Imposturas religiosas: la curiosa historia del Libro “perdido” de Lehi

La señora Harris no se creía nada de esto, harta ya de la ingenuidad de su marido. Le robó las primeras ciento dieciséis páginas y retó a Smith a reproducirlas, puesto que, dado su poder de revelación, era capaz de hacerlo (Este tipo de mujeres resolutivas aparecen con demasiada poca frecuencia en la historia de la religión).
-Christopher Hitchens sobre Lucy Harris, en Dios no es bueno (2007).


El fragmento de arriba, correspondiente al ya fallecido Christopher Hitchens, periodista y crítico literario, y uno de los llamados “Cuatro Jinetes” del Nuevo Ateísmo, hace referencia a una historia muy particular que pertenece a los primeros años en que Joseph Smith (José Smith, para los cuates) consolidaba las “revelaciones” que dieron forma a las creencias y doctrinas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la principal denominación mormona. Es una historia interesante, que pone de manifiesto la importancia de mantener un sano escepticismo ante supuestos profetas, y también la forma en que otros pueden llegar a argumentar para defender sus creencias de la crítica, aun cuando tales argumentos rayen en lo ilógico o incluso lo absurdo.

Para quienes nunca hayan hecho parte de los mormones como yo (técnicamente aún lo soy, pues no he sido excomulgado y la apostasía es un proceso molesto con ellos), aquí va un resumen técnico de las principales creencias. De acuerdo con Smith, tuvo una visión en su juventud donde Dios y Jesucristo le dijeron que no se uniera a ninguna de las religiones de la época, y poco tiempo después recibió la visita de un ángel llamado Moroni, el cual le reveló la ubicación de unas planchas de oro llenas de caracteres escritos en un supuesto idioma llamado egipcio reformado, y que relataban la historia de los habitantes originales de América.

De acuerdo con el cuerpo principal de escrituras, el Libro de Mormón, hubo tres migraciones semitas hacia el Nuevo Mundo (más exactamente, a Estados Unidos): un grupo dirigido por Jared y su hermano, quienes partieron cuando los pueblos se dividieron en la Torre de Babel, y dieron origen a los jareditas; un segundo grupo encabezado por Lehi y su familia, y que darían lugar a los nefitas (principales protagonistas de los libros) y los lamanitas; y un tercer grupo guiado por Mulek, único hijo sobreviviente del rey Sedequías de Judá que logró escapar del destierro a Babilonia. Para no hacer larga la historia, hubo muchos conflictos entre estos pueblos (y una visita de Jesucristo resucitado) hasta que los inicuos lamanitas destruyeron la nación nefita, aunque el profeta Mormón y su hijo Moroni (quien después visitaría como ángel a Smith) lograron enterrar las planchas de oro con toda la historia de sus pueblos en el cerro de Cumorah (¿no les suena un nombre similar a las Islas Comoras, cuya capital es Moroni?) antes de la batalla final. De acuerdo con la tradición, los lamanitas fueron castigados con piel oscura, para que así los nefitas los distinguieran y no se mezclaran con ellos, y serían los antecesores de los pueblos indígenas de las Américas.


Si esto último les suena increíblemente racista, es porque de hecho lo es. Las primeras décadas del mormonismo llevan a cuestas una historia de discriminación y racismo, sobre todo contra los negros, al punto que las leyes internas no permitían la ordenación de miembros afro en el sacerdocio hasta una revelación en 1978 que les dio visto bueno (la historia mormona está llena de estas convenientes y oportunas revelaciones), dado que la expansión de los misioneros a países africanos y su éxito en América Latina, donde la mezcla étnica siempre ha sido mucho más común, hacían que las restricciones de la Iglesia dificultaran la difusión del mensaje, pues cada mormón mayor a la adolescencia es ordenado en sacerdocio, sea nacido o converso en la fe. Y por supuesto, en la actualidad no hay evidencia arqueológica, lingüística ni genética que respalde algún vínculo entre los pueblos amerindios y los semitas de Medio Oriente.

Pero como el foco de esta entrada no es discernir sobre todas las doctrinas de la IJSUD ni hacer crítica de su visión social (quizás en un futuro me aventure a eso), volvamos con sus orígenes contemporáneos y la historia de Smith y Lucy Harris. Si acaso han visto el episodio ¿Todo sobre los mormones?, de la séptima temporada de South Park, entonces tendrán una noción de lo que ocurrió, pues lo cierto es que Trey Parker y Matt Stone presentaron la historia tal como ocurrió, más allá de las exageraciones cómicas, típicas de la serie (y no, meter la cara en un sombrero u ocultarse tras una cortina no fue una exageración: Smith realmente dictaba así). Por supuesto, hay muchos otros detalles minuciosos que no fueron expuestos, que poca gente conoce fuera de la iglesia (y sospecho que muchos adentro también la desconocen), y que Christopher Hitchens expuso en su libro al hablar sobre Smith.

Esta historia empieza en 1823 en Palmyra (Nueva York). El padre de José Smith, José Smith Sr., había estado trabajando en la granja de Martin Harris (dum, dum, dum, dum, dum), un respetable personaje de la localidad. De acuerdo con testimonios y biógrafos de la época, Harris era un buen hombre, trabajador y honesto, pero bastante imaginativo y supersticioso, que relataba historias como que una vez habló con Jesús en forma de ciervo, y creía en las visitas de ángeles y fantasmas a nuestro plano. No sorprende entonces que cuando el padre de Smith le contó en aquella época que su hijo conocía la localización de unas planchas de oro, el granjero quedara fascinado con la historia y se acercara más a la familia Smith.

Fotografía de Martin Harris en sus últimos años.

Su interés se acrecentó en 1827, de acuerdo a una entrevista que ofreció muchos años después. Smith Jr. le mostró pruebas de sus mencionados dotes cuando Harris fue a visitarlo a la casa de su padre en Manchester (Nueva York), y el joven usó unas piedras videntes para hallar un prendedor que el granjero había perdido. En septiembre de ese mismo año, después de cuatro años de espera por instrucción del ángel Moroni, Smith fue a Cumorah y desenterró las supuestas planchas junto con dos piedras (Urim y Tummin) que le permitirían traducirlas. Eso sí, en un principio evitó enseñarlas a otros, incluyendo a Harris, porque de acuerdo con su testimonio Moroni le había prohibido enseñarlas hasta que pudiera traducirlas y transcribir su contenido. Revelaciones convenientes, les digo. Por supuesto, traducir y copiar no es una empresa barata, así que Harris le donó una suma de $50 USD (equivalente a $1.358,48 USD en 2021, nada desdeñable) para que empezara la traducción, tras lo cual Smith y su esposa se trasladaron en octubre a su hogar en Harmony (Pensilvania).

En febrero de 1828 Harris fue a visitarlo, recibiendo como “prueba” un papel (hoy perdido y llamado la Transcripción Anthon) lleno de caracteres de egipcio reformado y su traducción, el cual llevó el año siguiente a un profesor de lingüística de la Universidad de Columbia, Charles Anthon, para que comprobara su veracidad. De acuerdo con el recuento (conveniente) de José Smith sobre el testimonio de Harris (Smith – Historia, 63-65), Anthon confirmó los caracteres y la traducción, pero después de que el granjero le comentara cómo habían descubierto las planchas de oro, el erudito rompió el certificado diciendo que no existían los ángeles, y que le trajeran las planchas para traducirlas él mismo. Cuando Harris se excusó porque parte de ellas aún estaban selladas y prohibidas de traducir, Anthon respondió supuestamente: “No puedo leer un libro sellado”, correspondiendo así con un pasaje de Isaías (29: 11-12), y confirmándole a Harris la naturaleza divina de las planchas que aún no había visto.

El Documento “Caractors”, un fragmento de papel que perteneció a David Whitmer, uno de los Tres Testigos, y que alguna vez se creyó era la Transcripción Anthon.

En contraste, dos testimonios del mismo Charles Anthon discrepan del relato de Smith, y en cambio coinciden en que le sugirió a Harris que estaba siendo víctima de un fraude económico, lo cual le reiteró un par de años después cuando Harris le llevó una copia del Libro de Mormón, la cual no aceptó. Como sea, el consejo de la primera visita cayó en oídos sordos, quizás por el carácter supersticioso de Harris (¿o porque se negaba a reconocer que podían estar estafándolo?), así que cuando Smith le pidió su ayuda para transcribir las traducciones -pues era parcialmente analfabeto y no sabía escribir-, el granjero hipotecó su finca y accedió a ser su escriba, trasladándose a vivir con los Smith en abril de 1828.

Es aquí donde entra en escena Lucy Harris (smart, smart, smart, smart, smart) y el caso de las 116 páginas perdidas. A diferencia de su marido, la señora Harris era mucho más escéptica, y no veía con buenos ojos que su esposo empezara a darle dinero a un hombre que decía haber encontrado unos objetos que no dejaba ver a nadie, por lo cual en un principio hizo copiar los caracteres de la Transcripción Anthon para averiguar su procedencia (en lo personal, creo además que fue por tranquilizar a su esposa que Harris pidió ese papel y lo llevó con el profesor Anthon). Cuando su esposo la dejó en su finca hipotecada y se fue a vivir con los Smith, Lucy lo acompañó durante dos semanas, y durante ese tiempo buscó las placas por toda la casa de José Smith, pero el profeta le contó que las había ocultado, que no podía mostrarlas a otras personas por temor a la ira de Dios, y que no necesitaba su presencia física para realizar la traducción. Todo muy conveniente, como les digo, pero esto sólo acrecentó las dudas de la señora Harris.

Para convencer a su esposa de la veracidad del relato de Smith, Martin Harris le pidió al profeta que le prestara las primeras 116 páginas que ya llevaban, las cuales se supone contenían el llamado Libro de Lehi. De mala gana, Smith aceptó con la condición de que Harris sólo la mostrara a cinco miembros de su familia, y al retornar a Palmyra el granjero le mostró el manuscrito a su esposa, quien entonces lo escondió en su propia oficina bajo llave. Fue poco después, en ese verano, que el manuscrito desapareció, robado o quizás destruido (algunos testimonios sugieren que Lucy lo quemó a escondidas de su marido, pero no hay evidencia de nada concreto), y de su contenido no se conserva ninguna copia al día de hoy. Imagínense el sofocón que tuvo Smith cuando se enteró de lo ocurrido al viajar a Palmyra en busca de las páginas.

Por supuesto, al poco tiempo Smith recibió su primera revelación (Doctrina y Convenios, 3), donde declaró a Harris como “un hombre inicuo” y perdió él mismo sus poderes de traducción por una corta temporada, retomando la labor en abril de 1829 con un nuevo escriba, Oliver Cowdery. En esa misma época tuvo otra revelación (DyC, 10) donde se le instruyó no traducir de nuevo el Libro de Lehi, puesto que Satanás había inspirado a “hombres perversos” para que, en caso de transcribirlo, presentaran el manuscrito perdido para señalar las discrepancias entre ambas traducciones y desacreditar así a Smith. Al terminar en un par de meses la transcripción del Libro de Mormón, otra revelación de Dios mostró que, habiendo previsto la pérdida de las 116 páginas, tenía preparado un recuento resumido proveniente de las llamadas planchas menores de Nefi para suplir su ausencia, incluyendo esta porción en la primera parte del Libro. Todo muy conveniente, como les digo.

Esquema detallado de las “fuentes” que componen el Libro de Mormón. Las placas selladas jamás fueron traducidas pues, de acuerdo con la tradición, serán reveladas “a su propio y debido tiempo” (Éter, 3: 27).

Es en este punto donde el episodio de South Park usa a Stan para criticar que tomen como un asunto de fe un tema que debería ser de mera evidencia empírica, como lo son las 116 páginas perdidas. Y se hace obligatorio hacer una parada con el fin de analizar no sólo los argumentos empleados por José Smith para justificar que no replicara el Libro de Lehi, sino también el contexto en el que surgió el movimiento de los Santos de los Últimos Días. Y como lo primero no se puede comprender del todo sin lo segundo, enfoquémonos entonces en el ambiente. Tal como relataba Hitchens, las zonas centro y occidente del estado de Nueva York fueron cuna de una gran cantidad de movimientos religiosos y avivamiento cristiano del Segundo Gran Despertar al principio del siglo XIX, al punto que el área en conjunto fue llamada posteriormente burned-over district (región quemada), debido a que ardía de fervor religioso; de esa área nacerían otros movimientos como el millerismo, que influyó en los adventistas y los Testigos de Jehová, así como otros menores que no durarían mucho, y hubo gran cantidad de profetas dedicados a desplumar incautos.

Los Smith no fueron ajenos a esta explosión dual de misticismo y charlatanería, pues desde su infancia el pequeño José practicaba magia religiosa popular, algo que no era ajeno en las comunidades rurales de Europa y Estados Unidos. De hecho, entre la fecha de la supuesta visión del ángel Moroni y el descubrimiento de las planchas, Smith se ganaba la vida como un scyer, un tipo de vidente especializando en buscar objetos perdidos (¿recuerdan lo que comentó Martin Harris en su entrevista?), usando su piedra vidente para ubicar tesoros enterrados (algo especulado por muchos debido a los túmulos funerarios indígenas que abundaban en la zona). La charada no siempre funcionó: Smith fue llevado a juicio en 1826 y condenado por ser una “persona alborotadora y un impostor” debido a tal reputación. Desde ese año hasta su asesinato en 1844 a manos de una turba en Carthage, Illinois, Smith debió enfrentar al menos unos treinta juicios por múltiples cargos como estafas de videncia, fraude bancario, conspiración de homicidio, poligamia, incitación a la violencia y traición estatal, siendo esta última la razón por la cual se encontraba en la cárcel de Carthage al momento de su homicidio.


Considerando el antecedente temprano de buscar tesoros, no es extraño que la señora Harris tuviera una sensata desconfianza en las predicciones de Smith. Pero como explicó Hitchens, si pudo triunfar entre los muchos otros predicadores de la región a pesar de lo que describió como una impostura “casi bochornosa de leer” fue por su innegable carisma, el anhelo de muchas personas en explorar nuevas tierras (la expansión hacia el oeste estaba en auge), y la presencia de los túmulos funerarios, donde algunos exploradores creían que reposaba alguna de las tribus perdidas de Israel. Por supuesto, el pánico ante la desaparición de las 116 páginas y su explicación para no reproducirlas da cuenta de que Smith no estaba tan enajenado, y era consciente de los alcances de su fraude, por lo que prefirió no arriesgar su suerte. Y ciertamente sus vínculos tempranos con la magia y el fraude nunca han sido ignorados por los líderes de las iglesias mormonas, como demostró su fervoroso interés en comprar los muchos documentos creados por el falsificador y ex mormón Mark Hoffman en la década de 1980, algunos retratando de forma poco decorosa al profeta. Pero esa es una historia para otro momento.

Los apologistas de José Smith lo defienden argumentando que un hombre poco letrado no habría tenido el ingenio para entretejer una historia semejante de los pueblos americanos. No obstante, teniendo en cuenta que al menos sabía leer en ese tiempo, que contaba con escribas que lo apoyaron durante su labor, que 25.000 palabras del Libro de Mormón proceden del Antiguo Testamento y otras 2.000 del Nuevo, y que guarda muchas similitudes con View of the Hebrews, un libro publicado en 1823 por el clérigo Ethan Smith, que defendía la misma tesis del origen semita de los nativos americanos, es obvio que la evidencia no lo favorece mucho (y eso que no hablo de la ausencia de respaldo arqueológico ni genético a la historia del Libro). Es decir, y esto lo comento con toda sinceridad, si en un caso judicial sobre el manuscrito perdido una de las partes dijera que lo tradujo a partir de unas planchas de oro que nadie en ese entonces había visto, y que recibió la conveniente revelación de no reproducir el contenido perdido para no poner en riesgo su evangelio, mientras que la otra contrapone que la incapacidad de replicar las páginas hace sospechar que el contenido fue todo inventado por su autor, y no era capaz por lo tanto de transcribirlo de forma exacta, ¿cuál creen que sería el veredicto final?


¿Y qué fue de Martin y Lucy Harris? Bien, debido a que perdieron la granja por la hipoteca para financiar la impresión del primer volumen del Libro de Mormón en 1830 (que, por supuesto, no vendió muy bien en un inicio), a las discusiones por el evidente fraude y el tema de las 116 páginas perdidas, y a violencia física y posible adulterio por parte de Martin, Lucy Harris se divorció de su esposo ese mismo año, falleciendo seis años después. Por su parte, Martin Harris hizo parte de los Tres Testigos que confirmaron la existencia de las planchas de oro, aunque afirmó muchas veces que las vio “con ojos espirituales”; se separó de la iglesia por desacuerdos con Smith en 1840 (de hecho, los Tres Testigos fueron excomulgados en algún momento de los SUD, con David Whitmer nunca regresando al movimiento), pero se hizo rebautizar años después, casándose con una sobrina de Brigham Young, el controversial segundo Presidente de la Iglesia. Hasta su muerte en 1875 mantuvo su testimonio sobre las planchas y la veracidad del Libro de Mormón.

Por supuesto, nada de esta historia hará dudar a muchos mormones, como supongo que debe ser. La historia en sí de las 116 páginas perdidas no es ajena a la mayoría, como quizás sí lo son algunos detalles circunstanciales y parte del contexto de la época. Por ello, hay miembros de la Iglesia que han teorizado sobre el contenido del Libro de Lehi, basados en algunos pasajes de los libros de las planchas menores, y pistas en DyC y algunas conversaciones de Smith. Es un ejercicio creativo muy interesante, y lo digo aun considerando que toda la historia contenida en el Libro de Mormón no es más que una mentira bien entretejida.

Y no se me hace inusual que una persona puede tener muchas razones para ingresar a un culto religioso tan particular pues, como dije al principio, yo mismo fui mormón, aun cuando en esos tiempos ya era consciente de las evidencias arqueológicas y morfológicas que respaldaban un vínculo siberiano (aún no se habían realizado los correspondientes estudios genéticos), así que las gimnasias mentales y la disonancia cognitiva al extremo con tal de pertenecer a un grupo no me son extrañas. No obstante, con lo redactado aquí, creo que pueden al menos comprender por qué muchos por fuera del mormonismo lo consideran una religión especialmente absurda entre las religiones de origen protestante. Tomar como asunto de fe las convenientes revelaciones de Smith, teniendo en cuenta todo el contexto detrás del caso de las 116 páginas perdidas, requiere de una consciente y casi descarada ingenuidad como la de Martin Harris, que (y aquí debo ser duro) para otros parece incluso rayar en la estupidez.

Seguro que habrá explicaciones y más argumentos a los que los mormones puedan recurrir para respaldar la primera revelación de José Smith, así que no espero que con este relato vaya a convencer a muchos para que se empiecen a cuestionar sus vínculos con la IJDUS. Por experiencia propia, entiendo bien que el sentido de comunidad y pertenencia son poderosas influencias cognitivas que sobrepasan a menudo nuestro juicio racional. Pero como digo, lo que busco es que comprendan que sí hay razones legítimas por las que otros pueden dudar de sus creencias, así que, en caso de un intercambio de ideas, necesitan estar abiertos a dichas inquietudes, y no asumirlas como un ataque personal o a su derecho de elegir una creencia.

Creo que es todo lo que tenía que decir. La historia mormona está llena de muchos detalles curiosos, las persecuciones que sufrieron, las persecuciones que ellos ejercieron, el tema racial, su fuerte sentido de comunidad (a veces asfixiante) y sus comentarios ante la evidente ausencia de pruebas físicas que respalden sus creencias nucleares. Con el tiempo, podríamos ir explorando algunas de ellas.

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