Entropía: Contra los mitos populares
Uno
de los comportamientos casi instintivos del ser humano es la admiración por el
ejemplo de otras personas. La historia nos ha dotado de miles de personajes
notables. Ya sean actos nobles o infames, las personas tienden a sentir un gran
respeto por los ejemplos de estos “héroes”. El problema es que, en medio de su
emoción, la gente olvida que estos personajes también son humanos, con virtudes
y defectos. Nuestra sociedad tiene la tediosa costumbre de ensalzar a los
notables como héroes, a veces de formas insultantes a la razón. Los creen
puros, incapaces de obrar mal. Así es como nacen los mitos.
Sin
embargo, tras una investigación concienzuda, se ha demostrado recientemente que
la mayoría de esos modelos de bondad y nobleza son responsables de actos y
pensamientos que no son precisamente dignos de orgullo. Que Gandhi era racista con los nativos de Suráfrica, y creía a los indios superiores a ellos e indignos
de mezclarse incluso en el trabajo, además de asegurar que el blanco era la
raza superior; en su país, frenó los esfuerzos políticos de los dalits
(los intocables, la casta más baja de la India) para conseguir el derecho de
elegir sus propios líderes y llamó a los indios a prestar servicio voluntario
en el ejército británico; y aconsejó a los judíos y británicos a ser asesinados
y saqueados, respectivamente, por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Que Mao y Stalin asesinaron millones de personas durante la instauración de sus
dictaduras; Stalin, a través de la Gran Purga, los reasentamientos forzosos,
los gulags y la hambruna provocada a los pueblos soviéticos (el infame Holodomor); Mao, con la guerra civil y las pésimas políticas
agrarias del Gran Salto Adelante, que sumadas a catástrofes naturales
provocaron la Gran Hambruna China, que costó la vida de millones de personas (entre
la Revolución Cultural y el Gran Salto, se
calculan 40-70 millones de muertos,
lo cual sería más alto que los crímenes de Stalin y Hitler juntos). Que el
Dalái Lama, ganador del Premio Nobel de Paz, es un nepotista político, suprime
la libertad religiosa de los tibetanos (especialmente a los
seguidores de Dorje Shugden),
apoya las pruebas termonucleares de India, dio respaldo al Establishment 22
para que tomara acciones contra Pakistán (a pedido de la entonces ministra de
India, Indira Gandhi), pidió
la liberación de Augusto Pinochet en vez de permitir que fuera juzgado por
sus crímenes, y es líder de una teocracia opresiva que le da poder absoluto.
Incluso Jesús de Nazaret no escapa a este análisis (recomiendo, a propósito, Por qué no soy cristiano, de Bertrand
Russell), pues su reacción violenta contra los mercaderes del templo y su
escasa paciencia con los que no escuchaban sus sermones difícilmente cuadra con
el concepto de tolerancia. “No he venido
a traer paz, sino espada. Sí, he
venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera
con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.” Mateo 10, 34-36. Díganme que miento.
Podría mencionar a muchos de estos mitos populares,
pero me interesa ocuparme de los que son un ejemplo más notorio para las masas.
Pocos actualmente podrían llamarse cristianos verdaderos, al menos en la visión
que tienen de Jesús, y no hablaré del maoísmo porque la política no me interesa.
Me limitaré a hablar de tres personajes de la historia reciente: la Madre
Teresa de Calcuta, modelo de virtud para los cristianos; el Che Guevara, ídolo
de la juventud de izquierda; y Simón Bolívar, el Libertador de las Américas.
Mi intención primaria no es pretender ser sentencioso
ni insultante con respecto a estas figuras históricas, aunque es inevitable que exponga mis opiniones. Lo que
busco a través de este ensayo es la desacralización de sus imágenes, puesto que
son simplemente personas como todos nosotros, y si bien tuvieron acciones que
se podrían reconocer como nobles por muchos, no fueron por ello tan magnánimos
como la historia y la sociedad hacen creer, y eso es algo que debe admitirse.
Al final, cada persona es libre de pensar lo que quiere, y será cada lector el
que sopese los actos de estos mitos y forme su propia opinión.
Empecemos con Teresa de Calcuta.
La
teología del sufrimiento
Agnes
Gonxha Bojaxhiu es ampliamente conocida como la fundadora de las Misioneras de
la Caridad, una orden religiosa que se dedica a ayudar a los más pobres, según
lo manifiestan, entregando albergue a personas con distintas enfermedades como
sida, cáncer y tuberculosis, entre otras, para que tengan una “muerte digna”.
Es por esto que Teresa de Calcuta recibió el Premio Nobel de la Paz. Sin
embargo, cabe preguntarse: ¿Realmente es tan noble su ejemplo? ¿Cuál era su
posición en algunos temas de la Iglesia Católica? ¿Se debe apoyar su filosofía?
Obviamente,
la mayor parte de los premios, reconocimientos y donativos que recibió la Madre
Teresa provenían de la gente en el poder. Si revisaran sus amistades,
encontrarían que no eran precisamente gente correcta. Como lo mostró Christopher
Hitchens, uno de sus mayores críticos, Teresa de Calcuta era muy cercana con el
dictador haitiano Jean-Claude Duvalier (Baby Doc) y el matrimonio Reagan, recaudó fondos
para los herederos políticos de Ante
Pavelic y recibió dinero de Charles Keating,
responsable de estafar a miles de estadounidenses, y al cual incluso defendió
ante su juez. El presidente de la Liga Católica por Derechos Religiosos y
Civiles en Estados Unidos, William Donahue, la defendió en su momento diciendo
que “ella no escoge a qué países ir sobre
la base de su política interna”, y que era acusada por Hitchens de servir a
dictaduras. No obstante, su cercanía con personas como Duvalier o los
seguidores de Pavelic revela una miopía de la realidad política de aquellos
pueblos. Y si alguien recibe dinero de gente corrupta, y después de conocer sus
actos no es capaz de, al menos, retractarse de aquellas relaciones, eso es sin
duda una grave falta de ética.
Por
otro lado, su labor evangelizadora daba muestras de un fundamentalismo
agresivo. Como describe Hitchens en su libro Dios no es bueno, cuando en Irlanda, en 1996, hubo un referendo
para discutir si se debía legalizar el divorcio en la Constitución, la Madre
Teresa se tomó la molestia de viajar hasta el país para apoyar el voto en
contra. Por fortuna, con un estrecho margen, se reformó la Constitución de
Irlanda. Tiempo después, Teresa de Calcuta declararía sentirse feliz por el
divorcio de Diana de Gales, puesto que no era feliz en su matrimonio. Un
comportamiento así se vería en cualquier persona como oportunismo y doble moral.
Durante
el concilio Vaticano II, se opuso a cualquier reforma, argumentando que no era necesaria la revisión
doctrinal, sino simplemente mayor fe. En su discurso tras ganar el premio
Nobel, afirmó que el aborto era “el mayor
destructor de la paz”, restando importancia a las guerras, hambrunas, y
otras fuentes de conflicto real. Con respecto a los anticonceptivos, decía que
“los que usan anticonceptivos no
comprenden el amor”. Y afirmaba que “el
SIDA es sólo una retribución justa por una conducta sexual impropia”.
Algunos
alegarán que su trabajo con los pobres es suficiente para condonar sus
relaciones cuestionables y sus posiciones conservadoras, pero desconocen
realmente que casi la totalidad de las donaciones entregadas a las Misioneras
de la Caridad se utilizó para difusión misionera y la apertura de hospicios en
varios países, en lugar de donaciones a los pobres, como mucha gente cree hoy
en día. De hecho, las casas de moribundos de la organización han sido cuestionadas desde hace mucho tiempo por sus pésimas condiciones
sanitarias, el tratamiento indistinto de pacientes, la falta de diagnóstico de
enfermedades graves y la ausencia de elementos básicos de medicina. De hecho,
¡en sus primeros años ni siquiera usaban analgésicos! Muchos de los críticos de
las Misioneras de la Caridad son, por cierto, ex misioneros y voluntarios que fueron testigos de
esta negligencia general. En contraste, y
eso es conocimiento público, la Madre Teresa se hacía atender en hospitales de
calidad en el mundo.
Pero
no es de sorprenderse por las acciones de las Misioneras de la Caridad, si uno
se detiene a analizar con cuidado la filosofía y las enseñanzas de Teresa de
Calcuta. Ella declaró en una conferencia en 1981: “Pienso que es muy hermoso que los pobres acepten su destino, que lo
compartan como la pasión de Cristo. Creo que el mundo está siendo enormemente
ayudado por el sufrimiento de los pobres”. Para ella, el sufrimiento
acercaba las personas a Jesús; de allí se puede entender la sencillez extrema
en las casas de moribundos, y el escaso tratamiento real que reciben los
enfermos. No creo ser el único que encuentra ese pensamiento como algo
peligroso. De hecho, durante el proceso de canonización de Teresa de Calcuta,
Christopher Hitchens fue llamado para que ofreciera argumentos que pudieran
estar en contra de su canonización, y además de dar sus argumentos, él mismo
escuchó de un sacerdote las quejas por la exagerada austeridad de Teresa, como
describe en su libro Amor, pobreza y
guerra.
Muchos
podrían decir: “Entonces, ¿por qué no
donas tú dinero a los pobres?” o “¿Qué
has hecho tú para ayudar a los necesitados?”. O cosas del mismo estilo. Lo
siento, pero el derecho a la crítica de cada ser humano no se supedita a sus
acciones o filiaciones. Si fuera ese el caso, entonces los que no somos
católicos no tendríamos derecho a opinar de los escándalos sexuales en la
Iglesia Católica, y sólo los israelíes y palestinos podrían opinar acerca de su
conflicto, porque a nadie más le incumbe siquiera condolerse. Puesto que no
estoy promoviendo el odio o la violencia hacia su imagen, no hay nada que me
exima del derecho de opinar acerca de las acciones de una persona que hizo por
los pobres mucho menos de lo que se le atribuye, lo que es peor si se agrega
que contó con los recursos necesarios para ello, y no les dio un uso correcto.
“Los guantes rojos son elegantes”
Pero
si en el campo de la religión son muy comunes los héroes populares, la política
no se queda atrás en ídolos de barro. Steven Weinberg dijo en 1999: “Con o sin religión siempre habrá
buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para
que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”. Le hizo falta incluir la política en esta
frase; sólo hay que observar la historia reciente de Colombia. La política es
otro de los motivos por los cuales la gente se distancia, y llega incluso a
matarse. Teniendo eso en cuenta, el siguiente mito a desgranar es Ernesto
Guevara, conocido como el Che.
En
2008, el sociólogo argentino Juan José Sebreli obtuvo reconocimiento por su ensayo
Comediantes y mártires, donde
analizaba cuatro figuras populares argentinas: Gardel, Evita, Maradona y el Che
Guevara. El análisis presentado aquí está apoyado principalmente en el capítulo
que dedicó al revolucionario, con influencias de otras fuentes que corroboran
su investigación.
Si
hay algo seguro, es que al Che le encantaba la aventura. En sus años de
juventud añoraba recorrer el mundo, se dedicó a los viajes, y era además aficionado
a la literatura. No entraría a la arena política y revolucionaria sino hasta
cuando una amiga lo acercó a los movimientos de izquierda, y tuvo la
oportunidad de sentir cerca una revolución por primera vez en Guatemala.
Pero
lo que realmente despertó su experiencia en el país centroamericano fue un amor
por la acción violenta. Se puede seguir esto en escritos como Notas al margen,
donde decía: “Ya siento mis narices
dilatadas, saboreando el acre olor a pólvora y sangre de la muerte enemiga”.
Le escribía a su madre que se había divertido “como un mono durante los días de bombardeo” en Guatemala.
Ya
aquí se empieza a desdibujar el ideal de algunas facciones de jóvenes
pseudorevolucionarios que siguen al Che como el combatiente modelo. Si se trata
de seguir la violencia de su pensamiento y sus acciones, seguramente les
quedaría como anillo al dedo, aunque muchos lo ponen en un estatus casi
mesiánico que es de lo más contradictorio. A muchos les costará creer que
Guevara estuviera tan fascinado con la muerte y la guerra, pero hay muchos
escritos de su mano que lo demuestran. En cartas a Aleida March la recordaba “bajo la caricia renovadora de las balas”.
En el 57 escribía a Hilda Galea: “Estoy
en la manigua, vivo… y sediento de sangre”. Era creador de frases como la que
titula este fragmento. Y sólo hay que recordar el cinismo con el cual declaró
el 11 de diciembre de 1964, ante la Asamblea de la ONU, y a propósito de los
seis años que llevaba la Revolución Cubana que hoy muchos idolatran: “Fusilamientos,
sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando hasta cuando sea necesario”. En su mensaje a la Tricontinental de 1967, decía
que un gran elemento de la lucha es “un
odio implacable al enemigo que nos impulsa más allá de las limitaciones
naturales del hombre y lo transforma en una máquina de matar efectiva,
seductora y fría”. Muchos de sus antiguos compañeros, incluido el mismo
Fidel, se incomodaban por su belicosidad exagerada.
Claro
que sus expresiones eran algo que puede considerarse normal, siendo muy
conocido que en Sierra Maestra y Santa Clara ejecutó a decenas de personas. Al
primero que mató en Sierra Maestra fue a un campesino, acusado de traidor, y a
quien ante la duda de sus hombres, sacó el arma y lo ejecutó él mismo. Es un
episodio familiar a muchos historiadores e izquierdistas modernos,
particularmente los que conocen su verdadero ejemplo. Después de la revolución,
se le dio el mando de la fortaleza de La Cabaña, donde se realizaban
fusilamientos, algunos con las órdenes firmadas por el propio Guevara antes del
juicio. Durante la dirección del Che, fueron ejecutadas allí cientos de
personas, entre seguidores del dictador Fulgencio Batista, presuntos
informantes, y campesinos acusados de deserción.
Algunos
defenderán que ejecutaban criminales. ¿Criminales? ¿Campesinos? ¿Por dejar el
ejército después que la revolución había ganado? Otros dicen que Cuba no es el
único lugar del mundo donde se han ejecutado prisioneros. ¿Realmente eso
minimiza las acciones de La Cabaña? Los cubanos disidentes que soportaron las
detenciones y los campos de concentración como Guanahacabibes lo conocen como
“el Carnicero de la Cabaña”, como describió el músico Paquito D’Rivera en
una carta enviada a Carlos Santana,
después que el guitarrista apareciera en público con una camiseta con la imagen
del Che y un crucifijo, lo cual, si se considera que algunos eran ejecutados en
La Cabaña por su condición de cristianos, es, en palabras de D’Rivera, “como entrar a una sinagoga con una esvástica
colgando del cuello”.
Y
con respecto a su genialidad táctica, decenas de testimonios demuestran en
cambio que el Che era un pésimo estratega militar. Su teoría foquista era un
fallo. Sus fracasos como guerrillero en República Dominicana, Salta, el Congo y
Bolivia así lo demuestran, donde lo perdieron su desconocimiento de la
idiosincrasia de los habitantes y la falta de información sobre los cambios políticos
y socioeconómicos y su estado en
tales momentos. Hablando en un contexto general, el triunfo de la Revolución se
debió más al desorden de las tropas de Batista que al poder combativo de los
revolucionarios, y se había dando en medio de un contexto histórico distinto a
otros países. La victoria de Sierra Maestra se debió a Fidel, el verdadero
cerebro de la Revolución, y el asalto al tren de Santa Clara, el único triunfo
militar de Guevara, se dio gracias a una traición.
Por
fuera de la cuestión de la guerra y su obsesión por la violencia, su habilidad
de mando tampoco fue muy buena en asuntos políticos y económicos. Como
presidente del Banco Nacional y como Ministro de Industrias fracasó sin gloria.
Abandonó el cultivo de la caña de azúcar, porque según sus ideas el monocultivo
favorecía el imperialismo, cortando de tajo la única producción que tenía
potencial de exportación; la industrialización con maquinaria soviética, que
para ese entonces ya era obsoleta, fue un choque. La economía del país colapsó,
entre otras cosas, por la abolición del mercado y la centralización.
Finalmente,
como teórico político, se declaraba marxista-leninista, pero nunca se molestó
en discutir en debates acerca del marxismo, y continuaba siendo un admirador
del estalinismo, ajeno a las críticas de los soviéticos y al proceso de
desestalinización en la Unión Soviética tras la muerte del dictador. Un idiota
político, lo llama Sebreli, al confiar ingenuamente en la laxitud ideológica
del gobierno y libertad de pensamiento de los soviéticos (errores similares a
los de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, durante sus visitas a China).
Tampoco comprendía los errores económicos del estalinismo. Años después,
durante la crisis de los misiles, rompió con la Unión Soviética, en parte por
cuestiones de teoría económica, y en parte por su uso de territorio cubano para
el posicionamiento de armamento soviético sin consulta previa de Castro,
admirando en cambio el modelo chino. Su oposición a voz viva a los soviéticos
era un riesgo político para Fidel, consciente éste de que no podía romper
relaciones con la Unión Soviética después de hacerlo con Estados Unidos. Por
eso permitió que el Che se lanzara a su aventura de “exportación guerrillera”
en otros países, acaso previendo que su agresividad y descuido terminarían por
perderlo.
La
mayor ironía de la triste historia del Che es que Castro terminó usando su
imagen como el modelo del revolucionario que ofrece todo, hasta su vida, por el
triunfo de sus ideales (en ese sentido, y hay que admitirlo, Guevara era
incorruptible). Todo un ejemplo para las juventudes izquierdistas modernas, admiradoras
de su antiimperialismo y sus posturas antiestadounidenses que tanto promulga la
izquierda hoy en día, a menudo como pericos y sin criterio real. Sin embargo,
Guevara es hoy además una imagen de consumo capitalista masificado en el mundo,
gracias a los jóvenes idealistas del llamado Primer Mundo.
Muchos
preferirán no creer nada de esto. Otros dirán simplemente: “El Che fue un gran hombre, que dio su vida
por lo que creía”. Cierto, pero el sacrificio por un ideal no le otorga
veracidad a ese ideal. Si yo me sacrificara por las ideas nazis, creyendo que
es justo defender la depuración semita y la discriminación racial, ¿alguno
aseguraría que mi muerte es la prueba de que tales conceptos son verdaderos y
justos? Por supuesto que no. Las ideas no se defienden asesinando personas, ni
se justifican a través del auto sacrificio. Las ideas jamás deben ser más
importantes que las personas.
El Napoleón de las retiradas
Finalmente,
queda analizar a Simón Bolívar. Si señalar los errores de Teresa de Calcuta y
el Che parece una herejía, en el caso de Bolívar casi es una blasfemia, y si
Colombia fuera una religión, de seguro sería excomulgado de inmediato (léase,
desterrado del país). Simplemente, diré que hay suficiente base histórica para
corroborar que el Libertador no fue un gran estratega ni
tan noble como nos hace creer el bolivarianismo. Habría que llamarlo, eso
sí, “el director de Libertadores”, porque su ingenio cabía más en organizar a
líderes militares para que siguieran su causa que a dirigir él mismo un
ejército.
Si
se analiza artículos y libros de historia sobre las principales batallas que
liberaron a Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, que no son toda América, se comprobará que
las victorias en las batallas se debieron principalmente a otros generales y a
soldados arriesgados, entre los cuales Bolívar no se cuenta. Dejaremos la
batalla de Bogotá de última. En la batalla de
Carabobo (1821), la estrategia de ataque de Bolívar fue deshecha por los
realistas, y fueron los Cazadores Británicos al mando de Farriar los que
salvaron a los patriotas sacrificando sus vidas y les permitieron reorganizarse
al mando de Páez y vencer al enemigo. El Libertador no estuvo en la batalla de Pichincha
(1822) que liberó a Ecuador, ni en la de Ayacucho (1824) en
Perú, que fue el final del dominio español en Hispanoamérica, mientras que en
la batalla de Junín,
anterior a Ayacucho, la carga inicial de los realistas hizo que Bolívar se
retirara a retaguardia, así que los Húsares del Perú, al mando de Isidoro
Suárez y con una orden falsa, cargaron contra los desprevenidos españoles,
confundiéndolos y permitiendo el contraataque de los que habían sido vencidos.
Detallando
las batallas de independencia en nuestro país, cabe resaltar que la victoria en
el Pantano
de Vargas habría sido absoluta de no ser por la noche. Aquí, el triunfo de
los patriotas se dio gracias a la intervención de la Legión Británica al mando
de James Rook (que moriría poco después, como consecuencia del combate) y a los
lanceros de Juan José Rondón,
luego de que Bolívar, desmoralizado, dijera una frase histórica más bien
patética a la luz de los hechos: “Coronel,
salve usted la patria”. Finalmente, en la batalla de Boyacá,
que no fue tampoco tan gloriosa como la pintan (compárese el tiempo de batalla
y las bajas entre esta y la batalla del Pantano), fueron Santander, Anzoátegui,
París y Obando los que destacaron.
No
hay nada insultante en decir esto. Bolívar era bueno llamando aliados, pero no
un buen estratega, y raras veces intervenía realmente en la batalla. Y a
propósito de la campaña de independencia, además de saber que los verdaderos
combatientes fueron los mestizos, campesinos e indígenas, ¿cuántos de ustedes
sabían que existían unidades extranjeras del lado de los patriotas, la Legión
Británica? ¿Cuántos conocen los nombres de Farriar, Rook o de O’Leary? Pocos
recuerdan que extranjeros ayudaron a la independencia de Suramérica.
Ahora,
¿cuántos saben que Bolívar entregó a Francisco de Miranda, anterior líder del
movimiento de independencia venezolano, a los españoles? Esto ocurrió bajo la
acusación de traición, luego de que Miranda tuviera que firmar un armisticio
con los españoles a raíz de la caída de Puerto Cabello en 1812. Gracias a esto,
Bolívar obtuvo
un pasaporte del gobierno español, y además se libró de un caudillo
popular.
Porque
hay que decirlo, Bolívar era cauteloso con los próceres que surgían. Fue uno de
estos, Manuel Piar,
quien lo tituló sarcásticamente como “el Napoleón de las retiradas”, por varias
batallas de las cuales Bolívar salió huyendo, y por su percibida obsesión con seguir
el ejemplo de Napoleón, a
cuya ceremonia de coronación fue llevado por el embajador de España, aunque
existe algo de discrepancia histórica acerca de si la presenció directamente.
En cualquier caso, el Libertador hizo ejecutar a Piar bajo acusaciones de insubordinación
y traición, muy probablemente inventadas, y justificó
esa muerte como necesaria para obtener el liderazgo militar de los
independentistas.
Y
a los que creen que era magnánimo con los vencidos, no fue hasta 1820 que derogaron
el
Decreto de Guerra a Muerte de 1813. Tras la batalla de Boyacá, el general
Barreiro y 38 líderes realistas más habían sido ejecutados. Y entre el 13 y el
15 de febrero de 1814, ante el avance de las tropas realistas, Bolívar dio la
orden de ejecutar a 518
españoles prisioneros en la Guaira, y otros 300 en Caracas. Según la
historia, esto fue como respuesta a los crímenes de los líderes realistas.
¿Realmente era necesario ejecutar tantos? ¿De qué servía eso? Ejemplo de terror
para intimidar al enemigo, obra propia de otros personajes históricos como
Vlad, el Empalador.
Además
de esto, Bolívar fue dictador
del Perú en 1926 (“Presidente Vitalicio”, según la Constitución), donde
reinstauró el impuesto indígena que antes San Martín había derogado (a
propósito, Bolívar no
era condescendiente con los indígenas), aunque declaró la libertad de
vientres y la liberación de los esclavos que habían sido soldados (que no es lo
mismo que abolir la esclavitud). También fue dictador de la Gran Colombia en
1828, tratando de mantener el orden en la nación. Por ello, en parte, se dio la
conspiración de septiembre de ese mismo año. En realidad, para cuando renunció
a su mandato, en 1830, poco antes de su muerte, ya estaba bastante
desprestigiado, y era detestado en Bogotá, en regiones de la Costa Caribe como
Santa Marta y la Guajira (por el favoritismo con Cartagena, la influencia de
los españoles y el asunto del almirante Padilla), y en su propia patria,
Venezuela.
Para
concluir, la pretendida visión de Bolívar como socialista que muestran
actualmente muchos líderes suramericanos carece
de fundamento. Primero, porque Bolívar es muy anterior a las teorías de
Karl Marx; de hecho, cuando Marx escribió su tesis doctoral, Bolívar llevaba ya
once años muerto. Y segundo, sería irónico que el ejemplo de Bolívar hubiera
inspirado a Marx (que es lo que pensarían algunos), cuando Marx escribió una
biografía negativa acerca del Libertador, presentándolo como un rastrero
cobarde y dictador. Con mucha información sesgada y cuestionable, claro está,
pero con bases reales.
Me
quedo con una frase de Bolívar: “Prefiero
el título de ciudadano al de Libertador”. Estamos de acuerdo. A mi
concepto, no lo merecía. Había otros más dignos. Si creen que mi afirmación no
es justa, les pongo un ejemplo: un profesor llama a cinco alumnos para un
proyecto científico. Él se encarga de dirigir y explicar el proyecto, pero son
los estudiantes los que realizar todo el trabajo práctico. A la hora de publicar
el artículo, sin embargo, el nombre del profesor aparece como autor único. ¿Le
parecería justo?
Conclusiones
¿Habrán
servido estos párrafos para, al menos, dejar de creer que nuestros ídolos
sociales son infalibles? No lo sé. Como afirmó Hitchens una vez, “el mayor triunfo que pueden ofrecer las
relaciones públicas modernas es el éxito trascendente de que tus palabras y
acciones sean juzgadas por tu reputación, en vez de ser al revés”. Y ese es
uno de los problemas centrales de los mitos populares. Son personajes con una
reputación tan grande que es difícil que la gente pueda creer que son capaces
de cometer errores. El culto a la personalidad, el caudillismo y la idolatría
popular es catastrófico en cualquier ámbito, y debe eliminarse a toda costa.
El
problema principal de la lucha contra los mitos es que son útiles. Muestran ideales
humanos que parecen incomparables, y que deben
seguirse. Y por causa de su utilidad, la gente se resiste a criticarlos, a romper
la aureola de dignos e incorruptibles con la cual los adornan. Actúan como una
forma de inhibición racional a través de la fe en su ejemplo. Es el miedo a que
tal ejemplo termine derrumbándose. Esto no significa, sin embargo, que todos los
hechos históricos relacionados a los personajes desmitificados pierdan su valor
y significado. No se pueden desconocer los triunfos de la Revolución Cubana por
el verdadero carácter del Che, aunque no apruebo especialmente el mantenimiento
de la dictadura castrista. Y la campaña de independencia de Latinoamérica no
puede verse empañada por los errores de Bolívar.
A
menudo se puede decir: “Para bien o para
mal, el Che ayudó a la liberación del pueblo cubano” o “para bien o para mal, Bolívar logró la
independencia de nuestro país”. Cuidado con ese pensamiento. La expresión “para
bien o para mal” implica la aceptación de los logros de personas, a pesar que a
su vez cometieran errores que varían de simples lapsos morales a verdaderas
atrocidades. “Para bien o para mal, Mao
logró el avance económico y social de la China”. A costa de la muerte de
millones, debería concluir la frase.
Otro
problema es la tendencia a defender ciegamente todo en lo que creemos, por pura
y simple oposición de ideas. Un sacerdote confiará cuando le digas que el ateísmo
de Stalin influyó en su tratamiento al clero soviético y a la educación
religiosa, pero si le dices que Teresa de Calcuta era amiga de dictadores, te
llamará mentiroso. Un izquierdista radical creerá si mencionas los crímenes de
líderes derechistas, pero si hablas de los prisioneros políticos y los
ejecutados de la dictadura en Cuba, te tildará de embustero. Y viceversa. ¿Por
qué no somos capaces de escuchar ambas fuentes, y comparar críticamente a fin
de realizar un verdadero razonamiento?
Y
hasta aquí termina el ensayo. Sólo diré que siempre existe otro lado de la
historia que debemos ver. Transmito mis opiniones, pero no obligo a que las
sigan. La opinión final recae en cada persona. En lo que logre formular. Y en
lo que quiera creer.
Buen post! Felicitaciones!
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