¿Es siempre cruel e inútil el sacrificio animal?

No, esta entrada no se trata de sacrificios rituales de animales, que aún están presentes en muchas religiones. Se trata, más bien, de tres casos que he visto durante la semana pasada donde se involucra el sacrificio, por investigación o por asuntos ambientales, de diferentes especies animales. Estos temas siempre generan debate, debido primero a que muchas personas cuestionan la autoridad que pueda tener el ser humano sobre los animales no humanos, y segundo porque hay una visión bucólica y antropomorfizante de otras especies. Sin más, pasemos a los escenarios.

1. Hace varios días, el investigador Christopher Filardi, del Museo Americano de Historia Natural, encontró en la isla de Guadalcanal un macho de martín pescador bigotudo (Actenoides bougainvillei), especie poco conocida y bastante esquiva, y de la cual sólo se tienen algunas descripciones gracias a tres especímenes capturados en las décadas de 1920 y 1950, todas hembras. Filardi y sus compañeros tomaron fotografías y grabaron al ave, de la cual no se había avistado nunca un macho, y que de hecho no había sido vista en décadas, y posteriormente la recolectaron. En otras palabras, la sacrificaron.


La polémica estalló. Miles de personas en las redes sociales criticaron duramente la decisión de Filardi de sacrificar a un ave que no se había visto en muchos años, y no falta el que ha pedido su cabeza –tanto literal como figurativamente- por este hecho. Dentro de nuestro campo, mientras hay científicos que apoyan su decisión como un sacrificio necesario para poder conocer más acerca de la especie, otros han cuestionado abiertamente la recolección de especímenes en general, y particularmente de especies amenazadas, citando casos como el de la gran alca. Filardi tuvo que salir a defenderse con un texto, en el cual asegura que no se trata de una cacería por trofeos -como algunos han señalado-, sino que corresponde a la metodología estándar de un científico, y que del animal colectado se puede obtener mucha información en diversas áreas de investigación que pueden ayudar a conocer mejor al martín bigotudo, que ayuden a su conservación, y que sacrificar a un macho no afecta a largo plazo la supervivencia de la especie. A pesar de ello, no todos están convencidos.

Saquemos de la ecuación a los animalistas excesivos y a los “abraza árboles”. No quiero tener sus argumentos en cuenta para este caso porque, como dije, muchos antropomorfizan demasiado a los animales y tienden a tener visiones edulcoradas de la realidad. El caso del martín bigotudo es más de ética profesional y de ciencia. ¿Realmente era necesario sacrificar un espécimen para conocer más de la especie, cuando no había sido vista en medio siglo?

Esa siempre ha sido una cuestión complicada de definir. Y lo cierto es que, en el pasado, investigadores colectaban especies prácticamente con desenfreno, tomando decenas, incluso cientos de ejemplares de una misma especie, lo que en ciertas áreas (por ejemplo, islas) sí puede tener un impacto en sus poblaciones. Y es cierto: parte de la extinción de especies como la huia y la gran alca se debió a la cacería de ejemplares para investigadores y coleccionistas, justo cuando las especies se encontraban en un declive casi irreversible (aunque los que ponen al alca de ejemplo dejan de lado otros factores antrópicos y ambientales).

Pero estamos hablando de otros años, de otros siglos, cuando las labores científicas claramente no tenían la misma responsabilidad y visión conservacionista de hoy -y tengamos en cuenta que aún hay quien dice que la conservación es un desperdicio-. Que la recolección de especímenes esté más o menos estandarizada implica que hay una metodología y unos lineamientos que seguir antes de decidir si un animal debe o no ser sacrificado, y cómo debe hacerse, a fin de procurarle el menor dolor posible.

Hay que analizar también que la noticia ha sido enormemente exagerada por los medios. El martín bigotudo no se presumía extinto, y su población de hecho se estima como bastante saludable. Sin embargo, el poco trabajo científico que se había hecho en Guadalcanal, sumado a los hábitos crepusculares de la especie, hizo que no se conociera un avistamiento por parte de investigadores, y por tanto se desconocen muchos aspectos de su ecología y hábitos. Es por ello, también, que la especie se clasifica como en peligro, o al menos vulnerable -cosa que ocurre en ocasiones con especies de las que no se conoce mucho-, pues sí es cierto, tal como dijo Filardi, que actividades humanas como la minería y la deforestación amenazan el hábitat de la especie.

Finalmente, debemos tener en cuenta, como se dijo al principio, que no se trata de una cacería de trofeo, como ocurrió en el caso de Cecil. No se trata de que el macho sacrificado se quede dentro de un polvoso museo, sino de obtener toda la información posible a través de él. De este espécimen se pueden obtener datos morfológicos, moleculares y ecológicos, los cuales pueden proveer gran información sobre el estado de la especie, y contribuir a largo plazo para conservarla. Se trata, entonces, de que su sacrificio no sea en vano.

Esto último se hace un reproche necesario para algunos investigadores que colectan decenas de especímenes cada vez que van a campo bajo la premisa de que “servirán para otros investigadores”. Hay que ser más organizados. La idea es que lo que colectemos sea procesado, y no que quede archivado para posibles trabajos de otro que esté interesado en el tema, especialmente cuando no se comparte dicha información, pues puede ocurrir, y de hecho ya lo he visto, que se tienen cientos de animales de una misma especie, en un mismo lugar, y colectada por diferentes personas, sin que nadie se tome la molestia siquiera de contabilizarlos. Y si bien esto ocurre más con especies comunes, sacrificar tantos animales prácticamente en vano sí puede considerarse una seria falta ética.

2. Como muchos deben saber, y si no lo saben se los cuento, uno de los problemas más serios que tiene la fauna y flora de Australia es la presencia de especies invasoras, las cuales hacen un gran daño a las nativas debido a la competencia por recursos o la depredación. Por ello, el gobierno australiano mantiene estrictos controles de inmigración para evitar la llegada de más especies extranjeras, y diversos programas de control y erradicación de invasores. En el marco de estos programas, recientemente el gobierno australiano decidió eliminar cerca de dos millones de gatos salvajes hacia el 2020.


Por supuesto, los defensores de los derechos de los animales no se quedaron callados, y pronto salieron las críticas a la luz. Particularmente sonoras son las quejas de la célebre actriz Briggite Bardot y el músico Morrisey, quienes consideran que la medida es cruel, inhumana y una idiotez. El Comisario de Especies Amenazadas de Australia defendió la medida como esencial para proteger la fauna local.

Las críticas de Bardot y Morrisey son otro reflejo del permanente defecto de muchos ambientalistas -insisto, no ecologistas-: se limitan a criticar, pero rara vez presentan soluciones plausibles. Hay una realidad, y es que el ser humano es tristemente responsable por la introducción de animales invasores como gatos, conejos y zorros, entre otros, a países como Australia, y el impacto sobre la fauna ha sido devastador, especialmente por parte de los gatos, que son cazadores bien adaptados. ¿De qué otra forma pueden controlarse? Es decir, hay aproximadamente unos 20 millones de gatos no domesticados en Australia, y no he visto a nadie que proponga adoptar cuando mucho a los dos millones que el gobierno planea eliminar -o darles refugio temporal para después “dormirlos”, como hacen hipócritamente en PETA-.

Como siempre, hay personas que señalan que el verdadero culpable de ese daño es el ser humano, al introducir a esos invasores. Es cierto, ¡y es precisamente por eso que nos estamos abogando la responsabilidad de deshacer lo que jodimos! El sacrificio es quizás la opción más pragmática en estos casos, y puesto que se trata de animales que en principio no pertenecen a ese país, sino que están allí por culpa nuestra, no debería haber aprensión en cazarlos activamente, pues se está ayudando a la salud del ecosistema a largo plazo.

Sí es cuestionable, quizás, qué tan efectivo sea eliminar sólo dos de 20 millones de gatos salvajes, pero de ninguna manera es una opción idiota. Es el procedimiento. Se hizo con las ratas en islas de Nueva Zelanda, y eso ha permitido aliviar un poco las poblaciones del kakapo. Son medidas controvertidas, pero dado que se tratan de especies invasoras, son necesarias, y si realmente se tiene una conciencia ecológica, reprocharlas es un acto cuando menos descuidado.

3. Este es un caso menor, más personal, pero que también vale la pena traerlo a colación. Un amigo biólogo se encontró una ardilla lastimada cerca al laboratorio donde trabaja. El animal era muy joven, y estaba inválida al parecer por una fractura en la columna, pues no movía las patas posteriores, y no reaccionaba si la sujetaban por la cola. ¿Qué podía hacer con ella? Algunos le dijeron que la sacrificara, puesto que era difícil encargarse de ella, y otros se opusieron vehementemente al asunto, preguntándole a los que propusieron la eutanasia si a ellos les gustaría que se la aplicaran si llegan a quedar inválidos.

Dejando de lado la monserga de misantropía (que yo tengo arranques de eso a veces, pero son mucho más sensatos, si tal cosa es posible), hay que analizar con mucho cuidado esta situación. No se trata de una investigación científica, ni de una medida de protección ambiental. Es simplemente un caso más o menos cotidiano. Creo que muchos hemos encontrado alguna vez un animal silvestre lastimado, y la compasión instintiva nos lleva a tratar de cuidarlos. Algunos después comprendemos que no es tan fácil como criar un animal doméstico, y no es que esto último sea tan fácil.

¿Por qué se propuso sacrificar la ardilla? Bien, porque el criterio ético nos dice que debemos evitar el mayor sufrimiento posible en un animal silvestre herido de forma tan severa. Quien comprende cómo funciona la Naturaleza está muy consciente de que una ardilla parapléjica no sobrevivirá mucho tiempo. No podrá subir a un árbol, no podrá alcanzar su alimento, y no podrá esconderse de sus depredadores. Y antes de recibir un reproche, les recuerdo que estoy presentando una visión como biólogo, no como amante de mascotas, puesto que en un sentido general una ardilla no es un animal doméstico. Para quienes rehabilitan animales salvajes lastimados, probablemente también sea muy difícil cuidarla en ese estado, y seguramente un veterinario recomendará en primera instancia también el sacrificio. No es simplemente crueldad, es que la acción más ética (y también más pragmática, si quieren verla desde esa perspectiva) cuando encontramos un animal salvaje herido gravemente que no podemos manejar adecuadamente -y que mantenerlo con vida es prolongar su sufrimiento- es aplicarle una muerte lo más rápida e indolora posible.

El reproche misántropo de “¿A ti te gustaría que te mataran si terminas así?” es muchísimo menos válido de lo que creen. Primero, yo estaría a favor de que cada persona decida si quiere continuar o no con su vida si termina con una parálisis similar o peor (si lo considero práctico o no ya es otro asunto). Sé que obviamente no tiene la capacidad de tomar esa misma decisión, pero creo haber resumido en el párrafo anterior por qué se suele optar por la eutanasia. Segundo, por lo general cuando una persona queda parapléjica o cuadripléjica cuenta con gente a su alrededor, ya sean parientes, amigos, o simplemente el servicio de salud (si es realmente eficiente), por lo que no queda desamparada. Una ardilla silvestre no cuenta con ese apoyo. Las ardillas se mueven solitarias o en grupos familiares, y por regla general los animales no se encargan de cuidar a un compañero lastimado gravemente, ni siquiera si es una cría, puesto que no pueden desperdiciar tiempo y recursos en un animal que no puede valerse por sí mismo. Tristemente, así funciona.

Sin embargo, siempre existen personas que deciden, contra todo pronóstico, asumir el cuidado de un animal en este estado. Un estudiante de biología se enteró de la ardilla, y tras comprobar que aún podía alimentarse si se le daba comida, decidió encargarse de ella. Y es que yo no estoy diciendo que sacrificar un animal silvestre herido sea la única opción, sino que es la más ética si no se puede ayudar mucho al animal. Desde mi punto de vista, mantener viva a esa ardilla era prolongar innecesariamente su mal estado; no obstante, yo no me opongo si una persona se ofrece a cuidar de un animal herido, por difícil que pueda ser. Son pequeños actos de nobleza que hacen confiar a otros en la humanidad a pesar de todo.

Desafortunadamente, la ardilla no tuvo un final feliz. Como no podían dejarla dentro del laboratorio, y el muchacho que iba a llevársela no apareció el primer día, la dejaron en una caja afuera del laboratorio. Al día siguiente había desaparecido. Dadas las circunstancias, lo más probable es que sus chillidos en la noche atrajeran a alguno de los animales que deambulan en la universidad (perros, lechuzas), y el resto puede deducirse. Un giro bastante irónico, pues era justo lo que le esperaba de haber permanecido donde se le encontró.

-O-

Presenté todos los casos anteriores intentando demostrar que no todas las muertes de animales son por pura crueldad o placer. Los investigadores, los biólogos, no disfrutamos sacrificar animales para la ciencia, pero tampoco nos lamentamos por ello, porque sabemos que no será en vano. Dudo que en Australia disfruten el matar gatos, pero saben que es necesario para proteger lo poco que queda de su fauna, destruida por su propia irreflexión al portar animales que no pertenecían a su país. Y les aseguro que ninguno de los que propuso sacrificar a la ardilla herida iba a disfrutarlo, pero pensaban que era la acción más ética.

Yo prefiero mantener neutrales mis emociones en estos casos, pues ni disfruto ni me lamento si llego a tener que sacrificar a un animal si estoy consciente de que será para algo útil y necesario -por fortuna trabajo con invertebrados microscópicos-. No soy hombre de mascotas, cierto,  y quizás soy menos empático con los animales de lo que debería, pero tampoco soy un insensible. Cielos, recuerdo que en un laboratorio de genética incluso ayudé a una amiga a dejar ir una mosca de fruta que se había escapado apenas del algodón con alcohol que usábamos para matarlas sin dolor. Y tengan en cuenta que para muchos animalistas, una mosca no vale lo mismo que una vaca, puesto que su sistema nervioso está menos desarrollado, y por tanto no hay campañas protegiendo a la mosca de fruta. Pero, ya teníamos bastantes moscas. ¿Por qué no dejar ir al menos esa?

Y con esto termino. Aquellos que discrepen con esta entrada, como siempre, son invitados a reflexionar un poco. Nuevamente, no estoy diciendo que cualquier animal pueda ser sacrificado sin problemas; es simplemente que existen casos donde esto cumple un propósito, incluso aunque suene tan contradictorio como obtener la suficiente información para ayudar a salvar su especie, o incluso otras más

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