Sobre el discurso de los “virus mentales”

 

En el mejor de los casos, la metáfora del “virus mental” ofrece una redescripción inútil de algo que ya sabíamos: que los humanos se influencian unos a otros y a veces adoptan creencias falsas. En el peor, distorsiona nuestra comprensión de las creencias, la psicología y la sociedad. Reemplaza una realidad compleja de perspectivas, racionalidad, agencia, interés propio y coordinación social con una caricatura de palo autocomplaciente.

-Dan Williams.

Introducción

A finales de julio de este año, el multimillonario dueño de Tesla y Twitter/X, Elon Musk, concedió una entrevista al psicólogo e intelectual conservador Jordan Peterson en la cual, entre muchos temas, se enfocó bastante en cuestionar el concepto de identidad de género, en particular siendo bastante negativo hacia su hija transgénero, Vivian Musk, llegando al punto de usar su necrónimo y asegurar que estaba muerta. La entrevista fue bastante cuestionada, y por supuesto Vivian no demoró en responder con fuertes críticas a su propio padre.

Una parte que llamó la atención de este tema es que Musk afirmó que fue “el virus mental woke” el que “mató” a su hija. Que el magnate esté en guerra contra los discursos progresistas, a estas alturas, no debería sorprender a nadie, pero seguro que muchos se sintieron más interesados por lo de “virus mental”. No es el primero que presenta ideas y creencias a las cuales se opone como una especie de enfermedad, pero sí es parte de una creciente porción de personajes famosos conservadores y reaccionarios que, siendo parte de la supuesta “guerra cultural”, asegura que el pensamiento woke es un “virus mental” que está infectando a la población.

Epidemiología cultural

Para entender bien de dónde surge esta idea de los virus mentales, debemos remitirnos bastante atrás a su origen, y eso significa explicar el concepto de meme. No en el sentido informático que hoy le damos, el de una idea o pensamiento expresados a través de una  imagen o un vínculo que se difunde a través de la Internet y genera reacciones en las personas. Acuñado por el biólogo evolutivo Richard Dawkins, el concepto de meme en sus orígenes se refería a una unidad de transmisión de información cultural, con la cual proponía una explicación darwiniana a la evolución de la cultura en nuestra especie. Fue un concepto interesante, e incluso generó por unos años un campo de investigación (memética), pero con fuertes críticas a su concepto y analogía a los genes, así como de su evaluación empírica, y aunque hoy en día hay propuestas de aplicar elementos de memética para estudiar conductas en otras especies, como el canto de las aves, la utilidad científica del concepto de meme está prácticamente muerta.

Y es bastante preciso hablar de Dawkins, pues fue él quien concretó la idea de los virus mentales en un ensayo de 1993 llamado Virus de la mente. En este texto, el autor explora sus ideas sobre la religión basándose en el concepto de memes, haciendo una analogía sobre las ideas religiosas como virus informáticos –el texto también habla de los virus biológicos, pero la analogía de Dawkins reposa más en softwares infecciosos- que se replican e infectan diferentes mentes, no por evidencia que las respalde, sino por transmisión cultural, tal como se supone que ocurre con los memes. No sólo eso, sino que enumera una serie de “síntomas” típicos de una persona infectada por creencias religiosas:

-El paciente se encuentra impulsado por la convicción interna de que algo es verdad, correcto o virtuoso, pero que no responde a la evidencia o la razón.

-El carácter fuerte e inquebrantable de tal convicción se presenta como una virtud positiva, a pesar de no basarse en la evidencia.

-La convicción de que un misterio es bueno por sí solo; se alienta a disfrutar de los misterios, no a intentar resolverlos.

-El paciente es intolerante hacia los portadores de otras creencias rivales, en ocasiones de modo violento e incluso homicida.

-Las convicciones que sostiene la persona tienen menos que ver con la evidencia y más con la epidemiología.

-Si la persona sigue una creencia diferente a la de sus padres, la explicación es epidemiológica.

-Las sensaciones internas de la persona pueden ser semejantes a las que se asocian con amor sexual.

Este grupo de “síntomas” los distingue, según Dawkins, de otros memes más inocuos, y por supuesto de la ciencia, que cuenta con metodología estándar que le permite comprobarse a sí misma, apoyarse con evidencia sólida y desarrollarse y avanzar. Además, no sólo son simples expresiones de una mente infectada, sino que también protegen al virus mental en contra de la evidencia que las desacredite, contribuyendo así a su replicabilidad. Esto es parte importante de lo que ha permitido su éxito y difusión a pesar de los embates del escepticismo y el pensamiento crítico.

De acuerdo con Dawkins, los replicadores parásitos requieren de dos cualidades particulares en el medio dentro del cual buscan replicarse: la disposición a replicar información de forma precisa, y una disposición a obedecer instrucciones codificadas en la información que se replica. Y al igual que en sistemas celulares y computadores electrónicos, la mente humana ofrece esas cualidades: se sabe que los cerebros son duplicadores fieles de datos, como por ejemplo en el lenguaje, y somos bastante capaces de obedecer órdenes, en especial las de nuestros propios padres, lo que resulta muy útil en la propagación de creencias religiosas. Son estas propias cualidades de la mente las que facilitan la dispersión de dichos virus mentales.

A pesar de que la propia memética está más que todo descartada, la metáfora de los virus mentales sigue siendo atractiva para muchas personas. Y es inevitable señalar su particular éxito en las corrientes de pensamiento más reaccionarias y conservadoras, sobre todo para referirse a discursos de justicia social crítica como “virus mental woke”. Ya vimos la entrevista de Musk, pero también se han publicado libros acerca del poder parasítico no sólo de ideas de “corrección política”, sino también de creencias pseudocientíficas y teorías de conspiración. En un artículo reciente en Quillette, el filósofo Maarten Boudry y el historiador Steije Hofhuis reconocen que el abuso del término “virus mental” puede ser una táctica fácil para desacreditar ideas con las que se está en desacuerdo sin darles un correcto análisis, pero también encuentran que la analogía sigue siendo muy útil, pues muchas características de algunas creencias son muy similares a las de agentes infecciosos reales.

A veces, parece que con similitudes más allá de títulos y portadas entre libros

¿Funciona la analogía dentro de la propia memética?

Antes de continuar con el punto, tengo que decir que la defensa de Boudry y Hofhuis me pareció bastante pobre. Se siente mucho como “si se parece, entonces tiene que serlo” –por ejemplo, decir que hay creencias que se extienden como virus realmente no es una demostración de que la metáfora sea real, ni siquiera útil-, y no ofrece argumentos psicológicos o filosóficos que realmente sostengan la analogía de los virus mentales. Y me parece especialmente curioso por parte de Boudry, pues junto al biólogo evolutivo y filósofo de la ciencia Massimo Pigliucci ha escrito cuestionando el uso de analogías y metáforas en biología y educación científica, en especial aquellas metáforas máquina-información, como es –en su origen desde Dawkins- el caso del concepto de virus mental. Si fuese a defender la aplicación de una analogía inspirada en una idea con semejantes falencias, habría esperado un mejor esfuerzo en sus argumentos.

Volviendo con el ensayo de Dawkins, es importante señalar que sus tesis sobre la transmisión “viral” de ideas sin evidencia fueron cuestionadas desde una época tan temprana como 1994, por el filósofo Percival Ray Scott. Si bien Scott aceptó el potencial científico de la teoría de memes en la evolución cultural, discrepó con el biólogo evolutivo en la robustez de los síntomas de una infección mental para proteger los dichosos virus; de hecho, plantea que tales estratagemas de inmunización sólo afectarían su copiabilidad. Consideremos por ejemplo, menciona Scott, el caso de los Testigos de Jehová y sus muchas fechas en las cuales predijeron el fin del mundo: llegaron a perder muchos miembros de la Sociedad de la Atalaya, a pesar de –e incluso, por causa de- las muchas reinterpretaciones que formularon a través de los años para evitar las críticas a sus predicciones fallidas. Y es que, por mucho que la fe se sostenga sobre misterios y una fuerte convicción, en un punto las evasivas a la crítica y defensas ad hoc para evitar reconocer un error son vistas como señales de debilidad, por lo que no son pocos quienes se separan de creencias de ese tipo.

Otros síntomas, señala Scott, pueden encontrarse en otras creencias distintas a las religiosas, incluso en las teorías científicas. Por ejemplo, teorías como el heliocentrismo de Aristarco y la materia oscura surgieron con poca o ninguna evidencia a la mano, e incluso contradiciendo la existente; así mismo, una fuerte creencia es importante en la persistencia por la comprobación y verificación de hipótesis, algo importante en el campo científico. La ciencia no sólo trabaja con misterios, sino que muchas veces el propio proceso científico genera más misterios. Y la idea de sensaciones cercanas al amor sexual no es ajena a muchos científicos que sienten una gran pasión por su trabajo. Todos estos rasgos pueden, entonces, ser incluso virtuosos, siempre que no impliquen el rechazo de la evidencia contraria, en cuyo caso hablamos más de vicios intelectuales que de síntomas infecciosos. Y en tal caso, podríamos acusar a las creencias religiosas de fomentar no pocas veces tales vicios –como el mencionado caso de los Testigos-, en lugar de formar un cuadro epidemiológico particular.

Finalmente, Scott cuestiona también la postura de Dawkins de que la adherencia a creencias religiosas sea siempre un proceso divorciado del pensamiento racional, abordándola desde una visión evolutiva de la humanidad que ofrezca una mejor explicación que la epidemiología memética. Para el filósofo, el éxito en la propagación de una red de ideas requiere de siete componentes de racionalidad: racionalidad lógica (que se adhieran a las reglas de la lógica), exploratoria (que tengan un mayor contenido de información y lógica que redes de ideas rivales), explicativa (que se organice de forma sistemática con el menor número de premisas), problema (que resuelva problemas mejor que sus rivales), instrumental (que no contengan demandas imprácticas o medios inefectivos), económica (no hacen demandas económicas excesivas, en términos de costo de oportunidades) y emocional (que contribuyan a generar emociones apropiadas). Son todos estos estándares racionales los que incrementan la copiabilidad de un mensaje, y por lo tanto son fundamentales en la dispersión de los memes.

¿Es posible relacionar las creencias religiosas de alguna forma a estos estándares de racionalidad? Scott asocia el éxito de los memes religiosos, desde una perspectiva darwiniana, a la evolución del pensamiento ilusorio y el pensamiento temeroso como contribución a la búsqueda de objetivos de un organismo; de tal modo, el organismo persiste en su búsqueda frente a evidencia posiblemente engañosa, y sopesa la contra-evidencia, eliminando hipótesis que sean irrelevantes en la búsqueda de su objetivo. Entre más deseable o temerosa sea la posibilidad, más vale la pena comprobarla, a veces incluso en presencia de evidencia que la cuestione, pero las repetidas refutaciones pueden dar lugar a que se rechacen creencias tozudas. Es impreciso, de acuerdo con Scott, hablar de “fe ciega”, pues de ser tal como la describe Dawkins, muy probablemente existiría una única religión –pues el primer meme en surgir al respecto dominaría rápidamente-, y en el caso de darse muchas religiones, la conversión sería imposible; el argumento de que surgirían por “mutaciones” no sería explicativo, pues esto podría decirse de cualquier sistema de ideas.

El papel de una mente proactiva en la difusión de ideas

Incluso dejando de lado el papel que le otorga Scott a la teoría de memes en la evolución cultural, y encontrando cuestionamientos en su enfoque de las creencias religiosas como una perspectiva que involucra pensamiento racional, se destaca de inmediato un señalamiento que hace a la analogía de los virus mentales, y que es la crítica que más salta entre quienes cuestionan los modelos epidemiológicos de consumo de información: Dawkins y otros que los aplican parecen asumir la mente como una estructura pasiva, susceptible de infecciones y transmisora de ideas y conceptos sin un procesamiento en su recepción y exposición. Esto no es poca cosa, pues con este supuesto se ignora que la mente toma decisiones activas en la información que consume, en aquello que cree y en cómo se comparte. De tal modo, se obvian explicaciones bastante robustas sobre la difusión de creencias confusas o erróneas a partir de la interacción de mentes e individuos en un contexto social, pero que no requieren de una analogía viral.

Es desde esta crítica que el filósofo académico Dan Williams abordó recientemente la metáfora de los virus de la mente, a propósito de la entrevista de Musk. El autor es enfático desde el inicio: no existen los parásitos mentales, ni siquiera entre las ideas malas  o aquellas que son mezcla de verdad e imprecisiones –como en su opinión el wokismo, del cual por cierto Williams es crítico-. Tampoco las creencias religiosas, obviamente. Este modelo epidemiológico se trata de una simple demonización que enturbia el debate y afecta la capacidad de comprender bien cómo se da la transmisión de ideas y creencias entre las personas, en lugar de ofrecer una herramienta analítica.

A lo largo del texto, y basado en psicología y conducta social, Williams ofrece tres puntos en contra de la metáfora viral. El primer punto es que las figuras que recurren al uso de dicha metáfora caen en una suerte de realismo ingenuo: creen que la verdad es autoevidente, y por lo tanto aquellas ideas que caracterizan como virus mentales sólo pueden ser asimiladas por las personas por razones irracionales. No obstante, esto omite que las personas construyen sus creencias a través de la información a la que acceden, los mensajes a los que son expuestos, y los marcos dentro de los cuales interpretan la información y el mundo a su alrededor, formando así un pseudoambiente que busca explicar los hechos. No es extraño, entonces que dos personas perfectamente racionales puedan terminar con visiones divergentes sobre la realidad, e incluso si crees que la visión del mundo del otro es fallida, eso no está directamente conectado a su racionalidad, sino al pseudoambiente que ha construido.

El segundo punto es lo que Williams llama irracionalidad motivada, es decir, que muy a menudo las personas tienen otros intereses y objetivos distintos a la búsqueda de la verdad, por lo que sus fallos de racionalidad en la adopción y difusión de creencias no son producto de una adopción pasiva de las mismas. Investigaciones recientes señalan, por ejemplo, que las creencias religiosas tienen un papel socialmente adaptativo en el establecimiento y compromiso moral de los miembros del grupo social, creando así sistemas de reglamentos que regulan la conducta, y permiten lograr objetivos a nivel intragrupal al promover y manipular la cooperación. De manera similar, las ideologías políticas son adoptadas no sólo por evidencia, sino también por su función propagandística, su capacidad de señalización social –lo cual permite exhibir cualidades o alianza dentro del grupo-, o simplemente porque los individuos quieren ser vistos como personas buenas o inteligentes. Tales sistemas de ideas pueden conducir a una defensa de las creencias incluso por encima de la racionalidad, pero esto ocurre entonces por una racionalidad social detrás de la adopción de dichas creencias, no por una “infección” involuntaria.

Finalmente, el tercer punto es quizás el más obvio, pero no por ello menos importante de señalar: los sistemas de creencias no se extienden a través de contagio. Su adopción y dispersión obedecen a complejas dinámicas sociales que se dan entre comunidades y tribus basadas en la creencia, las cuales crean, racionalizan y mantienen narrativas que promueven la comunicación entre los miembros de la comunidad, permiten a algunos ganar estatus social a través de la defensa de las creencias, y crean sistemas de recompensas y castigos por la señalización de la devoción a las mismas o su rechazo y cuestionamiento. Nuevamente, todo esto requiere un esfuerzo activo y consciente de parte de los miembros de la comunidad, lo cual explica mucho mejor el éxito de creencias que permiten estas cohesiones e interacciones que el marco memético de la “infección viral”.

La importancia de los puntos explicados por Williams es que al entender que los sistemas de creencias suelen ser adoptados por una racionalidad pragmática, puedes encontrar muchas formas de abordar, cuestionar y persuadir las creencias de las personas de modo racional, sin subestimarlos o entenderlos mal -¿qué sentido tendría involucrarse racionalmente con un “infectado”, si la racionalidad no tuvo papel alguno en su “infección”?-. Eso implica además trabajar no sólo directamente con las personas, sino también en las cuestiones sociales que propician la adopción de creencias potencialmente destructivas. Una mala interpretación como el discurso de los virus mentales no sólo es polarizante y demonizante, sino que además es perezosa y complaciente a nivel intelectual.

Contemplando las ideas desde otro ángulo

El psiquiatra Pablo Malo compartió en Twitter/X la publicación de Williams, afirmando que no estaba muy convencido de su argumento, pues según él los muchos factores e incentivos a nivel social para la adopción de ideas “forman el caldo de cultivo que hace que las ideas se contagien como si fueran virus”. Pero con todo respeto, me parece que sólo está redundando pobremente sobre cuestiones que Williams explicó mejor (ver el segundo punto sobre irracionalidad motivada), y podría decirse esa clase de cosas sobre cualquier sistema de ideas, no sólo religiosas o políticas, lo que sigue poniendo en duda la necesidad y utilidad de la metáfora de los virus mentales.

Y es que, ¿en qué hacen dichos factores que podamos referirnos a las ideas como un virus transmisible? ¿Que tengan una mayor distribución entre comunidades ideológicas? Como señaló Williams, eso sólo indica que las personas comparten ideas, y que sean más o menos trasmisibles no dice realmente sobre una comparación viral. ¿Que su defensa pueda llegar a ser nociva o peligrosa para otros? Eso no es exclusivo siquiera de ideas sin fundamento, y no es tampoco traducible a algún comportamiento de un virus; ni siquiera Dawkins lo hizo de forma exitosa en su ensayo original.

Si pensamos intencionalmente en una metáfora general para describir la forma en que recibimos y transmitimos las ideas, considero que hay mejores interacciones biológicas en las cuales basarse que el simple parasitismo. En lo personal, yo tengo mucho tiempo pensando en una analogía más curiosa y que creo más fácilmente asociable con nuestra adopción y difusión de ideas: un mutualismo de simbionte obligado y simbionte facultativo.

Explico esto con detalle. En muchas interacciones mutualistas –es decir, donde ambos participantes obtienen beneficios- entre seres vivos es común que uno de los simbiontes sea incapaz de desarrollarse y sobrevivir por fuera de la simbiosis (simbionte obligado), mientras que otro es capaz de hacerlo, pero igualmente puede participar en la relación mutualista (simbionte facultativo). Creo que pueden empezar a imaginar cómo funcionaría en términos de transmisión cultural: ideas como las creencias religiosas serían, en este caso, el simbionte obligado, mientras que el individuo corresponde al simbionte facultativo.

Así, los factores e incentivos que Malo describe como importantes en la difusión de las ideas son entonces los servicios que obtiene el facultativo de la interacción simbiótica –es decir, la racionalidad pragmática de Williams-, mientras que el obligado obtiene una mayor capacidad de dispersión. Y de manera similar a como, en ocasiones, algunas interacciones simbióticas pueden hacerse nocivas si uno de los individuos se encuentra con un sistema inmunológico debilitado, podríamos entender el pensamiento crítico y el ejercicio de la racionalidad como parte del "sistema inmune" del individuo facultativo. Si estos se debilitan, la relación con el simbionte puede volverse antagónica: léase, difusión de ideas irracionales, dogmatismo, violencia, etc.

Por supuesto, estas son sólo reflexiones personales, y no pretendo que se tomen como una analogía digna de una aplicación teórica a gran escala. Como dije antes, existen críticas sobre el uso de diferentes metáforas en la educación científica. Y estoy seguro que se pueden señalar carencias en la metáfora que acabo de emplear. Quiero usar esto más como un ejemplo de que se pueden desarrollar metáforas sobre transmisión cultural que no estén viciados con prejuicios, algo de lo que adolecen –y por mucho que a algunos les pese- tanto el ensayo original de Dawkins como el uso reciente de la analogía de los virus mentales.

Conclusiones

No se puede negar el atractivo que aún tienen las metáforas epidemiológicas cuando se habla de ideologías y creencias. La visión de que hay ideas que se comportan como parásitos no sólo es llamativa, sino que permite descartar posturas con las que discrepamos desde un aire de intelectualidad y precisión incluso científica. No obstante, como se dice, el diablo está en los detalles, y la analogía sólo funciona desde un conjunto de errores en su formulación y mucho desconocimiento a nivel psicológico y social de nuestra propia especie.

Por ello, creo que es necesario dejar ir este tipo de metáforas imprecisas, pues sólo entorpecen el debate y la crítica, siempre importantes a la hora de considerar y evaluar ideas, incluso aquellas con las que coincidimos. Nuestras interacciones son muy complejas, y definitivamente no podemos explicarlas y comprenderlas mejor a través de modelos fallidos.

 

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