Mi opinión de Gabo


Introducción

Seguro que entre los lectores habrá muchos que tienen cuenta en Netflix, así como habrá muchos que admiran la obra de Gabriel García Márquez. Por ello, seguro que muchos ya saben que hace unas semanas, cuando se celebró el aniversario del natalicio del escritor de Aracataca, se anunció que el servicio de streaming realizará una adaptación en formato de serie de la que es considerada su obra cumbre, Cien años de soledad, bajo la batuta productora de los hijos de Gabo, quienes confirmaron que la obra será adaptada en español, y será producida en Colombia.


He visto muchas reacciones al respecto, desde la típica gente que comenta que un trabajo literario como ese es imposible de adaptar (lo que no es tan cierto), pasando por los que temen que Netflix vuelva a joder las cosas como pasó con Death Note y Los caballeros del Zodíaco (punto, aunque su fama de adaptar mal todo es un tanto es un tanto injusta), y los típicos “intelectuales” únicos y detergentes que resienten un futuro advenimiento de chicos poseros que presumirán de conocer la novela al dedillo y de poder hacer un árbol genealógico de los Buendía que incluya hasta a los 17 Aurelianos sin haberla leído en verdad. Eso sin mencionar a todos los que creen que Gabo es una mierda sobrevalorada, y que sus novelas no valen ni para limpiarse el sieso. Todas son posturas que me parecen muy mamonas (aunque algo de cierto tendrán), y quería tratar de argumentar un poco al respecto de cada una, pero en el proceso me surgió la idea de aprovechar el revuelo y exponer, como colombiano y como costeño –atípico, eso sí-, mi opinión sobre García Márquez, tratando además de tocar el asunto de la adaptación de Cien años de soledad, mencionando un poco de las historias del autor llevadas al cine.

Antes de entrar en materia, hay que aclarar. Si a ti te maravilla la obra de García Márquez, no hay problema. De igual forma, si te parece que es un pésimo escritor, o que se le ha dado más importancia de la que debería tener, perfecto. Ahora, putear a la gente por no ceñirse a tus opiniones, eso sí está jodido. Yo no pretendo tampoco tener la razón en lo que voy a decir a continuación: es sólo mi opinión personal y en un todo de mis experiencias tanto con el autor como con otros que han consumido sus relatos, así que evite intentar destazarme en los comentarios.

La traición de las imágenes

No recuerdo cuál fue el primer trabajo que leí de García Márquez, pero sí que era todavía un niño. Me parece que fueron algunas de las historias de Doce cuentos peregrinos (sí que recuerdo que no lo leí completo la primera vez), y sé que me topé con un fragmento de Relato de un náufrago en un libro de castellano (en específico, Un minuto de silencio) y con La idea que da vueltas (un relato gracioso tomado de un discurso suyo en Venezuela en 1970) en otro. Estoy casi seguro, sí, que la primera novela que leí completa de Gabo fue la primera edición de Crónica de una muerte anunciada –interesante libro para un niño de ocho o nueve años, ¿no?-, propiedad de mi abuelo, y aunque no la comprendía del todo me llamó mucho la atención por algunas descripciones, en especial la escena de la autopsia y el destino final de varios personajes del pueblo. Por educación, también recuerdo que me incomodaban mucho las vulgaridades que se asomaban de vez en cuando en el escrito.

A día de hoy me pregunto: ¿qué rayos hace esa mariposa amarilla posada ahí? ¿Y cómo es que con semejante sevicia, el manto está tan limpio?

Fui leyendo otros libros más adelante: terminé los que había empezado de niño, y fui agregando otros a mi lista, entre ellos por supuesto Cien años de soledad, del cual me sorprendió que la gente se quejara siempre por la repetición constante de nombres a lo largo de la novela, pues yo nunca me confundí por ello. La mayoría de ellos fueron por elección, ya que si bien es frecuente en los colegios del país, y en especial del Caribe, asignar libros de García Márquez en clase, creo que los únicos que me pidieron fueron Del amor y otros demonios y el cuento de Eréndira (no voy a repetir ese nombre tan largo). Eran los dos miles, época del boom de Sin tetas no hay paraíso y los horribles libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Ya he leído varios libros de Gabo, incluyendo recopilaciones de cuentos: por fecha de publicación, el libro más “reciente” que leí de él fue justo Del amor y otros demonios, pues su autobiografía y Memorias de mis putas tristes jamás llamaron mi atención.

No me considero ni un conocedor ni un aficionado de la obra de García Márquez, aunque tampoco puedo decir que lo desprecie. Debo admitir, eso sí, que a mi gusto sus obras son mejores cuanto más sobrias son, sin el recargo de ese realismo mágico que ayudó a popularizar (no desarrollar, que eso no es obra suya: eso sería irrespetar a Uslar-Pietri, quizás a Carpentier y más aún a Bontempelli) y a asociar con la literatura latinoamericana de los sesenta, para bien y para mal. Cien años de soledad no es un mal libro, pero no me parece su opus magnum. A mi gusto prefiero otros como El coronel no tiene quien le escriba (la cual de hecho es considerada por varios críticos como su mejor trabajo) y las mismas Crónica de una muerte anunciada (basado en una historia real) y Relato de un náufrago (igual, aunque ya con visos de realismo mágico, percibo yo), sin apostar a ciencia cierta cuál sería mi favorita. Sí: francamente creo que sus toques “mágicos” en muchas ocasiones estorban.

También me inquietan algunos temas recurrentes en sus trabajos. A ver, que sean recurrentes no es el problema: muchos autores tienden a utilizar los mismos temas en varios trabajos. Algunos lo hacen con mucha más naturalidad que otros: por ejemplo, en comparación con Cortázar o Borges, el repertorio de Gabo es mucho más limitado y recurrente. El problema es que algunas de las cosas que parece decir su obra no son lo que uno llamaría apreciables. Un ejemplo son las constantes referencias a relaciones con menores de edad, en este caso balanceándose más hacia la efebofilia que hacia la pederastia. Si bien es cierto que escribir al respecto no convierte a un autor automáticamente en un degenerado, genera mucho malestar que en no pocas ocasiones se romantice de un modo descarado (Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, Memorias de mis putas tristes, entre otras). Con esto no pretendo decir que Gabo promoviera la pedofilia ni la efebofilia, que no soy Roy Barreras viendo Infinity War, y no olvido que la cándida Eréndira tuvo una caracterización un poco más realista y triste, pero sí que el tratamiento de este tema en sus obras es horriblemente falaz, casi llegando a insultar al lector. Es otra cosa que muchos han cuestionado de su obra, en especial en los trabajos de sus últimos años: esa cursilería con que maneja relaciones completamente injustificables con perlas como “encontrar el amor al final de su vida” o “terminó amándola por lo que era con una fiebre de caricias crepusculares” o “el amor te ha hecho libre” (de una situación no claramente efebófila, pero sí una cópula con poco consentimiento). Basura.


También uno nota el marcado regionalismo en sus trabajos, lo cual es bastante irónico dada su formación literaria, más cercana a autores internacionales que a los locales. Es obvio el conflicto entre locales y migrantes del interior que representa García Márquez en Cien años de soledad con la irrupción de Fernanda del Carpio, un arquetipo “cachaco”, en la casa de los Buendía. Fernanda encarna no sólo las experiencias que tuvo Gabo al estudiar en el interior del país, sino también muchos de los estereotipos que desde el Caribe tenemos de los capitalinos: hipócritas, estirados, melindrosos, discriminadores (¿captan la ironía?). Y por lo general otros personajes cachacos en las obras de Gabo reciben una caracterización nada halagüeña. Ya he mencionado antes que los estereotipos regionales en el país siempre tienen bases reales, y la relación entre costeños e inmigrantes de otras regiones no ha sido siempre cordial, pero los retratos que construye García Márquez en sus obras no son sino otro ancla que perpetúa el regionalismo en el Caribe, donde somos tan susceptibles a ofendernos. De hecho, el Nobel de Gabo y su obra se han convertido en motivo de orgullo indigno para coterráneos que gustan de menospreciar a otras regiones por no haber producido, según ellos, un autor de comparable calibre.

Para ser un referente de la literatura latinoamericana a nivel internacional, también sorprende a muchos que García Márquez nunca fue muy cariñoso con las reglas de ortografía y gramática. Es bastante curioso, pues se sabe que corregía de forma empedernida sus manuscritos, pero quien ha leído Cien años, por ejemplo, se habrá tropezado con el “atarván” José Arcadio, y con el “sirio” enlazado que usó José Arcadio Segundo en su primera comunión. Podría hablar también de cuando sugirió en alguna entrevista y en Vivir para contarla que debían eliminarse de la literatura los adverbios terminados en mente, pues son“un vicio empobrecedor”, inquietud que comparte también Stephen King, pero ya era señalada por Héctor Abad Faciolince en alguna ocasión como “una peste en las salas de redacción de los periódicos y entre los editores de las editoriales”, pues es sólo su uso excesivo el que los vuelve un estorbo. Pero esa es más bien una sugerencia estilística y de hecho muy buena, que se puede compartir o no, así que no creo que sea un motivo tan pertinente de crítica.

Por otro lado, debo reconocer las constantes alusiones a la Violencia y otros conflictos armados en Colombia como una forma de anclar su trabajo a la realidad sociopolítica de la región, aunque de nuevo se ve entorpecida en ocasiones por su toque fantástico. Es innegable que, para orgullo de unos y pesar de otros, García Márquez fue el autor que más contribuyó a la internacionalización de la literatura colombiana, si bien no veo mucho orgullo en asumirlo como referente nacional cuando tuvo que salir del país para poder desarrollar la mayor parte de sus obras gracias a la persecución de los gobernantes y a la paranoia por su siempre cuestionable amistad con el dictador Fidel Castro.

En síntesis: García Márquez me parece un buen escritor, y lo puedo disfrutar. Pero siento muchas veces, como lo sienten muchos, que su pedestal viene en buena medida, como él mismo lo reconoció alguna vez, en convertirse en un escritor de moda durante los sesenta y setenta, catapultándose aún más al ganar el Premio Nobel de Literatura en 1982 por su obra (y no sólo por Cien años, como muchos suelen decir erróneamente), y que tratan de calzarnos a la fuerza el gusto por su obra, muchas veces con resultados contraproducentes. Pues he aquí un hecho, y es que muchos en Colombia en el Caribe, en especial de nuevas generaciones, ¡detestan a García Márquez!

Íconos de barro

Yo me he tropezado muchas veces con personas que no tienen en buena estima el trabajo de Gabo. Es más: muchos ya de plano lo detestan, e incluso lo consideran un escritor menor. Esa me parece una apreciación injusta, pero más allá de mis propias objeciones, la verdad es que hay muchas razones por las cuales es difícil darle aprecio a García Márquez y a su obra, y en buena medida por culpa de quienes nos educan.

En primer lugar, la insistencia de los maestros de castellano y literatura por presentarnos a García Márquez como un ícono incorruptible de la literatura colombiana es desesperante y fastidioso, en especial porque son justo los libros más densos los que pretenden que los jóvenes lean. Yo no menosprecio ni subestimo la capacidad de síntesis y análisis crítico de un estudiante de bachillerato –o no lo haría si no recordara que estamos en, ya saben, Colombia-, que yo también fui uno, pero si quieren que alguien se enamore de la literatura no lo pongan a leer Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera antes de los quince. Esa es una forma rápida de desencantarlos por el gusto literario, pues son obras densas y en algunos pasajes incluso aburridas. Yo me inclinaría por lo que hacen otros maestros al pedir la lectura de cuentos de Gabo, aquellos de recopilaciones como Los funerales de la Mamá Grande o, mejor, Doce cuentos peregrinos, pues con el escritor cataqueño pasa más o menos lo mismo que con Cortázar: es más apreciable a través de sus cuentos que por sus novelas.

En segundo lugar, la apoteosis de García Márquez ha sido tan estorbosa que muchos dentro y fuera de Colombia sienten que empobrece la literatura colombiana y su percepción, pues creen que en el país sólo se hace realismo mágico –ya en su época el movimiento McOndo buscaba desembarazarse de la influencia del realismo mágico y su “tradicionalismo”-. Lo curioso es que muchos de los que quisieron dar un paso más allá al explotar el realismo literario más allá de los elementos fantásticos han contribuido a un grueso de trabajos de narcoliteratura y periodismo semificticio, mientras que otros enfocados en la parte “mágica” producen trabajos de postmodernismo y más realismo mágico, lo que tal como he comentado en otras ocasiones vuelve mediocre la literatura. La falta de espacio para géneros más diversos como la ciencia ficción o el terror hace que muchos se vuelquen a autores internacionales, marcando de paso un sonoro desprecio por un autor a quien ven como un lastre para la evolución de la literatura colombiana.

Es muy molesto que nos quieran hacer consumir las obras de estos “íconos nacionales” a paladas, y más que nos digan que es obligatorio leer tal o cual obra de García Márquez al menos una vez en tu vida. Como mencionaba Josué Aguirre, del canal Monitor fantasma, en un reciente directo acerca de la adaptación de Netflix, ningún libro debería ser obligatorio: uno llega a ellos por gusto, no porque te digan que si no lees El cuervo o El conde de Montecristo eres un cerdo inculto. Tampoco creo que algún libro sea indispensable en nuestra vida, pero sí hay muchos que deberían leerse para, al menos, tener una grata experiencia. Y en ese repertorio bien caen varias obras de Gabo. Sin embargo, llegar a un libro debe ser por volición, no imposición, y creo yo –aunque puedo equivocarme, claro- que esa es la principal razón por las que muchos hoy en día terminan detestando a García Márquez. No debes sentirte un idiota por no haber leído El Quijote, pero al menos podrías interesarte en conocer en qué consiste, y luego decidir si lo lees o no. Pasa lo mismo: no tienes por qué ser señalado como apátrida o ignorante si el Nobel de 1982 y su obra no te llaman la atención.

¿Y cómo le irá a Netflix?

Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿será que el gigante podrá adaptar de forma adecuada una obra tan compleja como Cien años de soledad? ¿Y serán justificadas tantas diferentes reacciones de la gente?

La primera inquietud se resuelve parcialmente de un plumazo: es muy probable que Netflix se tome algunas licencias artísticas en su adaptación. Esto no es malo: es mucho mejor cuando una adaptación visual tiene su propio lenguaje, cuando puede mantener la esencia de la fuente original mientras al mismo tiempo le da un toque particular. Y aunque no creo que pase con esta, en algunos casos las adaptaciones terminan siendo mucho mejores que la obra original. Esperar que se complazca a todos es imposible.

Por otro lado, al contar con la supervisión de los García Barcha, puede esperarse que los herederos de Gabo mantengan un ojo vigilante para que Netflix respete al máximo la esencia de la obra. El hecho de que la adaptación de Cien años de soledad vaya a ser en español y rodada en Colombia ya sienta un buen precedente, aunque debe tenerse en cuenta que de momento es un proyecto. Dependiendo de la producción, la elección de reparto y lo que pueda presentarse en el camino, es posible que pueda incluso cancelarse. Esperemos, para los que esperan con ansias ver en la pantalla a la familia Buendía, que eso no ocurra.

En cuanto a las reacciones de la gente, hay que destacar como siempre el tufo un tanto elitista de los que creen que Cien años de soledad es algo así como un placer de mentes súper intelectuales, y por lo tanto creen que la adaptación es una forma de degradar la obra, o que ven con recelo que Netflix ponga a disposición de muchos jóvenes que no han leído la novela una forma más popular de consumirla, y temen o se ríen de que pronto este trabajo sea conocido por gente más simple, más impresionable por una serie televisiva que por un trabajo literario, y por lo tanto propensos a presumir de sus aficiones.


Ya ocurrió una reacción similar tras el lanzamiento de Bohemian Rhapsody, cuando el interés por Queen llegó al punto en que logró destronar al reguetón como la música más escuchada en Spotify, lo cual resintió a muchos fanáticos veteranos de la banda, los cuales sentían que su pasión se estaba convirtiendo en pasto de postureo. ¿Pero de verdad es para tanto? Ese tipo de discusiones me parecen estúpidas, y encuentro más elitista creer que hay obras que deben permanecer como un gusto de pocos, porque el consumo masivo las empobrece, las hace parte del vulgo. A mí me parece muy bien que entre las nuevas generaciones muchos se interesen por música de calidad como la de Queen y se desenganchen poco a poco de la mediocridad del reguetón. Por las mismas razones, creo que no debería reprocharse si muchos deciden leer la novela antes o incluso después de ver la serie para comprender de dónde sale todo. Sí, es seguro que algunos tomarán la oportunidad para presumir de una falsa intelectualidad, pero al menos muchos otros se interesarán por literatura más compleja que libros de autoayuda y novelas juveniles, y con suerte de García Márquez saltarán a muchos autores de calidad. Si al menos la serie de Netflix contribuye a eso, pues dense por bien servidos.


Conclusiones

Como dejo claro desde el principio, no veo mucho problema en que una plataforma como Netflix adapte una obra como Cien años de soledad. Han demostrado con muchas de sus series originales (Stranger Things, BoJack Horseman y House of Cards, por citar algunas) que pueden encargarse de crear obras de calidad, y aunque llevan encima adaptaciones sumamente criticadas como Death Note y Los caballeros del Zodíaco, también hay muchas otras con críticas abrumadoramente positivas que demuestran su empeño (Una serie de eventos desafortunados, La maldición de Hill House, Devilman Crybaby), y aunque a muchos les cueste siquiera imaginarlo, la novela de Gabo no es inadaptable.

Esperemos entonces ver cómo transcurre el proyecto, y tratar de separar nuestras percepciones de García Márquez y su trabajo de lo que Netflix pueda lograr, sin ignorar por supuesto que una adaptación puede tener su toque original. Si alguien quiere comentar al respecto sobre lo que he expuesto aquí, puede tomarse un momento para reflexionar de antemano.

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