Comprendiendo la importancia de la sexta extinción

 


Como especie, los humanos somos en ocasiones bastante contradictorios. Podemos aceptar que surgimos a partir de procesos evolutivos, pero nos cuesta reconocer que eso implica que no es necesaria la mano de un Creador detrás. Nos sentimos criaturas excepcionales, y aun así decimos que es imposible que afectemos el mundo que nos rodea. Y podemos asimilar lo que pasó hace miles, o incluso millones de años, pero aceptar que, en unos pocos cientos, o incluso unas pocas décadas, podemos crear un impacto devastador que perdure por mucho tiempo, se nos hace inconcebible.

Tal vez es por ello que, a pesar de la abundante evidencia al respecto, nos cuesta creer que la actual crisis en la biodiversidad del planeta es culpa nuestra, o que puede ser más devastadora de lo usual. Después de todo, cuando revisamos con lupa los cerca de 3700 millones de años de presencia de vida en la Tierra, nos topamos con que a lo largo de ese tiempo se han presentado cinco extinciones masivas, con vastas consecuencias para la biodiversidad en el planeta. En ese orden de ideas, quizás podamos pensar que la actual problemática, donde se estima que las poblaciones de más de cinco mil especies están reduciendo sus poblaciones en un 69% en todo el mundo, es simplemente un proceso natural que en últimas puede ser resistido por los ecosistemas.

Puedo entender en principio las razones por las que dicha evidencia puede, si bien no dar un parte de tranquilidad, al menos quitarnos algo de responsabilidad u ofrecernos cierta esperanza por el futuro. Y no es raro pensar así. Sin embargo, si revisamos detenidamente no sólo el ritmo de la reducción actual de biodiversidad, la cual es considerada por expertos como la sexta extinción, sino además las extinciones masivas de antaño, comprenderemos que estamos teniendo una confusión en las escalas de tiempo con las cuales evaluamos todo, y en general la importancia de nuestra presencia en el proceso actual.

Primero expliquemos bien los conceptos. Una extinción masiva (conocida también como evento de extinción) es una reducción drástica y a gran escala de la diversidad biótica en la Tierra. Entendamos, en principio, que la vida en el planeta está constantemente bajo procesos tanto de extinción como de especiación (es decir, surgimiento de nuevas especies), a diferentes escalas geográficas y temporales, pues debido a la diversidad en los ecosistemas y las adaptaciones de los seres vivos a los mismos, muchas especies se diversifican de forma lenta, o son más resistentes a la presión de factores que reduzcan sus poblaciones.

Una extinción masiva, pues, ocurre cuando la tasa de extinción de muchas poblaciones termina incrementándose con respecto a la tasa normal de extinción de las especies -dicha tasa depende del grupo y el cálculo, pero puede estimarse que el tiempo de vida de una especie está entre 5-10 millones de años-. Si bien algunos autores han sugerido que, cada cierta decena de millones de años, la vida en el planeta se enfrenta a declives y extinciones en un gran número de organismos como parte de un proceso periódico y natural, las extinciones masivas destacan en el registro fósil por su ritmo drástico y estar asociadas a perturbaciones de corto plazo con efectos amplios (por ejemplo, el asteroide que acabó con la era de los dinosaurios).

Así, se reconocen hoy en día cinco extinciones masivas previas a la aparición del Homo sapiens en el planeta:

1) Extinción del Ordovícico Tardío u Ordovícico-Silúrico, 445-444 millones de años: durante este período de tiempo, en el cual los organismos marinos aún no habían conquistado tierra firme, ocurrió un período de glaciación abrupta que redujo el nivel del mar, seguido poco después por la reducción de oxígeno y el incremento de sulfitos en las aguas, convirtiéndose en ambientes tóxicos para la vida. Un 85% del total de especies de la época se extinguieron, siendo el segundo evento más “catastrófico” en términos de diversidad.

2) Extinción del Devónico Tardío, ~372 millones de años: este evento es el más difícil de situar como período de tiempo, pues se sabe que hubo varios pulsos de extinción en un tiempo cercano, por lo que en conjunto se considera que pudo durar entre 500 mil y hasta 25 millones de años –la fecha aproximada de 372 millones de años se refiere a un pulso muy específico y drástico, el evento Kellwasser-. Los pulsos están asociados a una anoxia en las aguas a nivel global, quizás consecuencia de un enfriamiento de las temperaturas o vulcanismo en el océano. En cualquier caso, se perdió cerca del 70% de las especies, en especial de grupos muy diversos como braquiópodos y trilobites; si bien ya había plantas colonizando ambientes terrestres, el evento parece haber afectado sólo la vida marina.

3) Extinción del Pérmico-Triásico, ~252 millones de años: Por mucho es la más devastadora de las extinciones masivas hasta la fecha, pues se perdió un 90% del total de especies, extinguiéndose un 96% de los organismos marinos, y cerca del 70% de los terrestres. La causa principal del drástico declive apunta a la emisión masiva de dióxido de carbono producido por actividad volcánica en la región siberiana, lo cual incrementó la temperatura global, elevó la temperatura de los océanos y generó acidificación y anoxia en las aguas. En tierra, la extinción del Pérmico-Triásico representó la mayor extinción registrada en insectos, la desaparición de los primeros sinápsidos (ancestros de los mamíferos) y la reducción en gimnospermas dominantes; en el mar, los invertebrados sufrieron grandes pérdidas y los trilobites, uno de los primeros y más representativos artrópodos, y los más exitosos organismos marinos desde el Cámbrico, se extinguieron por completo luego de 270 millones de años de existencia.

4) Extinción del Final del Triásico, ~201 millones de años: aquí las causas parecen ser similares a las vistas en el evento del Pérmico-Triásico: una fuerte actividad volcánica (esta vez en una provincia ígnea del Atlántico Central) que produjo acidificación en las aguas y calentamiento global. Cerca del 70-75% de las especies del período se extinguieron, entre ellos la mayor parte de los arcosaurios terrestres (un linaje antiguo de saurópsidos) con excepción de las aves, los cocodrilos y los pterosaurios; todos los conodontes (una clase de vertebrados marinos sin mandíbulas) se extinguieron; y muchos terápsidos no mamiferianos y grandes anfibios desaparecieron también. Todos estos nichos ecológicos permitieron la dominancia y diversificación de los dinosaurios durante el resto del Mesozoico.

5) Extinción del Final del Cretácico o Cretácico-Paleógeno (K-Pg), ~66 millones de años: sin duda, la más famosa de las extinciones masivas, pues fue además la que impulsó un mayor enfoque de estudio en dichos eventos. La hipótesis principal, reforzada a través de las décadas por evidencia geológica, es el impacto de un asteroide de 10-15 Km de diámetro en el área de la actual península de Yucatán, en el Golfo de México, el cual acidificó los océanos y levantaría una gigantesca nube de polvo y escombros que bloqueó la fotosíntesis a nivel global, provocando colapsos ecológicos graves. Cerca del 75% de las especies registradas en aquel período se extinguieron, siendo las más emblemáticas los dinosaurios no avianos, los pterosaurios y los grandes “reptiles” acuáticos, así como los amonites (cefalópodos con conchas externas). A pesar de la devastación, este evento permitió la radiación adaptativa de los grupos supervivientes de organismos, en especial los mamíferos, que ocuparon una gran diversidad de nichos ecológicos a través de las eras subsecuentes.

Como habrán podido notar, los grandes eventos de extinción (que no han sido los únicos a lo largo de la vida en la Tierra) comparten características comunes: eventos abruptos de miles de años que generan impactos a escala global y desembocan en tasas masivas de extinción de especies. Tras los eventos, los sobrevivientes se diversifican para ocupar los nichos vacíos, y poco a poco tendremos ecosistemas con una nueva diversidad, cercana en tamaño a la anterior, pero diferente en composición. Es decir, citando a Ian Malcolm en Jurassic Park, la vida encontrará la forma.

Por supuesto, son esas mismas características las que, en principio, pueden ser las causantes de que muchas personas se resistan a considerar que la alarmante tasa de reducción en muchas poblaciones actuales se trate de un evento de extinción masiva, o que sea responsabilidad del ser humano. ¿Por qué ocurre esto?

En primer lugar, se trata de un problema de escalas. Si nos fijamos en cada uno de los grandes eventos mencionados aquí, desde el inicio aproximado de los efectos registrados hasta el período aproximado en que la diversidad retorna a valores pre-extinción, no dejan de ser miles o millones de años los que transcurren; por otro lado, algunos científicos han señalado que, aparte de los eventos masivos, la frecuencia de otros episodios de extinción sugiere que hay cierta periodicidad de “reemplazo” en la diversidad. Bajo esa perspectiva, puede parecernos engañosamente arrogante el considerar que nuestras acciones, que corresponden a los últimos 300.000 años o, siendo incluso más restrictivos a los últimos dos o cuatro siglos de nuestra historia, puedan tener un impacto grave que amenace la supervivencia de otras especies, incluida la nuestra, pues además de todo no sería más que un ciclo natural e inevitable.

En segundo lugar, hay un problema de disociación. La percepción excepcional que tenemos de nuestra propia especie ha hecho olvidar a muchos que hacemos parte del ecosistema, y que incluso desde un entorno urbano tenemos influencia en otros biomas. Creemos que los recursos que consumimos no son necesariamente compartidos por otras especies, ignorando la forma compleja en que los obtenemos; y siendo además sólo una entre millones de especies, con más razón nos sentimos lejanos de afectar de forma tan drástica a muchas otras, aun si no las consumimos directamente.

Eso nos lleva al tercer punto, y es el problema de responsabilidad, que va muy de la mano con los dos anteriores. Si nos disociamos de nuestro papel como parte de las redes tróficas y el ecosistema, entonces no somos responsables del destino de las otras especies. Si aceptamos que somos una especie como cualquier otra, pero nos consideramos demasiado pequeños a escala temporal y vemos otros eventos de extinción de forma cíclica, entonces no tenemos forma de influir en lo que podría ser un mero suceso que ocurre de forma natural. Pero asumir en cualquiera de los dos casos que tenemos responsabilidad no sólo en lo que hemos hecho, sino en lo mucho que podemos hacer para resolverlo, se vuelve un reto para nosotros como especie, pues implica una serie de cambios sociales a las que algunos no están muy dispuestos a someterse o siquiera considerarlos.

Y por supuesto, no puedo evitar mencionar el papel de sectores políticos y económicos en el tema. Hacer cambios radicales en el estilo de vida de nuestras sociedades también implica modificar o abandonar modelos económicos imperantes, y eso por supuesto requiere de un esfuerzo que muchos magnates y políticos no están dispuestos a tomar. Es mucho más fácil para ellos promover la idea de que el cambio climático es un fraude o se sobrestima su gravedad, que los cambios individuales promovidos bastan para solucionar todo, o que, como las especies naturalmente se extinguen en un período de unos pocos millones de años, entonces no hay mucho que podamos o debamos hacer.

"El concepto de calentamiento global fue creado por y para que los chinos hagan que la manufactura de Estados Unidos no sea competitiva."

Esquivar nuestra potencial responsabilidad en la extinción de otras especies no es precisamente un asunto nuevo. Si bien en otros siglos las sociedades occidentales creían, en parte por motivos religiosos, que la extinción era imposible, eventos históricos como la domesticación de los camélidos del Viejo Mundo (pues no existen poblaciones naturales y autóctonas del dromedario y el camello bactriano en la actualidad), el ecocidio casi absoluto de los caracoles mediterráneos empleados por los fenicios para fabricar púrpura de Tiro, y la desaparición del uro en el siglo XVII, dan cuenta de cómo podemos afectar la existencia de especies naturales.

Y eso es hablando de tiempos preindustriales. La explotación de recursos durante la era colonial ya era una presión bastante drástica sobre las especies, sobre todo en ecosistemas insulares, tanto por el desplazamiento de hábitat y la caza como por la introducción de especies domésticas competidoras. Pero con el salto de la Revolución Industrial (1760-1840) y el desarrollo del modelo económico actual, que fomenta el extractivismo y crecimiento económico “ilimitado”, la modificación y reemplazo de biomas como bosques y praderas y la explotación de especies se incrementaron a niveles superiores a la tasa de recuperación de los ecosistemas.

La desaparición casi total de las praderas en Estados Unidos y su ocupación para tierras de cultivo, reduciendo así la diversidad y funcionalidad de los seres vivos asociados; la caza intensiva de ballenas barbadas por su grasa y aceite, que redujo las poblaciones de muchas especies, su diversidad genética y con ello su supervivencia a largo plazo; la deforestación con fines agropecuarios, que afecta la biodiversidad y el drenaje natural de los suelos… estos y otros efectos sobre los ecosistemas y sus poblaciones crecieron de forma desmedida en los últimos doscientos años. Y eso sin mencionar otras especies naturales que son explotadas por recursos, o la presencia de especies competidoras, sean directamente introducidas por el ser humano (como las ratas y los conejos), o que por efectos antrópicos han ampliado su rango de distribución (como el coyote en América Central); ni siquiera hablemos del problema del cambio climático, alterando las temperaturas promedio y el régimen de lluvias anuales a velocidades pasmosas en diferentes regiones. Nada de esto está ocurriendo a un ritmo usual o que pueda asociarse a un proceso de extinción regular: las actuales tasas de extinción de especies son entre cien y mil veces superiores a la probable tasa normal de extinción, y no dan señales de reducir ese ritmo.

Ahora, ¿es cierto que los ecosistemas pueden restaurarse de una perturbación semejante? Potencialmente sí, y si nos fijamos en los previos eventos masivos de extinción, a cada uno le siguió un período en el cual los seres vivos se diversifican hasta alcanzar valores comparables a los que preceden cada extinción. Pero si usamos lupa, notamos que fueron períodos de millones de años para que los ecosistemas se restauraran y estabilizaran con nuevas composiciones; por otro lado, las causas detrás de cada extinción cesaron de ejercer presión selectiva sobre la vida en la Tierra después de un período de tiempo.

En la crisis de biodiversidad actual, las principales presiones antrópicas (extractivismo, cambio climático) se mantienen, y a pesar de lo mucho que llamamos a tomar acciones, nuestro esfuerzo para ralentizar o frenarlas de golpe ha sido escaso, así que, con el ritmo actual de declive en las poblaciones de miles de especies, la biosfera no tiene ni el tiempo ni la salud necesaria para recuperarse de nuestro impacto. Hemos llegado a un punto en el que, a no ser que en verdad nos esforcemos para proteger los ecosistemas en los que vivimos y de los que tomamos recursos, no sólo por la supervivencia de las especies sino también por la nuestra, el panorama no va a resolverse por sí solo, menos durante el período de tiempo que vivamos aquí. Y aún menos si algunos insisten en pretender que esto no tiene nada que ver con nosotros.

Por supuesto, estoy consciente de que tampoco es fácil hacer el cambio. No puede tirarse la mesa de golpe, pues hay millones de personas en condiciones duras que literalmente no tienen otras opciones económicas, y otros que utilizan los recursos ambientales de formas menos lesivas, pero que se verían afectados por medidas “ambientales” que no tienen en consideración contextos socioeconómicos. Aun así, si queremos mantenernos en las generaciones por venir y no sumarnos a las cifras de especies extintas por nuestras propias acciones, entonces decrecer y desescalar el impacto de la explotación industrializada y excesiva de los recursos es prácticamente imperativa.

Por cuestiones de tiempo y ocupación, esta será la última entrada del año. Tal como comenté, en entradas anteriores, el ritmo de trabajo en el blog se ha visto bastante afectado por temas de estudio, económicos y de salud. Espero que pueda con el tiempo encontrar un mejor equilibrio entre mis deberes y la pasión que es comunicar muchos temas con ustedes. Mientras tanto, no me queda más que agradecer a los que han seguido pendientes de las publicaciones de este blog, y desearles un feliz Año Nuevo, y un 2023 con éxitos y gratas sorpresas.

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