El nuevo racismo

Que este blog se titule El Pensador Sereno no significa que cada cosa que escriba lo haré de formas que a todos agraden. Es algo que Daniel Dennett aprendió de Christopher Hitchens: es necesario, a veces, ser grosero. Porque hay pensamientos y actitudes que son muy dañinas, y hay que evitar que se difundan.

Entremos en materia. Hace unos días, en la página de la revista Semana publicaron una noticia acerca de unas tabletas que fueron entregadas a un grupo de indígenas en Guainía, como parte de un proceso de alfabetización. Claro, hay dificultades relacionadas, como la necesidad de Internet para algunas cosas, pero al margen de eso, es un importante avance la entrega de una herramienta así a un grupo indígena que quiere aprender a leer y escribir, en la lengua que ellos deseen.


Por supuesto, hay muchas personas que no parecen aceptar que el indígena trate de asimilar parte de nuestra cultura. Y esto provoca reacciones como la siguiente, que fue el comentario de un lector de la página en línea ante la noticia:


Típico relativismo cultural, y de la peor clase.

Antes de atacar este concepto, debe resaltarse que el deber del Estado es procurar la adecuada educación a todos sus ciudadanos, y eso incluye a los indígenas. Igualmente, esta persona que opinó de tal forma debería tener en cuenta que es decisión de los indígenas si quieren integrarse a la cultura colombiana. Si de repente todos los grupos indígenas del país dejaran sus tradiciones y se fueran a las ciudades, esperando vivir en el -usando la misma palabra- “ppodrido” mundo occidental, ¿qué se supone que debe hacer el Estado? ¿Forzarlos a permanecer en los resguardos, en las selvas? ¿Negarles cualquier oportunidad de avances educativos y sociales, porque deben mantener sus tradiciones? ¿Por qué somos nosotros, los “blancos”, los únicos que tenemos derecho de usar tecnología? Ah, porque ya estamos contaminados, metidos de lleno en la sociedad de consumo, en el artificial plástico. Los indígenas no merecen nuestra corrupción.

Simplemente racismo. Y es que el relativismo cultural no es más que eso: un racismo producto del mito del buen salvaje, la culpa histórica del occidental y una falacia ad anquititatem a gran escala.

Los tres componentes son terriblemente erróneos. El mito del buen salvaje es, por supuesto, equivocado. Los relativistas tienden a mostrar al indígena como una persona amable con sus semejantes, en comunión con la naturaleza, y poseedor de sabiduría “ancestrales” (ya analizaré esto en el tercer enfoque). En contraste, los conquistadores (y por extensión, los europeos) eran seres ambiciosos, enfermos y sádicos. Para algunos, cualquier aporte de Occidente es despreciable, mientras que la tradición indígena es bienvenida.

Pero esto no es cierto. El occidental civilizado no es tan sanguinario como siempre lo hemos representado. Y el indígena no es ni tan sabio como se cree, ni tan armónico con la naturaleza y sus semejantes. Grupos como los jíbaros de Ecuador y los yanomami son ejemplo de tradiciones guerreras. Los aztecas podían llegar a ser más violentos que los mismos españoles, y fue su imperialismo opresor lo que hizo que otros grupos indígenas unieran fuerzas con los españoles. Y no olvidemos que los triunfos de Quesada sobre los muiscas, o de Pizarro sobre los incas, se debió en buena parte a las luchas por el liderazgo en estas culturas.

Sin ir más lejos, la jurisdicción indígena en Colombia está plagada de ejemplos de tratos crueles a los infractores (azotes, cepos, etc.), y de condenas inapropiadas. ¡Aún existe el matrimonio infantil en algunas tribus! Todos estos son actos horribles, no desde el punto de vista occidental, sino desde el punto de los Derechos Universales del Hombre, que no fueron formulados desde una perspectiva cultural, sino desde el razonamiento. Pero, debido a que los indígenas tienen su propia justicia, no podemos intervenir. A mi juicio, esto debe abolirse. Ellos viven en el territorio de Colombia, y a sus leyes deben someterse, como cualquier ciudadano: no deben tener ni más ni menos derechos que cualquiera de nosotros.

La otra gran excusa del relativismo cultural para mantener a los indígenas preservados, como si fueran de cristal, es que, como los conquistadores pisotearon sus culturas, se apoderaron de sus tierras y los cristianizaron a la fuerza, debemos mantener lo más intactas posible las culturas que aún sobreviven. Sentimos una culpa innecesaria por lo ocurrido hace más de cuatro siglos, y creemos que ellos son el ejemplo de lo que nosotros debemos ser. No es verdad. Que nuestros antepasados hayan sido violentos e injustos no es razón para que nos lamentemos y pretendamos ser condescendientes. Eso es insultante para el indígena, y es denigrante para nosotros. No nos compete, porque no es culpa nuestra. Si un antepasado suyo hace doscientos años era un terrateniente esclavista, ¿pediría usted perdón a los afrocolombianos? ¿O a todos los africanos? ¿Por qué? No es un delito suyo; usted ni siquiera había sido planeado hace doscientos años. No se puede juzgar a un hijo por los crímenes de su padre. Y mucho menos se puede despreciar los logros de un grupo cultural por las faltas que cometan algunos de ellos. Eso también es racismo. Cuando dejamos de valorar los logros culturales de nuestra sociedad por mirar los crímenes del pasado, estamos siendo racistas contra nosotros mismos.

Y entre estos dos argumentos ya he expuesto ligeramente el tercer enfoque: el creer que todo lo que sea catalogado como “ancestral” es mejor que lo reciente. Para los que creen esto, como el lector del comentario al comienzo de esta entrada, es pecado que el indígena quiera culturizarse de la forma occidental, porque nuestro “sistema” es malo, y el de ellos es antiguo y mejor. Estos son los que se oponen a cualquier forma de progreso: la tecnología, la bioingeniería, ¡incluso la medicina moderna! A esto se le llama falacia ad antiquitatem. Otra farsa, por supuesto. Que algo se venga practicando desde hace cientos de años no significa que sea mejor. Grupos religiosos como los judíos y los islamistas creen que la mujer debe ocupar una posición inferior al hombre, sometida y sumisa, desde hace miles de años. ¿Eso hace que esta sea la mejor costumbre que deba aceptarse en su sociedad? En varias tribus africanas se practica la ablación genital de las mujeres. ¿Debemos respetar esa costumbre por ser antigua? ¡Por supuesto que no!

Desgraciadamente, muchos relativistas y multiculturalistas lo creen así, y por eso se dan casos como el de arriba. Desconocen el derecho legítimo de los indígenas -no por ser indígenas, sino por ser colombianos- a recibir una educación adecuada, porque es un estilo occidental de educación, y ellos deben permanecer dentro de su propia cultura. Eso, amigos, es racismo puro y duro. Para estos idiotas, los indígenas funcionan bien donde están, atascados en sus culturas poco avanzadas y, en algunos casos, peligrosas; ellos no necesitan saber que existen otras culturas a las cuales pueden tener acceso, así sea por su propia elección. Porque para los relativistas, aunque no todas las culturas tengan el mismo nivel de desarrollo, aunque muchas culturas carezcan de los recursos médicos, educativos y tecnológicos que existen hoy en día en la cultura “occidental”, todas las culturas poseen el mismo valor, y deben respetarse todas sus costumbres y tradiciones. Y sobre todo, se deben mantener a sus representantes dentro de esas culturas, sin importar qué tan nocivas puedan ser sus costumbres.

En eso consiste el racismo del siglo XXI: la pretensión de desconocer derechos universales a un grupo de seres humanos, con base en su etnia o color de piel. Despreciar el hecho de que, ante la ley, todos somos (o deberíamos ser) iguales. Eso es asqueroso. Y es algo que nadie debe concebir.

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