Sobre la “herbivorización” de los depredadores
Hace
unos años, escribí en el blog acerca de la
forma en que la empatía de ciertos animalistas y veganos termina cegándolos
en cuanto a las características de los propios animales que dicen amar. Y, de
hecho, no ha sido extraño encontrarse con algunos veganos que optan por
alimentar a sus animales, aunque sean carnívoros, con una dieta estrictamente
vegana, a menudo con graves detrimentos para su salud. Otras figuras, más
osadas, proponen modificar por completo especies y ecosistemas, de modo que
encajen en su forma de ver cómo tendría que funcionar la naturaleza.
Estos
últimos han sido tema de debate en estos días, debido la mención de una
propuesta inusual y bastante debatible sobre cómo solucionar el llamado
“problema de la depredación”, y es herbivorizar a las especies carnívoras. En
ese sentido, vale la pena retomar de nuevo el análisis de ese discurso,
entender lo que pasó, y por qué resulta siendo una visión no sólo ingenua, sino
problemática.
Bien, hace unos días, una cuenta en Twitter/X publicó una imagen con un libro titulado “Herbivorizar depredadores”, escrito supuestamente por David Pearce. Pearce es un filósofo transhumanista, conocido por ser el proponente del llamado Imperativo hedonista, un manifiesto en el cual recoge la idea de que los seres humanos tenemos la obligación de abolir el sufrimiento no sólo de los propios humanos, sino también el del resto de las especies sintientes, a través de aplicaciones de la ciencia y la tecnología -una base importante del transhumanismo como movimiento filosófico-. Como tal, Pearce es uno de los actuales defensores de la idea de que la depredación dentro de la naturaleza es un problema moral, y por lo tanto debemos encontrar la manera de acabar con esta interacción biológica.
Debo
decir, antes de continuar, que hasta ahora no estoy seguro si el libro es real.
No lo he encontrado en la bibliografía de Pearce, ni en próximas publicaciones,
y además es muy obvio que la portada está hecha con IA, no sólo por el diseño
de los animales sino por los varios y evidentes errores ortográficos en las
palabras. Vi al propio Pearce haciendo comentarios en la publicación, pero nada
que dejara en claro si es una propuesta futura, si está trabajando en un
documento así, o si simplemente le llamó la atención ser mencionado.
En
todo caso, Pearce se dedicó bastante no sólo a comentar, sino también a
responder las inquietudes y críticas que muchos hicieron acerca de su
propuesta. Y es aquí donde su servidor entra en escena, pues el filósofo
replicó a un trino que hice compartiendo uno de sus comentarios, y acabamos teniendo
un pequeño intercambio -respetuoso dentro de todo- en donde explicó que debemos
asegurar el bienestar de las especies sintientes, y que oponerse a ello por
razones ecológicas es como un racista oponiéndose a que se erradiquen los
mosquitos portadores de enfermedades en el África subsahariano. Sí, eso dijo:
de hecho, no pude evitar notar que Pearce recurre mucho a analogías con el
racismo para hacer su punto.
De acuerdo con Pearce, compartimos un eje de placer-dolor con las especies sintientes, por lo cual, si estamos dedicados a reducir el sufrimiento de nuestros congéneres, debemos hacer lo mismo por esas especies no humanas; incluso afirma que esa es la conclusión a la que llegaría cualquier civilización avanzada, aun por fuera de nuestro planeta. Si la depredación es una fuente constante de sufrimiento, pero por nuestra base ética nos oponemos a la erradicación por violencia de las especies carnívoras -aunque Pearce parece abierto a cualquier propuesta al respecto-, lo que nos queda es, a través de la ingeniería genética, modificar a los depredadores existentes para convertirlos en especies herbívoras. Si han leído la entrada que compartí sobre el tema de empatía animalista, entenderán que son los mismos postulados que defiende Bramble en su pieza de filosofía.
No
puedo decir que el intercambio fuese demasiado productivo, en parte porque
fluyo mejor sentándome a reflexionar que escribiendo al instante, y en parte
porque Pearce emplea más bien puntos comunes para intentar despertar la empatía
-o la culpa- en el lector, aunque asumo que la limitación de caracteres de la
plataforma también influye en ese detalle. Y como quise aprovecharlo para
desarrollar una réplica más detallada en esta entrada, pues aquí estamos.
Siempre
me llama la atención que quienes proponen reemplazar a los depredadores en los
ecosistemas con especies herbívoras nunca son capaces de explicar cómo eso no
generará serios problemas de estabilidad. Los carnívoros son una parte
importante del control en la población de especies herbívoras. ¿Cómo se
controlará la sobrepoblación de herbívoros, si tendrá que lidiarse no sólo con
las especies actuales, sino con las que son producto de la modificación humana?
¿Se esperará que mueran de hambre para que sus poblaciones se reduzcan? ¿No
sería eso promover otros escenarios de sufrimiento?
¿Y qué especies carnívoras se buscan alterar? ¿Se modificará también a los carroñeros que facultativamente se alimentan de especies vivas? ¿Cómo se procurará que eso no afecte también su consumo de carroña? ¿Se hará también con insectos o invertebrados que se alimentan también de especies cercanas a nosotros a nivel de desarrollo en el sistema nervioso? ¿Eso no afectaría también a su dieta que incluye otros animales que no son considerados en este discurso de la “herbivorización”? Porque es obvio que los insectos y la mayoría de los invertebrados -con excepción de algunos como los cefalópodos- no son tenidos en cuenta. Bramble llegó a afirmar que los insectos “no viven vidas que merezcan ser vividas”, y dado el énfasis de Pearce en las especies que comparten nuestro eje de placer-dolor, es implícito que tampoco los tiene en cuenta.
Pearce
desdeña las inquietudes ecológicas sobre su propuesta con muchas analogías
sobre el racismo. Con la mencionada sobre el África y los mosquitos, existen
dos problemas. El primero es que, más allá de la discriminación, los africanos
siguen siendo parte de la misma especie que los seres humanos -aunque no
faltará el racista que, basándose en una ignorancia general sobre subespecies e
hibridación, afirme lo contrario-. El segundo es que la depredación y las
infecciones no son en absoluto las mismas interacciones biológicas, por lo que
controlar una no es una garantía de que se pueda o se deba hacer lo mismo con
la otra. Y no es que no se investigue las enfermedades presentes en algunas
poblaciones animales con el fin de mitigarlas y protegerlas, pero nunca con la
intención de eliminar por completo cualquier tipo de control biológico.
Un problema que tengo con las constantes analogías sobre racismo de Pearce es que, visto desde una perspectiva más crítica, lo que él está proponiendo es modificar no sólo la conducta, sino también la morfología y fisiología de cientos de especies alrededor del mundo, basado en el argumento de que sus acciones dentro del ecosistema es un “mal natural”. En otras palabras, está acusando a sus características naturales de falencias morales. Y eso es lo más cercano al racismo y la eugenesia que puedes encontrar dentro del discurso sobre el “problema de la depredación”.
No
es sorpresivo que incluso otros animalistas y veganos rechacen estos extremos
absurdos. Es decir, ¿cómo se puede pregonar que amas a los animales en general,
cuando consideras que las vidas de algunos deben ser modificadas porque los
consideras “criminales”, o que las de otros no merecen ser vividas o recibir la
misma consideración porque no tienen el mismo eje de placer-dolor que nosotros?
Eso es especismo puro y duro, sólo que enfocado en especies no humanas por
encima de otras: es un completo irrespeto y desprecio a la diversidad de la
vida. Y es una visión que no considera en absoluto el papel que cada una de
estas especies cumple dentro de su ecosistema.
Pensemos por ejemplo en los insectos. Estos organismos, tan alejados neurológicamente de nosotros, se encuentran en todos los niveles tróficas de los ecosistemas que ocupan: como herbívoros, depredadores, carroñeros, detritívoros, parásitos. Un humilde escarabajo coprófago, por ejemplo, no podrá tener un eje de placer y dolor como nosotros, pero es una criatura fundamental en el reciclaje de nutrientes y el crecimiento de las plantas, así como en reducir el uso del estiércol como asiento para otros insectos que pueden ser portadores de enfermedades. Con ese acto sencillo de rodar o enterrar las heces, no sólo termina contribuyendo en el bienestar de los organismos productores, sino también en la alimentación de los propios herbívoros -y, por consiguiente, de los carnívoros a su vez-, Desde una visión ecosistémica, es un animal con una vida tan valiosa como la de un ciervo o una cebra.
¿Qué
hay entonces de los depredadores? Ellos también cumplen funciones ecosistémicas
importantes, regulando las poblaciones de herbívoros e incluso otros
carnívoros, controlando a su vez el consumo de plantas, y manteniendo así la
estabilidad de los ecosistemas. La visión de su dieta y técnicas de caza como
“problemas morales” no sólo ignora su papel dentro de los ecosistemas, sino que
intenta moralizar comportamientos instintivos que obedecen a su necesidad de
alimentarse y prosperar. No se trata de criaturas sádicas o “asesinos” en el
sentido antropomórfico donde ciertos personajes intentan encasillarlos: son
criaturas tan dignas de vivir como sus presas, y con tanta importancia en el
ambiente como ellas. La depredación no es un problema moral.
Pearce
propone hacer un
experimento mental para distinguir si nos oponemos a la
herbivorización por una posición ética seria, o por “sesgos del statu quo”: “Imaginen
que encontramos una civilización avanzada que ha diseñado una biósfera feliz y
pacífica. ¿Les insistiríamos en restaurar la violencia ancestral y el terror de
sus viejos ecosistemas? ¿O trataríamos su pacífico hogar como un modelo
civilizado para la futura vida en la tierra?”.
El
filósofo asume varios supuestos dudosos aquí, como el que la modificación de la
biósfera en pro de la herbivorización es una solución adecuada, que cualquier
civilización avanzada llegaría a las mismas conclusiones sobre el sufrimiento
dentro de los ecosistemas, sin otro motivo aparente que el hecho de que
nosotros hayamos llegado a ellas, y que sus ecosistemas son equivalentes a los
nuestros. No es un planteamiento muy sólido ya que, bajo ese mismo argumento,
yo podría decir que dejar tranquilas a las especies depredadoras en pos de
preservar la estabilidad de los ecosistemas es también un razonamiento al que
llegamos como civilización avanzada, y no tendríamos por qué coincidir en la
“solución” que propone otra civilización.
Pero
supongamos, por el bien del debate, que en efecto existe tal civilización y
entramos en contacto con ella. No, no tendríamos por qué decirles que cambien
lo que han hecho con sus ecosistemas. Pero al mismo tiempo, si
entendemos bien el papel de los distintos niveles tróficos de especies en el
flujo de energía y nutrientes dentro de los ecosistemas, entonces no veo por
qué tendríamos que aplicar sus mismas medidas. Funcionó para ellos, no tiene
por qué servir para nosotros; bajo el concepto biófilo, que tiene en cuenta
nuestro espacio en la naturaleza y nuestra interacción con otros seres vivos, nuestra
meta es preservar nuestros ecosistemas, lo que implica mantener las
interacciones biológicas entre sus distintos organismos, incluso aquellas que a
nuestros ojos pueden parecer crueles, como la depredación o el parasitoidismo.
Esa es una verdadera ética ecosistémica.
Por otro lado, ¿“sesgos de statu quo”? ¿Qué es el “statu quo”, el flujo de nutrientes y energía dentro de los ecosistemas a través de la depredación? ¿De verdad quiere reducir un tema tan complejo a “no queremos cambiar el sistema”? Esto no se trata de un modelo económico o de una forma de gobierno: estamos hablando de procesos naturales que mantienen la salud de los ecosistemas, que son indispensables para su funcionamiento. Como dije hace años, ya hemos visto casos donde depredadores importantes han sido retirados de ecosistemas locales, y los desastrosos efectos que esto conlleva. Pretender modificar por completo a las especies depredadoras a nivel mundial no sólo es una quimera patética que no estamos ni cerca de concretar, es una propuesta ruin y destructiva con la vida en el planeta. Y sólo alguien obnubilado por una visión individualista y antropomórfica de los animales, y con una ignorancia completa sobre ecología, podría proponer semejante idea.
Ejemplo de dicha visión individualista, siendo
expresamente clara al respecto.
No
dudo de las buenas intenciones de la mayoría de los animalistas. Pero cuando
veo a unos que prefieren poner en riesgo a decenas de especies autóctonas por
proteger a una invasora, y a otros que proponen de plano desaparecer todo un
nivel trófico de animales porque detestan saber cómo se alimentan, no puedo
evitar dudar que sean guiadas por un amor genuino a los animales. No, al menos,
de un modo que los considere como parte de los ecosistemas y la biosfera. Así
que no puedo coincidir en absoluto con ellos.
Involucrarse
con los animales no sólo necesita que les tengamos cariño como criaturas
individuales, sino que los reconozcamos dentro de la vasta red de la vida que
cubre el planeta. Y para eso, necesitamos entender y aceptar las funciones y
papel que cumple cada especie dentro de sus ecosistemas, más allá de nuestras
propias consideraciones morales. Es un error visualizar su conducta en términos
morales, y lo es aún más pretender alterarlos y modificarlos basados en
nuestros términos morales.
¡Hola! Si les gusta mi contenido y quieren apoyarme para que pueda generarlo más seguido, pueden hacer un aporte voluntario en mi cuenta de Ko-fi. Podrán recibir adelantos de los próximos proyectos de este blog. Así mismo, pueden seguirme en mi página de Facebook y en Twitter.
Comentarios
Publicar un comentario