Positivismo, cientificismo y escepticismo: ¿los entendemos bien?
Introducción
Cuando
se hace el ejercicio de divulgación y escepticismo, no es raro recibir
acusaciones por parte de personas inconformes con los cuestionamientos que se
elevan. Y ciertamente, de acusaciones no andan escasas, pues la historia del
conocimiento nos ha regalado varios momentos en que la búsqueda del mismo se
estructuró de una forma específica que no es bien recibida por todos. Así, es
probable que términos como “¡positivista!” o “¡cientificista!” salten pronto en
la conversación.
Lo
curioso es que ambos términos son usados de forma intercambiable por los
críticos, sin mucha precisión al respecto. Como si el cientificismo fuese lo
mismo que el positivismo, o que este último dio lugar al primero, o que ambos
fuesen una variación extrema del escepticismo. ¿Pero de verdad es así? ¿Se
trata de señalamientos válidos, o sólo es una impresionante exageración?
Quienes usan esos términos, ¿realmente tienen una comprensión de los conceptos?
Todo
esto puede generar confusión no sólo entre quienes critican las posturas
escépticas, sino también entre aquellos que realmente quieren entenderlas. Por
lo tanto, me parece que es importante hablar a detalle de los tres conceptos:
el positivismo, el cientificismo, y el escepticismo en general, de modo que
podamos confrontar de forma adecuada las acusaciones, pero también evaluar
nuestras propias posturas sobre la forma en que se genera y obtiene
conocimiento. No pretendo que sea un documento tan especializado, pero sí tengo
que incluir un lenguaje técnico importante para distinguir entre los conceptos.
¿Qué es realmente el escepticismo?
Empecemos
entonces por el escepticismo, que es el concepto, digamos, más amplio de los
tres. Por
escepticismo nos referimos a la disposición de duda acerca de las
afirmaciones de conocimiento en diferentes áreas. Se trata de retar la
fiabilidad de tales afirmaciones cuestionando sus principios y fundamentos
racionales, y evaluar así su grado de verdad. Es decir, el escepticismo es el
cuestionamiento parcial o total del saber humano. Se puede decir que todos
tenemos –o deberíamos tener- un sano nivel de escepticismo, y también que
existen formalmente una visión enfocada en cuestionar el conocimiento que va
más allá de la experiencia directa, a lo que llamamos escepticismo filosófico.
El
escepticismo ha tenido un papel importante en el conocimiento y el desarrollo
intelectual del ser humano a través de su historia, pues ha elevado objeciones
y cuestiones a diferentes movimientos filosóficos y desarrollos científicos, lo
cual condujo a propuestas que pudiesen resolver estas dificultades que se
presentaban. Es por ello que, si bien el concepto sigue siendo el mismo a
través de los siglos, el trabajo escéptico como tal ha tenido diferentes etapas
históricas.
Podemos
distinguir variedades del escepticismo
tanto por el enfoque de la duda como
por su extensión. Por enfoque tenemos el escepticismo
epistemológico, enfocado en el estatus epistémico de las creencias e ideas,
es decir, si son justificadas o racionales –un ejemplo sería la creencia de que
las vacunas causan autismo-; y el escepticismo
ontológico, que se enfoca en las creencias sobre la existencia de entidades
que se consideran problemáticas –por ejemplo, la creencia en dioses-. Por
extensión de la duda, tenemos el escepticismo
local, que se ocupan de creencias en un tema específico, como por ejemplo
objetos abstractos o tipos específicos de entidades –digamos, si puede existir
el Dios abrahámico-; y el mucho más común escepticismo
radical, que se dedica a la mayoría de nuestras creencias.
Hoy en día, gracias al trabajo de divulgadores científicos y pensadores escépticos en décadas recientes, entendemos principalmente el escepticismo a través de dos enfoques epistemológicos particulares, el escepticismo religioso y el escepticismo científico, al punto que cuando escuchamos la palabra “escepticismo” la asociamos con uno u otro. El escepticismo religioso se enfoca en cuestionar afirmaciones religiosas como la necesidad de la religión, el papel de la fe, el origen de la moral humana desde la religión, los logros y éxitos históricos de las religiones y sus instituciones, y por supuesto la existencia misma de los dioses. Por su parte, el escepticismo científico se ocupa de cuestionar la veracidad de afirmaciones científicas de acuerdo a la evidencia empírica detrás de ellas, por lo que se opone a hipótesis y prácticas en apariencia científicas, pero que carecen de evidencia que las respalde, las llamadas pseudociencias.
“Es la tensión
entre creatividad y escepticismo lo que ha producido los impresionantes e
inesperados hallazgos de la ciencia.”
Hay
que ser claros en algo: albergar la duda no es suficiente para considerarse
escepticismo. Robert F. Kennedy Jr. puede decir que las vacunas no son seguras,
y que podrían estar detrás de un supuesto aumento en los diagnósticos de
autismo, pero mantener dichas posturas ante la abrumadora evidencia empírica
que apoya que son seguras, y que el autismo tiene un origen prenatal y una base
genética, no es escepticismo sino dogmatismo y necedad. También es verdad que
el ejercicio de ser escéptico debe ser algo consciente y constante, y en eso no
acertamos todo el tiempo: no es raro encontrar personas que sean escépticas de
Dios o que defiendan que las vacunas son seguras, y que al mismo tiempo crean en
ovnis extraterrestres o rechacen el origen antrópico del cambio climático.
El
escepticismo no ha estado exento de críticas, como cuáles son los criterios
para determinar la veracidad de las experiencias sensibles y cómo los
establecemos, que se trata de una postura que acaba refutándose a sí misma, o
que ni siquiera es necesario. No obstante, a través de la historia el
escepticismo ha obligado a filósofos y pensadores a examinar y reevaluar sus
posturas, de modo que se supere el dogmatismo de las ideas, así que el
conocimiento resulta siempre mejorable y capaz de fortalecerse
¿Qué es realmente el positivismo?
Con
el positivismo, las cosas se ponen incluso más interesantes. El positivismo como movimiento fue una
corriente filosófica desarrollada por el filósofo francés Auguste Comte
(1798-1857), que tuvo una amplia difusión en la segunda mitad del siglo XIX. El
positivismo ronda en torno a dos afirmaciones básicas: todo el conocimiento
sobre cuestiones de hecho se basa en
datos empíricos “positivos” –es decir, derivados de la experiencia sensorial y templados
por la razón-, y que por fuera de los hechos se encuentran la lógica y las
matemáticas. Para que nuestras afirmaciones teóricas sean positivas, debemos
probarlas empíricamente contra la evidencia sensorial, de modo que cualquier
especulación sobre la naturaleza de la realidad que vaya más allá de lo
empíricamente comprobable se rechaza. De ahí que “positivismo” en un sentido
general también se refiera a cualquier sistema que se limite a los datos empíricos
y descarte la metafísica y las especulaciones a priori.
Volviendo
con el movimiento filosófico, el positivismo social de Comte se basa sobre dos
pilares importantes. El primero, el más conocido, es la ley de los tres estados, la cual afirma que la humanidad pasa a
través de tres estados sucesivos de desarrollo intelectual. En el primer
estado, el teológico, la mente humana busca explicar los fenómenos naturales
como intervenciones de agente sobrenaturales, llámense dioses o espíritus;
Comte criticaba este estado por su antropomorfismo y por ser proyecciones
primitivas de entidades de las que no puede verificarse su existencia. En el
segundo estado, el metafísico, las preguntas siguen siendo las mismas, pero los
agentes sobrenaturales tras el origen de los fenómenos son reemplazados por
entelequias o entidades abstractas; se podía considerar una mejora, pero Comte
lo cuestionaba por no ofrecer explicaciones genuinas, pues las primeras causas
se considerarían imposibles de responder. Finalmente, en el tercer estado, el
positivo, la mente humana deja de buscar las causas de los fenómenos,
enfocándose en las leyes que los gobiernan, y las nociones absolutas; la
humanidad sólo alcanza la madurez de pensamiento cuando se atiene estrictamente
al método científico como fuente de conocimiento, despojándose de las
pseudoexplicaciones de la teología y la metafísica.
El segundo pilar del positivismo social es la ley de clasificación de las ciencias. Para evitar la fragmentación del conocimiento, Comte clasificó de forma secuencial las seis ciencias fundamentales, desde lo general a lo particular, y desde lo más complejo a lo más simple. Además, teniendo en cuenta que las ciencias se habían desarrollado lo suficiente para manifestar tal diversidad, desarrolló el concepto de filosofía de las ciencias, el cual presentó de forma específica para cada ciencia fundamental. De tal modo, Comte desarrolló en orden una filosofía de las matemáticas, filosofía de la astronomía, filosofía de la física, filosofía de la química, filosofía de la biología, y filosofía de la sociología. A través de esta ley, no sólo se estructuraba la relación de las ciencias entre sí, sino que también les daba una dimensión histórica, reflejando el orden en el cual se desarrollaron, pues por ejemplo, la astronomía requiere de las matemáticas, de modo que cada ciencia se basa en aquella que la precede.
Con
el fin de abordar y superar algunas limitaciones del positivismo clásico, a
principios del siglo XX se desarrolló una transformación denominada positivismo lógico, llamada también empirismo lógico o neopositivismo, de la mano de filósofos como Moritz Schlick, Rudolf
Carnap y Otto Neurath. El positivismo lógico mantiene como clave el principio
de verificación –es decir, las afirmaciones son cognitivamente significativas
sólo si pueden ser verificadas a través de la observación empírica o su
tautología-, pero otorgando también importancia a la coherencia lógica de las
proposiciones y la formalización de métodos de verificación del conocimiento.
Para los positivistas lógicos, la lógica y el lenguaje tienen un papel importante
en la formulación de teorías científicas válidas, por lo cual se enfocaron en
la consistencia lógica de las proposiciones, de modo que la comunicación
científica sea precisa.
Tanto
el positivismo clásico como el positivismo lógico han recibido críticas
importantes, principalmente por el reduccionismo de los procesos dentro de una
ciencia a las relaciones y sistemas del campo precedente –por ejemplo, que los
organismos biológicos son reductibles a sistemas físicos-, el poco reconocimiento
a fuentes no científicas de conocimiento, su rechazo de la metafísica y la
rigidez de sus postulados. El enfoque verificacionista y los fundamentos del
positivismo lógico, en particular, fueron cuestionados severamente por
filósofos como Karl Popper, W.V.O. Quine y Thomas Kuhn. Obviamente su postura
secular y antiteológica es también criticada por teólogos y pensadores
religiosos, y es una razón por la que “positivista” se convirtió en uno de los
insultos más frecuentes hacia ateos y escépticos religiosos. Con todo, aún
existen hoy proponentes de un enfoque positivista epistemológico,
particularmente en ciencias sociales.
¿Qué es realmente el cientificismo?
Hablar
del cientificismo es hablar más de las críticas que recibe que de su propia
definición, precisamente por ser a menudo un término peyorativo, y no sólo por
parte de religiosos o psicoanalistas, pero eso no significa que no se pueda
hacer; por otro lado, la definición de cientificismo no es fácil, aunque
existen varias propuestas. Más que una postura, el filósofo Rik Peels define el
cientificismo como una tesis
epistemológica que postula que las ciencias naturales, como la biología, la
química y en particular la física, ofrecen una fuente confiable de creencia
racional o conocimiento, en contraposición a fuentes doxásticas de creencias
del sentido común –es decir, fuentes que no vienen de una verdad objetiva, sino
de la opinión subjetiva del individuo-, como la memoria, la intuición moral o
la introspección. Considero que es una definición lo suficientemente precisa
para partir desde ahí.
Los
orígenes del cientificismo se remontan hacia la Revolución Científica del siglo
XVII. Filósofos como René Descartes y Francis Bacon proponían que un
conocimiento del mundo físico podría permitir alcances tecnológicos que
ayudaran a los humanos a superar el hambre y las enfermedades, de modo que
ellos elevaban la razón y la lógica por encima de otros atributos como la
creatividad o la memoria. Posteriormente, en la Ilustración, se argumentó que
las ciencias naturales podían no sólo mejorar nuestra calidad de vida, sino
también nuestra moralidad, y por supuesto serían un reemplazo racional de las
supersticiones y religiones. Y ciertamente el positivismo clásico de Comte
puede considerarse como una forma temprana de cientificismo; hablaré de eso más
adelante.
Usualmente
se distingue entre dos tipos de cientificismo: el cientificismo débil, según el cual las ciencias son la mejor forma de obtener conocimiento,
y el cientificismo fuerte, que
defiende que las ciencias son la única
forma de obtener conocimiento. En un artículo de 2020 que propone usar
definiciones más caritativas del cientificismo a la hora de cuestionarlo, Johan
Hietanen et al son más detallados y distinguen cuatro categorías para el
cientificismo, teniendo en cuenta si la concepción de ciencia que se usa es
estrecha o amplia, o qué tan débil o fuerte es la afirmación cientificista que
se defiende:
(I)
Las ciencias naturales son la mejor
fuente de conocimiento, justificación y creencia racional. (Concepción
estrecha de ciencia/afirmación cientificista débil).
(II)
Las ciencias naturales son la única
fuente de conocimiento, justificación y creencia racional (Concepción
estrecha de ciencia/afirmación cientificista fuerte).
(III)
Las ciencias son la mejor fuente de
conocimiento, justificación y creencia racional (Concepción amplia de
ciencia/afirmación cientificista débil).
(IV) Las ciencias son la única fuente de conocimiento, justificación y creencia racional (Concepción amplia de ciencia/afirmación cientificista fuerte).
Tipos de cientificismo epistemológico, de acuerdo con
Hietanen et al (2020).
Si
la comparamos con la definición ofrecida por Peels, podemos notar entonces que
se acerca a lo descrito en las categorías (I) y (II). Los autores del artículo
afirman que tres de las categorías pueden ser falseadas y defendidas como tesis
razonables a través de principios metodológicos; sólo (II) debería ser
excluida. Con todo, eso no impide que dicha categoría haya sido defendida también
por algunos científicos en tiempos recientes –Hietanen et al ofrece ejemplos con
nombres para cada categoría-, y de hecho Peels técnicamente estructura su
propio artículo –que salió tres años antes a la clasificación de Hietanen et
al- para abordar precisamente si los argumentos planteados en defensa de (II)
tienen validez.
Y
hablando de cientificismo fuerte, tenemos que hablar sobre la definición
peyorativa de cientificismo, definida en el diccionario Merriam-Webster como “una confianza exagerada en la eficacia de
los métodos de las ciencias naturales aplicados a todas las áreas de
investigación (como en filosofía, las ciencias sociales y las humanidades)”.
Esta es una actitud frecuente entre divulgadores científicos y especialmente
aquellos asociados con el Nuevo Ateísmo, cuya defensa del papel de la ciencia
en la explicación de fenómenos naturales y el desarrollo humano tiende en
ocasiones hacia un desdén por las humanidades y las actividades no científicas,
a veces con críticas justificadas, pero también con insensateces.
Hay
que aclarar, no obstante, que la etiqueta de “cientificista” también es lanzada
a menudo como un insulto por parte de quienes sí que promueven ideas
pseudocientíficas, argumentos infalsables o explicaciones sobrenaturales, a
quienes no les gusta que sean señaladas sus inexactitudes e inconsistencias, por
lo que es una acusación que se puede recibir tanto por parte de un defensor del
diseño inteligente como de un homeópata, un filósofo postmoderno o un
psicoanalista.
La antifilosofía es por desgracia frecuente entre aquellos divulgadores cientificistas, pues consideran que la filosofía perdió su propósito una vez que se desarrolló el método científico y las ciencias maduraron hasta separarse en campos propios (recordemos la famosa afirmación del físico Stephen Hawking “la filosofía ha muerto”); al mismo tiempo, buscan generar respuestas desde la ciencia a cuestiones que pertenecen más al campo filosófico o ético –aunque ambos pueden estar informados por la ciencia-. Esto es fuente de críticas muy fuertes tanto por parte de filósofos y epistemólogos como de otros científicos, quienes cuestionan su uso de definiciones amplias y poco precisas del término “ciencia”, el reducir la ciencia básicamente a sus métodos, y la confusión de enfoque entre la ciencia y la filosofía como si ambas tuviesen el mismo objeto de estudio, un error categórico.
Ya
que llegamos a las críticas al cientificismo, sigamos con ellas. El principal
problema que suele identificarse es que se expande la definición de ciencia y conocimiento, pero la primera es un ensamblaje de prácticas tanto
epistémicas como sociales cuya construcción depende del momento histórico, no
sólo métodos e hipótesis, y el segundo puede incluir actividades e información
que no son producto de métodos científicos; así mismo, justificación tiene diferentes significados, muchos los cuales no
tienen nada que ver con ciencia, y los criterios para evaluar una creencia racional no se establecen
solamente por observaciones y experimentos. La ciencia no se puede tampoco reducir
simplemente o equivaler a razón y experimentación, pues diferentes
pseudociencias hacen uso –o mejor dicho, intentan
hacer uso- de ambos conceptos para defender sus posturas, y no por ello las
consideramos ciencia verdadera. Otra crítica del cientificismo es que muchos de
sus proponentes/defensores realizan afirmaciones dentro de ciertos campos que
van más allá del propio alcance de la ciencia, e intentar evaluar con
argumentos científicos hipótesis y propuestas que pueden ser mejor abordadas por
herramientas filosóficas –informadas por la ciencia, por supuesto-, como
modelos multiversales, la aplicación de conceptos evolutivos a la
epistemología, y marcos éticos como el reduccionismo de la ética a la evolución
o la teoría de paisaje moral, dando lugar a una serie de confusiones
conceptuales.
Con
todo, no es como que el cientificismo en general sea una postura completamente
nociva e indefendible; de hecho, la mayoría de las críticas comentadas aquí se
enfocan hacia las definiciones más fuertes del mismo, (II) y (IV). Si bien dichas
variantes se hacen insostenibles, como describe Peels, es posible hacer un caso
por un cientificismo más moderado, que destaque la importancia de las ciencias
como fuente de conocimiento sin devaluar el papel de otras formas de generar
conocimiento. Por supuesto, esto implica también que esas otras formas (dígase
filosofía, sociología o humanidades) pueden servirse de la información
científica para abordar cuestiones, al mismo tiempo que la ciencia puede apoyarse
en consideraciones nacidas de otras fuentes de conocimiento en temas complejos.
Ahora,
no piensen que estoy abogando por una suerte de anarquismo epistemológico donde
“todo vale”, o se debe equiparar el método científico con la intuición o peor,
el mito. Nada de eso. No se trata de suspender la importancia de los métodos
científicos o la consideración de la evidencia disponible; la búsqueda de fármacos
se ha beneficiado del conocimiento tradicional de otros pueblos sobre
herbología, por ejemplo, pero descubrir el principio activo detrás de esos
tratamientos requiere de un importante proceso científico de examinar los
compuestos dentro del material de análisis. Lo que digo es que las ciencias naturales y campos
como las ciencias sociales pueden beneficiarse de cierta interacción entre
ellas, de modo que puedan enriquecerse mutuamente. Ese es el tipo de
cientificismo al que deberíamos aspirar, no la arrogancia filosófica que nos encontramos
con frecuencia.
¿Cómo se relacionan entre sí?
Algunos
lectores habrán notado que existen similitudes entre el positivismo y el
cientificismo, y que el escepticismo parece ser un elemento importante dentro
de ambos conceptos. Vale la pena observar entonces cómo se relacionan entre sí,
qué los distingue, y qué podemos extraer de ello.
De
entrada, el positivismo puede verse como una forma temprana de cientificismo
fuerte, una sobre todo enfocada en el empirismo. Esta es otra razón por la que
“positivista” es una acusación frecuente contra científicos y escépticos en
divulgación, casi siempre por parte de personas que no aprecian mucho cuando
los métodos científicos ponen en duda sus afirmaciones. Pero hay que saber
dejar claro que el positivismo es una forma de cientificismo, mas no el único
tipo de cientificismo existente. Es decir, todo positivista es un
cientificista, pero no todo cientificista es positivista.
Una
diferencia entre ambos es su relación con el conocimiento y las actividades no
científicas. Para el positivismo, el método científico es la única guía para la
madurez intelectual del ser humano, de modo que otros campos son formas
imperfectas de conocimiento, o no constituyen conocimiento en absoluto, y por
ello promueven introducir el método científico en dichos campos. En contraste,
el cientificismo –al menos las variantes débiles- reconocen el valor de otras
fuentes de conocimiento y actividades, sólo que ponderan las ciencias
(naturales) como una fuente superior. No exigen que se implemente el método
científico en todo campo del conocimiento, pero sí que varias de ellas podrían
beneficiarse del conocimiento obtenido a través de las ciencias.
Derivado de lo anterior, otra diferencia importante entre el positivismo y el cientificismo es el tratamiento que da a la metafísica. Como mencioné antes, una característica clara del positivismo es su feroz rechazo a explicaciones metafísicas y especulaciones por fuera del método científico, al punto que positivista es una forma de referirse a cualquier sistema empirista que ignore la metafísica. Por su parte, el cientificismo puede reconocer y aceptar la metafísica, en particular a través de un naturalismo metafísico, el cual postula que la realidad está gobernada por principios y elementos que pueden ser comprendidos a través de los métodos de la ciencia, de modo que descarta explicaciones sobrenaturales.
¿Qué
hay del escepticismo? La verdad es que este es un concepto separado del
positivismo y el cientificismo. Es menos una tesis o una corriente de
pensamiento y más una posición filosófica/epistemológica. Por otro lado, sí se
relaciona con ambos en el hecho de que el escepticismo es una actitud necesaria
dentro del quehacer científico, que nos permite no sólo abordar y cuestionar
afirmaciones extraordinarias, sino también evaluar periódicamente las propias
posturas y afirmaciones científicas, mejorándolas y fortalecerlas. Para
sintetizar, entonces, podemos decir que el cientificismo contiene el
positivismo, este último es un subconjunto del cientificismo que comparte
características con este pero con elementos propios, y el escepticismo es
diferente a los dos.
Otra
recomendación que puedo hacer es no desdeñar de inmediato las acusaciones de
“cientificismo”. Sí, es cierto que muchas de ellas provienen de oponentes
ideológicos, charlatanes o relativistas que no distinguen cientificismo de
positivismo, pero también es verdad que existen críticas importantes y
razonables sobre el giro cientificista fuerte en algunos científicos y
divulgadores. Estar atentos a estas últimas permite someter a examen nuestras
propias tesis cientificistas y desechar los argumentos que debilitan su
coherencia y alcance.
Conclusiones
Al
final del día, ¿por cuál deberíamos abogar? Definitivamente, seas o no
cientificista, el escepticismo es una posición que deberíamos defender y nutrir
en nuestro día a día; es importante cultivarlo para saber enfrentarnos a
afirmaciones pseudocientíficas y fantasiosas, como curas milagrosas,
manifestaciones de espíritus, ovnis o incluso proyectos políticos de corte
irracional. Por su parte, el cientificismo puede tener mucho de mote impopular
en estos días, pero me parece muy importante apropiarnos de un cientificismo
moderado, que identifique las ciencias naturales como una fuente importante de
conocimiento y creencias racionales, quizás la mejor, y pueda respetar el papel
de otras fuentes, de nuevo proponiendo cierto nivel de sinergia entre ambos. Y
podrán deducir de esto último que recomiendo alejarse del positivismo y
aquellas formas fuertes de cientificismo que ponen a las ciencias en un estatus
excepcional como fuente de conocimiento; me parecen nefastas para la recepción
y el desarrollo de la propia ciencia.
Por
supuesto, cada uno puede consultar lo presentado aquí, ampliar su conocimiento
sobre el tema con otras fuentes, y formarse su propia opinión. Por mi parte,
quedo tranquilo dejando un texto práctico que ayude a entender bien los
conceptos de los que hemos estado hablando, y evitar así confusiones futuras.
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