Sobre la resignificación de los insultos

 

Teniendo una cuenta activa en BlueSky, algo de lo que en poco tiempo te darás cuenta es que, a pesar de ser vista como el refugio para progresistas y gente de izquierda, sigue albergando algunas actitudes tóxicas. Y no es sólo porque ese tipo de comportamientos son transversales a cualquier posición política y social, sino también porque hay conductas, acciones y expresiones que siguen promoviendo ideas o actitudes de discriminación, pero que hemos naturalizado al punto de defenderlas como herramienta discursiva, no siempre con el éxito que se espera.

Caso en punto. Hace unos meses, alguien compartió una crítica en BlueSky hacia algún sujeto real refiriéndose a él como “subnormal”, una expresión que, por lo que he visto, es bastante coloquial y popular entre los españoles. Yo manifesté respetuosamente que no era necesaria una palabra así para criticar a alguien, y fue como si le hubiera mentado la madre. Básicamente dijo que si me ofendía su uso, pues el problema era mío porque era una expresión que se había resignificado más allá de su uso capacitista original. Ya veremos que esa supuesta resignificación no es tal cosa, pero el caso es que, según esta persona, que me molestara el uso de “subnormal” hablaba peor de mí que de él por emplearla.

La verdad yo sólo vi a una persona supuestamente progresista esquivando cualquier autorreflexión por mínima que sea, pero de ese episodio me quedaron las ganas de hablar un poco acerca de algunos insultos y expresiones fóbicas, discriminadoras o patologizantes que con el tiempo perdieron su significado original y pasaron a significar otra cosa, fueron reapropiadas por las poblaciones con las cuales se empleaban, o que siguen siendo tan discriminadoras como siempre, pero pretendemos que no lo son para no limitar nuestras invectivas.

Antes de empezar, aclaro un par de cosas. En primer lugar, esta no es una crítica a los españoles ni nada en plan “latinos vs castellanos”. Menciono que subnormal es una expresión que he visto muy utilizada por los españoles, pero podría estar hablando perfectamente de mis compatriotas colombianos con la palabra mongólico, de los argentinos con su equivalente local, mogólico, o de cualquier persona en redes sociales que sigue usando autista como adjetivo malsonante, pero que luego se enoja cuando le señalan lo problemático que es eso. El problema no es la nacionalidad.

En segundo lugar, no pretendo hacer de policía del lenguaje ni mucho menos. De hecho, verán que considero que ciertas expresiones que tuvieron su origen capacitista o discriminador ya son válidas como insulto en un contexto diferente. Lo que sí creo es que hablar de “resignificación” con expresiones que siguen estando vinculadas hoy en día a discriminación y capacitismo pues no es muy lógico que digamos, en particular cuando no hacemos partícipes de esa supuesta resignificación a quienes siguen viéndose afectados de una forma u otra por su uso como insulto.

Por supuesto, es necesario hablar primero de qué significa la resignificación. Como se señala en este ensayo, se trata un concepto más bien moderno, nacido desde la semántica, y se refiere a la atribución de nuevos significados a palabras o símbolos. En ese sentido, la resignificación es un proceso en el acto de interpretación, y se encuentra en constante flujo, en función de contextos socioculturales, interacciones humanas y cambios en estructuras de poder y conocimiento.

Por supuesto, la resignificación como concepto fue más allá de la semántica, y ha sido adoptada por diferentes artes y ciencias sociales y naturales. Por ejemplo, la resignificación de experiencias y pensamientos disfuncionales es importante en enfoques psicoterapéuticos, como la terapia cognitivo conductual. Se puede decir, también, que la genética fue resignificada como ciencia tras el descubrimiento del ADN y el papel de los genes como el material tras la herencia de rasgos fenotípicos. Y en las artes, mucho del arte postmoderno y el uso de materiales cotidianos para crear obras, independiente de si lo consideren o no arte, es precisamente un trabajo de resignificación, uno que viene desde que Marcel Duchamp creó Fuente con un urinario a inicios del siglo XX.

Hablando del contexto que nos ocupa, en tiempos recientes ha sido importante para minorías sociales y grupos históricamente excluidos y discriminados la resignificación de insultos y expresiones malsonantes que se han usado por mucho tiempo para menospreciarlos, todo esto como parte de un proceso de empoderamiento y conciencia social y política. Pienso por ejemplo en un caso muy local, la palabra marica, una expresión despectiva para referirse a los varones homosexuales, o a cualquier hombre que mostrase ademanes y comportamientos por fuera de lo que se considera socialmente masculino. En tiempos recientes, la comunidad LGBTIQ+ ha ido adoptando poco a poco marica como una expresión de orgullo, algo que señala su identidad como personas que no se ajustan a la expresión y orientación sexual de la sociedad imperante, y que escapa de la intención humillante de su uso original.

Aquí hay un punto importante a considerar, y es: ¿quiénes son los que resignifican realmente las palabras? El uso coloquial de la población puede darles un significado distinto al de su uso original, usándolo de forma alternativa o reemplazándolo por completo. A veces ocurre porque su uso original cae en desuso, pero su acepción alternativa se mantiene dentro de la población -ya hablaremos de algunos de estos casos-. Por otro lado, si se trata de una expresión que define o afecta a una minoría presente y activa socialmente, eso puede generar choques, porque el uso coloquial no siempre evita el efecto de discriminar, de modo que la pretendida resignificación no los tiene en cuenta.

Creo que podría distinguir entre tres tipos de resignificaciones para los insultos: aquellas palabras que han sido despojadas de su significado original, aquellas cuyo significado peyorativo es contextual, y aquellas que definitivamente no pueden –ni deberían, debo añadir- ser resignificadas. Hablemos de las primeras, y puedo pensar de inmediato en expresiones que usamos para referirnos a la necedad, poco ingenio o inteligencia de alguien: idiota, estúpido, imbécil, cretino. Por si no lo saben, son expresiones con un origen médico ya en desuso, pues por ejemplo idiota viene de idiocia, que era como se llamaba a una deficiencia profunda en las facultades mentales, y cretino era como se llamaba a quienes padecían de cretinismo, una condición médica de desarrollo físico y cognitivo afectado por deficiencia en la tiroidina.

Por supuesto, aunque son usos registrados en el diccionario, casi nadie piensa en condiciones médicas cuando emplea estas expresiones. Primero, porque son expresiones que dejaron de tener un significado médico –el cretinismo, por ejemplo, se conoce ahora como síndrome de deficiencia congénita de yodo-, y segundo, porque el uso coloquial se impuso, siendo palabras que se emplean para designar no necesariamente a una persona con deficiencias cognitivas, sino con alguien con poco ingenio o que es demasiado necio en sus opiniones, y que son cosas que no tienen que ver con neurodesarrollo o problemas médicos. Es decir, se han resignificado. Por supuesto eso no borra el origen patológico de dichas palabras, por lo que podríamos debatir sobre la pertinencia de su uso, en especial porque el español es rico en expresiones malsonantes sobre el ingenio de alguien, pero en particular, siendo que carecen de valor médico hoy, no creo que sea particularmente condenable su uso.

El segundo grupo de palabras resignificadas son aquellas cuyo significado depende del usuario, por lo que su resignificación es más bien contextual. Hablemos de nuevo de marica, que está siendo resignificada por grupos LGBTIQ+, pero que también se ha ido resignificando entre la población casual, al menos en Colombia, para referirse también a alguien insensato o que se esfuerza poco: otra forma de llamar idiota a alguien, pues. Sigue siendo despectivo, pero ahora menos relacionado con la orientación sexual o las expectativas de género sobre el varón. Sé que hay personas LGBTIQ+ que rechazan igualmente este uso, precisamente porque ellos quienes resignificar la palabra en algo positivo o con significado político y social; lo menciono porque es un ejemplo de diferentes resignificaciones que puede tener una misma palabra.

También podríamos hablar de negro, con el que su significado depende mucho de cómo se use la expresión: por ejemplo, es frecuente entre parejas llamar negra a una como expresión de afecto (por ejemplo, “mi negra”, “negrito mío”), pero también se puede usar como una forma de insultar a alguien (por ejemplo, “negro de mierda”), con lo que la expresión adquiere un significado muy negativo. Negro es también un término que ha sido o no resignificado por el activismo afro, pues hay algunos que quieren recuperarlo como una expresión de orgullo, una identidad sociocultural, y otros que lo resienten por vincularlo con períodos de esclavitud y explotación.

Aquí debo decir que la resignificación tiene influencia tanto de los contextos históricos como del idioma, pues en inglés la palabra negro tuvo un significado histórico mucho más despectivo que en el nuestro, por lo que nos resulta más fácil resignificarlo. Irónicamente, expresiones malsonantes en inglés como negro o nigger pasaron a formar parte del habla coloquial en algunas comunidades afroestadounidenses, pero ahí está la clave: en contextos afroestadounidenses, la propia población que fue históricamente afectada por todo lo asociado con tales palabras.

Y habiendo mencionado esto, es hora de hablar del tercer grupo de palabras resignificadas: aquellas que no se pueden resignificar, no al menos como se pretende hoy en día. Mencionemos primero subnormal, la expresión que me inspiró a hablar de este tema. Era otra expresión médica e incluso jurídica para designar a personas con una capacidad intelectual inferior a la media, pero que por sus connotaciones capacitistas y degradantes terminó cayendo en desuso. Como otras expresiones relacionadas con la inteligencia o la cognición, es ocupada de modo popular para referirse de forma despectiva a una persona poco inteligente o ingeniosa. La gran diferencia, no obstante, es que por la construcción de la palabra, sigue teniendo un peso capacitista: algo por debajo de la normalidad, de lo adecuado. Cuando llamas a alguien subnormal, das a entender que su capacidad intelectual parece desarrollada por debajo de lo que consideramos normal, y eso es un detalle difícil de resignificar.

Sé que pueden decirme: “¡Pero yo no pretendo usarla de esa forma! ¡Sólo intento llamarlo idiota!”. Y es verdad: seguramente la mayoría no está intentando decir que el otro es biológicamente inferior. Pero cuando la misma estructura de la palabra se somete a una definición abstracta como la normalidad, un concepto que por lo general depende de roles y expectativas sociales que no tienen en cuenta variaciones médicas y biológicas, sigue pesando como capacitismo. Es una designación de que no todos somos “normales”, y que hay personas inferiores. Si quieres insultar su inteligencia o falta de sensatez, sale más práctico y directo llamarlo idiota.

Otro tanto ocurre con el término autista. En mi tierra no es muy común verlo empleado como insulto, pero en otras latitudes suele emplearse también para referirse, de modo despectivo, a alguien poco comunicativo, o que vive obnubilado y distante, como en su propio mundo, o que parece entender las cosas de un modo diferente a los demás, de modo que no es raro ver en redes sociales que digan que alguien actúa “autista” porque parece que su comprensión de una situación va en contravía del resto del mundo. Por supuesto, autista no sólo es una palabra con un significado médico importante, sino también parte de la identidad de millones de personas, una forma en la que interpretamos y nos relacionamos con el mundo. Usar autista de forma despectiva es también rebajarnos a nosotros.

Es común que al señalar esto, se replique que la acepción de autista para referirse despectivamente a alguien está recogida por la RAE, y por lo tanto el usarla no pretende ser ofensivo contra las personas médicamente autistas, por decirlo de algún modo. Pero eso falla en dos detalles importantes. Primero, la RAE sólo recoge el uso y acepciones de palabras y expresiones, pero no las define por cuenta propia: eso lo hacen los propios hablantes. Segundo, esa segunda acepción despectiva no existiría si no se hubiese tenido por décadas –y a quién engaño, se tiene aún- la visión de que ser autista es algo triste, lamentable, y que no debería experimentar ninguna persona. Entonces, esa supuesta resignificación contextual depende de que se entienda el autismo propiamente dicho como algo negativo, así que realmente no está resignificando gran cosa. No puede hacerlo.

Llega a mi mente otra objeción popular a estas críticas, una que estaba precisamente en los comentarios que me hicieron: “Si esto te ofende, el problema es tuyo”. Y por supuesto que se tiene un problema con la forma en que se usan estas expresiones: porque son rezagos de épocas en que nuestra consideración con la diferencia, la otredad, era mínima o inexistente, donde aquel que no se ajustara a nuestra concepción del mundo, de lo que es normativo y adecuado era excluido, despreciado o compadecido. Cuando el uso supuestamente resignificado de expresiones como las que he mencionado no se aleja demasiado del pensamiento que les dio origen y definición primordial, pues siguen siendo tan ofensivas como siempre para aquellos contra los cuales se usaron originalmente.

¿Entonces deberíamos dejar de insultar? Pues aunque les sorprenda, esa no es mi sugerencia. Como dijo el filósofo Daniel Dennett, de vez en cuando es necesario faltar el respeto. Pero no hace falta recurrir a insultos de origen discriminatorio. Como dije, al menos nuestro idioma es muy rico en groserías, como nos demuestra esta fantástica escena de Los Simpson. Seguro pueden encontrar muchísimos sinónimos para sus floridas invectivas en Internet o en la vida real sin hacerlo a costa de otros grupos sociales.

Y de todos modos, yo no soy más que un hombre, y no tengo forma de impedir que otros empleen ese tipo de insultos. Tampoco me interesa ponerme en plan puritano o fiscalizar la forma en que la gente se comporta en redes sociales. Sólo me interesa señalar que es importante tener en cuenta el origen de ciertas expresiones y los contextos en los cuales se usaron y son usados. Cada uno a partir de ahí debe evaluar si realmente necesita emplearlas, y si eres una persona que se considera progresista o de izquierda, preguntarte qué tanto coincide eso con las ideas que profesas.

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