El tema de la vacunación obligatoria
Es
muy probable que usted, amigo lector, haya visto con preocupación el
resurgimiento de enfermedades infantiles que se creían ya
superadas en muchos países, como el sarampión o la difteria, debido al
crecimiento en los últimos años de movimientos pseudocientíficos en contra del
uso de las vacunas, en especial en niños, al punto que la Organización Mundial
de la Salud (OMS) declaró en enero de este año que los
antivacunas son una de las diez mayores amenazas a nivel mundial para la salud
pública. A pesar de toda la información científica que respalda la
vacunación desde temprana edad, cada vez son más los padres que se niegan a la
inmunización de sus hijos, debido a temores
quizás comprensibles pero muy mal fundamentados,
y
el libre turismo está empeorando el alcance de sus nocivos efectos.
Ya quisiera yo que esta imagen fuera joda. Pero no, en
verdad muchos razonan así.
En
síntesis, los argumentos en contra de las vacunas pueden resumirse en los
siguientes: las vacunas son tóxicas porque llevan mercurio; causan autismo; no
las necesitamos porque nuestro cuerpo se puede inmunizar de forma natural; son
parte de una conspiración de las grandes farmacéuticas para conseguir
ganancias. Sería cansino sentarse a escribir todas las falacias argumentativas
al respecto, así que dejaré este enlace a este video de Danna Alquati,
muy didáctico y entretenido, pero sobre todo con fuentes científicas serias (de
lo contrario no recomendaría un video de Youtube como evidencia) que desmontan
los argumentos antivacunas, y
mi propia apreciación del tema “vacunas = autismo”. Es más: de ñapa
les dejo un estudio de seis años pagado por antivacunas que no encontró
relación entre la vacunación y el autismo.
Entremos
en materia. Muchos gobiernos han tomado nota de esta creciente ola
anticientífica debido a que se está convirtiendo en un problema de
salud pública muy serio. Hace un par de semanas, por ejemplo, el Ministerio de
Salud en Alemania presentó
un proyecto de ley para establecer multas de hasta 2500 euros a los padres que
se nieguen a vacunar a sus retoños, con el propósito de inmunizar a
la mayor cantidad de niños posibles y erradicar los brotes de sarampión,
enfermedad que en los últimos dos años ha matado ya a más de 250.000 personas
alrededor del mundo. ¡El sarampión! ¡Una enfermedad infantil que ya no debería
causar problemas se está convirtiendo en una plaga letal!
Incluso las redes
sociales, siempre tan despreocupadas por el contenido tóxico (y en este caso el
término es casi literal) que permiten, están empezando a tomar cartas en el
asunto, aunque a pasos cortos. Youtube retiró los anuncios de canales que
promueven teorías antivacunas, Facebook
busca estrategias para bloquear contenido de este tipo, y hace poco Instagram
empezó a bloquear etiquetas que promueven información falsa sobre la vacunación.
De nuevo, el problema se está visualizando a gran escala en el mundo, y es
necesario tomar medidas drásticas ante la ignorancia.
Curiosamente, no son
pocos quienes consideran que no hace falta convertir la vacunación en un asunto
obligatorio, aun a pesar de la evidencia disponible sobre los peligros del
movimiento antivacunas. Quizás porque imaginan que la mayoría de esas víctimas
son los mismos antivacunas, quizás porque creen que la libertad de pensamiento
incluye dejar a esas personas creer que las vacunas no funcionan, y que lo que
hagan en su casa es su sagrado problema. Y eso podría ser cierto, si no fuera
porque estas no sólo son creencias falaces,
sino también peligrosas. Por esto,
intentaré explicar por qué es problemático dejar la vacunación como una
herramienta optativa en la salud.
Debemos considerar, en
principio, que una de las obligaciones del Estado es proteger la niñez. Cierto
que eso se ha confundido mucho con la intromisión, y por eso tenemos problemas
como la falta de educación sexual en varios países, pero en esencia es su
trabajo. Debido a esto, y al hecho de que un menor de edad no tiene la
capacidad de procesar ni elegir una creencia particular, es menester de los
gobiernos garantizar la salud del menor aun
en contra de las creencias de sus padres.
Toda vez que se considera
que un niño no debe recibir una transfusión de emergencia por ir en contra de
la visión de sus padres Testigos de Jehová, o cuando se ignora un tratamiento
médico contra el cáncer por seguir falsos argumentos sobre el poder curativo de
determinadas plantas, las creencias particulares de esas personas están
atentando contra la integridad de su hijo, y no se puede permitir que bajo el
amparo de la libertad de pensamiento se haga un daño severo contra un tercero,
menos en este caso al ser un menor de edad. Miles de menores ya han muerto por
falta de inmunización a enfermedades que creímos superadas. ¿Hace falta decir
entonces que los antivacunas caen dentro de esta esfera? ¿De verdad ustedes
creen que el argumento de las creencias personales aplica aquí? Si nos oponemos
con vehemencia a ritos atroces como la ablación del clítoris, importándonos un
comino el tema de la creencia, ¿por qué tendríamos que permitirlo con los
antivacunas?
Claro, podrían decirme:
“Oye, pero ¿qué importa si los papás quieren creer eso? Total, si van a dejar
morir a sus hijos es problema suyo. Selección natural”. Y uno podría querer
aceptar ese argumento, excepto que como comentaba al inicio de esta entrada, el
movimiento antivacunas se ha convertido en un problema de salud pública grave
en muchos países, y esto es por causa de la inmunidad
de grupo, así que no podemos nada más ignorar la ignorancia de muchos
padres sólo porque son sus hijos los que van a estar en riesgo.
A ver, ¿y qué es eso
de la inmunidad de grupo? Para tratar de expresarlo de la forma más sencilla
posible, es la protección en un grupo de personas ante una enfermedad
infecciosa gracias a que un gran conjunto dentro de ese grupo de personas se
encuentra inmunizada. Para aterrizar esto, digamos que si usted nunca se vacunó
contra la difteria en el pueblo de Pelotillehue, de todos modos estaría
protegido en contra de ella porque la mayoría de los ciudadanos están vacunados
y no transmiten la enfermedad. Ese, de hecho, es uno de los argumentos que los
antivacunas un poco más racionales –y
enfatizo, un poco- utilizan para
defender su postura.
Ejemplo
gráfico de cómo funciona la inmunidad de grupo. En amarillo, el porcentaje de
individuos vacunados. En azul, los no vacunados. En rojo, el porcentaje de
infectados.
Como la realidad nunca es
tan simple, hay dos problemas con esto. El primero es que la inmunidad de grupo
no es un concepto construido con base sólo en aquellas personas que rechazan la
vacunación, sino a ese porcentaje menor de personas que por razones de salud no
pueden recibir vacunación, como aquellos con enfermedades de inmunodeficiencia
o receptores de trasplantes de órganos, por lo cual la ignorancia de los
antivacunas no sólo los pone en riesgo a ellos mismos, sino también a estos
pacientes. ¡Es
cuestión de solidaridad!
El segundo y el más
importante es que la inmunidad de grupo requiere
un alto porcentaje de personas vacunadas para ser efectiva en su totalidad, y aunque tales porcentajes varían
entre los tipos de enfermedades, por lo general el mínimo debe estar al menos
en un 80%. Sin embargo, para que la inmunidad de grupo actúe de verdad como una
barrera efectiva, lo recomendable es que el porcentaje de vacunados sea
superior al 90%, así que confiarse en ella es muy arriesgado. Y el problema es
que ya hay países que están perdiendo esa inmunidad de grupo gracias al
crecimiento del movimiento antivacunas, lo que ha dado lugar a los brotes de
sarampión o difteria de los que hemos escuchado en los últimos años. ¿Cómo pueden
usar entonces ese argumento para justificar su rechazo a las vacunas cuando son
ellos mismos los que lo están taladrando?
No sorprende, entonces, que sea tan popular un meme donde una madre pide
consejos a la doctora sobre su hijo tras manifestar que no quiere vacunarlo, y
la respuesta de la galena es: “No se encariñe demasiado”. Es que no hay un
motivo racional para mantener un rechazo a la vacunación bajo el argumento de
proteger la salud de los niños, y mucho menos entonces para convertir una labor
de salud pública en una cuestión optativa. No: dar a las personas la libertad
de ser ignorantes no es racional si esto implica un riesgo importante para terceros
y una crisis sanitaria. La vacunación
requiere ser obligatoria.
Ahora, hay una parte necesaria de esta ecuación que debe
tenerse en cuenta, y es la socialización del conocimiento. Algo que advertía
Carl Sagan, si recuerdo bien, es que en los tiempos modernos nos hemos
habituado tanto a la presencia de avances tecnológicos y médicos que ignoramos
casi por completo cómo funcionan. Sabemos que al oprimir un interruptor el foco
de la sala se ilumina por la energía eléctrica, pero muchos ni recordamos cómo
es el proceso que da lugar a esa fuente de luz. De manera similar, estamos
conscientes de que la vacunación es importante para la salud, pero mucha gente
no sabe cuál es el principio activo de una vacuna, ni cómo esto genera
inmunidad. Es más, habrá lectores que no hayan escuchado antes sobre la
inmunidad de grupo, concepto que en honor a la verdad no se menciona mucho por
fuera de la esfera profesional.
Porque sí: al final el rechazo a las
vacunas no es más que el resultado de la ignorancia que se ha cultivado en
nuestras sociedades.
Es por ello que la vacunación obligatoria debe ir acompañada de una
adecuada socialización no sólo de sus beneficios, sino también de una
refutación robusta de los argumentos del movimiento antivacunas. Hay que
recuperar la confianza de la gente, y eso requiere una difusión masiva de los
detalles básicos detrás de la tecnología de la vacunación, sus alcances y
aplicaciones.
No creo que pueda
extenderme más con este tema, que en todo caso ya ha sido abordado por muchos
otros. Mi intención es más dejar en claro lo difícil que puede ser para algunos
abordar este tema sin confundir los límites entre libertades y obligaciones, y
los alcances individuales y sociales. Y por favor: infórmense bien antes de
tomar decisiones tan importantes sobre la salud de sus hijos. Tienen una
responsabilidad muy grande sobre ellos, y su salud está por encima de sus
posturas ideológicas.
Adenda: a raíz de la reciente
columna del periodista Daniel Coronell en Semana,
“La explicación pendiente”, donde se cuestionó el proceder de la revista al
conocerse que desde enero tenía
conocimiento de la información plasmada recientemente en el New York Times sobre las peligrosas nuevas directivas del Ejército
Nacional de Colombia, similares a las que dieron lugar a las ejecuciones
extrajudiciales llamadas “falsos positivos”, y que tras una cena con delegados
de Presidencia decidieron no publicarla, se supo el martes que Felipe López,
fundador de Semana, optó con cancelar
el espacio del periodista en la revista. Mucha
solidaridad con Daniel, y muy cuestionable el atropello y autocensura de Semana, que no hace más que reforzar la
imagen de decadencia que ya estaba demostrando desde que Tocineto llegó al
poder. Por ello, replico a continuación la columna de la discordia.
Te felicito, llevo tiempo tratando de alertar sobre esto entre mis contactos, pero mucha gente es ignorante sobre esto, incluso lo veo en muchos adultos que se niegan a colocarse la vacuna contra la gripe asumiento estupideces de que no hace nada o que no les previene enfermarse, no entendiendo la diferencia entre resfriado y gripe, y otra estupidez que escucho mucho es, pero como nos va ayudar si es el mismo virus que nos estan inyectando en el cuerpo, demostrando un alto nivel de ignorancia. Comparto 100% contigo de que la vacunacion debe ser obligatoria en cualquier pais.
ResponderEliminarMucas gracias por el apoyo. Creo que ese tipo de argumentos en contra de la vacunación es también en parte por lo que digo que comentaba Sagan: estamos tan habituados a los alcances tecnológicos que nos rodean que curiosamente no nos preocupamos en saber cómo funcionan, tal como ocurre con las vacunas o las enfermedades virales.
EliminarEn cuanto a lo del resfriado y la gripe, no sé si tal vez al menos en nuestra tierra sea por cuestiones lingüísticas, porque a menudo a todo lo que sea tos y flemas le decimos "gripa" o "gripe", aun cuandp no son lo mismo a pesar de escribirse igual. Pero no sé si alguien haya comentado algo al respecto. Saludos.