Aluna y la moralidad del impulso reproductivo

 

Introducción

Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Así nos resumían el ciclo de la vida en las clases de ciencias naturales de la infancia. De la reproducción de dos seres vivos venimos todos los humanos, y la mayoría de nosotros daremos lugar a otros más a través de ella. Es un rasgo presente en todos los seres vivos, desde las humildes bacterias hasta las imponentes ballenas: algunos seres vivos se replican a sí mismos, otros intercambian material genético entre sí, pero al final del día es una capacidad fundamental de la vida misma.

Sin embargo, para nuestra especie no es inusual que, en los tiempos actuales, la perpetuación de los genes pase a un segundo plano, o que incluso haya muchos individuos que prefieren no tener hijos al mundo. Algunos porque sienten que no tienen las aptitudes para criar hijos, otros porque sencillamente no hacen parte de su plan de vida, otros porque su conciencia ambiental les hace sentir que sería una carga mayor para el planeta, y unos pocos radicales para quienes el acto mismo de concebir un hijo es criminal. ¿Cómo es que los humanos podemos zafarnos con relativa facilidad de ese “deber” reproductivo? ¿Qué tan “natural” es el deseo de tener hijos, o la decisión de no tenerlos? ¿Por qué unos ven el primer caso de manera antagónica, como una obligación tóxica, y otros consideran lo segundo como una visión de egoísmo hedonista? ¿Alguno tiene razón?

Antes de continuar: lamento de nuevo el extenso parón desde la última entrada. Sonará un poco cruel, pero estar pendiente de forma constante las primeras dos semanas del paro nacional en Colombia me agotó mental y anímicamente, aunque me dejó una bonita participación en directo el canal de Marina Golondrina, a quien desde aquí le mando un gran abrazo por tenerme en cuenta. Sumado esto a otros temas de índole personal, no he sido lo más estable que quisiera en el último mes. No obstante, aquí estamos, así que intentaré mantener el ritmo.

Como comenté antes, esto de poner en duda la decisión sobre tener o no hijos no es cosa nueva. Hace tiempo que hay discusiones sobre el tema, pero no me habría aventurado a hablar al respecto con un poco más de profundidad si no fuera porque hace unas semanas, se formó una polémica en Twitter gracias a un trino de la actriz colombiana Margarita Rosa de Francisco, quien afirmó que el acto mismo de tener hijos es irresponsable. Y sólo por mencionar, tuvo por ahí el respaldo del polémico escritor Fernando Vallejo, de quien hace años sabemos que ve la reproducción humana como un crimen.

Ambas visiones son terribles, pero nacen de diferentes enfoques. Sin pretender hacer de mentalista, teniendo en cuenta otras publicaciones de Francisco, es bastante obvio que es no creyente y feminista de fuerte carácter, por lo que creo que una visión tan negativa como la suya sobre la maternidad viene de su ruptura con los roles sociales que tradicionalmente se han impuesto a la mujer, amparados por el cristianismo, pero confundiendo interpretaciones sobre lo “natural” que mencionaré más adelante. Por su parte, Vallejo es un misántropo confeso, clasista y un pesimista constante: ya conocen mi postura sobre la misantropía, así que ahí no hay mucho que el principio de caridad permita salvar de él.

Animales impulsivos e indiferentes preferidos

Empezaré entonces por explicaciones a la postura natalista: es decir, aquellos que desean tener hijos o que no se oponen ni criminalizan a quienes desean tenerlos. Contra la visión de Margarita Rosa, tener hijos –o desear tenerlos- sí es un acto natural. Con cultura o sin ella, con o sin consciencia de nuestra propia existencia, seguimos siendo animales: la reproducción es un proceso perfectamente esperable en una especie dioica (es decir, de sexos separados) de primates como la nuestra. Y como tal, la mayoría de nosotros sentimos desde cierta edad el deseo sexual que no es más que ese impulso de transmitir nuestro material genético. Si el deseo de tener hijos no fuera natural, no existiríamos en primer lugar porque, recuerden: algo que no es natural, por definición no existe en la naturaleza. Y por supuesto, eso significa que las otras variaciones (asexualidad, sexo sin intención reproductiva, sexo homosexual, etc.) también lo son, a pesar de no contribuyan directamente al intercambio genético.

El problema con la afirmación de Margarita Rosa es que confunde la argumentación biológica descriptiva de la reproducción con la visión religiosa prescriptiva. Para que me entiendan, uno desde la biología intenta explicar por qué tenemos ese impulso sexual debido a nuestro llamado conductual a reproducirnos, mientras que las religiones dominantes buscan recomendar el cómo debemos limitar ese impulso exclusivamente a la reproducción, lo cual condujo a que la mujer, el sexo cuyo estado fértil es cíclico, terminara estando más limitada socialmente: es decir, Dios quiere que te multipliques, pero que sea con tu esposa. No olviden que en la Biblia esa es una de sus primeras órdenes/sugerencias, llenar la Tierra con nuestros descendientes (Génesis, 1:28), así que para la religión es “natural” que todo ser humano –y ahí el problema sí es que lo ven en todo ser humano- deba reproducirse. Ese es el concepto principal por el cual se oponen a las relaciones homosexuales y cualquier tipo de pareja que no sea hombre y mujer, o que se dé fuera de un matrimonio.

Ahora, tampoco es como que las religiones se lo hayan inventado todo sobre la marcha: los vínculos monógamos en nuestra especie debieron surgir para garantizar que el varón no invirtiera tiempo y recursos en mantener una prole que posiblemente no sea suya. Y como no puedes estar vigilando todo el tiempo a tu pareja mientras procuras esos recursos, el elemento divino confiere entonces una serie de reglas de conducta cuya transgresión podría conducir a terribles castigos en esta vida y la siguiente. Receta fácil para la dominación social y la segregación de sexos: por eso entiendo que De Francisco resienta el carácter “natural” de tener hijos, pues no lo visualiza en términos biológicos, sino teleológicos -igual que la Iglesia, irónicamente-.

Susana acusada de adulterio, de Antoine Coypel.

Explicada la parte más “instintiva” de la reproducción, cabe la discusión ética: ¿deberíamos los humanos seguir reproduciéndonos? Hay dos enfoques antinatalistas al respecto que quiero mencionar aquí por ser de los más usados, uno ‘ecológico’ y uno moral. El ‘ecológico’ no es difícil de desgranar: somos demasiados como especie, y estamos sobrepasando la capacidad de carga del planeta, poniéndonos en riesgo no sólo a nosotros mismos sino también a otras especies, así que lo ideal sería reproducirnos menos. El moral es un poco más complejo, pero podría resumirse en que, al venir a la existencia, estamos condenados a una vida donde experimentaremos muchos dolores o situaciones nada estimulantes, y en comparación pocos placeres; además, tendemos a experimentar más profundamente los dolores que los placeres. En contraste, al no existir nuestros hijos, no experimentarán los muy probables males que les esperan, y no echarían de menos las pocas cosas buenas, porque no sabrían lo que se están perdiendo, así que la elección moral sería no concebirlos. Es una especie de apuesta inversa de Pascal, sólo que enfocada al nacimiento en lugar de la fe en Dios: si decido no tener hijos, ellos no habrán perdido nada con tal decisión porque nunca existirán en primer lugar.

Por si tienen la duda, este sería el resumen de la apuesta de Pascal; no me detendré a analizarla, porque ya otros han debatido sobre ese argumento.

El argumento “ecológico” tiene una base fuerte en que, en efecto, nuestra población parece ser excesiva, y es indudable que la industrialización ha tenido un impacto severo por décadas en el medio ambiente. No obstante, deja de lado, en primer lugar, que la escasez de recursos se debe no sólo a nuestro tamaño poblacional, sino también a la disparidad en su distribución y consumo, como he mencionado en un par de ocasiones: no es lo mismo el consumo de un ciudadano en Estados Unidos que el de una persona en Nigeria, ni siquiera una en Colombia. Si bien una distribución más equitativa de recursos y un consumo más responsable no reduciría del todo el problema de la sobrepoblación, sí podría aligerar la carga en las zonas de explotación.

Por otro lado, si bien es cierto que la Revolución Industrial no fue esplendorosa para los ecosistemas, es justo un mayor desarrollo tecnológico en la producción de alimentos y la agricultura lo que permitirá que poco a poco optimicemos el uso de los recursos, de modo que se reduzca el impacto al medio ambiente. Y finalmente, hay que considerar que de hecho las tasas de natalidad se han ido reduciendo a nivel global, en especial en países desarrollados. Por todas estas razones, considerar la opción de paternidad como ecológicamente inmoral es al menos debatible. Al menos, mientras tengamos otras opciones para manejar el tema de los recursos y el tamaño poblacional.

El argumento moral es más filosófico que empírico, pero me parece que el biólogo y filósofo de la ciencia Massimo Pigliucci lo abordó bastante bien en su blog Café Sócrates, desde una perspectiva estoica. Las premisas que dan lugar al argumento antinatalista funcionan porque consideran al dolor y placer como experiencias morales, pero en realidad se trata de indiferentes, es decir, experiencias sin valencia moral, puesto que el único bien moral es la virtud (entendida como sabiduría y correcta razón), pero que pueden preferirse o desaprobarse, siempre que no interfieran con la búsqueda de la virtud. Para que me entiendan, de acuerdo con la visión estoica, la virtud es la que nos permite hacer uso de todo lo demás, incluyendo actividades que generen placer y dolor, por lo cual es razonable que busquemos experiencias que generen placer y evitemos aquellas que nos causan dolor, aún si son moralmente indiferentes. ¿Y qué otra experiencia podría entonces ser más indiferente que el acto mismo de existir, si el Universo en sí no es intrínsecamente moral?

Pero, entonces, ¿podemos considerar la vida un indiferente preferido? La respuesta es , siempre que busquemos usarla para hacer algo de bien a la humanidad. Como explica Pigliucci desde la visión naturalista del estoicismo, siendo una especie prosocial es virtuoso para el ser humano ejercer la razón para mejorar la vida social, y la reproducción es una de las formas de aplicarla como especie. No debe ser visto como un deber individual, sino como un objetivo comprensible a nuestra condición humana. En ese sentido, no es correcto señalar el tener hijos como un “crimen”, ni tampoco condenar a quien elige no tenerlos, aun si se trata de un indiferente preferido, pues en todo caso hay otras formas de contribuir a la búsqueda de la virtud. Ojo, que todo esto lo hablo desde mis observaciones con la filosofía estoica: habrá otras formas de contextualizarlo, y es muy posible además que no sea una lectura tan profunda.

Este esquema será importante para más adelante.

Más allá de las sabanas

Explicado todo esto, pasemos al otro lado de la cancha: quienes deciden no hacerle caso a esa comezón instintiva y prefieren no tener descendencia. A estos también se les ha condenado –diría que de modo más constante-, y muchas veces de forma injusta, con distintos argumentos, entre “naturales” y morales. Los “naturales” tienden a ser curiosamente más teleológicos o esencialistas, en el sentido de que, como nuestra finalidad de especie es reproducirnos, la norma “natural” es querer tener hijos. Otros son más como un utilitarismo social: alguien tiene que cuidar de ti cuando seas anciano. ¿Quién mejor para ello que tu propia descendencia?

Como a muchos les resulta imposible concebir que haya personas que no deseen reproducirse, muchas veces tienen que mezclar esos argumentos “naturales” con uno moral: que quienes eligen no tener hijos son egoístas hedonistas, que sólo buscan disfrutar de la vida sin la carga de velar por una familia, eludiendo las “responsabilidades inherentes” a la madurez. Si esa concepción de “responsabilidad” viene desde una base cristiana o un razonamiento naturalista, no es lo relevante aquí: sólo el hecho de que se ve la reproducción como tal, y que aquellos que la postergan o la abandonan son evasores de sus propios impulsos.

Y los motivos económicos también suelen cuestionarlos irónicamente, pues muchos usan el ejemplo de anteriores generaciones que “mantenían” muchos hijos con empleos menos remunerados.

Como dije al refutar el comentario de De Francisco, el acto de tener hijos es algo natural en nuestra especie, pues es así como nos perpetuamos. Sin embargo, no hay que confundir los impulsos biológicos con un imperativo moral ni una conducta imperturbable en nuestra totalidad como especie. Así como tenemos diferentes variables fenotípicas en el color de piel, el cabello y otros rasgos físicos, así como existen personas con un interés sexoafectivo por aquellos de su mismo sexo, y así como existen personas cuya identidad psicológica del género puede no corresponder con otras dimensiones de su sexualidad, también existirán personas que no sienten interés por tener hijos o que son capaces al menos de posponer ese impulso de modo racional. Toda esa variedad es natural a nuestra especie, o de lo contrario no existiría en primer lugar.

Por otro lado, otra de las características de nuestra especie es que, a diferencia de otros animales, contamos con un desarrollo cultural, lingüístico, tecnológico e intelectual que nos permite ver más allá de nuestros instintos primarios y rasgos conductuales atávicos. Hace milenios que somos más que una especie primate que salió de las sabanas. En una entrevista a la que me gusta acudir periódicamente, el filósofo de la ciencia Daniel Dennett, lo explicó de forma magistral:

Existe gente que dedica toda su vida a una causa y se focalizan tanto en ella que otras pasan a segundo plano, como tener hijos. ¿Por qué no todos los humanos cumplimos con nuestro propósito biológico?

Somos la única especie que tiene una perspectiva que no empieza ni termina con tener hijos. En otros animales la reproducción es la máxima. Lo que hacen está condicionado por eso y luchan por oportunidades de apareamiento. Todos los animales se esfuerzan para reproducirse. Por supuesto que nosotros también tenemos esos impulsos en nuestros genes. No estaríamos aquí si no los tuviésemos. Pero debido a que tenemos lenguaje y cultura contamos con otra perspectiva. Hay otras cosas aparte de la descendencia por las que vale la pena trabajar, morir, o vivir: la justicia, la verdad, el arte, la belleza, la religión, el comunismo… Lo que sea. Somos la única especie que tiene causas. Algunas pueden ser absurdas o erróneas, pero es el precio de ser humano.

Entender esto no es difícil. En nuestro mundo actual, donde a pesar de las dificultades hay cierta libertad de perseguir metas y trabajar por ideales más allá de la reproducción, es natural que muchas personas no tengan como prioridad una familia. Hay que ser francos: los hijos son, en efecto, una responsabilidad enorme cuando has decidido tenerlos. Debes estar comprometido a que vendrán muchos sacrificios para garantizar su crianza y salud, y lo cierto es que es mucho más difícil, si bien no imposible, llevar una carrera o ciertos trabajos cuando tienes un hijo, lo cual es especialmente difícil para mujeres, y sobre todo madres solteras. Y esos son sacrificios que no todos estamos dispuestos a conceder, al menos en ciertas etapas de la vida. En otro enfoque, también es verdad que hay personas que, por su situación socioeconómica o circunstancias externas poco tranquilizadoras (por ejemplo, la actual pandemia), prefieren evitar tener hijos, lo cual también es válido, pues en un correcto uso de la razón, es difícil saber que tus hijos podrían verse enfrentados a muchas privaciones de lo que uno consideraría una vida digna.

Sí, nuestra especie se ha seguido reproduciendo en medio de la pobreza más extrema, y otros momentos oscuros de la Historia como la Peste Negra y las guerras mundiales, y puede parecer contradictorio que acepte esos argumentos, teniendo en cuenta lo que yo mencioné arriba sobre la perspectiva estoica de la natalidad. No obstante, como explicaba Pigliucci, es una crítica al concepto de la natalidad en sí como una inmoralidad, no a la libertad de elección sobre la natalidad. La visión antinatalista planteada más arriba es un absoluto moral, mientras que aquí yo no busco hacer juicios morales sobre los motivos y decisiones individuales en torno a tener o no hijos. Si lo vemos desde una perspectiva estoica, y volvemos al esquema que había presentado sobre los actos importantes y los indiferentes en la búsqueda de la virtud, cuando nuestra intención de llevar una vida virtuosa a través de explorar las ciencias o las artes, por ejemplo, entra en conflicto con el indiferente preferido de la reproducción, entonces posponer o sacrificar el impulso de procrear es válido a nivel moral.

“Bueno”, me preguntarán, “pero ¿qué hay entonces con los que sólo quieren andar de viajes y comida con su pareja? ¿No estarían sólo dedicados a los placeres, y serían por tanto inmorales?” Estoicamente, no: estarían dedicados a indiferentes preferidos, y como expliqué estos son moralmente neutrales siempre y cuando no colisionen con la virtud. ¿Son actividades que afectarían la práctica de la sabiduría y la razón como parte de la virtud esencial? Supongo que eso dependería de la forma en que cada persona o pareja dedique esas actividades indiferentes, pero no considero que sea menester condenar el acto en sí.

Ya saliendo de la filosofía, y entrando a un terreno más coloquial… ¿Por qué aprovechar los recursos de los que se disponen con tu pareja, sin hijos planeados en un futuro, sería moralmente incorrecto o egoísta? ¿Egoísta con quién, con el hijo nonato que ni siquiera existe de forma preterrenal? ¿Con tus padres? ¿Con la sociedad? ¿No es acaso más egoísta tener hijos por tener a alguien que te cuide en la vejez, por “salvar” un matrimonio, o porque “ya va siendo hora”? En serio, ¿a quién ofenderían?

Finalmente, hay motivos más personales y específicos por los que algunos prefieren no tener familia. Cuando tienes problemas de salud hereditarios, como trastornos neurodegenerativos o cardiovasculares, la idea de tener familia con tu propia sangre puede no parecer muy ética, y ni hablemos de salud mental y condiciones de desarrollo neurológico o cognitivo. Por ejemplo, la comediante Sarah Silverman, conocida por sus rutinas enfocadas en temas tabú, ha manifestado que, debido a su constante batalla con la depresión clínica, no desea tener hijos biológicos, pues no quiere que hereden su condición; además mantiene la prioridad de su carrera, así que por el momento no está interesada en adoptar. Podría debatirse si su visión es realista o pesimista, pero al menos creo que sus argumentos son sólidos, pues tampoco condena la maternidad ni la natalidad en sí.

Conclusiones

Notarán que apenas hablé del caso de la adopción, un argumento “ecológico” esgrimido por algunos antinatalistas para evitar la reproducción. No lo mencioné porque, primero, ignora que muchas personas, si está en su capacidad, prefieren tener hijos de su propia sangre -como cabe esperar de cualquier animal-, y segundo, porque a menudo es otra trampa moralista, un poco del estilo Helena Alegría, que al convertir el tema “ecológico” en un hecho moral, criminaliza de cualquier forma la elección de una pareja o un adulto soltero. Y no digo que adoptar por no contribuir directamente a la sobrepoblación sea intrínsecamente malo, pero es una decisión individual que requiere ser consciente, no coercionada por un yugo moralista.

Supongo que algún lector tendrá la duda. ¿Me interesa tener hijos? En algún momento lo quise, y de hecho siempre he pensado que si tenía una hija, la llamaría Aluna, el mundo espiritual, el espíritu y pensamiento esencia del todo en el mito kogui, similar al mundo de las ideas de Platón o al concepto de Dios de Baruch Spinoza. Hoy en día, ya no estoy tan seguro. Aparte de que no hay con quién (ja, ja), soy una persona muy complicada, y más allá de las dificultades inherentes del autismo no me veo con la capacidad de afrontar una responsabilidad semejante. He podido reconocer a través de la terapia que tengo más fortaleza de la que me doy crédito, y sin duda no puedo más que admirar a mis padres, sobre todo a mamá, por tener que criar a tres hijos con tantas dificultades, pero debo ser honesto conmigo: no me siento listo para un paso semejante.

Así que aquí termino. Sé que tal vez no he sumado todos los argumentos a favor y en contra de la natalidad, pero creo que estos son los más comunes o los que más resuenan en muchas partes, así que eran los que requerían este espacio. No busco condenar la decisión individual de nadie, sino más bien que se despoje el tema de la reproducción y la natalidad de una (in)moralidad esencialista que, en realidad, no tiene. Si quieren tener hijos, ¡adelante! Si no les llama la atención, ¡perfecto! Lo único importante es que esa decisión se haya tomado con sabiduría y, sobre todo, por una decisión personal y consciente, no por presiones ajenas a ustedes.

Adenda: a finales de mayo, el crítico literario español Juan Manuel de Prada publicó una columna donde criticaba la teoría de la evolución, sirviéndose de argumentos creacionistas ya refutados desde hace décadas por los biólogos evolutivos, pero que a pesar de ello se rehúsan a desaparecer. Con el propósito de ayudar a la difusión, comparto aquí las refutaciones directas de Antonio Diéguez, filósofo de la ciencia, a cada argumento específico, así como un análisis conceptual mucho más extenso y robusto de Juan Gefaell, también filósofo de la ciencia. Recomiendo dedicar una lectura profusa a cada una.

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