¿De dónde vino el Dios de Israel?


La influencia del cristianismo, para bien o para mal, ha sido importante a través de los siglos para la historia de la humanidad. Gran parte de ello viene, por supuesto, de la antigua religión del pueblo israelita, la cual sentó las bases de la cosmología monoteísta abrahámica, con las posteriores modificaciones y adiciones que Jesús de Nazaret (asumiendo que haya existido un predicador humano con tal nombre) y sus seguidores hicieron en los primeros siglos de la Iglesia. Sin esa tribu semita, el concepto de Dios no existiría como lo conocemos en nuestra sociedad.



Sin embargo, la realidad es que los israelitas no eran tan monoteístas como se nos presenta en el “buen libro”, al menos durante sus primeros siglos de existencia. De hecho, dado que su religión en sí misma tiene muchas bases en los antiguos cultos cananeos y la mitología sumerio-babilónica, varios de los atributos agregados a Yahveh, que es el nombre más probable del dios israelita[1], provienen de esas religiones “paganas”, incluyendo incluso ese concepto que parece más conspiranoico y que seguro algunos han escuchado: el de la “esposa de Dios”.

¿Pero de dónde saco yo esto? ¿Por qué digo yo que los israelitas no eran tan monoteístas, y que “Dios” era casado? Bien, son cuestiones que tanto la evidencia histórica como pistas que surgen en la misma Biblia permiten concluir. Pero vayamos por partes.

Primero, aunque la Biblia presenta algunos hechos históricos que pueden corroborarse con fuentes externas (como las crónicas asirias) y da pistas sobre influencias culturales, no debe tomarse como un documento histórico fiable del pueblo israelita. De acuerdo con los historiadores, la recopilación de muchos textos del Antiguo Testamento, que es el que nos interesa para el tema en discusión, se dio hacia los siglos VII-VI antes de nuestra era; es decir, entre las reformas de Josías y el exilio en la Babilonia caldea, siendo más bien una suerte de mito nacional construido para mantener unidos a los israelitas y preservar su identidad cultural. De ahí provienen, con toda seguridad, pasajes como la Torre de Babel (posiblemente inspirada por el zigurat Etemenanki) y el Diluvio Universal (un calco casi total de la leyenda de Utnapishtim en la Epopeya de Gilgamesh), agregados al texto bíblico gracias a la influencia caldea, así como la demonización del llamado “reino del norte”, Israel, el cual fue mucho más próspero e influyente de lo que se presenta en la literatura bíblica pre-exilio.

En segundo lugar, si bien hay registros del nombre Israel que se remontan hasta el siglo XIII A.E. (la estela de Merneptah) y hay presencia de asentamientos antiguos de este período, la evidencia arqueológica directa de los israelitas como una potencia regional no surge sino hasta el siglo X, un poco después del período monárquico unificado de David y Salomón descrito en la Biblia, del cual la mayoría de historiadores están de acuerdo en que nunca existió (una reciente hipótesis sugiere que este mito pudo estar basado en el muy posterior reinado de Jeroboam II (788-747 A.E.), el cual conquistó gran parte del territorio atribuido a David). Esto es importante porque da muchas luces sobre la transformación de su religión nacional hasta sentar las bases para el surgimiento del cristianismo.

Mapa aproximado de los reinos que componían el Antiguo Israel, de acuerdo a fuentes arqueológicas y bíblicas, en el siglo IX A.E. Fuente: Wikipedia.

Finalmente, hay que indicar el bagaje étnico y cultural de Israel. Aunque las teorías abundan, la opinión prevalente es que los israelitas eran un conjunto de pueblos cananeos, de lengua semita, que se fueron integrando entre sí hasta conformar un Estado organizado, cuya particularidad era la adoración de Yahveh como deidad nacional. La religión cananea tuvo gran influencia de los mitos mesopotámicos y egipcios, y tras el Colapso de la Edad del Bronce (1200-1150 A.E.) los estados arameos y cananeos que surgieron buscaron forjar una identidad nacional que involucró la transición de los cultos politeístas a religiones monolástricas: es decir, reconociendo la existencia de varios dioses, pero sólo adorando a uno principal. Todos estos procesos permitieron asentar el culto a Yahveh, culto que parece haber surgido por sincretismo de la adoración a ʼĒl y la importación, a falta de un mejor término, del mismo Yahveh.

¿Sincretismo? ¿Importación? ¿De qué rayos estoy hablando? Parece complicado, ¿verdad? Tratemos de simplificarlo.

Empecemos por ʼĒl. Sí, así es el nombre. Se trata de una deidad del antiguo panteón cananeo, jefe supremo de los dioses, y que en fuentes como Ugarit es consorte de Asera, otra diosa cananea ampliamente reverenciada. De acuerdo con el historiador Mark S. Smith, dado el origen cultural de Israel, en los primeros siglos de la nación su religión era la cananea, con un mayor culto hacia ʼĒl, Asera y su hijo Baal, dios de la tormenta y otro de los principales de dicho panteón; Yahveh no era parte de esta religión, y a diferencia de lo que se cree no parece haber sido un título para ʼĒl. A medida que Israel fue forjando su propia identidad nacional, rechazando su pasado cananeo, ʼĒl confluyó con Yahveh y diversos aspectos de Asera y Baal fueron integrados a este, a la vez que se persiguió el culto a dichos dioses, como se ve reflejado en pasajes de Jueces y los Libros de los Reyes. De ahí la visión conspiranoica de que Dios tenía una esposa que en la Biblia es omitida: en esencia sí, pero es un poco más complejo de lo que te suelen explicar.


Pero si los israelitas rendían culto a los dioses cananeos de Levante, y Yahveh no era parte de ellos, ¿de dónde provino? Aquí se complican un poco las cosas: no hay registro del nombre por fuera de las fuentes israelitas, ni se sabe lo que significa. No obstante, gran parte de los estudiosos apuntan a una fuente externa a Canaán. En un texto de Amenhotep III y otro de Ramsés II se hace referencia a un grupo de pueblos nómadas, los shasu, que vivían al sur del Levante y al este del Jordán. Uno de estos pueblos es referenciado como “los shasu de yhw”, un término muy similar al tetragrámaton de Yahveh, lo cual ha hecho que algunos expertos propongan que estos shasu se asentaron en Canaán y se convirtieron en israelitas; no obstante, esto está desmentido por la evidencia arqueológica, que les da un origen claro en las tierras cananeas que en tiempos del exilio presumirían de conquistar tras el Éxodo.


A partir del tema de los shasu, muchos otros plantean una hipótesis de mejor reconocimiento: la llamada hipótesis quenita. De acuerdo con esta, Yahveh era el dios al cual rendían culto los pueblos de Edom y Madián -quienes descenderían, por tanto, de los shasu-, los cuales a través del comercio con los cananeos integraron sus creencias a las de los israelitas. Esta hipótesis se planteó en sus inicios con base en el Éxodo, puesto que Jetro, el suegro de Moisés, era un quenita sacerdote de Yahveh en la tierra de Madián, y sería a través de él que Moisés (asumiendo que fuera un personaje histórico) llevó ese culto a los israelitas. Recordemos que Dios se manifestó a Moisés después de haberse establecido en Madián, y cuando se presenta ante él asegura haber sido adorado por los israelitas como ʼĒl Shaddai. Lo más seguro es que este pasaje se refiera al título de la deidad cananea a la cual rendían culto los antiguos israelitas, haciendo un puente entre su culto y el de Yahveh.


Puesto que en la actualidad se reconoce que el Éxodo de Egipto es sólo una ficción narrativa más, y que hay un claro origen de los israelitas en Canaán, la hipótesis quenita perdió fuerza. Sin embargo, resurgió a partir de los textos egipcios antes mencionados, ya que el territorio asignado a los shasu corresponde al que en la Biblia se describe como ocupado por edomitas y madianitas. De manera similar, en las ruinas de Kuntillet Ajrud, al noreste del Sinaí, se encontraron inscripciones que hablan del “Yahveh de Samaria” y el “Yahveh de Temán”, sugiriendo versiones locales del culto a este dios. Finalmente, varios textos bíblicos aparte del Éxodo asocian a Yahveh con las áreas montañosas al sur y este de Judá, territorios de Madián y Edom, así como indican de manera constante lazos culturales entre los habitantes originales del territorio de Judá y los edomitas[2]. Por ello, aunque aún no hay total certidumbre al respecto, hay un importante consenso en que Yahveh habría sido adorado por tribus nómadas transjordanas hacia los siglos XV-XIV A.E., y con el tiempo fue adoptado en las tierras de Samaria a través de las migraciones y el comercio con estos pueblos.

Por ejemplo, el monte Sinaí descrito en la Biblia estaría ubicado en la tierra de Madián.

¿Y cómo terminó convirtiéndose no sólo en el dios nacional de los israelitas, sino en su único dios? Decía antes que Yahveh fue asimilando los atributos de los principales dioses cananeos que se adoraban en el reino del norte hasta convertirse en su dios nacional, aunque por el conflicto de cultos descrito en 1 Reyes[3] parece que se mantuvo la adoración a otras deidades. Tras la caída de Israel en el 722 A.E. a manos del Imperio Asirio, Judá, que hasta entonces no había sido un jugador importante en la región, pudo convertirse en una potencia local. De acuerdo con el historiador Israel Finkelstein, coautor de La Biblia desenterrada, la narrativa construida durante las reformas de Josías (639-608 A.E.) buscaba la unidad de su pueblo y justificar su expansión territorial, quizá en parte por la misma migración de refugiados israelitas del norte a Jerusalén, por lo cual se construyó una base religiosa donde se condenaba a los reyes del norte, culpando a su “idolatría” por el destino de los israelitas. Fue así como Yahveh se convirtió en la única deidad del país, y durante el exilio llegarían los demás retoques y ediciones a los textos bíblicos del Antiguo Testamento hasta lo que conocemos hoy.

En resumen, el Dios de Israel fue la síntesis de cultos en el Cercano Oriente que confluyeron a una religión monolátrica estructurada, y que tras el exilio a Babilonia se reforjó como un sistema monoteísta, manteniendo de esa forma una visión privilegiada sobre su pueblo. Estos sucesos también dieron lugar a la narrativa de una figura de liderazgo que condujera al pueblo judío[4] a su antiguo esplendor, el Mesías, narrativa que sería apropiada siglos más tarde por los seguidores de Jesús de Nazaret y que daría lugar al cristianismo.

Tal vez algunos lectores crean que esto es una especie de ataque al cristianismo; quiero pensar que no. Mi interés es más bien observar, al mismo tiempo que ustedes, los orígenes de las bases fundamentales de una de las religiones más influyentes en nuestra historia. A mí me apasionan mucho la historia y la mitología, y aunque la hebrea es una de las mitologías más aburridas que conozco, sí es muy interesante tener claras las raíces culturales e históricas de las religiones abrahámicas. Creyente o no, creo que enriquece mucho conocer esta información para futuros debates. Después de todo, ¿de qué sirve defender una creencia religiosa si ni siquiera se conocen bien sus orígenes?

[1]Debido a que el alfabeto hebreo antiguo es un sistema abyad, donde sólo se representan fonemas consonánticos, existen diversas interpretaciones de la pronunciación del nombre YHWH. La propuesta de Wilhelm Gesenius, Yahweh, es la más aceptada entre historiadores y eruditos. La popular transcripción latina Jehová proviene de la adición de los puntos vocales en la palabra Adonai, que significa “mi Señor” (usada por los judíos para evitar pronunciar en voz alta el nombre de Dios), a la pronunciación del tetragrámaton.

[2]Como comentario curioso, hay que señalar que si buscas “edomites” en las imágenes de Google, aparecen una serie de alusiones a ideas conspiratorias: que la gente blanca es edomita, que los edomitas son parte del Nuevo Orden Mundial y chorradas similares. Podría profundizar al respecto para discutirlo en un futuro.

[3]Acab y la dinastía Omrida de Samaria tienen bases históricas extrabíblicas (de acuerdo con las fuentes asirias, es posible incluso que Jehú fuera descendiente de Omri), y aunque su historia con Jezabel sería otro recurso narrativo, no es descabellado pensar que el gobernante de una nación próspera como Israel contrajera matrimonio con una princesa fenicia. Si este es el caso, el conflicto entre el profeta Elías y los sacerdotes de Baal podría hacer referencia a un intento de Acab por establecer a este dios como el patrono de la nación, chocando así con la figura de Yahveh, algo similar a lo sucedido con Akhenaton varios siglos antes en Egipto.

[4]Para efectos del presente texto, con “judíos” me refiero tanto a los habitantes del reino de Judá como a los migrantes israelitas que se les unieron tras la caída de Samaria; de acuerdo con estudios, buena parte de las “Diez Tribus Perdidas” habrían sido entonces asimiladas por Judá, y sería otra de las razones que impulsaron a la construcción narrativa durante las reformas de Josías.

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