Tenemos derecho a evolucionar
Como animales conscientes y capaces de razonar, los seres humanos tenemos un gran potencial de desarrollo cognitivo. No sólo podemos aprender y recordar, sino que nuestra mente, nuestras ideas y pensamientos, se desarrollan y transforman a partir de las experiencias, de los momentos compartidos, las ideas transmitidas entre unos y otros. Así, nuestra capacidad de aprendizaje es vasta, y con ella nuestra capacidad de adaptación resulta siendo bastante flexible y diversa.
Pensaba al respecto desde hace tiempo, reflexionando sobre la forma en que muchas de mis posturas personales han cambiado en los últimos años. Pero no había concretado las reflexiones en una dirección hasta que, hace unos días, decidí tomar un test en línea en PoliticScales. Esta es una página donde, a través de una serie de afirmaciones de carácter político, reflejan el pensamiento político del individuo configurándolo en torno a ocho ejes (constructivismo/esencialismo, justicia rehabilitadora/justicia punitiva, progresivo/conservador, internacionalismo/nacionalismo, comunismo/capitalismo, regulación/laissez-faire, ecología/producción, revolución/reforma), y algunas características adicionales. No es, por supuesto, una lectura completa del pensamiento político individual (muchas afirmaciones son simplistas, en un estilo que pide respuestas no tan matizadas, a pesar de los niveles de acuerdo o discrepancia), pero sirve bastante para ayudar a orientarse en cuanto a cómo contempla el individuo la economía, los derechos humanos, el medio ambiente y la sociedad.
En mi caso, resultó que actualmente no sólo soy humanista y equitativo, sino que también me inclino más hacia el socialismo de lo que era hace unos años, donde recuerdo ser mucho más inclinado al laissez-faire y a ser reformista que revolucionario. Sorpresivamente, resulté siendo mucho más constructivista que esencialista, y aunque en parte lo atribuyo a la simplicidad de las afirmaciones relacionadas con ese eje, también es verdad que rechazo las explicaciones esencialistas en política, casi siempre fundamentadas en ideas erróneas sobre ciencia. Y como característica adicional, y de forma curiosa –aunque no tanto para quienes me siguen en Twitter/X-, me inclino además a ser anarquista.
Decía,
pues, que hace unos años era más bien un liberal socialdemócrata, en una
posición más acomodada entre la inversión pública y la empresa privada, así
como una fuerte defensa de los derechos humanos. De hecho, para ser concreto,
estaba bastante empapado de ese liberalismo individualista y antisocialista que
tanto caracteriza a muchos intelectuales herederos del pensamiento anglosajón
que se presenta como “hijo de la Ilustración”, y que en estos últimos años he
criticado en el blog por su ingenuidad y fragmentación. Para mí, un laicismo
estricto y una protección de los derechos individuales en abstracto eran más o
menos el culmen del desarrollo en una sociedad democrática.
Sin
embargo, con los años he tenido diferentes experiencias que me han hecho
enfrentarme con las limitaciones de esas ideas. He tenido la oportunidad de
leer mucho más y a conciencia de temas sociopolíticos y económicos. He visto
las costuras dentro de movimientos escépticos e intelectuales, que los han
quebrado por dentro. He tenido que pasar años de dificultades económicas y de
salud, al grado de pasar un año entero de física hambre, y para colmo terminé
por fuera del postgrado que estaba haciendo. En momentos tan duros, fueron las
lecciones aprendidas a través del conocimiento adquirido, y una red de apoyo
que se construyó para apoyarme durante un proceso psicológico difícil, quienes
me ayudaron a mantenerme entero a pesar de las grandes dificultades.
Pero
no es sólo por estas situaciones duras que he ido cambiado. También porque he
sacado la cabeza de la zona de confort, arriesgándome a leer más material en
áreas que poco había explorado, y que me hicieron darme cuenta de lo mucho que
sobrestimaba el conocimiento de figuras intelectuales a las que otrora guardaba
más respeto. Leyendo de historia, pude darme cuenta que el escepticismo
religioso tiene muchos lugares comunes que son poco más que mitos y bulos que
se iban superando hace décadas, pero que por trabajos como Cosmos han perdurado en la memoria colectiva. Leyendo sobre
sexualidad y biología del desarrollo, pude salir a tiempo de las trampas
discursivas de movimientos “críticos de género”, que recurren a pseudociencia y
a ignorancia general sobre el tema para plantear hombres de paja acerca de la
diversidad sexual. Leyendo más sobre sociología y política, he podido dejar
nociones ingenuas del liberalismo anglosajón, que sigue aferrado a mitos sobre
el progreso y el desarrollo tecnológico y su supuesto papel en el desarrollo de
los derechos y libertades del ser humano.
Puedo verme atrás, y notar que, en parte por ignorancia, en parte porque me sentía aceptado, a veces escribía trabajos estridentes, pero poco asentados en la realidad o en la verdadera evidencia disponible. Por ejemplo, antes de mi diagnóstico como autista, no sólo desconocía mucho acerca del movimiento de biodiversidad, sino que seguía manejando discursos capacitistas y patológicos acerca de las condiciones de desarrollo neurológico. Antes de leer sobre historia de las religiones, creía que decir que el islam sigue atascado en la Edad Media en serio era algún argumento intelectual y contundente sobre su relación con muchos derechos humanos. Y no puedo sino reírme con tristeza de la visión tan lineal y descorazonada con la cual escribí alguna vez sobre la Conquista y todo lo que vino tras el encuentro de dos mundos.
Es
por ello en parte que me he ido alejando de los círculos escépticos que solía
frecuentan: porque en realidad abunda mucho la desinformación, una serie de
ideas y concepciones con las que ya no coincido, y en no pocos casos acaban
contribuyendo activamente a confundir al lector común. Por supuesto que hay
personas con grandes intenciones y buen trabajo en escepticismo y divulgación,
pero pocas veces me siento integrado en grupos, así que prefiero interactuar
con ellas de forma particular.
Lo que me lleva al punto. Es normal que con los años, muchas personas cambien y dejen atrás ideas y creencias que defendían con gran fuerza. Pero otras no son capaces de creer o siquiera considerar que eso sea posible. Algunos ven cualquier indicio de cambio como intenciones camufladas, o intentos de ganarse a más gente. A otros les puede parecer que esto es señal de debilidad en sus principios. Y unos más de plano detestan cuando una persona que conocían abandona ideas con las que coincidían. Ahora, ¿es esto una observación siempre justa, o precisa siquiera?
En
primer lugar, ¿por qué sería señal de debilidad el evolucionar y cambiar de
creencias y pensamientos? De hecho, sería extraño que lleguemos a la adultez
con todas las cosas que creíamos cuando niños intactas. Hay ideas que se dejan
atrás, sea porque eran cosas irreales típicas de niños, porque cambiamos de
ambiente y somos expuestos a otras ideas, o porque hubo creencias con las que
nunca congeniamos en primer lugar. La personalidad y el carácter se mantienen,
con alguna influencia de ambientes y circunstancias, pero la mente se
desarrolla, crece.
Y
cuando somos adultos, tenemos incluso más capacidad de desarrollarnos y
evolucionar, porque nuestra mente está más madura, y hemos acumulado más
herramientas para analizar y discernir entre la información que llega hasta
nosotros. Este no es un proceso que se detiene, aunque es cierto que muchas
personas, por sensación de seguridad, comodidad o pertenencia, se aferran a un
conjunto de ideas en particular. Pero somos perfectamente capaces de seguir
aprendiendo y crecer.
Que
personas que admirabas o conocían cambien o abandonen ideas no tendría que ser
necesariamente una razón para rechazarlas, siempre y cuando no estemos hablando
de ideas que generen violencia o rechazo hacia otras personas. Es decir,
¿admirabas de verdad a la persona, o sólo en lo que coincidía contigo? Porque
si es lo segundo, no es una forma muy madura de analizar las cosas. Los ídolos
y los intelectuales también pueden seguir aprendiendo y desarrollarse: de
hecho, como hemos vistos en varios casos dentro y fuera de este blog, es
incluso peor cuando optan por mantenerse inamovibles en creencias que no sólo
están fundamentadas en bases débiles, sino que propician la segregación y el
rechazo de otros.
Por
esta razón, no suelo ser de los que atacan a una persona por las ideas que
defendía en el pasado. Si lo hacía por ignorancia o inmadurez, es un poco bajo
denigrarle por ello. Por otro lado, sí que es verdad que, ya que el carácter y
personalidad se mantienen, la forma en que defienda sus ideas puede ser tan
negativa o contraproducente para sí misma y sus propias ideas. Es la cuestión
con el fanático, por ejemplo: muchas veces el problema no son como tal las
ideas que defiende, sino que sus propios rasgos psicológicos le llevan a asumir
actitudes tóxicas en su interacción con aquellos que no comparten sus
creencias.
Es
por ello que también podemos encontrar personas que, más que cambiar de ideas
por convicción verdadera, lo hacen porque les resulta más útil para encajar
mejor y llamar a grandes grupos de personas. Probablemente han visto algunos
ejemplos de personalidades en redes sociales y otros espacios de Internet, que
con los años han demostrado tener la misma actitud grosera e inmadura de antaño
y de la que parecían haberse liberado, sólo que ajustándose a los intereses de
públicos actuales, principalmente grupos reaccionarios o conservadores –aunque
también hay otros casos en el progresismo-. Y la frase “la política es
dinámica” es uno de los retratos más cínicos, y al mismo tiempo más realistas,
de este tipo de comportamientos en las esferas del poder.
Usualmente
son los principios, los valores más profundos en cada persona, que se asocian
por lo general a posturas éticas, los más difíciles de cambiar, pues en cierto
modo son los que dan sentido al conjunto de ideas y pensamientos del individuo.
En ese sentido, en muchas personas los principios se mantienen a través del
tiempo, mientras que las posturas, creencias y costumbres en torno a la
aplicación de sus principios éticos pueden mutar y cambiar. Por supuesto, los
principios también pueden llegar a cambiar, pero esto requiere de un trabajo
más profundo, pues nos aferramos con más fuerza a ellos. De modo que cambiar de
creencias e ideas no significa tampoco siempre dejar atrás los principios sobre
los cuales te sostienes.
¿He
dejado yo los principios que me sostenían como persona? Quiero pensar que no.
Después de todo, mi intención de lograr que los lectores reflexionen y la defensa
de derechos humanos siguen siendo parte de mi núcleo. Lo que he aprendido en
años recientes es que necesitamos más que simple pedantería intelectual,
exaltación del individualismo, ridiculizar creencias y una confianza inusitada
en modelos sociopolíticos con amplias carencias para conseguir que la sociedad
evolucione en sí. Podemos usar mejores herramientas para conseguir que nuestros
principios muevan al mundo.
Si hay algún mensaje con el que quiero que se queden, es que no hay que tenerle miedo a evolucionar y cambiar. Rechazar de grande lo que te gustaba cuando niño no es necesariamente madurez, así como cambiar de creencias y costumbres en tu vida no es sinónimo de debilidad. Son pasos que podemos dar o no, una expresión de nuestras facultades de aprendizaje y raciocinio, y cuando sea útil y necesario debemos aceptarlo y recibirlo.
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