Nacionalismo inútil (XXVII): Iota y la “debilidad genética” del colombiano

 Como si no tuviéramos suficientes problemas en mi tierra por causa de la pandemia, la crisis económica y en general la pésima (sub)administración de Iván Duque, la temporada de huracanes de este año ha sido especialmente fuerte, con 31 ciclones tropicales registrados hasta la fecha. Hace pocos días, el huracán Iota, el más poderoso de los fenómenos surgidos esta temporada (huracán de categoría 5, con vientos de 60 Km/h) y el huracán más potente registrado en la cuenca del Atlántico desde 1932, dejó una estela destructiva desde el 13 de noviembre, causando no sólo inundaciones en buena parte de Colombia, desde el Caribe hasta Bogotá, sino que además en su ruta hacia Nicaragua destrozó la infraestructura en el archipiélago de San Andrés y Providencia, en especial esta última, dejando de nuevo en evidencia la poca atención que el Estado colombiano tiene con las islas por las que irónicamente litigaron tanto con el país centroamericano.

Podría sentarme a despotricar sobre la sonora incompetencia del (sub)Presidente Duque, que no organizó ningún plan de evacuación o socorro de antemano a pesar que desde el 14 ya había reportes de que Iota pasaría cerca del archipiélago, pero quiero centrarme en una serie de comentarios un tanto regionalistas y/o discriminatorios que he visto en estos días, y que van asociados a la curiosa festividad con la que la gente se ha tomado las copiosas inundaciones en varias ciudades y pueblos del Caribe y Chocó.

Los pongo en contexto. Durante la emergencia de estos días, varias escenas inusuales hicieron eco en los medios y redes sociales, en especial videos de zonas en el Chocó donde se puede ver a la gente bailando alegremente mientras tienen el agua hasta la cadera. Esto llamó la atención de muchas personas, y por desgracia muchos han sido bastante despectivos hacia este comportamiento, algunos llegando incluso a la denigración regionalista o poniéndolo como ejemplo de la mediocridad colombiana.


Aquí voy a destacar un par de tuis de un sujeto llamado Juan David González, y lo nombro porque al parecer no tiene problemas con que se conozca su opinión –siendo que etiquetó a miembros de la banda chocoana de hip hop ChocQuibTown-, que estuvo criticando este tipo de expresiones haciendo asociaciones muy infelices. En su primer tuit, achacó a esa festividad el que los chocoanos vivan “invisibilizados y en condiciones deplorables”. Al día siguiente subió la apuesta con afirmaciones aún peores que generan implicaciones por las cuales decidí hacer esta entrada (las negritas son mías): “Un país fracasa por la debilidad de sus instituciones, la cultura y hasta la genética. En nuestro caso que conjugan todas las anteriores.


Antes de continuar, les recuerdo que no apruebo ni “funas” ni acoso en redes, aunque la persona en cuestión haya dicho una estupidez, por lo que prefiero que no vayan con eso en mente si buscan esos tuits. Dejo su nombre porque, de nuevo, es claro por sus etiquetas que no tiene problemas en expresar lo que piensa a un gran público, así que si quiere figurar so pena de quedar como un racista regionalista, no le voy a arrebatar el gusto. De mi parte, lo aprovecharé para criticar las ideas que postula.

Primero y principal, es necesario tener en cuenta el contexto cultural de la situación. Áreas como el Pacífico colombiano y Bolívar tienen una fuerte influencia africana en su idiosincrasia y expresiones culturales debido a que el segundo fue el puerto de entrada de la esclavitud en Nueva Granada, y el Pacífico fue poblado por esclavos manumisos tras la Independencia. Herencia de los pueblos africanos son en gran medida la música de percusión y el baile no sólo como formas de expresión y comunicación, sino también en muchas ocasiones como una forma de acompañar una pérdida o una situación triste, tratar de mantener una buena energía incluso en los peores momentos. De hecho, pensarías que después del popular meme del “Coffin Dance” de Ghana, un colombiano con acceso a Internet lo habría entendido mejor –claro que esto último es fruto de una compañía funeraria muy exitosa, pero inspirada en costumbre locales-.


¿Pero no sería esta disposición festiva para afrontar las tragedias un ejemplo del conformismo y la resignación que perpetúan el atraso económico de dichas regiones? Puede debatirse que el salir a festejar un fin de semana a pesar de no tener una buena situación económica, por más que sea un bálsamo espiritual, no ayuda mucho a mejorar nuestra situación. Pero sería irreal echar todo el peso de la pobreza a esa actitud, en especial con un país donde la corrupción es rampante, hay una marcada diferencia en la disposición regional de recursos, y donde un político llegó al punto de decir que invertir dinero en el Chocó es como “perfumar un bollo” (léase, un mojón), y aun si la actitud festiva en verdad los distrajera, eso no sería excusa para el abandono estatal, ni mucho menos es ignorar los problemas del diario vivir. Uno no olvida que debe llevar la comida a la mesa por darse unos tragos en la tienda de la esquina, como tampoco olvida que hay una tragedia en San Andrés sólo porque la Selección haya tenido unos partidos nefastos, ¿se entiende, Yohir Akerman?

Cuando le reprocharon al señor González de dónde sacaba semejantes afirmaciones en cuanto a la cultura y la “genética” (no se preocupen, ya llegaré a esa parte), el tipo citó un artículo de la BBC que supuestamente respaldaba su postura. Es evidente que se quedó con los títulos de las secciones o lo leyó de forma muy superficial, puesto que el artículo explica justo lo contrario de lo que él estuvo afirmando: la brecha entre los países pobres y los prósperos no se correlaciona de forma concluyente con rasgos culturales como la ética laboral o el colonialismo histórico, ni está delimitada del todo por recursos naturales, sino por las instituciones que administran y regulan cosas como la competencia laboral y el manejo de recursos, siendo que en los países más pobres las instituciones tenderán a ser más extractivas (es decir, benefician a un sector reducido de la población) que inclusivas (benefician a la población general). Es decir, que como en Colombia, por ejemplo, nuestras instituciones están encaminadas a llenar los bolsillos de una élite política pequeña pero muy influyente que monopoliza los recursos y activos de la nación, pues romperte el lomo a diario trabajando de forma laboriosa no te creará nuevos espacios para salir de la pobreza.

Ah, sí: y el artículo. Nunca. Menciona. Nada. Sobre la genética.

Ahora, ¿eso significa que no se pueden criticar esos bailes en medio de una inundación? En absoluto: es una expresión cultural, y como tal se puede criticar, siempre que se entienda bien el contexto; y quienes me leen desde hace tiempo sabrán que yo suelto bastantes golpes contra mi propia región. En este caso también me hace levantar una ceja, pero no por el hecho de que bailar sea una forma de “normalizar las injusticias” ante la poca atención que se tiene al acueducto, sino porque en medio de una pandemia por un virus respiratorio, una reunión de gente con un ambiente tan húmedo puede convertirse en un foco de infección terrible, en especial porque los centros de salud en Chocó tampoco tienen muy buena atención estatal.

Como una nota aparte, hubo un pequeño malentendido con la directora del Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD) en Bogotá, ex alcaldesa de Chapinero y activista LGBTI, Blanca Durán, por un tuit en el cual, citando el primer tuit de González, dijo que sería bueno que los “bogotanos, aburridos y amargados”, aprendieran un poco de la resiliencia en Chocó, tuit que como era de esperarse fue malinterpretado como un ataque regionalista. Lo que es gracioso, porque si bien la forma en que redactó su mensaje se podía prestar a confusiones y fue por ello que lo eliminó al poco tiempo, el tuit citado era por mucho el verdadero discriminador, y casi nadie lo comentó cuando otra cuenta en Twitter rescató el mensaje borrado.


Y si digo que González es discriminador no es algo gratuito, ya que es imposible ignorar que achaca el fracaso de Colombia a “la genética”, cosa que insisto me desconcierta porque el artículo que citó no respaldaba eso. Es decir, ¿a qué se refiere? ¿Que Colombia es un país genéticamente “inferior” a naciones más prósperas? ¿Y por culpa de cuál genética? ¿La de los indígenas que se “dejaron” someter? ¿La de los africanos que fueron esclavizados? ¿La de los peninsulares, muchos borrachos y presidiarios según los cuentos, que llegaron al Nuevo Mundo? ¿O es por la combinación de los tres?  ¿Por qué se supone que alguno de esos tres pueblos sería genéticamente inferior?

Uno puede afirmar o debatir, con argumentos a la mano, si cultural y/o tecnológicamente un pueblo era más avanzado que otro: si partimos de bases objetivas y con el tratamiento adecuado, no hay nada malo en hacer ese análisis, por más que se trate de una comparación espinosa entre “vencedores” y “vencidos”. Pero cuando arguyes que un menor desarrollo económico y cultural es consecuencia de una “debilidad genética” que no se corresponde con ninguna evidencia científica, entonces lo tuyo ya no es una opinión objetiva: es racismo.

Y si hay algo triste y perjudicial en esta vida es cuando no sólo somos racistas, sino además racistas con nosotros mismos. Achacar el atraso de una nación a una composición genética “débil” es irónicamente lanzar un ancla de fatalismo que impide cualquier noción de progreso y superación, pues nos quedaremos con la excusa esencialista de que somos así, y por lo tanto nada de lo que hagamos podrá cambiar el futuro. Así pues, las frases de alguien como González llevan una carga de fracaso aún mayor que el baile de cualquier chocoano en medio de inundaciones.

Creo que no hace falta ahondar mucho más al respecto, ¿cierto? Se puede y se debe debatir sobre la pertinencia o consecuencia de una expresión cultural, pero si se hace desde una perspectiva discriminadora e ignorante, no habrá un espacio para llegar a propuestas que puedan mejorar una sociedad. Saludos.

PD: en este enlace de El Espectador encontrará los canales de donación de entidades como la Cruz Roja Colombiana y ProArchipiélagos, si quieren apoyar a los damnificados por el huracán Iota.

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