Perros peligrosos: un peludo dilema ético
Introducción
El perro. Quizás el más emblemático de los animales domésticos, es el arquetipo de las mascotas. Para muchos, encarna cualidades como la fe, la lealtad y la humildad; para otros, rasgos oscuros como la muerte y la suciedad. Son una parte importante de la historia del ser humano, y para millones de personas alrededor del mundo, uno más de su familia. En los miles de años que llevamos conviviendo con ellos, nuestra relación ha sido mutuamente provechosa, pero también abusiva, y en no pocas ocasiones, peligrosa.
Hace unas semanas, se hizo eco de la noticia de un perro de raza pitbull que mató a otra mascota frente a su dueña en el sector de Soacha, en Bogotá, mientras iba paseando sin correa ni bozal, ambos elementos que se supone son reglamentarios con los ejemplares de razas “potencialmente peligrosas” en Colombia. Esto se sumó también al caso de una niña de tres años que fue asesinada el mes pasado por dos perros -también pitbull-, y revivió el viejo debate de si deberíamos seguir reproduciendo razas peligrosas por un riesgo inherente a su naturaleza, o si los accidentes y fatalidades en torno a ellas es consecuencia exclusiva de la irresponsabilidad de sus dueños humanos.
Como
muchos temas relacionados con la domesticación, uso y explotación de otras
especies, la discusión a menudo evita fijarse en matices que serían útiles para
comprender mejor la problemática, a fin de sugerir soluciones más provechosas,
tanto para nosotros como para los caninos. He visto tanto personas asumiendo
que las “razas peligrosas” son las peores, o que es de estúpidos creerlos
mascotas, como otras asegurando que sólo se está proponiendo un “genocidio”
comparable a la Alemania nazi, el clásico ad
Hitlerum cuando hablamos de temas incómodos en biología y conservación
(porque sí, los perros urbanos y ferales también hacen parte de estos campos).
Así
que para ser realmente justos con un animal que, al fin de cuentas, no es más
que lo que el ser humano ha buscado que sea, necesitamos hablar primero de cómo
se dio la domesticación del perro, del papel de la selección artificial en las
características de las “razas peligrosas” y, al final, la cuestión ética sobre
la reproducción de estos y otros linajes caninos, no sólo por el riesgo que
suponen para nosotros, sino también por el bienestar individual de los canes.
El origen del mejor amigo del hombre
Como muchos ya sabrán, el perro es una subespecie doméstica del lobo gris (Canis lupus), en concreto Canis lupus familiaris. Sabemos, por hallazgos arqueológicos y estudios genéticos, que es probablemente el primer animal domesticado por los grupos tempranos de cazadores-recolectores humanos, pero no es del todo claro cuándo inició su domesticación. Tenemos claro, eso sí, que el ancestro de los perros divergió genéticamente de los lobos modernos hace unos 30.000-40.000 años, poco antes del Último Máximo Glacial (20.000-27.000 años atrás), y que los hallazgos arqueológicos más tempranos confirmados anatómica y genéticamente como un perro doméstico, una mandíbula extraída de una cantera de basalto en Alemania, datan de hace 14.200 años. Otros registros un poco más antiguos son motivo de debate, pero en general los restos de perros domésticos pueden distinguirse de lobos salvajes por un cráneo más corto, y una dentadura más pequeña y estrecha.
Dónde
y cómo ocurrió la domesticación también es un poco confuso. Los análisis
genéticos poblacionales sugieren que el origen del perro doméstico debió darse
en Eurasia, probablemente en la zona siberiana de Asia Central, el este
asiático y el occidente de Europa; un estudio de 2022 (Bergström et al.) con
los genomas antiguos de 72 lobos a lo largo de los últimos 100.000 años sugiere
un origen genético dual para los perros, el este de Eurasia y África/Cercano
Oriente. Tal hallazgo indica que, o bien se dieron dos procesos distintos de
domesticación, o una mezcla genética de los antecesores del perro con
poblaciones locales de lobos que dio lugar a los perros que conocemos hoy.
En cuanto a cómo se inició el contacto entre especies, las hipótesis sobre la socialización del lobo (es decir, su integración con la sociedad humana previo a su domesticación) se centran en tres escenarios que asumen una vía comensalista, donde los ancestros de los perros se acercaban por beneficio a las comunidades humanas, pero sin ofrecerles inicialmente ventajas o prejuicios. La hipótesis de la hoguera propone que los lobos menos agresivos probablemente eran atraídos a los campamentos humanos por el olor de la carne cocida, se alimentaban de los restos descartados y con el tiempo establecían su territorio asociados a los campamentos, mientras que los humanos se beneficiaban de sus aullidos en caso de algún peligro cercano. Por otro lado, la hipótesis de los lobos migratorios sugiere que algunas manadas de lobos seguían de cerca las migraciones de los humanos, aprovechando que estos seguían a su vez poblaciones de herbívoros, y cuando las comunidades empezaron a adoptar caballos, renos y otros ungulados, los lobos tomaban para sí los miembros más débiles de los rebaños, manteniendo la salud del trabajo de los futuros pastores. Finalmente, la hipótesis de la partición del alimento argumenta que, durante los duros inviernos del Último Máximo Glacial, donde las plantas eran escasas, los omnívoros humanos preferían alimentarse de la carne en el cráneo y los huesos de las patas, donde tenían más depósitos de grasa, por lo que debían cazar una mayor proporción de presas para cumplir con los requerimientos nutritivos, y el exceso de proteína animal era suficiente para alimentar a los antecesores de los perros, quienes se acercarían entonces a los humanos durante estos períodos, sin necesidad de competir.
Sea cual haya sido el origen de contacto, esto hace al perro una especie doméstica particular, pues significa que sería objeto desde su origen de una selección social, en el sentido de que aquellos lobos con una respuesta más curiosa que agresiva al encontrarse con el ser humano, y con un sentido más fuerte de altruismo y cooperación, fueron quienes se vincularon poco a poco con nuestra especie por mutuos beneficios, y de allí dio origen a la mascota fiel y leal que conocemos. Físicamente, identificamos en el perro aquel conjunto de rasgos fenotípicos que Charles Darwin describiría como síndrome de domesticación: una menor talla comparada con su pariente salvaje, dentadura más pequeña, mayor frecuencia de color agutí (donde cada cabello tiene dos o más bandas de color, formando parches de distinta coloración), menor volumen cerebral, pelaje más corto, orejas caídas, colas con deformidades y mayor docilidad.
A
través de los siglos, diferentes variedades de perros surgieron a través de la selección artificial, escogiendo
individuos con rasgos que los humanos consideraban más deseables para un
determinado fin y apareándolos entre sí, seleccionando entonces los
descendientes con aquellos rasgos más “puros” para seguir reproduciéndolos.
Así, se desarrollaron perros por rasgos de pelaje, por una talla más o menos
pequeña, una mayor velocidad, por mayor agresividad y fuerza de mordida…
Actualmente, se reconocen unas 450 razas oficiales de perros alrededor del
mundo, y si bien muchas de ellas tienen orígenes que datan de hace siglos, se
reconoce por genética y registros históricos que la mayoría de variedades que
conocemos hoy vienen de unos pocos parentales en los programas estandarizados
de selección del siglo XIX, y que sólo unas 9-13 razas (como el Husky
siberiano, el Malamute de Alaska, el Shiba Inu o el Saluki de Medio Oriente) hacen
parte de un linaje genéticamente divergente de las razas modernas, por lo que
se consideran verdaderamente “antiguas”. Otro estudio reciente ha encontrado,
como respaldo a esta idea, que estas razas consideradas más “antiguas” tienen
una respuesta más fuerte a las vocalizaciones de lobos, tal como habrían
actuado sus antecesores.
Si bien hace décadas que muchas razas dejaron de ser utilizadas en los oficios para los que fueron criadas, los perros siguen ejerciendo un papel importante en actividades humanas. Tenemos perros ovejeros, guardianes de fincas, policías, detectores de drogas, lazarillos, animales de apoyo… También se les presenta en concursos de belleza, se les tiene como símbolos de estatus, como un hijo de cuatro patas (a veces de forma sana, otras no tanto), y un amigo más. Actualmente, se calcula que la población de perros alrededor del mundo es de unos 900 millones de individuos, sin contar los aproximadamente 300-500.000 ejemplares del dingo australiano (un linaje antiguo de perro feral, otrora considerado una especie natural). Con una población tan masiva, es de entender aún más la influencia del perro dentro y fuera de la sociedad humana.
Por
desgracia, esto también significa que la interacción con los perros no siempre
es beneficiosa. Las poblaciones de perros ferales (asilvestrados) son un
problema sanitario y ecológico en varios países, amenazando por caza o
transmisión de enfermedades como rabia y distémper la supervivencia de especies
como huemules en Chile, licaones y leones en África y leopardos de las nieves
en la meseta del Tíbet. Los animales callejeros representan amenaza para
especies silvestres pequeñas adaptadas ambientes urbanos, y son los principales
transmisores de rabia en el ser humano. Y desafortunadamente, muchos
individuos, tanto domésticos como callejeros, se encuentran detrás de las
muertes directas de personas alrededor del mundo, lo que ha generado un estigma
pesado sobre la crianza y manejo de ciertas razas.
¿Qué tan peligrosas son las “razas
peligrosas”?
Cada año, millones de personas son mordidas por perros alrededor del mundo (cerca de 4,5 millones tan sólo en EE.UU.). Como decía antes, son responsables de más del 90% de los casos de rabia en humanos alrededor del mundo, y si bien las fatalidades por ataques de perros no son tan frecuentes a nivel estadístico, no deja de ser un problema identificado desde hace décadas, en especial con determinadas razas. Si miramos diferentes meta-estudios y análisis estadísticos sobre ataques de perros, dentro del porcentaje de casos donde se identificó la raza del animal (21-31%, dependiendo del estudio), más del 60% corresponden a las llamadas razas potencialmente peligrosas (RPP). En una revisión entre 1980-2016 en Estados Unidos, mientras que el pastor alemán representaba el mayor número de ataques antes del 2000, a partir de este período son los pitbulls quienes dominan el submuestreo (37,5%). Y otro meta-análisis enfocado en siete estudios de lesiones faciales pediátricas identifica como los responsables más prevalentes a pitbulls en al menos cinco de ellos (27.2-50,4%, dependiendo del estudio), con importantes números también en pastores alemanes, rottweilers y labradores.
Pero
si vemos directamente más información en torno a la agresividad y el factor
predictivo de la raza en la agresividad de un perro individual, la información
es menos sesgada hacia las variedades estereotipadas como RPP. Estudios
genómicos enfocados en la predicción y heredabilidad
de la conducta en diferentes razas evidencian que, si bien la mayoría de los rasgos
conductuales en un perro son heredables (h2>25%),
y que algunos loci genómicos pueden asociarse a algunos problemas conductuales
o una mejor entrenabilidad, no permiten diferenciar de forma rigurosa la
conducta entre razas, no son buenos
predictores del comportamiento individual de un perro, y la raza en sí no
es informativa de rasgos poco heredables como un mayor umbral agonista (es
decir, cuán fácilmente es provocado un perro por estímulos incómodos), ni
siquiera teniendo en cuenta RPP como los temidos pitbulls. Los rasgos
conductuales que asociamos típicamente a las razas de perros son poligénicos,
fuertemente influenciados por factores ambientales (crianza, por ejemplo) y se
encuentran en todas las razas. En otras palabras, aunque no es totalmente
descartable, el mayor peligro asociado a las RPP no es concordante con
variaciones genéticas que los hagan especialmente agresivos.
Otro trabajo de 2008 enfocado en 33 razas, el cual dividió los valores de agresividad en cuatro subescalas (agresión dirigida a extraños, dirigida a dueños, dirigida a otros perros y rivalidad entre perros dentro de una misma casa), basados en una encuesta de conducta canina, sí encontró que algunas razas son contexto-específicas en su agresión. Por ejemplo, las razas de tamaño mediano a pequeño, como el Dachshund, el chihuahua y el Jack Russell Terrier, mostraron en promedio una mayor agresión seria dirigida hacia humanos, fuesen extraños o sus propios dueños; en comparación, los pitbulls sólo registraron ser más agresivos que el promedio hacia perros desconocidos, y los Rottweilers son más agresivos territorialmente hacia extraños.
Un
estudio reciente mucho más amplio en Finlandia, comparando perros con
agresividad registrada hacia humanos con ejemplares que no, encontró que,
además de la raza, otros factores asociados a una tendencia más agresiva fueron
la mayor edad, un menor tamaño corporal, el sexo, la ausencia de otro perro
familiar, y ser la primera mascota de un dueño. Curiosamente, las razas con
mayor probabilidad de conductas agresivas en este estudio fueron unas poco
asociadas con RPP: Rough Collie, el Poodle miniatura y el Schnauzer miniatura.
Al mismo tiempo, reflejó que el labrador es una de las razas con menor
probabilidad de agresividad, a pesar de ser uno de los mayores responsables de
ataques a humanos.
¿Qué
es lo que ocurre entonces? Si de momento, la genética no parece ser un factor
concluyente en la agresividad de una raza de perro, ¿por qué la mayor parte de
fatalidades se asocian a unas pocas RPP?
En
primer lugar, como bien apuntan los estudios mencionados, hay un fuerte
componente ambiental en la conducta de un perro, entendiendo por “ambiente” aquellos
elementos externos al animal individual y su fisiología y genética. En
específico, la crianza y el manejo del
dueño humano. Muchas veces, los perros responsables de ataques pertenecen a
dueños primerizos, que no tienen experiencia con una mascota, o aquellos
irresponsables que no les importa mucho el carácter de una mascota. Es muy
plausible que, en parte, la mayor tendencia a problemas de conducta vista en
razas de tamaño medio o pequeño se deba a que el dueño por lo general no le
presta mucha atención, ya que “tá chiquito”, y no se ocupa de corregirlo; con
un perro de mayor talla, es más notable el riesgo de un incidente, y
tristemente la irresponsabilidad pesa aún más.
Por
otro lado, relacionado con lo anterior, si bien no hay variaciones genéticas
que se correlacionen, también es claro que hay diferencias conductuales entre
razas, y entre ellas la dirección de una
respuesta agresiva. Como se ve, razas como los pitbulls tienden a ser más
agresivos en presencia de perros desconocidos, mientras que la agresividad de
los rottweilers hacia extraños se compone de respuestas asociadas a una defensa
territorial, y eso es algo que probablemente muchas personas desconocen, tengan
o no un ejemplar de aquellas RPP. Un perro de gran talla y fuerza con un dueño
primerizo o de poco carácter, entonces, tendrá grandes probabilidades de atacar
a un tercero en un escenario que dispare su conducta agresiva.
A esto consideremos además el hecho de que muchas de las razas causantes de accidentes suelen ser ocupadas en oficios como perro policía, militar o como vigilante, todos escenarios que aumentan la probabilidad de los ataques registrados. Y se estarán preguntando: si razas como los Collies o los labradores son más agresivos y responsables de muchos ataques a humanos, ¿por qué las muertes registradas son principalmente asociadas a pitbulls o Rottweilers? Porque no es lo mismo que te muerda un labrador a un pitbull, y es aquí donde tenemos que tener en cuenta la selección artificial de los rasgos de estas razas.
El Pitbull Terrier Americano, la raza comúnmente identificada como pitbull de modo coloquial, es uno de los linajes descendientes de una variedad ya extinta de perro llamada pit and bull, que se obtenía cruzando bulldogs y terriers, y la cual era criada en particular para deportes sangrientos como combates con toros y peleas de perros, muy populares en el siglo XIX. Por ello, se buscaba que el animal tuviese no sólo agilidad y ferocidad, sino también una mandíbula más robusta para una poderosa mordida; tales rasgos se mantienen en las razas con el nombre pitbull o Bull Terrier, así como el dogo argentino y el American Staffordshire Terrier. En el caso del Rottweiler, según estándares internacionales, el linaje del que surgió viene de tiempos romanos, y en Alemania se le criaba principalmente para cuidar el ganado y tirar de carretas cargadas de carne hacia el mercado, por lo cual también se seleccionó para una mordida fuerte y una poderosa musculatura.
Resumiendo,
los principales factores detrás de los ataques letales de RPP son: una crianza
y educación inadecuada de los animales, diferencias entre razas en lo que
genera una agresión, y características físicas que incrementan el daño.
Entonces, cuando una de estas RPP muerde a una persona o a otro perro, no sólo
será mucho más agresiva en sus acciones (dependiendo de la raza), sino que se
aferrará de forma más tenaz, generando lesiones más serias. Por ello, si bien
soy enfático en que los estudios indican que la raza de un perro no lo hace
intrínsecamente peligroso, sí que hay factores potenciales por los cuales no
cualquier persona está preparada para tener alguna de las RPP.
¿Hay
medidas para afrontar este problema, aparte del bozal y la correa? Primero que
nada, imperativo que perros de RPP tengan un adecuado entrenamiento y
socialización previos a su compra o adopción, con los estándares adecuados por
supuesto (no olvidemos que, en otros tiempos, se solía ser bastante cruel con
ello). Por otro lado, como sugieren las evidencias, es necesario que estas
razas sean manejadas por personas que no sólo tengan experiencia con mascotas,
sino que además tengan el carácter para manejar el comportamiento de un perro
agresivo o desconfiado. Y se podría seguir el ejemplo de legislaciones como las
de España, donde más que el concepto de RPP, se tiene en cuenta la conducta
individual del perro en el requerimiento de bozal, sea cual sea la raza.
El elefante en la habitación:
¿debemos dejar desvanecer ciertas razas?
Habiendo llegado hasta este punto, es innegable las mayores tasas de muertes por ataques de perros asociadas a RPP, por lo que muchas personas sugieren que es mejor ir desincentivando su reproducción, y que poco a poco desaparezcan. No son las únicas razas de perros de las que se propone esto, y genera distintos tipos de reacciones, pues implican consideraciones éticas y morales sobre nuestra relación con el perro como animal doméstico en general.
En
general, las motivaciones para apostar por esta medida son seguridad humana y
bienestar animal. Creo que es bastante claro lo que significa lo primero, y en
cuanto a bienestar animal, pues tenemos que hablar de una consecuencia negativa
de la selección artificial y la reducción de diversidad genética necesarias
para la cría de razas. Los perros son susceptibles a muchos problemas cardíacos
y oculares de origen genético, y son muy conocidas afecciones comunes a ciertas
razas, como la torsión gástrica en el gran danés y el pastor alemán, la
displasia de cadera y cardiomiopatías en razas grandes, von Willebrand en el
Doberman Pinscher, y tendencia a desarrollar ciertos tipos de tumores. Todas
estas son tendencias de salud que vienen de la endogamia requerida para
mantener las razas con esos rasgos comunes que encontramos “deseables” o
“apropiados” de ellas.
Lo que me lleva a un grupo de razas con un conjunto de rasgos que acrecientan problemas de salud: los perros braquicéfalos, es decir, aquellas razas de cara corta y cráneo ancho, como el bulldog, el pug o el boxer. Estas razas suelen desarrollar problemas respiratorios que en conjunto se conocen como síndrome braquicéfalo (narinas estrechas, paladar blando elongado y tráquea reducida), y que pueden conducir a la muerte de perros dentro de estas razas. También, otros problemas como maloclusión dental, exoftalmia (ojos protuberantes) y problemas de apareamiento y parto, por lo cual muchas hembras suelen requerir cesárea. Debido a esto, varios países han prohibido la cría selectiva de razas braquicéfalas, pues lo consideran maltrato animal. ¡Algunas no son capaces de sobrevivir siquiera como ferales! Y si pensamos, muchas de estas como el pequinés o el pug son mantenidas básicamente por criterios estéticos y lo “adorables” que se ven muchos con su carita de amargado, ojos saltones y pasitos cortos. ¿El bienestar individual del perro? De paseo.
Reiterando, la clave del éxito en la cría selectiva, los rasgos genéticos que se buscaban en las razas por un interés determinado, es lo que ha conducido también a los problemas de salud que muchas suelen presentar. Y es de esperar, pues en aquella época no teníamos muchas nociones sobre el origen de la herencia en seres vivos, y poco sabíamos lo que podíamos generar con esos cruces endogámicos. Por suerte, la solución no es difícil de visualizar: cruzar individuos de diferentes razas, para reducir la depresión endogámica de sus genes, y la probabilidad de desarrollar condiciones de salud de origen genético. Y directamente, cesar la cría selectiva de aquellas razas con un conjunto de problemas de salud asociados a sus rasgos físicos, como los mencionados braquicéfalos.
“Pero,
si ampliamos el parentesco genético de las razas, ¿no perderían entonces los
rasgos por los que las seleccionamos”. Así es. Poco a poco, tendríamos pitbulls
con menos tendencias agresivas, o daneses para los que la torsión gástrica sea
un “tal vez” en lugar de “bastante probable”. ¡Oh! Quizás, entonces, irían
perdiendo algunas señales físicas por las que los reconocemos. Ya no podríamos
entonces considerarlas razas “uniformes”, y algunas, si no es que muchas o
todas, acabarían por desaparecer. Sin embargo, ¿sería eso tan terrible?
De
forma triste, son algunas entidades responsables del registro de las razas y su
pedigrí quienes más se oponen a este tipo de medidas. Ahora, pensemos: ¿por qué
mantenemos en primer lugar esos programas de selección de razas? Muchas de
ellas ya no son empleadas en los oficios de antaño, y algunas existen única y
exclusivamente por criterios estéticos que no consideran el bienestar
individual del perro. ¿No sería más ético, entonces, hacer cruces teniendo en
cuenta necesidades y beneficios del futuro animal? ¿No podría un perro similar
a un pitbull, pero de naturaleza más dócil, llevarse mejor con las personas y
otros perros, y así maximizar su bienestar? ¿Y qué le importaría a él, al husky
de mi vecina o al perro negro que pasea por la loma cercana el pedigrí de sus
antepasados?
He
visto que algunos encuentran ególatra y casi blasfemo el concepto de dejar
desaparecer algunas razas. Porque nos privaremos a nosotros y nuestros descendientes
de conocer criaturas hermosas, porque jugamos a Dios con la idea de decidir el
destino de algunas razas, porque suena sospechosamente eugenésico y
fascistoide. No me sorprenden esas inquietudes, pues se alinean con la empatía
que podemos sentir por otras criaturas. Pero no son realistas, y son de hecho
menos bioéticas de lo que se pretende; de hecho, la primera es netamente
egoísta y descaradamente antropocéntrica.
La segunda es improcedente. En principio, porque estamos hablando de una subespecie doméstica, que existe porque nosotros tomamos aquellos ancestros que se acercaron a los primeros humanos y los socializamos. Y seamos francos: jugamos a ser dioses cuando empezamos a cruzar y seleccionar individuos para formar las razas de acuerdo a nuestras necesidades y caprichos humanos. Las tendencias agresivas y probabilidades de mala salud que vemos entre razas de perros son nuestra responsabilidad, y por compromiso con el bienestar de futuros ejemplares tenemos que intervenir. Es un poco discordante haber alterado la variabilidad genética en las poblaciones de un animal doméstico por visiones utilitarias, y luego pretender que sea la naturaleza o el futuro el que resuelva todo, como si de especies naturales se tratase –sin mencionar que muchas especies naturales en sí apenas sobreviven por causa nuestra, pero también por los esfuerzos para salvarlas-.
La
tercera es engañosa, pues de nuevo, estamos hablando de animales domésticos, no
de un grupo poblacional humano señalado y perseguido por criterios de odio. Y
no se está proponiendo sacrificar a cada perro de una RPP. De nuevo, la razón
por la que se sugiere que haya más crías exogámicas (entre distintas razas) es
para reducir así la probabilidad de que futuros animales desarrollen problemas
de salud. Mantener su “pureza” puede llegar a ser individualmente costoso para
la vida de un perro, y difícilmente compatible con una vida digna, sin abrir la
lata de gusanos que son los abusos en la cría selectiva. No tenemos ningún imperativo moral para elegir
continuar con programas de cría que incrementan la probabilidad de defectos
genéticos y enfermedades, más allá de una absurda nostalgia por dejar de ver
aquellas razas que consideramos tan emblemáticas.
Pero
las mascotas no desaparecerán. Los perros no desaparecerán. Incluso, algunos
rasgos como la coloración o la dentadura no desaparecerán de la noche a la
mañana. Simplemente, tendremos individuos un poco más uniformes en rasgos, o lo
bastante diferenciados físicamente sin que ello conlleve inconvenientes en su
salud y su bienestar. Y me parece un objetivo lo bastante ético como para que
valga sacrificar nuestros placeres estéticos. ¿No son los perros, después de
todo, nuestros mejores amigos?
Conclusiones
Si
alguno ha llegado a esta entrada preguntándose si deberían o no adoptar un
perro de una RPP, no se inquieten: no es mi intención pontificar al respecto.
Cualquier perro es digno de cariño, y sabrá corresponder al cariño de su dueño,
incluso siendo de aquellas razas tan estigmatizadas. No obstante, que eso no
los haga perder de vista que estas tendrán un temperamento particular y
conductas un poco más conflictivas en diferentes escenarios, y si usted no
tiene el tiempo o la capacidad de no sólo cuidarlo sino educarlo o corregirlo,
quizás es mejor que deje ese can para una persona más preparada, tanto por su
propio bienestar como el del animal.
Al final, estamos hablando de animales que nos acompañan desde tiempos antiguos. Han sido compañeros en nuestros éxitos y conflicto. El perro es un animal increíble, tan fiel y abnegado que puede hacer muchas cosas por un ser humano. Después de siglos de usarlo, explotarlo y cruzarlo sin miramientos, es tiempo de que empecemos a ser igual de fieles y abnegados por su bienestar, incluso por encima de nuestros deseos particulares.
Fuentes
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Adenda: un tinto para la vigilia
Este
es un mensaje un tanto personal, y es para comentarles que me he abierto un
perfil en Ko-fi. Por diferentes motivos, me encuentro con muchas dificultades
económicas y de momento sin un trabajo estable, algo que también ha influido en
el ritmo del blog, como habrán notado. Y aunque disfruto mucho hacer las
entradas, y las escribo principalmente para compartir mis ideas, lo cierto es
que demandan tiempo y atención.
Así que, si les gusta mi contenido, que intentaré mantener más seguido, y desean apoyarme, pueden hacer un aporte voluntario en mi página de Ko-fi: El Pensador Sereno. No tienen idea de lo mucho que les agradecería. Iré pensando en los próximos días en generar algo de contenido también en ese perfil para endulzar el apoyo, pero de antemano doy gracias por su atención.
Una vez leí que los animales domésticos nos agradecerían si supieran que, debido a nosotros, se han convertido en las especies más exitosas que han existido, por su gran aumento de número y expansión de espacio ocupado. Pero el costo que ha tenido eso y las razones por las que lo hicimos, no lo valen.
ResponderEliminarTransformar nuestro entorno por supervivencia es una cosa, pero hacerlo por comodidad o por simple capricho, ya no me parece tan aceptable.
Y otra cosa. No entiendo cómo alguna gente encuentra lindos a los pugs y similares...si son horribles xD