El peligro de los cencerros
Tilín,
tilín. El tintineo del cencerro guía al rebaño.
¿A
dónde nos lleva? ¡Qué importa! Suena tan lindo… ¡Sigámoslo!
Tilín,
tilín. El cencerro nos lleva a verdes pastos. Caminamos por un llano, subimos
una montaña. Tilín, tilín. Oh, el sonido nos lleva a un precipicio. El sonido
se pierde dentro de él. ¿La vaca se arrojó? ¡Hay pasto fresco en el fondo! ¡Y
su sonido es encantador! ¡Sigámoslo!
Tilín,
tilín. ¿Les suena conocido? Quizás, si se es muy dado a apoyar las causas sin
reparar si realmente creen en ellas, si comparten sus ideas o si siquiera las
entienden.
Estudiando
en una universidad pública es inevitable que estés en contacto con diversos
movimientos artísticos, políticos y sociales, y tendrás que empaparte del tema
si quieres sobrevivir. Yo he tenido que experimentar estas cosas desde mis años
de bachillerato; entiendo cómo funciona una protesta pacífica, y sé quiénes lo
hacen por convicción y quiénes simplemente por joder. Aparte, mi familia se
hizo bautizar como mormona, más convencidos por las palabras de los misioneros
que por verdadera fe, pienso yo; no ampliaré detalles ahora, porque ya ninguno
de nosotros lo es. Y es aquí donde debemos detenernos a pensar: ¿Cuándo estamos
apoyando realmente una idea? ¿Cuántas veces hemos seguido ideales que ni
siquiera comprendemos? ¿Es esto sano?
Independientemente
del tipo de movimiento, sea religioso, político, social o cultural, puedes ver
dentro de ellos a tipos de personajes: los que creen profundamente en su causa
y se esfuerzan en extenderla; los que están en el movimiento simplemente por
camuflaje o excusa para lastimar (ejem, movimientos políticos), y aquellos que
simplemente hacen parte del grupo por querer sentirse como parte de algo. Creo
que estos últimos son los más peligrosos para sí mismos, pero voy a profundizar
también en los “vándalos”, por nombrarlos de algún modo.
Sobre
las personas que realmente creen no debo decir mucho: aunque sus ideas sean
correctas o incorrectas, ellos están firmemente convencidos de sus ideales, y
eso es algo respetable, siempre que tales ideales no promuevan el odio o la
violencia.
Tilín,
tilín. Los segundos en la lista, aquellos que entran dentro de un movimiento
por el gusto de atacar disfrazado dentro de una bandera, son tanto peligrosos
para sí mismos como para los demás. Y voy a usar con estos los movimientos
políticos, porque son los más fáciles para ejemplificar. Específicamente, los
movimientos universitarios de izquierda. Sí, podrían crucificarme por hablar
así, pero conozco a muchos de izquierda que estarían de acuerdo con esto. No es
raro ver dentro de estos movimientos a personas que se camuflan bajo las
consignas de “ideal”, “libertad de
expresión” (ya ampliaré en otra ocasión sobre el problema de la libertad de expresión)
y “libertad de pensamiento” para hacer daño en propiedades ajenas y sembrar el
desorden tanto dentro de una protesta pacífica como fuera de ella, quitándole
la expresión pacífica a la protesta. Lo vi dentro de mi colegio, y lo veo
dentro de la universidad. Si revisan a estos personajes, notarán que varios de
ellos tienen problemas en sus estudios, pésimas notas o cosas similares; no
quiero sonar exagerado, pero yo lo he
visto, y también me lo ha comentado gente dentro de estos movimientos.
¿Un
ejemplo claro? Las protestas del año pasado contra la reforma a la Ley 30.
Podrán haber sido por causas justas, pero pintoretear muros, romper cristales y
gritar arengas estúpidas de odio contra la policía y el ejército (¿qué demonios
tiene que ver eso último con la Ley 30?) le resta fuerza a la expresión de
aquellos que realmente buscan un cambio, y denigra la visión del estudiantado
nacional ante los oídos de los líderes a quienes queremos que lleguen las
palabras.
Sin
embargo, como ninguno de nosotros tiene la verdad absoluta, y no se puede
negar, diré que sé también de personas correctas, intachables, de buen
rendimiento académico, que hacen parte de estos movimientos de izquierda, e
incluso los lideran como verdaderos ideólogos, buscando un cambio profundo en
la sociedad, tanto para ellos como para el resto de estudiantes y los futuros
profesionales, aunque no siempre se haga a través de acciones correctas. Una
sugerencia para ellos: revisen cuidadosamente a los caudillos que surgen entre
ustedes. Consideren las acciones que propongan, las ideas que transmitan. Que
sean realmente pensadores, y no simples destructores, o de lo contrario nunca
verán sus mejores ideas resonar más allá de los muros universitarios.
Tilín,
tilín. Un poco larga esta explicación.
Ahora
pasemos a las personas sin iniciativa, al tercer grupo, a los que siguen
cualquier idea que les digan, que se dejan llevar por las olas, y que son
realmente el objeto de este escrito. Tal como dije antes, estas personas son
peligrosas más para ellas mismas que para el resto del mundo.
¿Por
qué decir esto? Creo que no podría ser más simple, pero trataré de explicarlo.
Hay personas que nunca se molestan en cuestionar las ideas que les ofrecen, que
simplemente se dejan llevar por lo que les ofrezcan sin detenerse a pensar si
son ideas que comparten, si son cosas que necesitan o apoyan siquiera. ¿Cómo no
sería peligroso un comportamiento así? Digamos que un culto religioso te ofrece
que te unas a su congregación, diciéndote que serás más feliz. No tienes
problemas con ninguna persona, tu vida transcurre justo como te lo has
propuesto, pero ellos te convencen de que tu felicidad será completa si te unes
a ellos. No te detienes a cuestionar sus palabras, sino que simplemente
ingresas al culto. ¿Qué ocurrirá si, por ejemplo, luego de unos años, la misma
congregación acuerda quitarse la vida en grupo, en busca de su felicidad
eterna? ¿Lo harías? ¿Cómo negarte, si nunca cuestionabas aquello que decías?
Tal
vez el ejemplo sea un poco crudo, e incluso desatinado, pero es sólo una
muestra de lo que nos puede pasar cuando seguimos ideas que nos parecen
atractivas superficialmente, sin analizar su trasfondo. Que busques
tranquilidad espiritual no es cuestionable en sí, pero se debe hacer con
cautela. Como mencioné al principio, me convertí al mormonismo poco antes de la
adolescencia, siendo ingenuo y muy pasivo, nunca analizando lo que me decían, y
no fue hasta que estuve dentro de la iglesia que me di cuenta que eran muy
pocas o ninguna de sus creencias las que compartía. No era simplemente cuestión
de fe: sus principales afirmaciones requerían de pruebas lógicas y científicas
que no tenían, y las existentes realmente desacreditaban sus ideas. No era algo
en lo que yo podía creer de corazón. ¿Cómo había terminado, entonces, llevando
corbata al cuello los domingos? Porque no desgranaba las palabras que
compartían conmigo, no sopesaba las ideas, no cuestionaba nada.
Una
de las principales causas de la falta de criterio a la hora de seguir ideales
suele ser el encanto del simbolismo. No es por ignorancia o estupidez; los
miembros de cultos, movimientos políticos o revolucionarios no son “locos” ni “idiotas”.
Lo que suele ocurrir es que muchos de ellos se sienten atraídos por esa clase
de ideas debido a que quieren sentirse identificados con algo. Quieren ser
parte de algo; quieren pertenecer a una causa, aunque no la entiendan siempre. Ése
es el rebaño que, indefenso, sigue el sonido de un cencerro aunque tengan que
resbalar colina abajo, so pena de matarse. Esto ha sido visible para mí en
muchos ámbitos, desde las capillas mormonas hasta los movimientos estudiantiles
del colegio y la universidad. Cuando entras a una universidad pública eres
joven, y muchas veces quieres participar de las ideas universitarias, sentirte
parte de la universidad, participando en actos de protesta, sea pacífica o no,
y muchas veces porque sientes que eso te da identidad. ¿Cuántos de los
marchantes del año pasado entendían realmente la Ley 30 y las razones para
reformarla, o el porqué las reformas propuestas por el gobierno eran
inconvenientes, o siquiera compartían el ánimo de protesta? El anhelo del
compañerismo puede ser nocivo en ocasiones, porque puede conducirnos a grupos
que comparten ideas peligrosas contra otras personas. Buscar aceptación de
estos grupos puede llevarnos a actos de los que después nos arrepentiremos.
Puedo hablar por experiencia propia: no tengo mucho de qué arrepentirme, pero
el buscar siempre la aceptación me ha llevado a más de un derrotero en mi vida,
y a apoyar cosas que no entendía ni me interesaban, cosas en las que no creía.
Tilín,
tilín. Una de las herramientas usadas por los cencerros para atraer a su rebaño
a los que desean pertenecer a algo es el discurso efectista. Se parte de causar
sensaciones en el oyente, a menudo de culpa, para integrarlos al rebaño. Al
igual que el creyente que dice: “Sal de la religión falsa AHORA*”, el
estudiante que protesta que grita: “¡Debes apoyarme!” actúa mal. Pero ambas
frases pueden ser suficientes para sembrar duda en el espectador, hacerlo
sentir incómodo, y vincularlo a sus ideas. ¿Qué les asegura a ambos que tienen
la razón? ¿Cómo saber que tu religión es la verdadera? ¿Y qué es eso de deber apoyar? Ninguna causa, sea
correcta o incorrecta, debe ser
apoyada; es decir, no se cree en una causa por ser un deber. Se puede apoyar
una idea, pero no se debe hacerlo. Nada ni nadie lo exige. Yo puedo discernir de una idea, comprender
si es buena o mala y en base a ello apoyarla, pero no tengo que hacerlo forzosamente. Se tiene el derecho de apoyar o no
un ideal; para ello es nuestra capacidad de raciocinio.
Tilín,
tilín. Quiero terminar diciendo que este escrito es sólo un conjunto de puntos
de vista que he formado a través de los años, en parte a los consejos de
algunas personas, y en parte a mi propio criterio. No espero que todo el que
lea esto comparta mi punto de vista. Pero ese es el punto, ¿verdad? Leer una
idea, comprenderla, y en base a ella tomar una decisión. Nadie me asegura que
yo tenga la razón en todo lo que he dicho.
*En folletos de
un movimiento religioso, que no nombraré por respeto a amistades, se invita a
abandonar la religión falsa AHORA. Siempre he entendido que las palabras
escritas en mayúscula en un texto normal son imperativas, una forma textual de
grito, una orden. Eso es una forma de agresión. Lo dejo a su criterio.
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