La imperecedera hipocresía con el velo islámico


Quizás el mayor triunfo del posmodernismo ha sido contaminar el pensamiento crítico y racional dentro de los movimientos sociales a través de relativismos culturales y concepciones más bien kuhnianas de la ciencia, donde el método científico no es más robusto que los “saberes ancestrales”, o donde no hay una base biológica certera para definir el concepto de género. Esto no sólo ha deteriorado buena parte del activismo feminista y pro LGBTI, dándoles argumentos pobres pero retocados a sus mismos críticos con base en la misma argumentación de dicho activismo, sino que además termina envolviendo a muchos de sus seguidores en evidentes sesgos críticos que transforman sus argumentos en falacias hipócritas.

Una de las fuentes de mayor contradicción dentro de este pseudoprogresismo posmoderno (o progresismo locacional, como lo bautizó Seth Frantzman) es la vestimenta femenina en la población islámica, en especial el burqa. Como sabrán, las leyes islámicas están basadas en el Corán de forma muy íntegra, y uno de los mandamientos más conocidos de Mahoma es que la mujer debía vestir de forma modesta (33:58-59). De ahí que por las diferentes interpretaciones sean tradicionales los velos que cubren al menos el cabello de la mujer musulmana, y diversos estilos de vestimenta que disimulan no sólo su rostro sino también sus formas corporales, con su uso dependiendo no sólo del grado de devoción de ella, sino también del de su esposo y, por supuesto, del grado de influencia teocrática de su país –y dada la alta intromisión religiosa estatal en la mayoría de ellos, atuendos más cubiertos son muy comunes-.

De todos ellos, la pieza más extrema y criticada dentro y fuera de sus tierras es el burqa (o burka, su forma castellanizada): un velo que cubre tanto el cuerpo como el rostro de una mujer, con excepción de una malla que permite a su portadora ver de forma limitada. Es además una prenda pesada que limita un poco los movimientos, lo cual es curioso siendo que está asociada al uso por fuera de la vivienda, aunque por supuesto esto sería para reducir la interacción de la mujer con otras personas fuera de casa, en especial con otros hombres. Común entre los árabes y pashtunes, el burqa se hizo más conocido en el resto del mundo a partir de la dictadura talibán en Afganistán y la posterior invasión estadounidense tras los atentados del 9/11 en 2001. Si bien el gobierno afgano actual derogó el uso obligatorio de esta vestimenta, algunos líderes locales siguen forzando su uso, y muchas mujeres deciden llevarlo por cuestiones de seguridad, dada la inestabilidad sociopolítica que persiste en el pequeño país.


El burqa siempre ha despertado debates entre distintos sectores de la izquierda: mientras son muchos los que asumen que, independiente de las circunstancias, se trata de una vestimenta opresiva que reduce a la mujer a un objeto torpe propiedad del hombre, otros defienden el uso voluntario que sobre él ejercen varias mujeres, aduciendo además el eterno argumento de que no podemos juzgar las costumbres de otros países con nuestro sistema “occidental” de moralidad. Más allá de esta discusión, la realidad es que el burqa ha sido prohibido en varios países. Algunos lo han hecho por cuestión de seguridad; otros al ser laicos, como el caso de Francia, prohíben en general el uso de símbolos de apropiación religiosa en el ámbito público, lo cual ha generado aún más debate, puesto que gran parte de esa izquierda posmoderna que ha aceptado el uso del burqa también empieza a resentir el laicismo, bajo el argumento de “respetar las creencias de la gente”. Todo un arroz con mango, como decimos en la Costa.

Tenía mucho tiempo de no tocar un tema similar, y lo hago a raíz de dos sucesos recientes. El primero es la sesión de fotos de Halima Aden, una modelo somalí-americana que se convirtió en la primera modelo en Sports Illustrated en posar usando un burkini, un traje de baño usando por mujeres musulmanas que cubre casi todo el cuerpo, y quien asegura que “las jóvenes que usan hijab (el velo islámico tradicional) deberían tener mujeres que admiren en todas y cada una de las industrias”, por lo cual ha sido tanto aplaudida (este enlace de Bío Bío Chile afirma directamente que Aden “engalana” la portada de la reciente edición de Sports Illustrated) como reprochada. El segundo es que en Sri Lanka, a raíz de los recientes atentados terroristas perpetrados por Estado Islámico, se acaba de prohibir temporalmente el burqa y el niqab (otro tipo de velo que cubre todo el rostro, a excepción de los ojos) en espacios públicos por cuestión de seguridad. ¿Se pueden analizar de forma adecuada ambas situaciones para establecer una conclusión robusta acerca del velo islámico en general?


El argumento de la izquierda progresista locacional, donde se destaca que la pretensión occidental de liberar a las mujeres musulmanas del velo es una forma de neocolonialismo y que muchas eligen usar dicha vestimenta, tiene dos problemas fundamentales que sus adeptos ignoran de manera conveniente: que existe la coerción por alienación, y que su perspectiva es irónicamente “occidental” en sí misma. Al final el problema del burqa en particular, y los velos islámicos en general, se reduce a una monumental cobardía por parte de la izquierda que teme ser llamada racista por cuestionar el fundamentalismo musulmán (ignorando que ser islamista es un tema religioso, no étnico), y en su afán por la corrección política termina aceptando de forma velada en otras culturas lo que criticaría a viva voz en la propia.

Empecemos con el tema de la coerción. Sabemos que en muchos países con mayoría islámica las leyes están amoldadas en mayor o menor medida a los preceptos del Corán (o más bien, a las interpretaciones de los preceptos del Corán), por lo cual muchos refuerzan el uso de vestimentas femeninas más modestas. Creo que eso no tiene discusión: el aparente problema es el de casos como Afganistán, donde muchas mujeres siguen usando el burqa en público aún en ausencia de coerción. Es de ahí, por supuesto, que muchos progresistas actúan de forma reaccionaria ante medidas como la prohibición del velo en Francia, argumentando que eso ignora la aceptación de velos más restrictivos en países musulmanes menos estrictos, y vulnerando de dicha forma la capacidad de elección de mujeres como Aden, quienes se sienten orgullosas de manifestar sus creencias personales en un país occidental, destacando incluso el velo como símbolo de “empoderamiento”.

Aunque en honor a la verdad, como señaló Gabriel Andrade, muchas mujeres musulmanas usan hijabs bastante vistosos y maquillaje llamativo, lo cual deroga de forma irónica el propósito original de la prenda, y sí les otorgaría cierto empoderamiento.

Esto ignora un problema clave en la psicología del oprimido: la alienación. A menudo el efecto del opresor sobre los oprimidos es tan grande que estos últimos a menudo aceptan de forma tácita su condición, a veces porque no han conocido otra forma de vida más allá del sistema opresivo, y en muchas ocasiones porque la paulatina opresión termina siendo asimilada y justificada por el mismo oprimido, convencido de que su situación podría ser incluso peor si se le libera de su opresor (algo que resume muy bien la mentalidad del colombiano a la hora de votar). Una decisión tomada bajo alienación no es, entonces, una decisión enteramente voluntaria, pues lleva detrás una carga de coerción extensa y sutil, y por tanto es erróneo pretender que, como en el caso de la mujer islámica que opta por un velo del estilo que sea, no se tiene ningún derecho a cuestionar la decisión de una persona alienada o a tratar de hacer que comprenda su propia alienación.

Como un sistema ideológico vinculado a un cuerpo de dogmas, la religión suele actuar de forma alienante sobre los fieles, y en una religión como la islámica esto es aún más palpable, dada la poca secularidad de muchos de sus países. Por ello ni siquiera el argumento de la libertad religiosa basta aquí para aceptar el uso del hijab por alienación, mucho menos del burqa. Como afirmó hace poco el ex musulmán y activista de Internet Ridvan Aydemir en Twitter durante un debate sobre el tema: “Algunas mujeres podrían querer ser golpeadas por sus esposos porque es parte de su religión. Eso no hace que pegarle a tu esposa sea ‘’empoderante’ y ‘hermoso’. De hecho, más del 90% de las mujeres en Afganistán creen que está bien que los hombres golpeen a sus esposas. Luchen por eso si es tan genial”.

Ahora, es cierto que erradicar de golpe el uso de cualquier velo islámico no es lo más sensato, y es por ello que se requiere indicar las falencias de aceptar la alienación del oprimido sin más, en vez de recurrir a gimnasias mentales como hace la izquierda postlaica en medio de su pusilanimidad. Creo que el argumento que da la activista laica Marieme Hélie-Lucas en una entrevista de 2013 sobre el tema del laicismo francés es bastante sensato: en las escuelas públicas de Francia, los niños van a ser educados como ciudadanos libres e iguales entre sí, sin representar a ninguna comunidad particular, mientras que el funcionario público trabaja representando a la ciudadanía francesa en general, sin que importe su credo, además que necesita mostrar su rostro por cuestiones de seguridad. Por fuera de esas circunstancias cada quien debería poder vestir como se le dé la gana, por alienante que sea. Y eso incluye el incómodo burkini.

Claro, usted podría decirme que con esto último estoy hablando de la mujer musulmana en Occidente, que puede o no decidir llevar un velo en público, y no de la mujer musulmana en Irán. Y tiene razón, porque aquí se esconde el otro problema del progresismo locacional al defender o justificar el uso del burqa o de cualquier velo islámico, y es que se están preocupando por el derecho al velo de la mujer musulmana en Occidente mientras descuidan el maltrato a la mujer musulmana que en Oriente preferiría no usar velo.

¿Recuerdan cuando hace un par de años hubo una polémica porque la Federación Internacional de Ajedrez apoyó que Irán, país anfitrión de su mundial en 2017, obligara a las ajedrecistas extranjeras a usar hijab, lo cual condujo a la expulsión de dos competidoras por negarse a usarlo? No sólo eso, sino que además Irán terminó expulsando de su propia selección a Dorsa Derakhshani, entonces de 18 años, por jugar sin velo (y de paso también a su hermano de 15 por jugar frente a un competidor israelí). Hace poco se repitió la misma historia: la boxeadora Sadaf Khadem, primera iraní en participar en un campeonato oficial, debió quedarse en París al conocer de una orden de arresto en su país contra ella y su entrenador por quitarse el hijab durante el encuentro deportivo. ¿Dónde está el supuesto “derecho” a usar velo por el cual dicen abogar los relativistas que dicen defender a las mujeres?

Y aquí sólo estoy hablando de deportistas, no de ciudadanas comunes y corrientes o activistas políticas, las cuales con toda seguridad enfrentarían penas aún más severas al estar debajo del radar internacional. Si en Francia se atreven a apuñalar a cuatro mujeres que ni siquiera eran musulmanas por usar ropa deportiva, les aseguro que no quieren ni imaginar qué les podría pasar de ocurrir un episodio así en los países islámicos. Hay miles de mujeres en el mundo musulmán que ya están en contra del uso del velo obligatorio de cualquier estilo y en cualquier circunstancia: minimizarlas mientras se “defiende” a una mujer de la diáspora islámica de los últimos años y su “derecho” a usar velo como deseen en países occidentales es disonante y muy hipócrita, y en un todo cae dentro del occidentalismo que la izquierda relativista de hoy asegura criticar. ¿Dirían acaso que una mujer iraní que se niega a usar una prenda impuesta por cuestiones religiosas es racista? ¿De qué diablos les sirve resaltar a las mujeres que se quejan porque aseguran no estar obligadas a usar un velo, mientras ignoran a aquellas que no pueden disentir de ello, a pesar de que no quieren usarlo?

Ya en 1979, pocos días después del triunfo de la Revolución Islámica, miles de mujeres protestaban por la imposición del velo.

Retomando la entrevista mencionada previamente, Hélie-Lucas comenta sobre este sesgo hipócrita de la izquierda locacional:


El número de mujeres asesinadas por los propios familiares y por grupos fundamentalistas armados, o encarceladas, o flageladas públicamente por los Estados fundamentalistas en nuestros distintos países en todos los continentes por la simple razón de no querer allanarse a la imposición del velo, debería, al final, contar más a los ojos de los defensores de los derechos humanos que las ‘quejas de las mujeres con velo’ que de vez en cuando tienen que aguantar comentarios racistas en ‘Occidente’. […]



La activista destaca, además, que habría una fuerte influencia política del fundamentalismo islámico en Oriente asociada al incremento en el número de mujeres que usan velo en Europa y Norteamérica, el cual los movimientos de izquierda no logran ver en medio de su reduccionismo de la discusión a ataques neocolonialistas de “Occidente” (desconozco si otros activistas han respaldado esto). En otras palabras, tal como los movimientos pro LGBTI terminan respaldando las críticas de los extremistas cristianos que tanto los atacan al argumentar que el género es un constructo social, la izquierda de corrección política protege los intereses del fundamentalismo islámico:

Para mí está meridianamente claro que, al respaldar las exigencias de los fundamentalistas sobre las mujeres, sin molestarse siquiera en contrastar sus mentiras más manifiestas, la izquierda postlaica y las organizaciones occidentales de derechos humanos no hacen sino revelar el pánico que sienten a ser tachados de “islamófobos”. Sin querer, entonces –¡eso espero!—, refuerzan las visiones fundamentalistas que exigen ser las únicas verdaderamente representativas del Islam, siendo todos sus oponentes el anti-Islam. Esto es lo que anda por detrás de la “elección”: aleja el debate de cualquier análisis político que pudiera apuntar a la naturaleza derechista y ultraderechista de la manipulación fundamentalista del asunto del velo. […]”

Claro que, después de que un profesor de Estudios Islámicos en Georgetown defendiera la esclavitud y hasta la violación en el mundo musulmán, cualquier justificación posmoderna del velo casi parece un paseo al campo…

Notarán que no mencioné nada sobre la recurrente ilustración que compara el bikini con el burqa (o más bien el niqab, que es la prenda representada en la caricatura), otro de los argumentos usuales de los que defienden el uso “libre” del velo, pero es que sencillamente es una falsa equivalencia repetida hasta la saciedad, y en un todo es incomparable: una mujer puede elegir o no usar el bikini, no se le obliga a salir con él puesto de casa so pena de cárcel, ni todo su engranaje dentro de la sociedad depende de que lo use. Ya dejen morir ese mal meme.

Para concluir: ¿es lícito que Sri Lanka prohíba el burqa y el niqab temporalmente por motivos de seguridad? : es comprensible que un terrorista del sexo que sea, o un cómplice de movimientos terroristas, se puede ocultar con facilidad debajo que un velo que no enseña el rostro; de hecho, Hélie-Lucas lo menciona también como un motivo sólido para prohibir velos más restrictivos en las entidades públicas francesas. No es un argumento que pueda ser discutido como discriminación religiosa, y menos como racismo.

¿Halima Aden debería gozar de la libertad de usar un hijab en público y de vestir burkini en la playa? Claro que sí, pero me temo que ensalzarla por su decisión alienada sólo perpetúa la opresión de aquellas mujeres a las que se les obliga a llevar velo sin posibilidad de elección. Volviendo a la entrevista de Hélie-Lucas, ella señala el profundo daño psicológico al que se somete a las niñas obligadas desde muy jóvenes a usar velo, pues se les hace responsables de la excitación que puedan suscitar sobre el varón, y por tanto cualquier acto o agresión sexual que este cometa será culpa de ellas. En ese orden de ideas, Aden no debería ser modelo a seguir para ninguna mujer musulmana, al menos ninguna que esté en contra de la imposición de velo alguno.

Como es usual, les pido a quienes estén en desacuerdo con lo expuesto aquí que reflexionen en serio antes de opinar. Es necesario empezar a desmontar los absurdos relativistas que están hundiendo a buena parte de la izquierda actual, y dejar de defender comportamientos que, de ocurrir dentro de nuestra propia cultura, estaríamos reprochando con mayor vehemencia.

Adenda 1: después de casi dos meses de inútiles debates, las objeciones del subpresidente Iván Duque a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) no fueron aceptadas en el Congreso no fueron aceptadas en el Congreso y pasarán a la Corte Constitucional, institución que ya las había evaluado con anterioridad antes de que el títere decidiera ignorarla y proseguir con su pretensión de justicia. ¿Será que por fin se ajusta el cinturón y decide actuar como Presidente de todos los colombianos, y no sólo de su partido?

Adenda 2: desconcierta cuando menos que, en medio de la crisis democrática en Venezuela y los intentos de la oposición por debilitar la dictadura de Maduro, lo mejor que Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay y uno de los principales faros ideológicos de la izquierda latina, haya tenido para opinar es que “no hay que ponerse delante de la tanqueta ante el -a todas luces- criminal proceder de las fuerzas oficialistas. Ya salió a aclarar, al menos, pero queda el sinsabor de a quién se refiere de verdad cuando habla de “salvajadas”.

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