Sobre bioética, envejecimiento e inmortalidad: un análisis de la “Propuesta 122+” de Dalas

 

Has vivido lo mismo que todos, Bernie. Toda una vida. Ni más. Ni menos.

-Muerte, en The Sandman #43: “Vidas breves: 3”.

Introducción

Francisco de Quevedo dijo alguna vez que todos deseamos llegar a viejos, pero al serlo lo negamos. Y es que la vejez es una circunstancia natural de la vida humana, aunque triste para algunos, serena para otros, aterradora para unos más y quizás hasta necesaria para unos pocos. La relación de nuestra especie con la vejez ha variado a través de los milenios y culturas, pero sin duda uno de los temas más recurrentes en nuestros relatos es la conciencia del ser humano hacia su propia mortalidad y fragilidad, y desde la Epopeya de Gilgamesh el retrato de sus intentos fútiles por evitar la muerte o, al menos, la senectud.

Gilgamesh buscando la flor de la juventud.

Creo que, temores y supersticiones aparte, lo mínimo que pedimos de nuestros años crepusculares es la ausencia de diferentes enfermedades y condiciones de salud que dificulten nuestro diario vivir. Diría entonces que nuestra condición para hacer un pacto de paz con nuestra propia vejez es que sea una etapa con dignidad, que nos permita cerrar los ojos una última vez en un estado pleno de salud. Y en ese sentido, es razonable y necesario que haya investigadores de campos de la salud y la genética enfocados en identificar y reducir la probabilidad de padecer aquellos trastornos que se hacen más prevalentes con el envejecimiento.

Sin embargo, los ideales de evitar la muerte y el envejecimiento jamás han desaparecido. Con los grandes avances en la medicina y las ciencias de la salud en los últimos años, y una mayor comprensión teórica del proceso de senectud, hay un sector de expertos que considera el envejecimiento como una enfermedad, y que al enfocarlo de esta forma se podrían aunar esfuerzos en eliminar el envejecimiento en general, en lugar de gastar esfuerzos en las diferentes enfermedades asociadas a ello. Y, por alguna extraña razón, a alguien muy popular se le ocurrió que de aquí podríamos llegar a un estado más avanzado: la inmortalidad.

Más allá de los 122 años: el “proyecto” de Dalas

No creo que necesite presentar a Dalas Review, pues estoy seguro que muchos de mis lectores saben mucho más de él que yo mismo. Con unos diez millones de seguidores y más de dos mil millones de visitas en sus videos, es uno de los youtubers de habla hispana más reconocidos a nivel internacional. No obstante, lo cierto es que hoy en día es más conocido por sus pleitos con otros usuarios, uno que otro problema legal, sus salidas en falso y sus declaraciones controvertidas sobre temas de los que, evidentemente, no tiene ni el contexto ni el dominio adecuados.

La verdad es que no creo haber visto uno de sus vídeos, pero lo que he podido apreciar de su actitud en redes no es de una persona que yo considere sensata. Recuerdo por ejemplo cuando se quejó –no irónicamente- de que el videojuego Cyperpunk 2077 tenía un mensaje “progre” y anticapitalista (lo que dejó claro que no tiene idea de qué significa el término cyberpunk); tuvimos la polémica con un vídeo sobre los inmigrantes latinoamericanos, el cual fue magistralmente respondido por el canal Preguntas Incómodas (con quienes, por cierto, Dalas se negó a debatir de forma bastante despectiva hacia Sabrina Tortora); y hace poco tuvo otro encontronazo por alguna cuestión de ateísmo, pero que ni revisé ni me interesa ampliar.

Como sea, aquí no voy a hablar ni de su canal ni de su comportamiento, salvo cuando lo segundo sea pertinente al tema de hoy. Si me molesté en sentarme a escribir sobre una persona de la que ni siquiera conozco su canal es porque hace poco publicó en Twitter una especie de ¿manifiesto? sobre su intención de buscar a futuro abrir un laboratorio donde se desarrolle la cura para el envejecimiento y –esto es en serio- la inmortalidad de nuestra especie, además de presentar algunos argumentos interesantes sobre la investigación y la economía.




Aunque algunos puedan llevarse la impresión de buenas intenciones, y ciertamente hay ideas que vale la pena considerar, la realidad es que en esas tres páginas abundan una serie de imprecisiones y ausencia de cuestiones que Dalas, en medio de un desconocimiento claro sobre biología y genética, no aborda ni una sola vez. No sorprende que ahora mismo sea objeto de burla e incluso repudio en redes, pues parecen más los delirios de un tipo que sólo busca atención que una reflexión honesta sobre un futuro potencial para nuestra especie. Vamos a centrarnos entonces en las ideas que presenta Dalas (a las que me refiero en el título como Propuesta 122+), y tratar de hacer un contraste franco con la evidencia real, aunque primero quiero hacer una pausa corta para hablar sobre una excusa falaz que veo con frecuencia para desestimar algunos debates con base científica fuerte.

“Sólo hacen falta tener unas nociones básicas de biología…”

El pasado 31 de marzo fue el Día Internacional de la Visibilidad Trans, y quienes me hayan leído de antemano sabrán que abordé lo suficiente sobre el tema el año pasado como para que tengan una idea en general: discrepo de aquellos grupos que buscan relativizar el concepto de género como una construcción enteramente social, pero como biólogo entiendo y apoyo la realidad de que sí existen las personas transgénero. No obstante, un comentario que vi hacia un tuit donde se comentaba la pretensión de algunas personas en argumentar sobre temas complejos con poco criterio me hizo recordar un mal argumento que he visto mucho entre quienes desestiman a la comunidad trans, y que puede ser aplicado para temas como el de Dalas Review: que las nociones de biología básica son suficientes para entender temas como la sexualidad humana.

Me adelanto a una posible objeción. “Un momento, Serenito”, me dirán algunos, “¿no has hablado en otras entradas sobre la importancia de un conocimiento esencial en diferentes campos del saber?”. Y tienen razón: un conocimiento básico en temas como química y biología pueden ayudarnos a reconocer ciertos problemas detrás de propuestas como la medicina homeopática o el uso del dióxido de cloro como MMS. Y eso tiene una razón: a pesar de la argumentación un tanto confusa de sus defensores, en realidad las bases de sus “propiedades” son sencillas y un tanto accesibles a través de una información general en los campos mencionados del saber.

Ahora, ocurre que hay otros temas científicos y sociales que son mucho más complejos, y no son fácilmente reducibles o analizables a través de una educación básica. Y no estoy diciendo que sea necesario un doctorado: no, tampoco hay que ser así de puntilloso. Pero, tomando el caso de la identidad de género como ejemplo, el esquema clásico de los dos sexos reproductivos no es argumento suficiente para descartar la existencia de la identidad trans, pues esto se apoya en evidencias a nivel de psicología y neurociencias –ojo, que esto tampoco significa que existan más de dos sexos- que no suele ser información disponible en la educación básica. Necesitas leer e investigar un poco más sobre el tema a nivel científico antes de creer que “los niños nacen con pene, las niñas con vulva” es un absoluto en cada dimensión de la sexualidad. Y ojo, que más datos no implica siempre un mejor discurso ni la defensa del mismo, pues depende también de una correcta asimilación e interpretación de la información recabada, así como una comprensión de las posturas del contrario.

Otro ejemplo relacionado con esto: cuando escribí la entrada sobre una polémica en torno al personaje de Yamato, de One Piece, para llegar a la conclusión de que no se trata de un personaje trans sino de una mujer que asume un rol masculino, lo hice no sólo teniendo en cuenta el contexto del manga, sino también investigando por días sobre el vasto uso de los pronombres japoneses, sus características y su empleo tanto dentro como fuera de la ficción, usando además diferentes ejemplos para que el lector pudiera comprender la complejidad de la temática. Como es obvio, no me podía quedar con las clases de castellano y lingüística del colegio, ni tampoco podría argumentar gran cosa desde la biología pura: de otro modo, la respuesta que pudiera ofrecer habría sido insuficiente o inesperadamente prejuiciosa.

Y por supuesto, como dije antes, ese es el principal problema de la “propuesta” de Dalas: que en realidad desconoce muchos elementos de campos científicos bastante complejos que, si acaso, reciben atisbos muy generales en la educación básica, y cuya mejor lectura al respecto le habrían permitido construir un manifiesto menos fantasioso. Hubo un detalle que saltó de inmediato en la mente de cada científico con conocimientos en biología celular que leyó su tuit como un impedimento importante en su propuesta, pues a día de hoy es una limitación biológica muy difícil de adecuar a un tratamiento contra el envejecimiento.

La senescencia y el límite de Hayflick

El proceso de envejecimiento (o, en términos biológicos, la senescencia del organismo) es una fase natural en muchos seres vivos aparte del ser humano, en particular muchas especies de animales y hongos, y puede definirse como un incremento en la tasa de muerte como consecuencia de cambios funcionales relacionados con el aumento de la edad biológica. En nuestra especie, por ejemplo, hay fenotipos clásicos asociados con este proceso: formación de arrugas y líneas de expresión en la piel, decoloración del cabello, reducción en la fertilidad, menopausia, pérdida de masa muscular y fuerza física, entre otros. Y si bien es cierto que hay un cúmulo de enfermedades “asociadas con el envejecimiento” como el Alzheimer, la osteoporosis y varios tipos de cáncer, un error que comete no sólo Dalas sino muchas otras personas es que no son parte del proceso mismo de envejecimiento –de lo contrario, todos los individuos animales adultos las presentarían-, sino que su incidencia se incrementa con el aumento de la senectud, así que “curar” el envejecimiento no va a desaparecer dichas enfermedades; sólo eliminaría un factor de riesgo para su incidencia, así que no es cosa de ser “poco inteligente” no clasificarlo como una. Primer problema puntual de la propuesta de Dalas, y uno gordísimo de entrada.

Hay que decir que muchos otros seres ofrecen un escenario particular en cuando al envejecimiento. Por ejemplo, las plantas caducifolias tienen más bien una senescencia programada, donde sus hojas se deterioran y mueren cada año, siendo reemplazadas por nuevas, y pueden seguir desarrollando órganos para maximizar la exportación de nutrientes. También hay vertebrados en los que no se observa una reducción notable de su capacidad reproductiva y funciones biológicas, como esturiones, tortugas (aunque un estudio de 2016 con una población de tortugas pintada sí halló señales de senescencia en el medio silvestre) y, recientemente, ratas topo desnudas. Finalmente, organismos como plantas perennes, bacterias y algunos animales basales como las hidras mantienen su capacidad reproductiva y división celular, por lo cual son consideradas potencialmente inmortales a nivel biológico (el por qué esto rara vez sucede lo veremos más adelante).

Pero, ¿por qué ocurre el envejecimiento? Aquí Dalas ya tendría otro tropezón con la Propuesta 122+, puesto que en la actualidad aún desconocemos en gran medida las bases biológicas del envejecimiento. Lo más seguro es que se trate de una combinación de mecanismos y factores, y basados en la evidencia disponible se han racionalizado como “sellos” del proceso tanto rutas genéticas y procesos bioquímicos como daño acumulado por factores externos y ambientales, los cuales en conjunto y efecto acumulado caracterizan el proceso de envejecimiento. Así que el trabajo por hacer no se basa sólo en confirmar estos factores, sino también cómo se interconectan entre sí para contribuir a la senescencia de un organismo. No hay forma fácil de sortear todo eso, como afirma tranquilamente el youtuber.

Esquema de los “sellos” del envejecimiento biológico. Modificado de López-Otín et al. (2013). El enlace al artículo lo pueden encontrar en el párrafo anterior.

Dos de los sellos implicados en el envejecimiento son importantes para esta sección, pues están muy relacionados entre sí y han sido estudiados extensamente desde hace décadas, en parte debido a su fuerte conexión con rasgos generales del cáncer. Hablo, por supuesto, de la senescencia celular y el desgaste de los telómeros. Este es un tema que está hermosamente explicado en esta entrada de la página Ondas y Partículas, así que los invito a leerla para tener una mayor comprensión de su implicación con el cáncer, pero igual les haré un resumen aquí.

En 1960, los experimentos del Dr. Leonard Hayflick con tejido pulmonar encontraron que luego de dividirse unas 50 veces, las células dejaban de replicarse y posteriormente morían. Estudios posteriores con otras líneas somáticas sanas constataron que, en efecto, a medida que las células se acercaban a un número determinado de mitosis (entre 50-100), desarrollaban fenotipos particulares (aumento de tamaño, alteraciones en la cromatina, expresión de enzimas determinadas) al dejar de replicarse, lo cual fue denominado como senescencia celular; a ese número máximo de divisiones se le conoce como el límite de Hayflick. Por supuesto, la senescencia celular ha sido detectada en muchos otros organismos, con algunas excepciones como plantas perennes, esponjas, corales e incluso langostas marinas.

Ahora, ¿por qué las células entran en senescencia luego de un número máximo de replicaciones? Por los telómeros, esos a los que se refiere Dalas en su propuesta -sin especificar de qué se trata, cosa importante si estás intentando divulgar ciencia-: unas estructuras halladas en los extremos de los cromosomas, y que se encargan de proteger su material genético. Resulta que cada vez que una célula sana se divide, se pierde una pequeña porción de los telómeros, lo cual ocurre de forma progresiva con cada mitosis hasta que son demasiado cortos, y entonces la célula ya no puede seguir replicándose, entrando en senescencia. Y como vemos, tanto la senescencia como el desgaste paulatino de los telómeros están integrados como sellos distintivos del envejecimiento biológico de un organismo; de hecho, por mucho tiempo se consideró que esto era la principal causa de la vejez, hasta que descubrimos que igual hay células que se replican muy poco pero igual entran en senescencia celular con el paso del tiempo, como las neuronas; y que en otros organismos la relación entre el desgaste de los telómeros y la edad biológica es variable, e incluso inversa.

¿Qué tiene que ver esto con el cáncer? Pues que en algunos tipos de cáncer se ha detectado que las células sintetizan una enzima llamada telomerasa, que puede regenerar los telómeros en cada división, y con ello mantiene el potencial mitótico de las células cancerígenas, siendo entonces biológicamente “inmortales”. Es por ello que, basados en algunos estudios genéticos, principalmente en ratones, moscas de la fruta y el nematodo Caenorhabditis elegans –es decir, modelos animales clásicos de investigación genética- se ha planteado en ocasiones que la replicación de telomerasa podría abrir espacio a terapias anti-envejecimiento. No obstante, esto ha generado debates a nivel médico y bioético (tema del siguiente apartado) que, curiosamente, Dalas no menciona en su propuesta, quizás porque en realidad no tiene el contexto adecuado de los estudios con ratones a los que alude. Y por supuesto, dado que la senescencia celular y el desgaste telomérico no son los únicos factores asociados con el proceso de envejecimiento, y además podrían tener bases adaptativas detrás de su activación, también hay muchos detalles evolutivos que se estarían pasando por alto.

¿“Váyanse a la mierda”?

Con respecto a las implicaciones éticas, si hay algo que me molestó en verdad es el fragmento en el que Dalas expresa desdén por las limitaciones sobre la experimentación humana, convirtiéndolo en una queja más política que ética, rematando con un desafortunado “¡Váyanse a la mierda!”. Y no es su único comentario más político que científico, como cuando habla de que las autoridades sanitarias deberían clasificar el envejecimiento como una enfermedad, dado su impacto en la economía global; cuando afirma que alguien con mil años (…) no tendría que jubilarse; o que por religión y tradición es que no se están enfocando los esfuerzos hacia “curar” el envejecimiento. Así que, a quienes en redes critican a aquellos versados en ciencias que han abordado la propuesta de Dalas desde un enfoque político, pues se equivocan un poco: después de todo, las restricciones políticas y su poco interés en inversión a nivel de ciencia y tecnología han supuesto un retraso importante en el desarrollo de muchos países. Sólo véase cómo el esfuerzo conjunto y la chequera de varios gobiernos dieron lugar a un amplio grupo de vacunas potenciales contra la actual amenaza de COVID-19.

Pero mantengámonos en el terreno científico de la discusión. Los debates éticos en cuanto a la experimentación humana no son “problemas de algunos países”: son un marco de trabajo fundamental para la orientación del ejercicio responsable del quehacer científico. El desarrollo de la bioética, un campo relativamente nuevo (surgió apenas a inicios de los sesenta), permite no sólo contextualizar qué debemos hacer en el campo de la investigación científica y la salud, sino cómo debemos proceder en ambas: cómo tratamos a los sujetos de investigación, los límites necesarios en las pruebas que realizamos, incluso el tiempo asignado a observar sus efectos. A través del uso desafortunado de prácticas científicas en manos de personas con pocos escrúpulos se han cometido atrocidades en nuestra historia reciente, como el infame Experimento de Tuskegee o los horrores cometidos por la Unidad 731 de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, así que abordar cuestiones morales dentro de la ciencia y la salud era un paso necesario en la evolución de nuestro principal campo de desarrollo.

De hecho, la reciente pandemia puso de nuevo sobre la mesa el balance entre el hallazgo de un tratamiento efectivo y/o el desarrollo de una vacuna contra el COVID-19 en el menor tiempo posible, y el respeto de los procedimientos estándar de las fases clínicas necesarias para tales objetivos. Como mencionaba en mi entrada desmintiendo el uso de la ivermectina y el dióxido de cloro, para acelerar el desarrollo de las vacunas candidatas, las fases clínicas I (seguridad de la vacuna) y II (eficacia de la vacuna), las cuales requieren de un número reducido de voluntarios y por tanto son las más manejables en costo/tiempo, se trabajaron en muchos casos de forma conjunta para acotarlas y pasar pronto a la masiva Fase III. Saltarse esas pruebas o intentar acelerar la última habría sido no sólo difícil, sino además una increíble falla de criterio científico y ética profesional.

Es por tales razones que fui tan increíblemente crítico con la aplicación irresponsable de medicamentos como la cloroxiquina o la ivermectina en tratamientos para pacientes con COVID: ninguno de esos había sido evaluado clínicamente, y por lo tanto era un riesgo potencial. Aquí no podemos actuar como si estuviéramos en la película Contagio, donde (spoilers de una película de hace diez años) una investigadora asume por su cuenta y riesgo probar una vacuna candidata en su propio cuerpo; hoy en día ni siquiera permitiríamos un procedimiento experimental como el de Edward Jenner, el padre de la inmunología. Sí, es cierto que ayudó a sentar las bases en el campo de la vacunación, y sin duda sus aportes salvaron más vidas que los de cualquier otro hombre. Pero también es un caso de estudio ineludible sobre cómo se ha avanzado en establecer unos protocolos mínimos de seguridad, profesionalismo y respeto individual, tanto para el científico/médico como para sus sujetos de prueba/pacientes.

Volviendo al tema del envejecimiento, la razón por la que aún no hay pruebas experimentales con seres humanos en potenciales tratamientos al respecto (por cierto, ¿cuáles son esos laboratorios que dice Dalas están vendiendo tales tratamientos falsos?) es porque 1): como ya dije, los factores que causan el envejecimiento son muchos, y como vemos ni siquiera la senescencia celular y el desgaste telomérico, tan conocidos, han sido comprendidos en su totalidad; y 2): cualquier potencial beneficio observado en pruebas de alargamiento de los telómeros es aún insuficiente y poco concluyente para arriesgarse con experimentos en seres humanos.

Esto ocurre porque, por un lado, se ha observado que, a pesar de la presencia confirmada de moléculas homólogas asociadas al envejecimiento en el genoma de nematodos, moscas de la fruta y mamíferos, el incremento experimental del tiempo de vida se hace proporcionalmente menor a medida que el organismo es más complejo: es decir, que mutaciones asociadas a una mayor longevidad aportarán un incremento menor en la vida de una mosca de la fruta en comparación a C. elegans, y será aún menor en un ratón comparado a una mosca, por lo cual las conclusiones no son fácilmente extrapolables al Homo sapiens. Si consideramos que los mamíferos tienen vidas comparativamente mayores a las de un humilde nematodo o una mosca (el ratón casero, Mus musculus, vive en promedio un año en ambiente silvestre, y hasta tres en condiciones de laboratorio, mucho más que las 2-3 semanas de vida de C. elegans), puede asumirse, desde una perspectiva evolutiva, que hemos desarrollado suficientes rasgos o mecanismos genéticos que promueven una mayor longevidad, así que el aporte de modificaciones homólogas experimentales en nuestro genoma sería muy pequeño para justificarlo.

Esquema de la posición filogenética de organismos modelo utilizados en estudios de envejecimiento, con datos de expectativa de vida (LS) y madurez sexual (SM). Modificado a partir de Schenkelaars et al. (2019).

Por otro lado, aunque en ratones se ha evidenciado un incremento en la expectativa de vida o el rejuvenecimiento de tejidos, tampoco son resultados que se puedan extrapolar cómodamente a nuestra especie, debido a que en algunos casos se inactivaron los genes asociados a la actividad de telomerasa en los sujetos de prueba para luego reactivarla (De Pinho et al. 2016), o se utilizaron ratones modificados genéticamente para ser resistentes al cáncer (Tomás-Loba et al. 2008), ambos escenarios más controlados que una prueba experimental directa con seres humanos. Recordemos que la telomerasa está fuertemente relacionada con el éxito de las células cancerígenas, por lo cual existe un riesgo importante que activar una expresión mayor de esta enzima conduzca al desarrollo de tumores en la persona. Hay mucho a considerar a nivel ético y profesional, y hasta ahora la evidencia recopilada no basta para dar luz verde a pruebas clínicas relacionadas con estas investigaciones, en especial porque, reitero, el desgaste telomérico no es el único sello a considerar detrás del envejecimiento biológico en mamíferos así que, a los ojos de muchos, los resultados aún no superan los riesgos.

Entre pinos y langostas: la evolución tras las arrugas

Un detalle que me causa ruido es que, si le estaba dando un matiz científico a su propuesta, ¿cuál es el concepto de inmortalidad al que se está refiriendo? Creo que la respuesta está clara, dado que habla de telómeros y rejuvenecimiento, pero tengamos en cuenta que las causas de muerte de todo ser vivo se engloba específicamente en tres tipos: envejecimiento, enfermedad y trauma físico (léase violencia, depredación, accidentes, etc.). Lo segundo lo tenemos casi que dominado, y lo tercero es, eliminando la violencia intraespecífica, algo bastante aleatorio en nuestra especie (dado que carecemos de depredadores naturales en la actualidad), pero igual desde las toldas del transhumanismo se podría proponer un diseño nanotecnológico que permita regenerar los traumas físicos a cierto nivel. También está la visión futurista de crear redes neurales que soporten nuestra memoria y consciencia, e incluso descargarla toda en un sistema artificial, de modo que nuestro “yo” sobreviva a la muerte física del cuerpo. Como sea, es claro que Dalas enfoca su Propuesta “122+” en alcanzar la inmortalidad biológica, así que antes de fijarnos en las partes más extravagantes del manifiesto vamos con esta parte.

La inmortalidad biológica se define a nivel científico y escala multicelular como el estado donde la tasa de mortalidad por senescencia es estable o reducida, y por ello independiente de la edad cronológica del organismo. A nivel unicelular o histológico, se llama inmortales a los linajes celulares que no están sometidos al límite de Hayflick, así que pueden seguir replicándose indefinidamente. De estas últimas, dejando de lado bacterias y levaduras, hay casos naturales “inmortalizados” como los linajes celulares HeLa y Jurkat, ambos obtenidos de casos de pacientes con cáncer, y que son empleados en investigación médica.

A nivel macro, tenemos varias especies con una larga esperanza de vida o con rasgos que las acercan a ser biológicamente inmortales. Hace algunos años toqué en una entrada el caso de la famosa medusa inmortal, Turritopsis nutricula, la cual puede revertir y repetir su ciclo de vida sin entrar en senescencia; otros cnidarios como los corales y los sifonóforos (como la fragata portuguesa) pueden reproducirse por clonación, y en el primer caso, si una colonia se fragmenta puede dar lugar a otra nueva, con lo cual se perpetuaría el material genético del mismo individuo. Se sabe también que las langostas siguen produciendo telomerasa después de alcanzar la madurez sexual, lo que significa que no se debilitan ni envejecen con la edad, y que entre más mayor sea, más fértil podría llegar a ser.

Finalmente, hay muchos organismos con una larga esperanza de vida. Por ejemplo, el olm (Proteus anguinus), una salamandra acuática de las cavernas del centro y sureste europeo, vive en promedio unos 50 años, y se estima que puede alcanzar más de 100. Hace unos años se encontró un tiburón de Groenlandia (Somniosus microcephalus) con una edad estimada de 392 años, y a partir de un estudio se calculó para la especie una longevidad de 300-500 años (el vertebrado de mayor esperanza de vida conocida). Y en 2006 se extrajo un espécimen de almeja de Islandia (Arctica islandica), llamada cariñosamente Ming por la prensa -los investigadores la rebautizaron como Háfrun-, cuya edad se calculó a través de las líneas de crecimiento en su valva, estimando unos impresionantes ¡507 años! (el animal más longevo del que se tenga registro). Y aún no llegamos a las plantas: por ejemplo en Utah, Estados Unidos, existe un bosque de álamo temblón (Populus tremuloides) llamado Pando, del cual se determinó por genética que es en realidad una colonia clonal de un único macho (siendo técnicamente el ser vivo más pesado del mundo), y se estima que comparte un único sistema de raíces el cual podría tener miles de años de vida (si bien esto es difícil de estimar). Pero la estrella es Matusalén, un ejemplar de pino longevo (Pinus longaeva) que vive en alguna zona de las montañas de Nevada y cuya edad estimada es de 4852 años, con lo cual es probablemente el organismo no clonal más antiguo existente.

Parte de la arbolada donde se encuentra Matusalén, en el Bosque Nacional Inyo. La ubicación exacta del individuo es secreto federal.

Surgen un par de preguntas ante esto. Primero, si estas especies pueden alcanzar una gran longevidad o replicarse de forma indefinida, ¿cómo es que no dominan por completo los ecosistemas que habitan? Como lo expliqué al hablar hace años sobre la medusa inmortal, hay diferentes factores que influyen en la tasa de mortalidad de estas especies: disposición de recursos, competencia por los mismos, depredadores, cambios ambientales, enfermedades… Además, las especies con una edad tan larga suelen tener un lento desarrollo (por ejemplo, se estima que los tiburones de Groenlandia alcanzan la madurez sexual a los 150 años), por lo cual los individuos jóvenes son también susceptibles de morir antes de contribuir con su herencia genética a las poblaciones.

Otros factores fisiológicos y biológicos pueden estar a la mano. En el caso de las langostas, por ejemplo, la muda de su exoesqueleto es un proceso que implica un costo energético grande, y a medida que sea de mayor talla requerirá más energía, por lo cual llega un momento en el que el proceso sea demasiado agotador, y la langosta muera al mudar. En cuanto a los organismos clonales, en algunos casos la reproducción asexual puede conducir a la acumulación de mutaciones que lentamente afecten la adecuación biológica (o fitness) de un organismo, así que con el tiempo será menos eficiente en reproducirse sexualmente.

De hecho, se hipotetiza que el desgaste de los telómeros y la senescencia celular son mecanismos “programados” para evitar la acumulación de mutaciones por mitosis que puedan generar cáncer a largo plazo en el organismo.

La segunda pregunta surge porque la existencia de estas especies longevas y biológicamente “inmortales” reta un poco la idea de que la segunda ley de la termodinámica (enfocada en la entropía y la irreversibilidad de los procesos naturales) limitaría la prolongación de la juventud y la inmortalidad (después de todo, un organismo vivo es un sistema abierto). Entonces, ¿por qué la mayoría de las especies envejecen y mueren, y varían tanto en su tiempo de vida? Es decir, no parece probable que la selección natural favorezca la fijación de un proceso dañino que reduce el fitness de un individuo e incrementa su mortalidad. ¿O sí?

La realidad es que desde los años treinta hay enfoques científicos en torno al concepto de la evolución del envejecimiento. En concreto, contamos en la actualidad con tres “teorías clásicas” principales que explican el envejecimiento biológico como un subproducto evolutivo de la presión selectiva de mortalidad extrínseca (depredación, enfermedad, hambruna, accidentes): la acumulación de mutaciones, según la cual, mutaciones deletéreas (es decir, afectan la supervivencia y reproducción) que actúan de forma tardía en el ciclo de vida se acumulan pasivamente; la pleiotropía antagonista, en la cual hay una selección activa de genes que aportan beneficios en etapas tempranas de la vida, pero generan problemas en una etapa posterior; y la teoría del soma desechable, donde los organismos invierten sus recursos energéticos en mecanismos que impulsen la fecundidad, reduciendo la inversión en mecanismos de reparación. La base de estas teorías es que la alta mortalidad extrínseca hace que la mayoría de los individuos mueran poco después de alcanzar la madurez sexual, y con ello la presión selectiva sobre el individuo disminuye a medida que envejece, favoreciendo la acumulación de mutaciones deletéreas que actúan en una edad avanzada, concepto denominado como sombra de selección.

Esquema de los fundamentos y principales teorías evolutivas del envejecimiento. Modificado a partir de Johnson et al. (2019); el enlace al artículo se encuentra en el párrafo anterior.

Son teorías con fuerte evidencia que las respalda, algunos hallazgos que resaltan ciertas limitaciones, pero en general no son excluyentes entre sí. Además, son fuertes predictores en la estimación de la esperanza de vida de un organismo, pues la mayoría de los estudios demuestran que una mayor mortalidad extrínseca favorece la selección de un tiempo de vida más corto; si bien los organismos biológicamente “inmortales” y otros casos son excepciones que destacan la necesidad de considerar diferentes factores interactivos, como la densidad poblacional o la disponibilidad de alimento, tales casos no invalidan las teorías evolutivas mencionadas. Esto no hace más que destacar lo lejano y restrictivo que es clasificar el envejecimiento como una “enfermedad” única que puede suprimirse con facilidad una vez que la entendamos así.

Lo factible y lo delirante

En este punto entramos un poco más a la especulación y a observaciones menos científicas, ya que es ponerles lupa a los detalles más… particulares de la Propuesta 122+, entre descalificaciones groseras y visiones poco sustentadas. Dalas se suelta mucho llamando “primates” y neandertales a quienes dudan que conseguir la inmortalidad sea alcanzable (¿me recuerda alguien a qué orden de Mammalia pertenecen los humanos?), dice que no habría problemas económicos y de sobrepoblación al prolongar la vida y asegura que “nuestros instintos más básicos” y la religión y tradición tienen la culpa de que no se investigue en la inmortalidad. Cada una de esas afirmaciones es problemática por derecho propio, y la verdad, el hecho de que pase de hablar de evitar el envejecimiento a lograr la inmortalidad plena (y lograrlo en nuestra generación, objetivo bastante ambicioso por cuanto implica un mínimo de medio siglo) lo hace aún más evidente.

Primero que nada: criticar un objetivo científicamente dudoso y tecnológicamente complejo no es consecuencia de una menor capacidad cognitiva, así que referirte a los críticos de la búsqueda de la inmortalidad como “neandertales” sale sobrando, en especial cuando es claro que de la ciencia involucrada al respecto no tienes mucha idea. De hecho, si bien hay evidencias de que la masa encefálica estaba más desarrollada hacia el sistema visual y el control y mantenimiento de las funciones corporales (algo razonable, dada su adaptación a climas más fríos) en comparación con los humanos anatómicamente modernos, con probabilidad eran tecnológicamente comparables a los H. sapiens de su época, y hay evidencia para sugerir que tenían habilidades artísticas, pensamiento abstracto y quizás incluso lenguaje. Desdeñarlos como homínidos “inferiores” por cuenta de no sobrevivir es petulante, y más siendo que hay evidencias de que buena parte de nuestros genes (entre 1-7%, dependiendo de la región) proviene de ellos, así que, potencialmente, algo de neandertal tendrás también.

La comparación con el diseño de la Internet tiene un poco de complejo de Galileo, a decir verdad –para ser alguien que presume de su ateísmo y racionalidad, Dalas mantiene una actitud muy poco racional-. Los conceptos detrás de la comunicación de datos fueron un trabajo progresivo, y cuando en 1969 se logró consolidar la primera red, ARPANET, fue basa en una serie de conceptos y tecnología desarrollada desde los años 20: no fue simplemente una idea lanzada al vuelo. La tecnología antienvejecimiento cuenta con bases notables en algunos aspectos, sí, pero como hemos visto hay muchos factores detrás de la vejez que necesitarían tomarse en cuenta, y sobre la inmortalidad biológica estamos aún menos enterados. Aquí el único que realmente no tiene idea es Dalas: tal como hemos visto, hay muchísimo que no está considerando en su propuesta. Que se le critique no es por desconocimiento ni falta de ambición: es que cualquier científico que conozca sobre el tema levantaría al menos una ceja ante su propuesta, porque hay datos y evidencias para mantener al menos un sano escepticismo al respecto.

Relacionar la falta de enfoque en tratar el envejecimiento con la religión y la tradición es francamente absurdo. Aquí lo siento, pero Dalas suena como el ateo ridículo de redes sociales que quiere zanjar cualquier problemática en el mundo con “la religión tiene la culpa”, sin aportar mucha evidencia al respecto. Y es que, ¿en qué sentido atrasan esas investigaciones? ¿En reconocer la vejez como un estado natural del ser humano? ¿En que aceptan que la muerte es algo inevitable? ¿Porque dejando el cuerpo físico nos acercamos más a Dios? Razones podría haber para sostener esa afirmación gratuita, y acabo de dejar algunas, pero no hace ningún esfuerzo en ello, y la verdad queda como pegarle un tiro a una pared, y luego pintarle una diana al agujero.

Yo no vengo aquí a defender dogmas ni instituciones religiosas: creo que cualquier lector de este blog lo sabe, y si usted entra por primera vez aquí puede echar un repaso en la etiqueta de “religión”. Ni hablemos de tradiciones, que para mí son de las peores excusas que existen para justificar costumbres atroces. Lo que pasa es que no se puede sólo criticar por criticar, ser mezquino porque sí. Podría contextualizarlo en que las religiones son instrumentales en mantener el estatus quo, la jerarquización social y la discriminación a ciertos grupos: el conformismo, pues. Pero no creo que sea una observación siempre justa: las abrahámicas, si bien tienen su tono un tanto nihilista (por cuanto se desdeña el mundo físico hasta cierto punto), enseñan más bien la aceptación antes que la resignación: no tienes por qué sentirte mal si tu vida no marcha como quieres, pues hay algo más esperando por ti, pero no significa que dejes de buscar que mejore. ¿Cuestionable? Posiblemente. ¿Responsable de retrasar la “cura” del envejecimiento? Y un cuerno.

Si las religiones y tradiciones no mantuvieran alguna preocupación por la vejez, ni siquiera mantendríamos a los viejos como una parte de la sociedad. Brebajes, ungüentos y tratamientos para paliar los efectos del envejecimiento existen desde tiempos antiguos, en no pocas ocasiones acompañados con rituales específicos, y ya en la época de Hipócrates se buscaba comprender la naturaleza de la vejez. No se trata de que eso podría haberse conseguido sin darle un trasfondo espiritual: sí, lo sabemos. Eso no importa; el hecho es que sí hay un interés continuo en nuestras sociedades de garantizar una buena calidad de vida al anciano, sea por las razones que sean. Y a pesar de retratar constantemente en los mitos el absurdo de buscar la vida eterna, que somos “criaturas del tiempo”, la verdad es que en muchos sentidos estas historias ayudaban a la gente a reconciliarse con el miedo natural a su propia mortalidad, algo que curiosamente parece atormentar bastante a Dalas, pese a decir que son otros los dominados por sus “instintos más básicos”.

Los mortales no somos más que sombras y arena. ¡Sombras y arena, Dalas!

En el tema de la sobrepoblación, Dalas podría tener un punto en que, dada la reducción en la tasa de crecimiento poblacional a nivel global, es probable que la extensión de la vida y la inmortalidad no generen un mayor incremento. Eso sí, su intento de conectarlo con una reducción potencial en la tasa de natalidad de los países pobres es más bien torpe (y no me sorprende que sonara medio fascista para algunos), pues el vínculo a un incremento en la productividad igual lo es. Esa visión sería algo factible si un cambio semejante no provocara un vuelco en las dinámicas socioeconómicas de todo el mundo, lo que es muy ingenuo, pues la sobrepoblación no es sólo un tema de densidad y tamaño poblacional, sino también de la tasa de población con acceso a recursos sostenibles disponibles, y la manera en que los mismos se distribuyen. Tan solo por poner un punto, si los países más ricos del planeta ya consumen la mayor parte de los recursos del planeta, con poblaciones que viven un mínimo de 70 años, ¿se imaginan a esos súpercentenarios y peor, milenarios por inmortalidad biológica, con el mismo acceso y capacidad de consumo?

Tampoco creo que dé lugar exactamente a grandes avances tecnológicos como lo propone. Suponiendo que la tecnología para extender la vida y la vitalidad a más de 122-125 años esté disponible a todas las clases sociales, cosa increíblemente dudosa en primer lugar, no veo muchos incentivos para los grandes capitales en crear escenarios socioeconómicos que permitan una movilidad social ascendente de las clases menos favorecidas: eso sería a largo plazo una competencia insostenible por los recursos disponibles, pues si todos son inmortales, tarde o temprano todos irán concentrando demasiado. Intentando visualizar un escenario así, se formaría un conflicto importante a la hora de establecer leyes que restrinjan el acceso a ciertos derechos y libertades económicas después de cierta edad, con el fin de evitar la concentración de riquezas en unos pocos –algo que ya satirizaba Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver con los struldbrugs de Luggnagg, hace más de 200 años- o, siendo más cínico, que la mayoría de la población compita por las mismas. El escenario de sociedades productivas estables de Dalas sólo me parece factible con una rígida estratificación poco democrática, algo más propio de la sociedad de Esparta o el sistema de castas del Japón del Período Edo que de nuestra civilización.

Mantener a nuestros profesionales con mayor experiencia de la historia también suena positivo, pero a nivel neurológico también es discutible el alcance de esto. El cerebro tiene una capacidad impresionante para almacenar datos, y la capacidad de desarrollar los patrones neurales (circuitos de neuronas conectadas) que codifican nuestra memoria es casi ilimitada. Sin embargo, no es un disco duro infinito, y por las similitudes en patrones neurales y el acceso constante a nueva información (por ejemplo, una persona que conociste en un nuevo trabajo), las redes que mantienen memorias antiguas se reducen, y algo se olvida. Homero Simpson tenía algo de razón: aprender algo nuevo empuja algo viejo en nuestro cerebro. Eso sí, olvidar no es lo mismo que borrar, así que esos datos que olvidaste pueden resurgir dentro del contexto adecuado, como cuando montas una bicicleta después de años sin tocar una.

¿A qué voy con todo esto? A que, dado que nuestros cerebros no están diseñados para acumular una cantidad infinita de información, todas esas grandes mentes tendrán problemas a largo plazo para mantener los conocimientos importantes que den lugar a nuevos avances y descubrimientos. Podrían estimular ese conocimiento de modo constante, sí, pero eso también dificultaría el aprendizaje de cosas nuevas; y si sumamos que nuestra percepción del paso del tiempo se hace cada vez más rápida a medida que crecemos, la capacidad de captar datos también se vería afectada. Podríamos ver entonces el tema de redes neuronales artificiales para complementar, pero eso es otra ilusión lejana de momento.

Así que, quiéranlo o no, es muy plausible que una sociedad inmortal o de gran longevidad llegue a un punto de estancamiento tecnológico. No es coincidencia que, en muchas obras de fantasía o ciencia ficción, las razas biológica o completamente inmortales sean creadores y artesanos de gran finura, más no innovadores; o que en búsqueda de su longevidad y perfección sean incapaces de evolucionar y cambiar. La conciencia de nuestro tiempo limitado y la necesidad de crear un legado es en buena parte el motor de nuestro desarrollo tecnológico, pues es una expresión del cambio, de la evolución; una criatura segura de su existencia eterna llegará a un punto en que, por mucho que conozca y explore, no sentirá estímulos ni sorpresas. Por eso es que, incluso con el rejuvenecimiento a la mano, más de cien años parecen suficientes para muchas personas antes de tomar “el sueño profundo”.

Y no sería sólo un estancamiento a nivel cultural y tecnológico. Una gran longevidad/inmortalidad combinado con una menor tasa de crecimiento como la actual significa que no habrá muchos cambios generacionales, si no es que de plano dejamos de reproducirnos. Esto significa, por supuesto, que también se reducirá el intercambio genético entre diferentes poblaciones, disminuyendo así el potencial de surgir nuevas variables que otorguen beneficios en determinadas condiciones. En otras palabras, nuestra inmortalidad biológica generaría un estancamiento evolutivo que, a futuro, podría amenazar la supervivencia de la especie ante distorsiones ambientales y climáticas de gran magnitud.

En otras palabras, seríamos más o menos como los Kree del Universo Marvel: tecnológicamente desarrollados, pero sin capacidad de evolucionar o innovar.

¿Y qué es eso de que, viviendo más de 122 años, nos quitaríamos de encima a los que critican esto? ¿Cómo nos los quitaríamos de encima? ¿Tendrían la posibilidad de hacerse la eutanasia, o suicidarse por asistencia? ¿Los aislaríamos? ¿Les negaríamos el acceso a la tecnología de rejuvenecimiento e inmortalidad? ¿Los dejaríamos con la libertad de negarse al tratamiento de una “enfermedad”, yendo en contra de los principios éticos de la medicina? Esa altanería contra el razonable escepticismo hacia la propuesta tiene muchas implicaciones negativas, y son más propios de una persona inmadura que de alguien con la intención profesional de contribuir al mundo.

Conclusiones

Algunos en redes dicen que esto podría ser parte de algún plan de estafa por parte de Dalas, un supuesto proyecto científico que busca sólo esquilmar a los pobres incautos que le sigan la cuerda. Pero, prefiero pensar que no es así. Si bien sus palabras finales no son muy convincentes, por cuanto es evidente que parece enajenado, creo que sí que tiene la intención, o al menos el deseo, de que en un futuro podamos revertir los efectos del envejecimiento. Sea por altruismo, porque en verdad le teme a la muerte, o por sentirse importante, la verdad no lo sé. Yo podría haber ignorado del todo la propuesta como una paparrucha, echarme unas risas con ella, o sólo desestimar al autor por sus distintos escándalos (y vaya que ha tenido polémicas fuertes a cuestas), pero sin duda contenía ideas que quise compartir con ustedes de forma más detallada en esta entrada.

Coincido también con la petición final de Dalas: necesitamos más profesionales y científicos. Pero trabajando en el envejecimiento y las enfermedades asociadas, prolongando la calidad de vida de nuestros últimos años, no pretendiendo que se trata de una enfermedad más. Eso sólo alimenta el temor y el prejuicio. No estoy diciendo que sea imposible desaparecer los efectos más graves de la senectud, pero es muy improbable, con los conocimientos y limitaciones actuales, que los de nuestra generación (o sea, gente de 25-31 años) veamos el fin del envejecimiento; mucho menos vendamos el final de la mortalidad. Por eso, con todo respeto, le sugeriría a Dalas que tome su propio consejo en cuenta y se informe un poco más de toda esta temática, si quiere fortalecer esa propuesta con una base teórica más robusta, para que no se sienta que son sólo pajaritos en el aire. Y que le baje tres grados a la causticidad con todo el que lo cuestiona.

Y bueno, con esto termino. A quienes hayan llegado hasta el final de esta entrada se los agradezco de verdad, porque estoy consciente de que quedó muy extensa, pero como dije al principio había mucho que comentar y analizar. Saludos.

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