por qué es problemático actuar como lo hizo el hombre del video? Sintetizando lo que comenta la Dra. Casteblanco: 1) si bien aún no es claro por qué ocurren encallamientos masivos (es decir, cuando encontramos decenas de animales), si un cetáceo individual se encuentra varado puede ser una señal de que está enfermo, tiene alguna lesión seria, o es un juvenil huérfano; 2) ejercer fuerza física en el animal puede generarle estrés fisiológico, y rodarlo como en el video puede también lesionar o incluso fracturar sus aletas dorsales y laterales; 3) manipularlo con las manos desnudas puede transmitir infecciones cutáneas, tanto de delfín-persona como de persona-delfín. Por esta razón, los protocolos estandarizados en guías de atención de varamiento de cetáceos alrededor del mundo son enfáticos en que jamás debemos devolver a la fuerza a un animal al mar: sin el correcto examen de un profesional que identifique lo que causó el varamiento, al devolverlo sólo estaríamos retrasando su muerte unos pocos días. Es frecuente que delfines retornados al mar de esa forma aparezcan de nuevo encallados, pero esta vez ya sin vida, justo porque alguien actuó de forma empática, pero imprudente.
¿Entonces debemos pasar olímpicamente de ellos? Claro que no. Lo que sí podemos hacer al encontrarnos en una situación similar es, primero que nada, cerciorarnos de que el animal esté vivo, llamar a las autoridades locales en tema ambiental (por ejemplo, en Colombia, serían las Corporaciones Autónomas Regionales, CAR), mantener hidratada la piel del cetáceo, protegerlo del sol para evitar resequedad e insolación, y procurar que su espiráculo (el agujero respiratorio en su cabeza) esté despejado y no sea cubierto por agua. Recuerden que al final del día son mamíferos, así que un delfín varado no va a asfixiarse por estar varado en la playa: procuremos, entonces, mantenerlo fresco y lo más tranquilo posible mientras llegan los profesionales correspondientes para ocuparse de su traslado y evaluación médica.
Si entendieron lo que acabo de explicar, entonces imagino que les extrañará la reacción negativa de algunas personas al hilo original de Castelblanco. Y no los culpo, porque o están malinterpretando que se sugiere no hacer nada, detestan sentir que los están sermoneando por aplaudir el video, o afirman directamente que les importan cero las recomendaciones realizadas. Es decir, prefieren ir a lo maldita sea, aunque eso sólo haga mucho más probable que el animal muera, porque “tienen moral y escrúpulos”. Y bueno, moral sí que sería la acción, pues se correspondería con sus valores individuales. ¿Una acción ética? Muy poco, en realidad.
¿Qué es lo que pasa aquí? ¿Por qué una serie de recomendaciones para maximizar el bienestar de un animal en futuras intervenciones generaría algún nivel de rechazo tan ácido? Es atractivo pensar en el desdén que parecen tener muchos en redes por el conocimiento profesional, vistos los constantes ataques que ha recibido la Dra. Castelblanco por parte de activistas animalistas en el tema de los hipopótamos (ya vi a uno acusándola de “arribismo intelectual” por el hilo), pero siento que el inconveniente va un poco más profundo, y es el hecho de que, como seres sociales que nos guiamos e identificados por creencias enraizadas y códigos de conducta, no se siente cómodo para nosotros verlas enfrentadas e incluso refutadas. Para que me entiendan, nos molesta que nos digan que tal vez estamos pensando o actuando mal.
Lo primero es que algunos de los que reaccionaron mal asumen, como mencioné antes, que se está criticando tanto al protagonista del video como a otras personas por tener empatía y tratar de ayudar a un animal varado, o por desconocer los protocolos de atención. Pero no es así. A nadie se le está diciendo que no deben intentarlo: como dije, la empatía es un rasgo muy humano, así que es normal y bienvenido sentir el impulso de ayudar a otros seres vivos. No se espera que el visitante promedio de playa sea un sociópata, y tampoco es que nos dieran clases de atención a mamíferos varados en el colegio, así que no se culpa a nadie por desconocerlos. Pero justo por ello, la intención del hilo es que nos aseguremos de que la próxima vez que lleguemos a encontrarnos en semejante eventualidad, nuestra ayuda sea la más adecuada para el animal, y por ello evitar exaltar estos videos con acciones más pasionales que racionales.
Eso me lleva a lo segundo: los que se estancaron en que habrían hecho exactamente lo mismo aún después de que les explicaran por qué no se debe proceder como en el video. No parece entonces que actuarían tanto por el bienestar y lo que es más adecuado al animal, sino por lo que ellos creen que sería lo más adecuado para el animal. Es decir, no están abiertos a escuchar razones porque son autocomplacientes con su sistema de valores; un acto empático hacia un animal en tales circunstancias, pues, no sería guiado tanto por una conciencia ética del trato a otros seres vivos, sino por satisfacerse emocionalmente a sí mismos con un altruismo narcisista. En tal caso, ¿qué tan éticos pueden ser sus juicios morales y “escrúpulos”, si actuarían entonces a costa del bienestar del animal? ¿De verdad eso les parece empatía?
Y no, decir que por “probabilidad” y “pensamiento lógico” es más recomendable devolver a un cetáceo varado al mar sin más no es un argumento racional, sino una racionalización de argumentos pasionales: es en realidad más probable “lógicamente” que al hacerlo lo estés matando, pero por supuesto es algo que algunos prefieren no considerar porque no quieren sentirse inmorales con ello. Como dije, nadie es estúpido por desconocer que existen protocolos internacionales para el manejo de estos animales, así que no se debe atacar al joven por haber cometido un error comprensible en su reacción empática. Pero cuando un profesional en el campo te explica cuidadosamente por qué esa misma reacción empática podría ser más dañina a largo plazo para el cetáceo, y sólo atinas a decir que de todos modos lo devolverías al mar, entonces lo tuyo no es empatía, es insensatez.
Repito, por si no ha quedado claro: no estoy diciendo que sea intrínsecamente inmoral devolver a la fuerza un cetáceo varado sin esperar atención profesional. Lo que pasa es que nos resulta fácil divorciar la moral de la razón, y a veces nos olvidamos que incluso desde la moral y los escrúpulos se puede llegar a hacer mucho daño, y creo que la Historia tiene cantidades de ejemplos de ello, sea por códigos morales que hoy encontraríamos bárbaros, o porque desde una postura moral se justifican o minimizan acciones negativas. Y si esto nos ocurre con aquellos de nuestra misma especie, tanto más fácil podemos llegar a fallar cuando creemos que estamos ayudando a otros seres vivos de los cuales no siempre entendemos sus necesidades y cuidados.
Por ello, antes que enojarnos por hilos como los de la Dra. Castelblanco, detengámonos a pensar: ¿de verdad nos está diciendo que no debemos ayudar a un mamífero varado en la playa? ¿Por qué tendría que enojarme si me están explicando que hay mejores formas de hacerlo que echarlo de nuevo al agua? ¿Estoy siendo racional con la información recibida? ¿Estoy siendo maduro al ver confrontadas las ideas que tengo? Y, sobre todo, ¿estoy pensando realmente en lo que necesita el animal, o más bien estoy enfocado en lo que necesito yo?
Adenda: después del cubrimiento mediático y un comunicado canalla de la Conferencia Episcopal Colombiana para que “reconsiderara” su decisión, el Instituto Colombiano del Dolor optó ayer por negar la eutanasia de Martha Liria Sepúlveda, mujer de 51 años aquejada de esclerosis lateral amiotrófica, y quien se convertiría hoy en la primera persona en Colombia en morir dignamente sin tener una enfermedad terminal.
Es inevitable tener la sensación de que la presión pública de ciertos sectores los llevó a revertir su decisión inicial, y escudarse con el argumento de que no habían evaluado correctamente si Sepúlveda era apta para acceder a la eutanasia -lo que de ser cierto sería incluso peor-.
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