Otra respuesta a Daniel Samper Pizano

 

Hace unos años, el periodista y escritor colombiano Daniel Samper Pizano escribió una columna acerca del tema de los hipopótamos invasores en el país, criticando con pasión pero poca precisión las propuestas de control letal. En su momento, critiqué su enfoque emocional al hablar de un tema de importancia ambiental, por ignorar las bases éticas detrás de los programas de control (sí, incluso los que incluyen control letal), y por mezclar discursos políticos que no venían al caso. No esperaba que, años después, estaría trayendo de nuevo al blog un tema de discusión no sólo ética, sino también científica, abordado de nuevo de forma incorrecta por el periodista.

El pasado domingo 14 de abril, Samper publicó una columna de opinión para Los Danieles, en la revista Cambio, titulada “Prohíbese el dolor”. Nuevamente, desde un estilo poético y emocional, el escritor critica una decisión ética y política, en este caso el debate en el Congreso colombiano sobre un proyecto de ley que prohibiría las corridas de toros en el país, y que tras el pasado seis de marzo está a un debate de convertirse en ley. Samper pasa por una oda a la inspiración artística que el toro ha provocado en numerosos autores como Goya, Picasso o Hemingway, para después referirse a la pronosticada desaparición del toro de lidia como “una tragedia zoológica”, refiriéndose a las críticas hacia la crueldad del toreo como una falsa ecología y una redocracia, como si quienes se opusieran a la llamada fiesta brava fuesen simplemente un hato de adolescentes impresionables y gente sin oficio en Internet que busca imponer “una sensibilidad ansiosa de ofenderse”.

Ya he dicho antes que Samper Pizano me parece un buen escritor, y es porque escritor definitivamente es: uno no puede negar la carga lírica en sus columnas. Pero algo en lo que definitivamente falla, al menos tanto aquí como en la pasada columna sobre los hipopótamos, es en su labor como periodista, sobre todo en los torpes argumentos científicos que presenta, y de los que hablaré más adelante. No debería sorprenderme tanto, pues lo cierto es que lo suyo es una columna de opinión, no de periodismo. Pero cuando se ubica junto a trabajos como los de Daniel Coronell, que sí publica columnas con investigación, eso puede confundir al lector sobre la veracidad de sus afirmaciones. Y si he de ser franco, esta columna reciente es incluso peor que la de los hipopótamos.

El discurso sobre los grandes artistas que se han inspirado en las corridas es quizás la parte más irrelevante de toda su pieza. Ante ese planteamiento, la gran pregunta es: ¿Y qué? ¿Eso haría que la corrida deje de ser uno de los espectáculos más sangrientos que existen? ¿Uno donde se agota y se apuñala reiteradamente a un animal, casi siempre hasta rematar con una estocada en la cruz? Las grandes personas pueden tener también aspectos oscuros en su vida. Que Botero o Sabina se hayan inspirado en este “deporte” no lo convierte en una fuente de inspiración o placer para la mayoría, y no significa que se tengan menos placeres o gustos estéticos que ellos. Es, honestamente, un párrafo distractor.

Samper acusa de hipocresía sin decirlo a muchos de los críticos con las corridas, diciendo que muchos comen carne o usar productos de cuero. Y es cierto que hay cierta disonancia en promover la prohibición del toreo mientras se consumen productos de origen animal. Pero ahí radica la diferencia: hablamos de especies que hemos criado por miles de años para nuestra subsistencia, no por un placer sangriento que se confunde con “respeto al toro y al hombre”; e incluso se ha avanzado en años recientes para que las especies de consumo sean sacrificadas con el menor dolor posible. No es simplemente “subirse al Bus de las Buenas Conciencias”: es que en una conciencia sana, es natural repudiar la muerte insensata e innecesariamente cruenta de un animal, convertida además en un espectáculo excluyente y folclórico.

Pero si hablar sobre artistas y toreo es irrelevante, me temo que el discurso de la “tragedia zoológica” es lo más impreciso y tramposo de todo el texto. ¿De qué tragedia habla Samper Pizano? Bos taurus dejó de ser reconocida hace tiempo como una especie independiente: es una subespecie de Bos primigenius, el uro, cuyos ejemplares en estado natural se extinguieron hace casi 400 años por la caza, la deforestación y la domesticación. Todas las razas actuales del ganado vacuno son producto de la selección artificial de Bos primigenius taurus, así que no son representantes fieles de la morfología o la diversidad genética de la especie original (si bien algunos proyectos se han enfocado en recrear el fenotipo del uro). Señor Samper Pizano: la tragedia zoológica ocurrió ya hace mucho tiempo.

Por otro lado, ¿qué se perdería realmente, hablando en términos ecológicos, si desaparece el toro de lidia? Hay muchas otras razas de vacas que son aprovechadas por su leche, carne y cuero, y que de hecho son también un problema ecológico importante por el deterioro y deforestación de bosques y zonas húmedas para convertirlas en pastizales y terrenos para alimentar el ganado. La reducción del consumo cárnico, sobre todo el vacuno, es una medida importante a considerar en la reducción de nuestro impacto ambiental de escala industrial y global. Y eso que hablamos de un animal que sigue siendo importante para la alimentación de millones de personas a lo largo del mundo, no de una raza criada exclusivamente para morir en el ruedo, bajo el discurso pretencioso y ególatra de que su “perfeccionado destino milenario es embestir”.

Porque si algo se destila en el texto de Samper Pizano, y que recuerda mucho a columnas del difundo Antonio Caballero, otro amante de las corridas de toros, es un antropocentrismo mal entendido como un respeto y amor por el toro. No hay vergüenza en admitir que al toro de lidia se le cría exclusivamente para combatir contra él, porque supuestamente es nuestro único “adversario digno”, como si la propia vida del ser humano consistiese en buscar otras criaturas con las que batirse a muerte. Eso pone a las corridas de todos como un arte donde queremos determinar nuestra triste valentía agarrándonos a banderilla y estoque con un animal, porque no podemos hacerlo con otras personas o animales. Es ante todo, y sobre todo en países como Colombia, un espectáculo elitista, porque la mayoría de la gente ni acude ni disfruta de las corridas, y no es porque carezcan de sensibilidad estética o no busquen un “pasaporte insólito hacia la verdad”.

Es cierto que algunos de los que se oponen a las corridas, especialmente los animalistas, no son igual de empáticos hacia otros seres humanos. Incluso son tan elitistas como los peores taurinos, porque no entienden las dificultades que tienen aún millones de personas para acceder a una buena alimentación sin proteína animal. No obstante, insinuar que la mayoría de quienes se oponen no se conduelen ni se preocupan por las masacres y los homicidios en Colombia es, nuevamente, mezclar dos cosas enteramente diferentes, y un juego muy inmaduro y sucio por parte de Samper. Hizo lo mismo en su columna sobre los hipopótamos, lo que quedó como una forma torpe de politizar las empatías de la gente, y queda de nuevo como una forma torpe de politizarlas en esta.

El comentario sobre que al toro no le duele el festival sangriento es otra imprecisión, pero es interesante analizarlo con cuidado, pues es un discurso que se emplea mucho por parte de aficionados al toreo. Resulta que hace años se analizó la producción de betaendorfinas (neurotransmisores que actúan como analgésicos en el cuerpo) en ejemplares de toreo durante distintas fases del “espectáculo”. Encontraron que, de hecho, la producción de beta-endorfinas tras recibir el estoque es seis veces superior a la que tiene cuando recién ingresa a la arena. De ahí que, para algunos, el toro de lidia atenúa su sensación de dolor mientras combate en el ruedo, y por lo tanto no “sufre” de la forma en que muchos lo imaginamos.

Pero conviene ser cuidadosos con esta información. En primer lugar, porque la alta producción de betaendorfinas no es por sí sola un indicativo de ausencia de dolor; de hecho, podría decirse que es justo lo opuesto, pues su activación se da como respuesta al estrés, y su incremento indica, precisamente, que el organismo está en un agudo dolor que el cuerpo intenta atenuar. En ese sentido, aunque se reconoce que la presencia de betaendorfinas podría inhibir la neurotransmisión de los estímulos de dolor, es una experiencia subjetiva al animal difícil de verificar, y además es generado como respuesta a un obvio, muy obvio estrés físico y fisiológico.

Por otro lado, los efectos analgésicos no son lo único que se ha detectado en la neurobiología y fisiología del dolor en toros de lidia. Además del obvio choque hipovolémico causado por la pérdida de sangre y la deshidratación durante la faena, ocurre deterioro de las fibras musculares y tejido conectivo por el esfuerzo físico y la reducción de glicógenos, acidosis sanguínea, y altas concentraciones de diversas enzimas y desbalances bioquímicos que dan cuenta del intenso estrés y tensión a los que se ve sometido el animal, y que se puede traducir en un proceso de muerte a nivel sistémico. Decir, pues, que el toro de lidia no sufre realmente en el ruedo, es una afirmación cuando menos arriesgada, y sobre todo egoísta.

La comparación del toreo con el ballet es otra falsa equivalencia. Al margen de que sí que hay críticas hacia la enseñanza del ballet y la gimnasia, en muchos casos se trata de una afición voluntaria. Sin duda que muchas niñas son obligadas desde temprano a participar de ello, y definitivamente eso es cuestionable. ¿Por qué lo sería menos una falsa transacción con un animal que no puede consentir sobre su propia muerte? En serio, ¿a quién espera convencer Samper Pizano con eso?

Y no faltan los desaires hacia los críticos del toreo desde una perspectiva generacional. Según el escritor, se trata de una “redocracia”, un impulso desde las redes sociales para imponer una “sensibilidad ansiosa de ofenderse”, como si la muerte cruel de un animal convertida en espectáculo fuese una especie de desnudo en un lienzo, o algo así. Yo lo siento, pero esas palabras suenan tanto a “pinche generación de cristal, no aguantan nada”, que hasta lamento que Samper Pizano tenga que recurrir a un discurso tan pobre. No se trata simplemente de escrúpulos de gente quisquillosa: se trata de un pensamiento enfocado en el bienestar y la dignidad animal, incluso con aquellos animales que son objeto de nuestro consumo. Reducir toda la discusión acerca de las corridas a una simple discrepancia de gustos artísticos o al efecto de las redes sociales en el carácter de la gente es burdo e insultante.

Si Samper revisara más a fondo los temas, habría notado que las críticas hacia las corridas de toros están lejos de ser un discurso “redocrático”: según una encuesta de Datexco realizada en 2022, un 85% de la población colombiana está de acuerdo con su prohibición. Usar el discurso de las libertades en este caso es casi grosero porque, de nuevo, no estamos hablando de usar una marca de zapatos o decir que un expresidente es un paraco, sino de un espectáculo sangriento cuyo protagonista es una criatura que no tiene ni voz ni voto en ello, y cuya muerte no sirve a causa o servicio alguno.

El debate sobre nuestra relación con otras especies es bienvenido, pero algo que no se puede hacer es enturbiarlo con supuestos argumentos estéticos. La vida –y muerte- de un animal no tiene por qué ser convertida en una novela dramática para el goce de unos pocos, y nuestro placer estético con ello tendría que ser inconsecuente para su bienestar. Mucho menos debemos permitir torpes discursos en apariencia científicos y ecológicos, pero que sólo demuestran ignorancia y conveniencia. Contemos con que la tercera sea la vencida, y que la próxima vez que hable de animales, Samper Pizano sepa informarse con dedicación y objetividad, aunque de momento prefiero mantenerme escéptico.

 

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