No le teman a la ideología
Antes de empezar, aclaremos el título. No estoy diciendo que no haya ideologías de temer; si han seguido este blog, sabrán que rechazo el fascismo y las distintas formas de discriminación. Y por supuesto toda ideología, incluso aquella que pueda compartir, requiere estar abierta a la crítica y la reflexión. El enfoque de esta entrada es cuestionar el uso peyorativo que se le suele dar a la palabra ideología, y las formas en que esto puede hacernos ciegos a nuestros propios sesgos ideológicos.
Entremos en materia. Hace unas semanas, el psiquiatra Pablo Malo compartió en Twitter/X una cita de un libro del historiador y arqueólogo Ian Morris, en el cual se refiere a la ideología como “un paquete de mentiras del que alguien se beneficia”, pero que según él, el sentido común acaba triunfando a la hora de comprender lo que funciona mejor en un escenario determinado. Algo curioso es que unos días después compartió otra cita donde criticaba la demonización de los oponentes políticos como ideólogos, y ni por la cabeza se le pasó cierta ironía al parecer, pero así es el señor Malo.
No
conozco el contenido del libro de Morris (Cazadores,
campesinos y carbón), pero en principio me parece una de las peores
afirmaciones que he visto en cuanto a lo que significa el pensamiento
ideológico, y ni digamos de la ingenuidad –o malicia- de lo de recurrir al
“sentido común” como guía, frase que a menudo acompaña posiciones sencillas
pero ignorantes sobre cuestiones complejas. Por otro lado, son afirmaciones muy
típicas de tiempos recientes, donde –y en eso sí acierta la segunda cita de
Pablo- muchas veces queremos reducir al oponente en creencias y posturas a ser
un simple “ideólogo” que busca “adoctrinar” a las masas. Es como que ideología
simplemente significa “postura con la que no estoy de acuerdo” o, como pone
Morris, “paquete de mentiras”. Y lo siento mucho, pero eso resulta siendo de
una cobardía y pereza intelectual impresionantes.
Pero
entonces, ¿qué es una ideología? ¿Por qué últimamente se le pretende asociar a
algo negativo? ¿Toda postura o creencia es una ideología? ¿Qué tanto puede
influir el pensamiento ideológico en nuestro análisis del conocimiento?
Empecemos entonces por definir qué es ideología, y de entrada les tengo que decir que hay tanto una definición estricta como usos más amplios del término. Como explican la Enciclopedia Britannica y la Wikipedia, ideología se define como un sistema de ideas, una forma de filosofía política o social donde los elementos prácticos son tan prominentes como los teóricos. Comprende un conjunto de creencias o valores que son defendidos por razones que van más allá de la creencia en un determinado conocimiento. Es, en palabras de la Britannica, “un sistema de ideas que aspira a explicar el mundo y a cambiarlo”.
Si
hablamos de una definición estricta, podemos identificar cinco elementos
característicos de una ideología:
-Contiene
una teoría explicativa sobre la experiencia humana y el mundo externo.
-Establece
un programa general y abstracto de organización política y social.
-Concibe
la realización del programa como la implicación de una lucha.
-Busca
el reclutamiento de adherentes leales, exigiendo compromiso.
-Aunque
se dirige a un público amplio, confiere cierto papel especial al liderazgo en
manos de intelectuales.
Podemos
hablar de ciertos elementos y precursores ideológicos en la historia, como el
pensamiento de Nicolás Maquiavelo o las teorías políticas que surgieron en el
siglo XVII en Inglaterra. Pero el primer uso del término ideología surge de manos del filósofo francés Antoine Destutt de
Tracy, como una forma de referirse a su “ciencia de las ideas”, desarrollada a
partir de la epistemología de John Locke y Étienne Bonnot de Condillac, así
como del pensamiento de Francis Bacon. Dicho sistema proponía un enfoque
liberal que defendía la libertad individual, la propiedad y el libre mercado, y
buscaba librar las mentes de la población de los prejuicios y abrirlas hacia la
razón. Como tal fue implementado como sistema de educación nacional,
convirtiéndose en doctrina oficial de la República de Francia durante el
Directorio (1795-1799).
Curiosamente,
es de hecho en aquella época donde surgen también las primeras asociaciones del
término con lo negativo, y de parte de nadie menos que Napoleón Bonaparte. El
corso apoyó en un principio el sistema de Destutt de Tracy, pero con el tiempo
llegó a oponerse a él, y se refería despectivamente a sus enemigos liberales
como “ideólogos”, a los que responsabilizaba incluso por su influencia en las
derrotas militares que había sufrido. Entonces, tanto el significado técnico
original como el uso peyorativo de la palabra ideología nacieron casi al mismo
tiempo en la historia.
Y no podemos hablar de ideologías sin mencionar otro desarrollo importante en su definición, el análisis de Karl Marx. En La ideología alemana, el filósofo y teórico político se refiere a la ideología como una falsa conciencia, un sistema de creencias con el cual las personas se engañan, pero que surge de la clase económica dominante y contribuye a perpetuar su dominación. En el modelo social propuesto por Marx, la ideología es, pues, lo que compone la superestructura, las relaciones e ideas que no se relacionan de forma directa con las relaciones y modo de producción, pero que los mantienen y forman. En esta visión, la ideología actúa entonces como justificación de la sociedad, y al mismo tiempo mantiene confundida y alienada a las clases dominadas. La ideología es, entonces, un instrumento de reproducción social.
Todo
este asunto no deja de ser curioso, pues el marxismo resulta siendo un ejemplo
perfecto de lo que significa una ideología en su definición general. Pero no
pretendamos que son observaciones carentes de mérito en un análisis. Por
ejemplo, desde el marxismo surge el concepto de hegemonía cultural, desarrollado por el teórico marxista Antonio
Gramsci y con el cual buscó explicar cómo es que las clases obreras llegan a
defender y reproducir las creencias, explicaciones y valores establecidos por
la clase dominante, a pesar de que vayan en contra de sus propios intereses y
necesidades. Y la explicación marxista de la ideología ha inspirado desarrollos
importantes en la sociología del conocimiento.
Existen
otras definiciones de ideología, así como podemos hablar no sólo de ideologías
políticas, sino también sociales, epistemológicas e incluso éticas. El teórico
literario Terry Eagleton reúne
hasta dieciséis usos distintos que se le han dado al término
ideología, desde los más cercanos a la definición que presenté al principio
hasta definiciones muy cercanas a las de Marx o Morris. Por lo tanto, cuando
pretendemos abordar cuestiones ideológicas, lo primero que debemos tener claro
es qué uso le estamos dando al término, con el fin de ser claro en la
definición y el alcance de la crítica.
No
es difícil notar cómo la definición marxista de la ideología tiene cierta
influencia en la forma negativa en que muchos entienden y usan el término,
incluso en grupos que, irónicamente, rechazan el marxismo en sí como una
ideología de odio. Pero sería injusto darle toda la responsabilidad al tío
Carlitos. Por ejemplo, Karl Popper decía el problema de la ideología es que
tiene una falsa noción de lo que es ciencia, y busca realizar predicciones
supuestamente científicas para encontrar una certeza en la historia, pero al no
comprender bien el proceso científico, sólo consigue profecías sin fundamento o
validez científica. Son afirmaciones importantes, y que pueden relacionarse
fácilmente con concepciones de la ideología como instrumento de ingeniería
social que podemos encontrar en discursos reaccionarios.
Pero, ¿por qué “ideología”? ¿Por qué específicamente esa palabra es asociada a lo negativo? Creo que en parte se trata también de nuestra relación con el statu quo. Nacemos y nos criamos en un modelo socioeconómico, político y ético específico, donde supuestamente tenemos todas las oportunidades para crecer y desarrollarnos, y para muchos es, si no el mejor, por lo menos el más funcional de los mundos posibles. No tiene entonces un carácter ideológico para nosotros si es lo único que hemos conocido. Por lo tanto, cualquier sistema de ideas, y muchas veces incluso la idea sola, con un potencial disruptivo del modelo es visto como una amenaza a nuestro orden y tranquilidad.
Tampoco
puedo ignorar cierto carácter hostil hacia el ejercicio intelectual cuando se
usa el término de forma negativa. Recordemos que las ideologías tienen un
fuerte componente teórico además de práctico, y se da también una importancia
al liderazgo de los intelectuales. No es extraño, pues, que algunos consideren
que quienes las formulan viven alejados de la realidad, sin la experiencia o
evidencia para construir un modelo efectivo o realista. Es fácil, entonces,
ignorar o desechar diferentes sistemas como simples “ideologías” propuestas por
intelectuales de sillón que no saben cómo funciona realmente la sociedad. Y no
olvidemos tampoco que a algunas posturas no les interesa que la población pueda
alcanzar un conocimiento intelectual de la historia y la cultura, por lo cual
no serán precisamente los defensores del intelectualismo.
Tenemos
igualmente aquel uso de “ideología” que se acerca más a la definición de dogma,
es decir, una proposición que se tiene por cierta y debe aceptarse sin
cuestionamientos. En ese sentido es que vemos el típico uso del término
“ideología de género” por parte de la derecha, por poner un ejemplo. En
sociología el
uso original del término alude a las creencias de una sociedad
en torno a los roles, derechos y responsabilidades que tienen hombres y mujeres
en la sociedad, pero en el discurso anti-trans se ha secuestrado para referirse
a la supuesta creencia de que el género no está determinado de nacimiento, y
cualquier persona debe ser considerada del sexo con el que se identifica y
tratada como tal con sólo presentarse así. Un hombre de paja que ignora toda la
base biológica, médica y psicológica de la identidad de género, por supuesto,
pero uno que por desgracia resulta siendo efectivo muchas veces. En este caso,
ideología pasa a ser un sinónimo de dogmatismo, pues se hace también énfasis en
la crítica a la presión política y social por el reconocimiento de derechos de
la población transgénero.
Y teniendo en cuenta la relación que muchos trazan entre ideología y dogma, es de esperarse que otras actividades y sistemas culturales sean señalados como ideologías de forma despectiva. Por ejemplo, no han faltado quienes señalan que las ciencias, o la confianza en ellas, también pueden ser consideradas ideologías, puesto que también cuentan con un componente social que puede ser influido por subjetividades sociopolíticas y sesgos subyacentes, algo que requiere una observación detenida. Es cierto que el desarrollo científico muchas veces responde a contextos históricos y sociales, pero también se trata de una actividad epistémica, que investiga de forma empírica el mundo y valida hipótesis sobre diferentes procesos de la realidad observable para generar conocimiento, y si bien necesitamos tener en cuenta sus aspectos sociológicos, la importancia de la ciencia yace en que sus procesos epistémicos sean efectuados de forma confiable y de acuerdo con los métodos aplicados.
Por
otro lado, a diferencia de la definición clásica de ideología, la ciencia no
busca pasar de la descripción de cómo funciona el mundo a cómo debería funcionar el mundo. Es decir,
puedes aprender a partir de la ciencia cómo ocurre la reproducción en el ser
humano, pero esta no pretende indicar que deberíamos basar nuestras relaciones
y rol social de los sexos de acuerdo al rol que cumplen los gametos en la
reproducción. De hecho, es justo cuando explicamos que ese no es el papel de la
ciencia, y cuando el conocimiento que esta ofrece va en contra de creencias
prestablecidas o sistemas ideológicos, que es acusada en efecto de ser una
ideología. Las ciencias pueden ofrecer información que ayude a tomar decisiones
con objetivos sociales, políticos o éticos, pero tales objetivos van más allá
del propósito científico en sí.
Pensemos
también en las religiones. ¿Podemos considerarlas ideologías en el sentido
general? (Y digo en el sentido general; creo que se puede entender que en el
análisis marxista sí cuentan como una falsa conciencia). Sin duda han inspirado
el desarrollo de ideologías fuertes de carácter tanto religioso como político,
como lo son el khomeinismo iraní o el nacionalismo cristiano. Por otro lado,
las religiones construyen teorías de la realidad en términos divinos, poco en
el mundo propio, y aunque tienen un enfoque social, en general tienden a
carecer de un programa político práctico. En ese sentido, si bien las
religiones tienen similitudes con las ideologías, cuentan también con
importantes diferencias.
Presentados todos estos comentarios sobre cómo entendemos y qué constituye una ideología, vale la pena preguntarnos algo. ¿Por qué somos tan apegados a sistemas ideológicos? Es en buena forma la influencia de nuestra propia psicología humana, nuestra necesidad de reunirnos en grupos y tribus unidas por una forma de interpretar y entender el mundo a nuestro alrededor, así como ofrecernos un sentido de seguridad ante él. En ese sentido, el rechazo de otros sistemas de ideas refleja a menudo el interés de mantener integrado nuestro grupo social, de modo que no se vea influido por explicaciones externas. De tal modo, la acusación a otras personas como ideólogos y a determinados conocimientos como ideologías mientras ignoramos nuestro propio contenido ideológico no es más que otra forma de demarcarnos lejos de otros grupos sociales y reconocernos dentro del propio.
Por
lo mismo, es importante saber reconocer cuando estamos, de hecho, siendo influenciados
por nuestra posición ideológica incluso cuando criticamos aquello que
consideramos posiciones ideologizadas. Pensemos por ejemplo en aquel artículo
que coescribió Jerry Coyne sobre “la subversión ideológica de la biología”. El
autor cuestiona la influencia de la
ideología progresista, pero no sólo lo hace con una serie de
generalizaciones imprecisas y posiciones cuestionables, sino que es específico
en que lo hace desde una postura liberal que por momentos raya en conservatismo,
enraizado en el temor de que se limite la libertad científica mientras rechaza
de plano desarrollos recientes del conocimiento científico como la realidad de
la identidad de género o lo que representan las diferencias genéticas entre
distintas poblaciones, descartándolos como “efectos tóxicos de la ideología”
por causa de su propia posición ideológica. De manera similar, la posición de
las figuras anti-trans de que el sexo biológico define por completo la
identidad individual y el rol social de los seres humanos, mientras descartan como “ideología de género”
la existencia de las personas transgénero es, irónicamente, su propia ideología
de género, sociológicamente hablando.
Y
es que, como
dice Logan Chipkin, señalar a los defensores de una postura
política o ética como ideólogos sin más no es una crítica en absoluto, como
tampoco lo es referirse a tal postura como una ideología. Son simples ad
hominem, rechazos a ideas sin comprometerse a un análisis detallado de sus
argumentos, a hacer una crítica seria. Ocurre el mismo error cuando acusamos a
ideas de ser extremistas, o de extrema derecha o izquierda, pero sin
desarrollar en cuál es el problema detrás de defender y promover tales ideas,
por lo que es un error en el que se puede caer tanto desde la derecha como
desde la izquierda, cuando nos referimos a otro como facho, nazi, mamerto,
guerrillero. Que oye, puede que lo sean –y en los casos de algunas, muy a
menudo lo son-, pero la idea es que seas capaz de elaborar y diseccionar sobre
los errores y peligros de sus ideas, no simplemente darles una etiqueta
ideológica e irte corriendo de la conversación. Necesitamos argumentos, no calumnia.
Entonces, ¿cómo deberíamos entender y relacionarnos con las ideologías? Creo que podemos aprovechar ventajas tanto de la definición general de la ideología como de su crítica como instrumento de modelación. Y esto no lo digo por ponerme en un falso medio, sino porque creo que ambas definiciones pueden ayudarnos a fortalecer la propia postura filosófica, ética o político-social sin comprometer nuestro sentido crítico y validación de la evidencia, de modo que mejoremos los métodos con los que criticamos las ideas. De su definición general, podemos extraer la importancia no sólo de la posición moral que integra nuestras creencias y pensamientos, sino también de conocer y comprender los hechos a través de los cuales mantenemos informada dicha posición. De su crítica, mantenernos conscientes de los sesgos potenciales y nuestra necesidad de seguridad a la hora de argumentar la forma en que debería o no funcionar el mundo a nuestro alrededor. Es decir, equilibrar las afirmaciones tanto con evidencia como con el ejercicio de la razón.
¿Es
posible que lleguemos a ser independientes de las ideologías? Muy probablemente
sí: después de todo, hemos vivido sin ideologías durante mucho tiempo. Las
teorías y filosofías en distintos campos existieron mucho antes, y quizás son a
las que deberíamos preferir vincularnos a la hora de luchar por objetivos políticos
y sociales. Pero incluso así, no deberíamos ser tan rápidos en rechazar
cualquier postura como una simple “ideología”, como si esto fuese una condena
absoluta. Una ideología puede llegar a ser coherente y en muchos modos precisa
en sus explicaciones, por lo que una crítica a la misma debe centrarse en esos
puntos, no en que sea una ideología como tal o que sea extrema, Desarrollar y
mejorar la sociedad requiere esfuerzos más conscientes para comprenderla y
señalar los problemas de la influencia de ideas y creencias erróneas y nocivas.
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