Vnimanie, vnimanie…


Advertencia: esta entrada contiene amplios spoilers de la miniserie Chernobyl. Si aún no la ha visto y quiere hacerlo, siga leyendo bajo su propio riesgo.

Introducción

La advertencia del inicio podría ser una tontería, ¿no lo cree, amigo lector? Primero porque ya han pasado dos meses desde el estreno de Chernobyl, y segundo porque, si conoce algo de historia, seguro sabe del accidente ocurrido en abril de 1986, que es considerado el accidente nuclear más grave de la historia y una de las peores catástrofes del medioambiente. Sin embargo, saber del accidente no es lo mismo que comprender cómo ocurrió, ni las implicaciones que tuvo no sólo a nivel ambiental, sino también político y científico. Y aunque como toda serie histórica esta se toma varias libertades artísticas, su construcción es un relato bastante fiel tanto del accidente como del manejo que se le dio a la tragedia.


Imagino que después de tanto tiempo, una entrada con mis impresiones de la serie sabe un poco a noticia vieja. Y es que pensaba hacerlo antes, pues me senté a ver la serie hace unas semanas, pero tenía que presentar un examen importante en la carrera y después me topé con el tema del dios de Israel, al cual le dediqué una entrada hace poco. No obstante, como siempre digo, una vez que me llama la atención tanto un tema que no puedo dejar de hablar de él, pues hablaré de él. Además se trata de una de las series más aclamadas de este año, con una recepción abrumadoramente positiva –exceptuando, por supuesto, a los partidarios de Vladimir Putin, actual presidente de Rusia y ex agente de la KGB-. Así que aquí vamos.

De entrada debo confesar que no soy bueno para apreciar el drama –tal vez ya lo he dicho antes-, pero los temas históricos me apasionan. Y Chernobyl cumple muy bien: sabe construir una historia que te atrapa desde el primer momento, a pesar de que en cierto modo ya sepas la conclusión. Por supuesto, tiene la ayuda inconfundible de que narra lo sucedido en la Central Nuclear Vladimir Illich Lenin la noche del 26 de abril de 1986, un suceso que marcó no sólo a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), o sólo Unión Soviética para los amigos, sino también al resto de la humanidad, pues dio inicio a largos debates, a menudo viciados de subjetividad y neoludismo, sobre los costos y riesgos del uso de la energía nuclear, que continúan hasta hoy, así como de la censura y el control político. Esta controversia no es ajena a los guionistas de la serie, pero ya hablaré después de cómo la abordan.

La serie inicia en 1988, durante el segundo aniversario de Chernóbil, con el suicidio de Valeri Legásov (Jared Harris), químico soviético y científico que hizo parte del comité de investigación del accidente. Mientras la introducción nos deja claro lo que está ocurriendo, escuchamos la voz de Legásov dejando un registro, iniciando con una frase que cobra importancia a través de la serie: “¿Cuál es el costo de las mentiras?”. Entonces saltamos a 1986, momentos después del accidente, y vemos al personal de la central tratando de comprender lo que ha ocurrido a pesar de la constante negación del ingeniero asistente a cargo, Anatoli Diátlov (Paul Ritter), quien asegura que el núcleo del reactor no ha estallado. Al otro lado, en el cercano pueblo de Prípiat, Liudmilla Ignatenko (Jessie Buckley), esposa de un bombero, escucha la explosión y teme por la seguridad de su marido, quien es llamado de inmediato a detener el incendio. Mientras los encargados de la central de Chernóbil buscan la forma de minimizar el reporte de lo ocurrido y rechazan la clara evidencia de una explosión del núcleo, Legásov recibe una llamada con la orden de viajar hasta el sitio y ofrecer apoyo técnico al comité de investigación.

Los rostros de la serie

Puede decirse que hay tres protagonistas en Chernobyl, y dos de ellos son los que guían al espectador durante mayor parte de la serie: Legásov y Boris Shcherbina (Stellan Skarsgård), vicepresidente del Consejo de Ministerios y funcionario asignado para reportar sobre la investigación del accidente. Shcherbina es un burócrata hosco y al principio de poca simpatía, pero es responsable y brutalmente honesto: desdeña al principio los temores de Legásov sobre los sospechosos reportes del suceso en Chernóbil, pero en cuanto pone los pies en el sitio y comprende la magnitud del desastre se apersona de la situación. Es quien se encarga de conseguir los recursos y equipo para que el científico pueda, en el mejor de los casos, aminorar el impacto del accidente.

Es cierto que entre las libertades artísticas asumidas por Craig Mazin, el creador de la serie (cambios que en Infobae denominan “errores” a pesar de aclarar después lo que son), se encuentra el trabajo directo de Legásov en el sitio y –quizás- su tosca interacción inicial con Shcherbina, pero es uno de los cambios que más se deben agradecer, pues se necesitan personajes humanos que puedan aterrizar el foco de la serie, y mejor aún al tratarse de quienes en la vida real estuvieron en Chernóbil. Sus personalidades chocan bastante, y es ahí donde su relación se construye de forma casi perfecta: Legásov, un científico, mantiene un celo profesional que lo impulsa a buscar las causas de lo ocurrido, sin un solo reparo en la realidad política de su país, al cabo de poner en riesgo incluso su propia vida por exponer la verdad; Shcherbina, un burócrata, se enfoca en detener de una vez por todas el creciente peligro del accidente, mientras vadea entre las imprudencias de Legásov y la obsesión del Estado soviético por cubrir y minimizar la tragedia, aun a costa de resolverla. Ambos personajes se humanizan y bajan entre sí de sus respectivos pedestales de sabiduría y autoridad, convirtiéndose en compañeros, quizás amigos incluso, en medio de una labor titánica.

La tercera protagonista de la serie, y una de las dos mujeres prominentes, es la doctora Ulana Khomyuk (Emily Watson), una física nuclear que descubre en paralelo, estando en Bielorrusia, que hay un accidente radiológico severo, y al descubrir que es en Chernóbil se dirige a la central para saber lo que ocurrió y colaborar con los presentes en la búsqueda de la verdad. Su personaje es una creación original de Mazin, siendo la condensación de los muchos científicos que descubrieron el accidente de Chernóbil por su cuenta, y cuyos esfuerzos ayudaron a dilucidar la realidad de la tragedia y a contener el impacto. Khomyuk da cierto equilibrio a los dos protagonistas masculinos: es ella quien proporciona a Legásov las pistas necesarias para comprender el accidente, y acepta como Shcherbina que necesitan llevar con mejor tacto a la KGB si quieren resolver el problema verdadero en la central. Pero al final, sabiendo que al Estado le preocupa más mantener su imagen ante el mundo, es quien da el espaldarazo final a Legásov para que este decida por cuenta propia, tras ver la salud de Shcherbina, exponer la verdad.


Hay que destacar también otros personajes que ayudan a aterrizar el accidente de Chernóbil hasta las mayores víctimas: la gente común. Aquí son claramente dos los que sobresalen, y hablaré primero de Liudmilla, la esposa de Valeri Ignatenko. Igualmente una persona real, Liudmilla es una de las miles de personas que no estaban enteradas de los peligros de la radiación, y que terminaron en el centro de un desastre que no podían comprender. La pobre mujer sólo está enfocada en encontrar a su esposo, y por desgracia lo hace sin saber a lo que se expone. Su dolor al ver a Valeri consumirse poco a poco bajo los efectos del síndrome de irradiación aguda (ARS, por sus siglas en inglés) y perder a su hija por su descuido y el de los médicos al ignorar las advertencias es uno de los cuadros más fuertes de la serie. Consuela un poco saber que en la vida real pudo tener al menos una resolución.

El otro es Glukhov, jefe de los mineros de Tula, y único personaje cómico dentro de una serie deprimente y tensa. Otro personaje alegórico, en su caso de los mineros llamados a trabajar en Chernóbil para evitar un desastre aún mayor, es descortés e irrespetuoso con las autoridades, pero también responsable con sus hombres y mucho más perceptivo de lo que su tosco aspecto exterior sugiere. Está consciente de la incompetencia e indiferencia del Estado soviético, al punto que nos lo presentan haciendo chistes al respecto, pero también lo vemos en su última escena con un gesto de resignación al escuchar la respuesta de Shcherbina sobre el futuro de los mineros (“No lo sé”) y continuando con su labor. Lo más chocante de todo es que al final del día, su labor terminaría siendo innecesaria, exponiendo a los mineros en la vida real a condiciones de salud adversas por nada.

Lástima es que uno de los puntos flacos para muchos en la serie sean los personajes antagónicos, en especial el trío a cargo de la central de Chernóbil. Nos los presentan sin matices ni muchos remordimientos, salvo quizás al final cuando Diátlov escucha en el juicio que sus acciones, en cualquier caso, habrían sido infructuosas. Todos estaban más preocupados por conseguir ascender en el aparato burocrático del Partido que en garantizar la seguridad en la central, y aunque es cierto que esa fue otra de las razones por las cuales Diátlov insistió en hacer la prueba con las pobres condiciones que condujeron al desastre, y de hecho muchos antiguos subordinados señalan que era una persona difícil con la cual trabajar, también se indica que la muerte de su hijo por leucemia tiempo antes pudo hacerlo asumir el problema de contener el reactor como un reto personal, acelerando el accidente. El mismo Mazin reconoce que decidió ignorar este fragmento de su vida para evitar elucubraciones freudianas de los espectadores, con lo cual creo que deshumanizó un poco más a su personaje, aunque entiendo su punto.

Por otro lado, el poder del Estado soviético y la vigilancia omnipresente de la KGB son villanos bastante reales, aunque un tanto dramatizados. Las escenas directas de Legásov con la pareja que lo observaba de cerca habrán sido creación de Mazin, pero es imposible negar que en un trabajo tan delicado como contener Chernóbil habría una estructura de seguimiento alrededor del comité encargado, procurando que nadie intente hablar lo que lo le conviene ni contactar a quien no debería. Y porque, tal como en la vida real, fue el mismo gobierno soviético el culpable en sentido amplio de la tragedia, al encubrir el fallo de diseño de los reactores RBMK incluso a los mismos ingenieros nucleares que se supone debían garantizar la seguridad en las centrales. Fue la frustración con las acciones del Partido, más preocupado en mantener la honra del país ante el resto del mundo, sobre todo con su enemigo Estados Unidos, que en resolver la crisis de Chernóbil y evitar catástrofes similares en el resto del país, lo que llevó al suicidio de Legásov y a sus cartas póstumas detallando todo, las cuales circularon por años entre científicos del país hasta que el gobierno no pudo seguir negando su responsabilidad en el desastre.


Por supuesto, tampoco puede negarse aún las muestras constantes de apoyo y respeto entre diferentes personajes, así como su valentía al afrontar una situación tan peligrosa: el respaldo de Akimov a Toptunov (Sam Troughton y Robert Emms, respectivamente) mientras Diátlov los obliga a continuar la prueba de seguridad en la central y, después, a abrir las válvulas en un fútil esfuerzo por enfriar un núcleo ya destruido; el ingenio del general Pikalov (Mark Lewis Jones) al decidir tomar las lecturas de radiación del núcleo, no sólo para no arriesgar a sus hombres, sino para usar su rango como presión a sus superiores a aceptar la realidad; el veterano de Afganistán que conforta al chico recién enlistado para sacrificar las mascotas y animales salvajes del área; el esfuerzo de los Liquidadores por disponer de los desechos del incidente, esforzándose en hacer lo máximo posible en tan poco tiempo; los tres voluntarios que se adentraron en la oscuridad del sótano inundado para drenar el agua acumulada… No son pocos los que dicen que Chernobyl es una diatriba antisoviética, pero ellos ignoran no sólo la realidad de la misma incompetencia del gobierno, sino también el esfuerzo de los creadores de la serie por retratar y respetar el valor y esfuerzos de todos aquellos que trabajaron para contener el incidente, más allá de su nacionalidad y pensamiento político.

Goznes de la realidad

Más allá de los personajes, los críticos destacan la fiel representación de la Unión Soviética de los 80, sumida en esos momentos en un estancamiento económico tremendo: detalles simples como las porciones de comida que Legásov deja a su gato para que no muera de hambre antes de que encuentren su cadáver llevan detrás un significado poderoso. Podemos ver otra serie de hechos reales, como los carteles de elecciones locales en las calles de Prípiat. La anciana de la granja que un soldado insiste en que los acompañe se refiere a la Segunda Guerra Mundial como “la Gran Guerra”. El terrible peinado de Bryukhanov (Con O’Neill), muy típico de la época, y el estilo de vestimenta de muchos personajes. La consistente dominancia de ciudadanos caucásicos a lo largo de la serie (algo por lo que una guionista poco enterada hizo un berrinche ridículo en Twitter). Incluso el hecho de que tantos personajes fumen como chimeneas a lo largo de la serie. Todos son elementos pequeños, pero a través de ellos Chernobyl nos sitúa en la época y la situación.

Dos goznes merecen destacar. El primero es el discurso científico bastante detallado sobre la energía nuclear, la forma en que es aprovechada por los reactores en las centrales nucleares, las graves fallas fundamentales que, más allá de la insensatez de los operarios en Chernóbil, condujeron al desastre, y los efectos de diferentes niveles de radiación en el cuerpo humano. Debido a esto, muchos han tomado la serie como un mensaje en contra del uso de la energía nuclear, justo lo contrario de lo que los personajes quieren transmitir. Al contrario: durante el testimonio de Legásov en el juicio del episodio final (otra escena ficticia, por lo cual para algunos debilita el tema central de “el costo de las mentiras”) se hace una brillante exposición de cómo, en las condiciones adecuadas, un reactor puede operar de manera segura, y que fue la combinación del diseño fallido de los reactores RBMK, el secretismo del gobierno ante dichas fallas, el pobre entrenamiento del equipo de trabajo en la central y la presión de sus superiores los que provocaron la tragedia.


Por otro lado, el choque de los esfuerzos del comité de investigación en Chernóbil con la censura del gobierno soviético fue una realidad constante. La Unión Soviética hizo todo lo posible por no reconocer al principio lo ocurrido, y tal como en la serie, fue por instancias del gobierno de Suecia, quienes ya habían detectado señales, que el Partido admitió el accidente. De hecho, el anuncio de 20 segundos visto en el Episodio 2 en televisión fue un hecho real, y para analistas de la época su escaso contenido fue una señal clara de la seriedad de lo ocurrido, si los soviéticos estaban dispuestos a hablar de una comisión de investigación.


Así mismo, no es poca cosa que el entonces Secretario General de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov, dijera años después que el desastre de Chernóbil “fue quizás la causa real del colapso” del estado socialista. No sólo el costo de la contención y manejo de la catástrofe dejó prácticamente en quiebra al país (se estima el gasto en 18 mil millones de rublos, unos $35.7 mil millones de dólares ajustados a la inflación actual), sino que además provocó un conflicto generacional entre Gorbachov y los altos miembros del partido, debido al contraste de su reciente política de glasnost (apertura) contra las décadas de protocolos y medidas de censura y persecución política en el gobierno. La gente se enteró de este y otros desastres de los cuales jamás habían tenido siquiera conciencia, y eso precipitó la desconfianza de la población. La Unión Soviética debía adaptarse o desaparecer, y la Historia dejó claro cuál fue la ruta que se terminó tomando.

Chernobyl no se contiene mucho a la hora de mostrarnos los efectos del ARS en el ser humano, y de hecho acelera un poco los resultados para fines del ritmo de la historia, al punto que prefieren omitir el rostro de uno de los operarios de la planta que ha sucumbido a este mal (Khomyuk revela poco después que “ya no tiene rostro”), y evita mostrar los síntomas finales que Liudmilla Ignatenko describe que padeció su esposo. Para varios espectadores, la crudeza realista de estas escenas acerca la serie al género del terror, pero también sirve para exponer la ignorancia que la mayoría de las personas, no sólo en la Unión Soviética sino también en gran parte del mundo, tenía con respecto a los efectos de la radiación. La ausencia de píldoras de yodo en el hospital de Prípiat, el torpe tratamiento a los primeros afectados, las escasas medidas de seguridad en cuanto al aislamiento de los enfermos, la insistencia de Liudmilla de acercarse a su esposo a pesar de las advertencias… Mucha gente no sabía nada de la radiación ni sus efectos en el cuerpo humano. Muchos quizá jamás entendieron del todo qué le ocurrió a sus seres queridos.

“Llévenlo a la enfermería. Está delirando.”

Mencioné al inicio que Chernobyl ha sido alabada de manera consistente entre la abrumadora mayoría de espectadores, críticos y analistas de televisión, aunque siempre hay voces contrarias. Lo curioso es que en este caso, una parte de esas voces se enfocan sólo en la ideología política del gobierno de turno y no en el mensaje general, mientras que la otra se empeña en ofenderse tanto que, sin darse cuenta, terminan dándole la razón a la serie misma.

Como era de esperarse, muchos han tomado la serie como una crítica al sistema político de la Unión Soviética, al punto que van lanza en ristre contra ella llamándola “anticomunista”, “antisocialista” o incluso “antisoviética”. Ese tipo de espectadores son los que no pudieron ver más allá de la ideología del gobierno de turno y se perdieron el mensaje de fondo. Para Mazin fue en un sentido general el silencio impuesto, la persecución política y el terror a represalias del gobierno lo que ocasionó el desastre de Chernóbil, y eso va más allá de la Unión Soviética o cualquier dictadura comunista: es un germen común a cualquier gobierno autoritario. ¿Recuerdan el escándalo Watergate que sacó a Nixon de la presidencia de los Estados Unidos? ¿O las políticas del macartismo, donde cualquier persona en ese país que apestara a ideas de izquierda era considerada un enemigo de la nación? El mismo Mazin lo dejó claro, haciendo referencia a una escena profunda en el primer episodio, al replicarle en Twitter a Dan Bongino, un comentarista conservador que atacó al escritor Stephen King por comparar la mediocridad de Trump con la incompetencia de las autoridades soviéticas en la serie: “Eres el anciano del bastón. Sólo que adoras el retrato de un hombre diferente.

No es ajeno a nosotros: en Colombia, durante la corta dictadura de Rojas Pinilla (que nunca fue socialista, a pesar de lo que más de un trasnochado de izquierda afirma), la masacre de la Plaza de Toros de Santamaría fue ejecutada de forma tan confusa y la censura de los periódicos tan grave que a día de hoy se desconoce cuál fue el saldo final de muertos y heridos. Pasó lo mismo a finales de la década de 1920 con la Masacre de las Bananeras, de la cual tampoco existe una cifra real de víctimas, pero que fue una de las causas del final de la hegemonía conservadora de 44 años. El DAS hacía espionaje a magistrados y políticos opositores al gobierno durante el mandato de Álvaro Uribe, y se empeñaron en negarlo hasta que las denuncias y filtraciones salieron a la luz; aún en estos días el ahora senador pretende minimizar el asunto. ¿Alguien sería tan tonto de llamar “comunista” a Uribe por estos seguimientos ilegales?

Suficiente con los pseudoanalistas políticos. ¿Recuerdan que mencionaba al principio que Chernobyl tuvo un rechazo importante de un sector de la prensa rusa fiel a Putin? Bien, pues resulta que la televisión estatal de Rusia producirá una versión propia de la serie con una historia alternativa, centrada en una teoría de conspiración muy popular entre los eslavos: que un agente de la CIA estuvo detrás del desastre. Y el argumento de su director, Aleksei Muradov, para seguir esta línea narrativa, es que “muchas historias no descartan que en el día de la explosión un agente de los servicios de seguridad del enemigo estuviera trabajando en la estación. Hasta el día de hoy no se ha establecido si su actividad estuvo conectada a la explosión”.

Y yo pensaba que los religiosos con su “si no puedes probar que Dios no existe, entonces podría existir” eran de lo más falaces. Esto es peor: hay montones de evidencias sobre los fallos estructurales de los reactores RBMK, los principales responsables de la debacle en la central fueron enjuiciados y sentenciados por los mismos soviéticos, pero de alguna manera es culpa de la CIA porque nadie ha demostrado que no fue culpa de la CIA. Ufff… El argumento ad ignorantiam es de las falacias más patéticas a las que se puede recurrir en un debate, y lo más gracioso al final del día es que al hacer esto, la prensa pro-Putin termina dándole la razón a Chernobyl sobre la estúpida negación del gobierno soviético a reconocer la realidad del desastre, que parece entonces sobrevivir hasta hoy. Siguen siendo, como llamara Shcherbina a la Unión Soviética, una nación obsesionada con no ser humillada.

Y en un todo, la mayor ironía es que muchos de los mismos rusos, gente con familiares que estuvieron trabajando para contener el desastre, o que conocieron incluso a personas retratadas en la serie (el tráiler en Youtube, por ejemplo, tiene montones de comentarios así), reconocen el fiel retrato de lo ocurrido, comprenden algunos cambios hechos, y aprecian ver retratado el esfuerzo del hombre común por contener una fuerza tan poderosa. Incluso el Ministro de Cultura ruso, Vladimir Medinsky, aplaudió la serie y aseguró que su padre, una de las tantas personas contratadas para limpiar los desechos, la considera muy cercana a lo que realmente pasó. Ah, pero lo importante es salvar las apariencias, ¿no?

Conclusiones

Chernobyl es uno de los mayores aciertos de HBO de este 2019, en especial después de la decepción ambivalente de la última temporada de Juego de tronos, y quizás esté en camino de convertirse en uno de los mejores dramas históricos de los últimos tiempos. A pesar de ciertos cambios que molestarán a los más exigentes con los temas históricos, creo que en su mayoría esos cambios nos permiten ponernos en el contexto de la serie y situarnos en la piel de aquellos que lucharon y padecieron por controlar la tragedia.

Es todo lo que puedo decir al respecto. La próxima entrada será ya un poco más personal, aunque seguro muchos podrían encontrarse identificados con ella. Nos vemos.

Comentarios

Entradas populares