Introducción
En estos recientes meses, he procurado sacar algo de mi tiempo para hacer lecturas, algo a lo que hace mucho no me dedicaba. En Bluesky he escrito unos mini hilos hablando del material que he estado leyendo: libros y ensayos sobre anarquismo, volúmenes de ciencia, y también algunas recomendaciones de literatura –últimamente queer-, que hace tiempo me hacía falta. Definitivamente ha sido una experiencia importante para mantener vivo el asombro y seguir puliendo mis conocimientos.
Entre estas lecturas recientes, se encuentra un
trabajo muy reciente que se enfoca en uno de los temas de discusión más
importantes en tiempos actuales, y es la forma como entendemos la biología del
sexo, tanto para seres humanos como en otros animales, algo fundamental en
tiempos donde se han enfilado de nuevo ataques contra las minorías sexuales.
¿Es útil entender el sexo siempre como un binario inmutable? ¿Hay mejores
formas de comprenderlo? ¿Cómo se relaciona una mejor comprensión y definición
del sexo con las tendencias y patrones que sí observamos entre hombres y
mujeres?
Intentando abordar estas dudas, el antropólogo Agustín Fuentes lanzó este año un libro titulado Sex is a Spectrum: The Biological Limits of the Binary (El sexo es un espectro: los límites biológicos del binario). Con este trabajo, Fuentes busca presentar ante sus lectores un resumen del conocimiento actual que tenemos sobre el sexo, así como los problemas que vienen de intentar ajustar históricamente la variación natural en los humanos y otras especies en un modelo binario de machos y hembras, dejando de lado lo que nos intenta contar la multidimensionalidad que interviene en el desarrollo sexual, y el papel de los contextos culturales e históricos en la comprensión y expresión del sexo y el género en nuestra especie.
Sé que en cuanto leen la frase “el sexo es un
espectro”, muchos instantáneamente voltean los ojos o prefieren saltarse la
lectura: de hecho me pasó una vez que quise recomendar mis textos acerca del
sexo y el género. Yo mismo no
considero que describirlo de esa forma sea adecuado. Pero por supuesto,
deben entender que no se trata de decir que existen diferentes tipos sexuales
en el ser humano, o formas intermedias de los gametos, como ciertos biólogos
reaccionarios suelen caricaturizar, sino de cómo los diferentes factores y
dimensiones en el desarrollo sexual dan lugar a una gran variedad de
expresiones individuales que muchas veces no se tienen en cuenta dentro del
modelo binario.
Por otro lado, si bien el libro deja implícito su
inclinación por el concepto del sexo espectral, su título es más bien
provocativo. Su trabajo es abordar cómo la evidencia científica que hemos
acumulado acerca del sexo reta no sólo nuestro entendimiento popular acerca de
las diferencias sexuales, sino también la forma en que por mucho tiempo se ha
comprendido también en la biología y la medicina. Sex is a Spectrum cumple con el papel de contextualizarnos en este
nuevo escenario, aunque no logro entender por qué el concepto de bimodalidad
sexual no sería suficiente para abarcarlo. Pero vamos por partes.
De las amebas a las ratas topo
Tras una introducción en la cual habla un poco
acerca de la biología del sexo y donde expone los temas que abordara en el
libro, Fuentes dedica los primeros dos capítulos a hablar acerca de la
evolución del sexo y los modos sexuales, así como de la biología sexual en
animales no humanos. El primer capítulo se enfoca sobre todo en el surgimiento
del sexo. Como el autor explica, los seres vivos más antiguos, los procariotas,
se reproducían de modo asexual, copiando su material interno y dividiéndose
para formar dos réplicas de sí mismos. Todo cambió hace unos dos mil millones
de años con la aparición de organismos que contenían su material genético en un
núcleo, los predecesores de toda la vida eucariota, que ya se reproducían
sexualmente. Esta fue una innovación evolutiva importante, pues aunque la
reproducción sexual es más complicada que la asexual, permite que los nuevos
organismos cuenten con una mayor diversidad genética, lo cual confiere
potenciales ventajas de adaptación. El autor pasa entonces a hablarnos de la
anisogamia, las distintas formas en que los gametos pueden unirse, un enfoque
en la reproducción interna, y el cuidado parental.
La aparición de la anisogamia es usada para
explicar una cuestión fundamental, y es que la idea de que los gametos son
importantes para la diferencia sexual viene de la visión mucho más antigua de
que debía existir una diferencia clave entre los sexos. El modelo de dos sexos,
en el que machos y hembras cuentan con diferentes biologías, no apareció hasta
los siglos XVIII y XIX, pero como señala Fuentes, no tuvo enfoque hasta el
descubrimiento de los gametos. Fue entonces que Darwin postuló su argumento del
costo reproductivo como base de las diferencias sexuales, y el biólogo Angus
Bateman argumentó su famoso principio según el cual la variabilidad en éxito
reproductivo es mayor en machos que en hembras, por lo cual estos tenderán a
ser más activos en la búsqueda de parejas sexuales, mientras que las hembras
serían más selectivas. El problema, según Fuentes, es que se trata de una simplificación
que limita la interpretación de investigaciones y hallazgos con respecto a la conducta
reproductiva de machos y hembras, y años de estudios han mostrado que las
afirmaciones sobre el origen de las diferencias sexuales y cuáles son muchas
veces son insuficientes e incluso erróneas.
El segundo capítulo es dedicado a la variabilidad
del sexo en animales o humanos –más específicamente, animales no simiiformes-. Como detalla Fuentes, la idea de que los
machos siempre son agresivos y las hembras sumisas es una visión que no se
sostiene, pues al largo del reino animal existen numerosas variaciones y
patrones en biología sexual, tanto en morfología y producción gamética como en
conducta. Así, nos presenta el caso de la haplodiploidía en los himenópteros,
el apagado de cromosomas dentro de los hemípteros, la partenogénesis y
autofertilización en lombrices de tierra, la presencia de diferentes
fisiologías productoras de gametos en el famoso nematodo Caenorhabditis elegans, el hermafroditismo secuencial en especies
de peces, el sistema término de determinación sexual en varios reptiles y la
partenogénesis en otros tantos, y el dimorfismo sexual marcado en aves, donde
no siempre el macho es el más brillante o el que invierte menos en el cuidado
de los polluelos. En los mamíferos, el texto destaca la gestación y la innovación
de la lactancia, así como la variación en las estrategias de cuidado postnatal
de los juveniles, y la variedad de formas, tamaños, fisiología, genitales y
conducta que se pueden encontrar en ellos. Para ilustrar este último punto, el
autor presenta tres casos que reflejan formas interesantes en las cuales se
manifiesta la biología sexual de un mamífero: las hienas manchadas, varias especies
de monos con sistemas sociales de dos adultos y sus hijos, y las ratas topo
desnudas.
Por supuesto, todos los ejemplos mencionados no
significan que no se pueda afirmar algunas cosas acerca de la biología sexual
de los animales. Fuentes reconoce que pueden observarse patrones biológicos en estresores
diferenciales en la evolución de sistemas reproductivos, la estructura corporal
de productores de gametos grandes, y el dimorfismo sexual en grupos como aves y
mamíferos. Lo que permiten comprender los casos que enumera el autor a lo largo
del reino animal es que no existe una uniformidad en los sexos, por lo que no
podemos trazar una correlación universal uno-a-uno entre la fisiología
reproductiva, el tamaño corporal, la morfología externa y la conducta y sistema
social de un organismo.
El simio biocultural
Algo que llamará la atención de los lectores en
estos primeros capítulos es que Fuentes evita hablar específicamente de
“machos” y “hembras”, y en su lugar se refiere a estos modos sexuales como
productores de gametos pequeños y productores de gametos grandes,
respectivamente, lo cual sirve un poco como antesala para una decisión que toma
en el tercer capítulo. En este, corto como es, inicia con un ejemplo de cómo
las expectativas de género y patrones sexuales pueden influir en nosotros, el
caso de la “Dama de Marfil” en España, para abordar la complejidad del
sexo en nuestra propia especie.
Y es que el ser humano no es solamente una
criatura biológica. Crecemos en un contexto cultural donde alteramos nuestros
rasgos físicos, y nuestro fenotipo se ve influido por nuestra dieta, actividad
física y experiencias vividas y compartidas; somos seres bioculturales. Eso también significa que nuestras
experiencias, expectativas y normas acerca de los sexos son formadas
socialmente, dando lugar a las normas y roles de género, de modo que muy a
menudo cuando hablamos de sexo en nuestra especie, terminamos refiriendo a
aspectos del género, el cual por supuesto tampoco es perfectamente equivalente
con los patrones de variación biológica. De aquí, Fuentes presenta los términos
que usará en el resto del libro: “género/sexo” para referirse a la realidad
biocultural de los cuerpos humanos y sus experiencias, el ya mencionado
“biocultural”, y 3G para referirse a lo que se suele llamar sexo asignado, y
que asume que un examen de los genitales predice la genética y las gónadas de
un individuo, de modo que como categorías sexuales habla de “machos 3G” y
“hembras 3G”.
El capítulo cuatro es muy interesante, pues se
trata de un enfoque comparativo entre los primates, en particular los simios.
Fuentes describe que entre las diferentes especies de primates existen
variaciones en el dimorfismo sexual como la diferencia en tamaño entre machos y
hembras, por ejemplo, y si bien pueden verse patrones en la organización social
y el cuidado parental relacionados con esto e influenciados por selección sexual,
también ocurren excepciones. De ahí pasa a enfocarse en los simios, destacando
las vocalizaciones y los pequeños grupos familiares de los gibones, los
diferentes tipos de macho 3G en los orangutanes, los ensamblajes multigrupales
de los gorilas y presencia del macho en el cuidado juvenil, los variados
patrones de organización comunitaria y agresión en los chimpancés, y los
sistemas matriarcales y las interacciones sexuales de los bonobos. Finalmente,
aborda un poco de la evolución de los australopitecos y el género Homo, de donde proviene nuestra especie.
En este punto el capítulo es un poco más
complejo, pero con hechos importantes sobre la organización social y el modo
reproductivo del ser humano. No conocemos a detalle la organización social de
los australopitecos, pero sabemos que algunas especies desarrollaron el patrón
de nacimiento visto en humanos: una cría que requiere de un prolongado cuidado
cooperativo entre los miembros del grupo. En cuanto a Homo, el hecho de que la cría pase por un extenso tiempo de
desarrollo significa que recibe estímulos tanto físicos y fisiológicos como
sociales. La presencia de esta cría indefensa condujo también al desarrollo en Homo de una capacidad cooperativa,
fuertes y complejos vínculos sociales y apoyo mutuo, y diversos patrones de
recolección de alimentos, fabricación de herramientas e incluso comunicación.
Así, indica Fuentes, la evolución de la biología
y conducta sexual humana y el género/sexo puede comprenderse a través de la
cooperación en el cuidado infantil, la diversificación de relaciones sociales y
sexuales, y el desarrollo de categorías de percepciones y expectativas
culturales de los miembros del grupo de acuerdo con aspectos de su biología
sexual, es decir, el género. El autor se toma su tiempo para hablar en detalle
de cada uno de estos aspectos: cómo el cuidado extendido influye a nivel
hormonal y fisiológico en ambas categorías sexuales y reta el principio de
Bateman; la presencia del sexo como herramienta social en nuestra especie y
otras cercanas, la dimensión sociosexual y el papel de los vínculos sociales y
sexuales; y el origen biocultural del género, así como las evidencias de roles
diferenciados, pero desconocidos, de género en nuestra especie, antes del
surgimiento de los patrones contemporáneos que vemos en la mayoría de las
sociedades.
Ni guerreros ni diosas del amor
Variación en la estatura en Estados
Unidos entre hombres y mujeres. Fausto-Sterling, 2014. Tomado de Fuentes, 2025.
Por supuesto, todos los procesos que moldearon a
los primeros humanos dieron lugar a los humanos actuales. En esto se enfoca el
quinto capítulo del libro, en el cual Fuentes nos pide que tomemos quince
machos 3G y quince hembras 3G de un grupo de quince personas y los organicemos
por estatura: seguro veremos que machos y hembras se intercalan a lo largo de
la hilera, aunque los primeros se ubiquen más hacia el lado de mayor altura, y
las segundas al lado más bajo. Como explica el autor, esto se debe a que no
existen rasgos morfológicos en el ser humano que sean que puedan dividirse en
dos formas, sino rangos de variación que pueden tener ciertos patrones
reconocibles, pero no exclusivos.
Pasa lo mismo con gran parte de la morfología en
la biología sexual humana, donde la variación puede agruparse en
clústers que se solapan entre las categorías sexuales, y mucha de dicha
variación se ignora cuando los individuos se dividen de antemano entre
categorías masculinas y femeninas. Así, aunque sin duda pueden observarse
patrones en rasgos como la masa muscular, el depósito de la grasa, la cobertura
de pelo y el esqueleto, también existe un nivel importante de solapamiento, y son
influidos por factores ambientales y la historia de vida de los individuos, con
lo que no se pueden definir morfologías exclusivas de una categoría sexual o de
otra. Ni siquiera las hormonas son exclusivamente de un sexo o de otro; Fuentes
aprovecha igualmente para cuestionar el papel que se le asigna a la
testosterona como “fabricante de hombres” y explicación tras la agresión o el
deseo sexual.
Por supuesto, existen tres procesos clave en la
reproducción que sí marcan una diferencia entre categorías sexuales: la
menstruación, la gestación y la lactación. Pero incluso entre estos no existe
un binario perfecto, pues por supuesto existen personas que menstrúan pero no
pueden gestar, gestantes que no pueden lactar, y machos 3G e intersexuales que
lactan. Finalmente, el autor aborda el tema de la neurología y la ausencia de
diferencias estructurales consistentes entre cerebros que correspondan a
cerebros masculinos o femeninos, sin negar que sí hay diferencias cerebrales y
conductuales entre géneros/sexos, y cómo el ADN y los cromosomas no siempre se
correlacionan con patrones de desarrollo asumidos como masculinos o femeninos,
para cerrar el capítulo con un comentario sobre lo que consideramos
“normalidad” en un rasgo biológico.
Fuentes dedica el capítulo seis a criticar el
concepto de una batalla biológica de los sexos y la dominancia masculina
universal. Describe cómo varios metaanálisis muestran que los patrones
cognitivos tradicionalmente observados en diferentes habilidades y capacidades
sociales son en realidad muy pequeños, y marcan poca diferencia entre machos y
hembras. Por otro lado, existen patrones notables en rasgos físicos y sexuales,
pero que no son marcadores claros de un patrón evolutivo de conflicto entre
sexos. La agresión y la violencia física o sexual también muestran patrones
diferenciados, pero nuevamente se trata de conductas que se ven influidas por
factores bioculturales, y no son tampoco señales de una evolución diferencial,
puesto que la mayoría de los hombres no agrede o viola.
Dado que el género Homo evolucionó un cuidado cooperativo complejo de los juveniles
dentro de sus grupos sociales, el autor cuestiona a través de esto no sólo el
argumento del costo reproductivo diferenciado entre machos y hembras, sino
incluso la suposición de que la familia nuclear es la base del grupo social
humano. En ese sentido, aunque sin duda existen variaciones en la biología
sexual del cuerpo humano que se organizan en patrones, estos no son dimórficos
o realmente binarios, lo que por supuesto no descarta la existencia de brechas
de género, estereotipos y expectativas asociados al mismo, o exclusión y
opresión de un género. Pero no son escenarios biológicamente determinados o
predispuestos.
Lo que el binarismo se llevó
Teniendo en cuenta la existencia de diferencias
sociales reforzadas, el último capítulo del libro abarca los problemas y
limitaciones que vienen de una perspectiva binaria de nuestra especie. Ejemplos
incluyen la búsqueda de una región cerebral diferenciada o de un gen específico
que sirviesen como marcadores biológicos de la homosexualidad, la exclusión de
familias LGBTIQ+ de los sistemas de foster
care y adopción, una visión estandarizada del varón como modelo base para
investigación médica y farmacológica y establecimiento de categorías masculinas
y femeninas, la discrepancia entre muertes y diagnóstico por enfermedades
cardíacas isquémicas, problemas en los trasplantes de órganos, y ciertas
perspectivas casi patológicas acerca del embarazo. Fuentes recomienda
visualizar la biología sexual como una variación culturalmente contextualizada,
un enfoque que permitiría abarcar la pluralidad dentro de los cuerpos humanos
con respecto a temas médicos de interés, más allá del marco binario.
Por supuesto, la definición de mujer y la
inclusión de personas transgénero e intersexuales también es mencionada en el
libro. Fuentes habla del caso de Caster Semenya y cómo los reglamentos
deportivos sobre niveles competitivos de testosterona en deportes femeninos se
basa en valores que no reconocen la variación natural de la hormona dentro de
nuestra especie, incluso en cuerpos femeninos, mientras que no explica las
ventajas que confiere. También cuestiona la forma uniforme en que se asume una
ventaja en mayores niveles de masa muscular y fuerza física superior, ignorando
que distintos deportes requieren de diferentes habilidades y capacidades, y que
el pequeño número de atletas transgénero en competencias –y el incluso menor
número de medallistas- hacen difícil establecer generalizaciones a gran escala
acerca de su presencia en categorías 3G. Finalmente, señala las absurdas
suposiciones culturales acerca del uso de los baños y la segregación de
personas trans en ellos.
Cuestiones incompletas
Histograma ordenando los datos de
distribución de estatura sin sesgar previamente los valores entre hombres y
mujeres. Tomado de Pharyngula.
Para ser un libro corto (sólo tiene 216 páginas),
Sex is a Spectrum presenta un cuadro
bastante detallado acerca de la biología sexual del ser humano, uno que ofrece
mucho para analizar y debatir. Fuentes cierra afirmando que los patrones de
biología sexual no son determinantes exclusivos, y nuestra especie se puede
entender mejor en un marco biocultural que permita entender mejor las
variaciones y diferencias a través de nuestra especie que la visión binaria del
sexo, una apuesta osada y en principio bienvenida. No obstante, creo que el libro
tiene dos carencias importantes que, sin echar abajo toda la propuesta, hacen
que le falte un poco de contundencia con lo concluido.
Una de las inquietudes que me quedaron tras leer
el trabajo de Fuentes es ver cómo abordaría las críticas y señalamientos al
concepto de sexo como espectro. Es cierto que el libro no es explícito en
validarlo –sólo usa el término “espectro” seis veces dentro del texto
principal, y sólo una vez directamente relacionado con sexo-, pero se puede
inferir que presenta el caso de que considerar el sexo de forma espectral es
plausible y muy útil, así que creo que enfrentar las críticas hacia el concepto
habría sido algo importante. Y son variadas: desde el reconocimiento de un
continuo en el género, de Jerry
Coyne, hasta los hombres de paja de Colin Wright sobre un tercer gameto.
Podría alguno decirme que Fuentes es un
antropólogo, no un biólogo, y por lo tanto enfrentar aquellas críticas sale de
su capacidad o el interés del libro. Pero lo cierto es que una vasta porción
del texto está fundamentado en biología y medicina. Además, en sus
agradecimientos revela que fue asesorado por biólogos que han trabajado en la
variabilidad del sexo, como Anne Fausto-Sterling y Richard O. Plum. Creo que
podía haber reunido algunas de las críticas más frecuentes en contra de la idea
del sexo espectral y abordarlas con el mismo cuidado y detalle con que trata
los temas en su libro, algo que sin duda habría fortalecido mucho más el caso
que presenta.
La segunda inquietud que tengo con Sex is a Spectrum es que, a través de
sus páginas, no encuentro realmente un motivo o un argumento para abandonar el
concepto de bimodalidad del sexo. Esta idea, que se refiere a la presencia de
dos rangos amplios que se solapan de forma extensa, es una visión alternativa y
a menudo más popular y tolerable que la visión espectral, pero sólo es
mencionada dos veces en el texto
principal, en el tercer capítulo, y en la segunda Fuentes nos dice que el
concepto es visto como una sobresimplificación. La nota del texto nos lleva a
dos artículos, pero el resto del libro no se detiene en ningún momento a
explicar en qué consiste dicha sobresimplificación, o por qué es más necesaria
la idea de visualizar el sexo como un espectro.
Porque si a los hechos nos vamos, el concepto del
sexo bimodal abarca lo suficiente acerca de la variabilidad del ser humano. Si
bien sigue presentando dos grupos amplios de seres humanos, los define como
rangos amplios, y es porque reconoce que los distintos rasgos que usualmente
dividimos entre machos y hembras en nuestra especie presentan un rango de
variación muy amplio, lo cual hace que la mayoría se solapen considerablemente
entre categorías. También reconoce que el sexo no es una categoría dependiente
de un único atributo como los gametos o los genes, sino que se trata de una
multidimensionalidad biológica en la que intervienen diferentes factores y
elementos en la diferenciación individual; es
precisamente de allí que viene la alta variabilidad y el solapamiento de
categorías sexuales.
Es decir, visualizar el sexo de modo bimodal y
multidimensional es una concepción lo bastante amplia y robusta para reconocer
patrones de variación y al mismo tiempo su amplia variabilidad. El mismo
Fuentes reconoce el aspecto multivariado del sexo y la presencia de
patrones en las categorías sexuales. Entonces, si bien el libro implícitamente
se inclina hacia la visión espectral del sexo, sus argumentos pueden ser
perfectamente ubicados y empleados para defender la idea del sexo bimodal multivariado, de
modo que no encuentro convincente su apuesta por la primera.
Conclusiones
A pesar de las discrepancias mencionada, me
parece que Sex is a Spectrum resulta
un libro fascinante. Presenta una amplia y actualizada comprensión de la
biología sexual tanto en el ser humano como en otras especies animales, y hace
un buen trabajo recopilando los ejemplos y evidencias de la amplia variabilidad
individual en el sexo humano. De este modo, reta al lector a confrontar las
visiones clásicas y generalistas acerca de las diferencias entre machos y
hembras, el conflicto entre los sexos y los argumentos a favor de jerarquías y
segregación de género en la sociedad.
Está de más decir, pues, que es un trabajo que
recomiendo con gusto. Para aquellos que defienden la comprensión del sexo más
allá de los límites de la visión binaria, ofrece una serie de ejemplos y
argumentos interesantes para fundamentar su opinión. Y para quienes prefieren
respaldar el binarismo clásico, presenta igualmente temas interesantes para
reflexionar, y que al menos puedan entender mejor la posición del otro, por
fuera de generalizaciones descuidadas y hombres de paja.
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