¡Diabético terror!
Reconozco
que soy un amante de la fantasía, la ficción y el terror, tanto en literatura
como en el cine. Devoro libros de horror con bastante frecuencia, y la mayoría
de las películas que tengo se mueven entre ficción y terror. En ese sentido,
cualquiera diría que soy capaz de soportar casi cualquier cosa dentro de este
género.
La
verdad es que no es así. O parecería que no es así. Cuando en la literatura se
combinan géneros, los resultados no siempre suelen ser obras de arte. Esto no
evita que se conviertan en éxitos mundiales, pero que tu libro sea un éxito de
ventas no significa que seas un buen escritor. Basta con ver a Coelho. Hay
muchas obras de gran calidad que desafortunadamente no son comercializados a
gran escala.
El
secreto de muchos autores de best-sellers de años recientes está en saber cómo
llegar al público a través de construcciones facilistas, y de frases simples
pero de aparente gran contenido. Esto es claramente notorio en los escritores
de libros de autoayuda. Y es una de las herramientas más poderosas de los
escritores de esas sagas dulzonas que suelo llamar terror romántico (aunque no
es muy claro para mí que sean verdadero terror), como Stephenie Meyer y Lauren
Kate, de cuyas obras hablaré más adelante.
Los
escritores de terror romántico son inteligentes. Escriben a un público
adolescente, especialmente hacia las jóvenes, y utilizan un estilo cargado de
frases conmovedoras que cautivan a las lectoras. Sus personajes suelen ser chicas
frágiles, inseguras de sí mismas (no es de extrañar que Crepúsculo sea mal
vista por muchas feministas), y de jóvenes perfectos físicamente, aunque
también con facetas atormentadas y sensibles. Todo lo necesario para una novela
adolescente. El ingrediente fantástico se le incluye para darle un poco más de
dinamismo a las obras, para intentar cautivar también a los hombres aficionados
a las novelas fantásticas, y a los adultos, y porque de otro modo sería una
novela rosa.
¿Poseen
realmente calidad estas obras? Como sagas escritas para lectores adolescentes,
son buenas. Como obras de “terror” de calidad, la verdad no es tan justa. Meyer
crea un universo tan simple, que un vampiro pretende pasar por estudiante de
secundaria. ¿Esa es su gran aspiración de eternidad? Creo que la sola idea es
bastante mediocre. Los vampiros de esta saga están, además dotados de tantos
poderes y habilidades que parecen una combinación de Thor y los X-Men con
Lestat de Lioncourt (el protagonista, para quienes no lo saben, de las Crónicas
Vampíricas de Anne Rice, que mencionaré también). Son tan exagerados e indestructibles,
que son simplemente absurdos. Y a pesar de ello, los protagonistas son tan
sentimentales que es difícil digerir la obra.
En
el caso de Kate, cuya saga, Fallen, he tenido la oportunidad de seguir con más cuidado,
evidencio un desgaste en la trama ya desde su inicio. Empecé a leer esta saga
porque la idea de ángeles caídos parecía atractiva (admitámoslo: los vampiros
ya están muy desgastados en la literatura, y después de las sagas de Rice y
Meyer, su influencia real en el género fantástico o de terror es pésima). Si se
deja de lado la evidente sensiblería, que es por mucho el tema fundamental de
la saga, además del albedrío, la interpretación de la caída y los conflictos
entre los ángeles de uno y otro bando parecen interesantes.
Pero
si Crepúsculo era patética, Fallen lo es todavía más. Los ángeles caídos son,
en su mayoría, adolescentes en una escuela. Vaya profundidad en la trama. Los
protagonistas están destinados a enamorarse y separarse periódicamente por la
eternidad. Cruel, y bastante empalagoso. Un montón de jóvenes estudiando en una
escuela, con ADN de ángel, esperando a decidirse en una batalla entre el bien y
el mal. ¿Nuevamente estudiantes de secundaria? ¿Esa es una trama cautivadora? Y
luego los viajes en el tiempo de Luce, donde observa sus anteriores vidas y sus
amores. Completamente cursi. La fantasía en esta saga está presente, pero la
verdad es que queda en un segundo plano ante la historia romántica, y los
triángulos amorosos que se presentan sinceramente la rebajan a telenovela de
planchar.
Podría
decir que la “culpable”, en cierta forma, del nacimiento de estas sagas
románticas de fantasía (porque de terror perdieron casi toda cualidad), aunque
sus obras no sean dirigidas a un público adolescente, es Anne Rice con sus
Crónicas Vampíricas. Sí, ya me han leído. La saga de Lestat se empezó a pudrir
ya desde su tercera novela; a pesar de eso, son las tres primeras las mejores,
aunque de las otras rescataría Sangre y Oro (salvo por ese final ridículo) y la
temática de Memnoch, el Diablo (que no el libro completo). El resto son poco
menos que bodrios, y aunque debo admitir que Anne Rice creó una mitología
vampírica excepcional, la mayoría de sus personajes son tan emocionales,
sufridores y correctos (a su manera) que en diversos momentos su lectura se
hace desesperante. Extraño los vampiros depredadores, los que se complacen en
matar sin miramientos, para saciar su sed. 30 Días de Noche es una de las
mejores historias de vampiros que he leído. Drácula tenía su toque de
romanticismo, pero era tan desalmado que arrojaba un bebé a sus amantes como
alimento. Y eso era atractivo.
Al
final, quizás toda esta decepción se debe a que soy demasiado amante del terror
en su estado casi puro para soportar estas cargas diabéticas de fantasía
romántica, o demasiado serio para aguantar este tipo de obras. Al fin y al
cabo, fueron diseñadas para un público más fresco, con ideales más simples
sobre el amor. Y cumplen su objetivo.
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