Autismo y glifosato: campaña ideológica

La semana pasada un contacto compartió en su muro una noticia de 2014 en El Ciudadano -diario virtual que, he comprendido, tiene la misma “validez” y seriedad de Russia Today- donde una doctora, Stephanie Seneff, asegura en un estudio supuestamente científico que el glifosato es el responsable de que en los últimos años se hayan incrementado los casos de autismo en el mundo, y que dada la tasa de incremento en el número de casos, para el 2025 la mitad de los niños en el mundo podrían sufrir de este problema. El diario presenta la información con cierta cautela, mencionando la controversia que ha suscitado en otros profesionales que de inmediato descartan las afirmaciones de Seneff, pero deja la duda de que las grandes corporaciones influyan sobre la comunidad científica.




Es difícil leer dicha información sin sentir que se está haciendo puramente una campaña de desinformación a favor de los grupos antitransgénicos y monsantofóbicos, que constantemente buscan prohibir o etiquetar la venta de estos productos, mientras culpan a la multinacional de mil y un problemas de la humanidad. Por otro lado, desde hace años el autismo se vincula a factores externos, siendo el más importante la vacunación, lo que ha dado origen a los llamados antivacunas, que deciden no tratar a sus hijos con estos medicamentos.

Todo esto hace difícil matizar el asunto. Sin embargo, pasemos primero a señalar algunos aspectos.

Uno: Seneff es investigadora del MIT, en el Laboratorio de Ciencia Computacional e Inteligencia Artificial. Tiene un grado en Biofísica, un M.S en Ingeniería Eléctrica y un Ph.D en Ingeniería Eléctrica y Ciencia Computacional. Es decir, no tiene conocimientos profundos ni en biología, ni en medicina o epidemiología, y ni siquiera en química. Aunque ha trabajado en modelos y algoritmos para aspectos biológicos como el sistema auditivo humano, su investigación con el glifosato es de años muy recientes. Considerarla como una autoridad en ese campo es por tanto apresurado y arriesgado, pues sería como si un sacerdote pretendiera dar consejos de terapia sexual.

Dos: el glifosato es mucho menos tóxico de lo que el público general cree. De hecho, es muchísimo menos tóxico que, por ejemplo, la atrazina, que se utiliza de forma mucho más general, y sin muchas protestas. Aunque hubo revuelo recientemente por su inclusión en la categoría 2A de la IARC, hay que señalar que no hubo suficiente rigurosidad en el estudio de dicha entidad, y la categoría simplemente habla de “probablemente cancerígeno”. David lo explica mejor: productos como el café o el mate caliente están en dicha categoría, y no vemos a los antitransgénicos protestando por su prohibición. ¿Será porque no pertenecen a “malvadas multinacionales” como Monsanto? ¿O porque, en teoría, sabemos cómo se producen?

Tengamos en cuenta que el glifosato funciona atacando una vía metabólica presente en plantas, mas no en animales, por lo que tiene poco efecto en nosotros, además de tener una vida media corta, por lo que difícilmente es acumulativo. Por supuesto, consumirlo directamente no sería nada sano, pero tampoco lo sería beber un litro de agua salada, y no por eso perseguimos al mar. Hablamos aquí de excesos y de un producto químico ajeno al cuerpo, tal como lo son los detergentes -y estos tampoco los prohibimos, ni nada por el estilo-.

Hay quien señala que la ruta metabólica que el glifosato afecta se encuentra en las bacterias de la flora intestinal humana; sin embargo, hasta ahora no hay evidencia que apoye dicha hipótesis, así que no es arriesgado asumir que esto no es cierto. Es casi seguro, sí, que los efectos que solemos ver tras las fumigaciones con glifosato se deban a la falta de protocolos de seguridad y a un uso ineficaz y excesivo del producto. Todo siendo además parte de la desastrosa guerra contra las drogas, que podría manejarse mejor con la legalización.

Tres: Monsanto no es dueño del glifosato, pues su patente expiró en el 2000. Son productores de la marca Roundup, pero este no es el único glifosato del mercado. Entonces, criticarlo sólo porque Monsanto fabrica uno de tantos es un enfoque más bien miope.

De hecho, criticar cualquier tecnología porque Monsanto la utilice, como los OGM, no es más que una falacia por asociación, puesto que ni Monsanto es la única productora de semillas OGM, ni todas las semillas OGM son producidas por grandes multinacionales (véase el caso del arroz dorado). Como cualquier multinacional, Monsanto merece críticas por sus políticas, y es motivo de preocupación y discusión que unas cuantas empresas del mismo nivel sean las que manejen la industria alimenticia. Pero eso es una cosa, y otra muy diferente es pensar que los alimentos transgénicos son malos per sé únicamente porque Monsanto es uno de sus productores. Es necesario separar ambos temas, pues no son equivalentes.

Señalados los puntos anteriores, pasemos a la relación con el autismo. Seneff no hace más que recopilar información de otros autores sobre el tema para establecer gráficas que correlacionan el incremento en el uso del glifosato con el aumento de casos de autismo. No es difícil encontrar el error de su hipótesis: correlación no es causalidad. Este es un error que los grupos antivacunas y otros similares suelen cometer. Un artículo en ScienceBlogs hace una buena refutación del asunto: uno podría, bajo la misma lógica y metodología de Seneff, asociar el autismo al uso de celulares, al uso de Internet, e incluso al incremento en el consumo de comidas “orgánicas”. Es absurdo, ¿no? Lo mismo pasa con lo que Seneff sugirió. Como dije al principio, todo esto no hace pensar más que en una campaña de anticientifismo y desinformación con fines puramente políticos, algo a lo que recurren tanto en derecha como en izquierda (aunque recientemente, el anticientifismo de izquierda es más recurrente y nocivo).

Como muchos otros trastornos del espectro autista (TEA), el autismo propiamente dicho aún presenta dificultades en la identificación de sus causas. Si bien la información hasta ahora al respecto apunta a un origen genético, desde hace varios años se han hecho hipótesis sobre posibles factores ambientales tras esta afección, como las ya mencionadas vacunas. El glifosato, que hoy en día es el coco de los antitransgénicos tras enfermedades como la celiaquía, es el último en una lista de productos que han sido señalados como posibles causantes del autismo, ninguno comprobado (y algunos incluso descartados). Aquí son necesarios los hechos antes de satanizar cualquier cosa. Y me parece sumamente deshonesto utilizar la preocupación de los padres por sus hijos para una campaña ideológica de prohibición sin argumentos sólidos.

Hay una razón más plausible para explicar el aparente aumento de casos de autismo: el cambio en la idiosincrasia de la sociedad. Verán, en otros tiempos, era muy común ocultar o aislar a un familiar con enfermedades mentales, ya fuera síndrome de Down, esquizofrenia o epilepsia. Muchas de estas personas no recibían ningún tratamiento para sobrellevar su situación. Por otro lado, los métodos de diagnóstico de ciertos trastornos eran mucho menos rigurosos y exactos de lo que son ahora, lo que sumado a las costumbres anteriores podría explicar que muchos casos de autismo permanecieran sin identificar. Sin mencionar que la población aumenta progresivamente. En otras palabras, es posible que el aumento percibido en los casos de autismo se deba más al incremento poblacional y a una mayor conciencia de los padres con respecto a la salud de sus hijos.

Antes de que alguien diga que primero debería conocer de cerca a las madres con hijos autistas y sus testimonios: sí, yo conozco de primera mano lo que es tener un miembro de la familia con un TEA, y aunque es un caso de Asperger, mucho más leve que el autismo clásico, no ha sido una tarea fácil para mis padres. He visto de cerca igualmente los casos de madres con hijos autistas, y con diferentes grados de avance. Entiendo perfectamente que muchas de ellas darían lo que fuera para que su hijo pudiera relacionarse de manera más normal con el resto del mundo.

No obstante, es por eso mismo que debo sugerirles mesura y cautela a la hora de esgrimir argumentos falaces sobre las causas del autismo, a fin de evitar convertirse en lo que se llama “idiotas útiles” de movimientos políticos anticientíficos que pueden poner en mayor riesgo a sus hijos. Por mucho que nos conmueva la historia de Jenny McCarthy, hay que separar la emoción de los hechos y la evidencia: un testimonio no es evidencia, y ella no es científica para afirmar las causas, y menos aún, la “cura” del autismo –tal como Seneff no puede hacerlo, al ser científica en un campo muy diferente-. Y lo cierto es que las terapias alternativas para el autismo carecen de estudios científicos a su favor, y pueden incluso en algunos casos agravar el problema -cosa que también he visto de cerca en otros casos, pero pueden averiguarlo por sí mismos-. Es necesario, entonces, ser cuidadoso con señalar sin argumentación adecuada las causas de un problema difícil de manejar, y buscar pantalla con ello.

Como es usual, a quienes estén en desacuerdo con lo expuesto aquí los invito a reflexionar. Es normal preocuparse por la salud de nuestros hijos, pero es muy sucio y deshonesto servirse de esa preocupación para promover posturas irracionales que pueden volverse incluso peligrosas.

Adenda: esta semana un niño en España contrajo difteria, enfermedad que no se había visto en este país desde 1987, debido a que los padres decidieron no vacunarlo. Buenas o malas sus intenciones, ¿cuándo comprenderemos que no somos dueños, sino guardianes, de nuestros niños, y que si su salud prima antes que cualquier idea, es necesario estar bien informado al respecto con profesionales de verdad?

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